martes, enero 10, 2012

Carta de Alexis Díaz Pimienta.

Hace ya varios años, durante varios meses me mantuve colaborando con la revista online cubana LA JIRIBILLA, en la que publicaba cada semana una carta en décimas, en una sesión intitulada Epístolas espinelas, cartas en décimas dirigidas a varios amigos, parientes o "fantasmas interiores". 
Junto a las cartas a mis hijos, por ejemplo, hubo cartas a Borges, a Cortázar, a Mozart, y a Rosa Regás, a Álvaro Salvador, a Silvio Rodríguez... El eje unitario de este divertimento literario era que todas las cartas estaban escritas en décimas, pero no en décimas líricas, o bucólicas, lineales o encalgadas, sino en lo que di en llamar "décimas prosadas", porque intentaban mantener un tono narrativo y conversacional más propio de la prosa que de la poesía, mucho menos de la poesía escrita en décima. 

Además, la escritura en prosa, sin particiones ni cesuras versales, fue el formato original de este libro, con el que obtuve una mención (accésit) en el Premio Iberoamericano de Décima Escrita Cucalambé, en el 2003. Ahora, quiero compartir con los visitantes de mi cuarto ésta, mi carta a Silvio, Rodríguez 

gran amigo, gran poeta, un maestro para muchos de nosotros... Querido Silvio: No sabes —me ha dado pena decírtelo y he optado por escribírtelo— cuántas veces en tus naves poéticas, con tus graves canciones y tus poemas dilucidé mis problemas. Cuántas veces imité tu canto y enamoré utilizando tus temas. 

No sabes en cuántas fiestas fuiste mi héroe (aún lo eres). No sabes cuántas mujeres 
conquisté con tus protestas sociales, con tus molestas metáforas cotidianas. 

Desde todas las ventanas de la ciudad te imité. Dos ídolos: tú y el Che. Dos soles y dos mañanas. Recuerdo que me ponía la mano sobre la oreja y la camisa más vieja y un jean que se me caía. 

Recuerdo que todavía no me sabía afeitar. Y sin guitarra. Juglar mitad gaucho y mitad hippi. Tiempos de Flipper y Skippi. Tiempos de Onán y solar. Imberbe y delgado andaba cantando por los rincones pedazos de tus canciones. Dicen que desafinaba. Eran tiempos de Plan Jaba. 

Tiempos de acné juvenil. Calculaba: en el 2000 yo tendría 33. Qué lejana la adultez. Qué largo era el mes de abril. Y ahora aquí me ves, gastando papeles en recordarte. Recuperando una parte de mi vida. Confesando que todos —duros y blandos, desafectos y afectivos— somos hijos putativos de aquella voz falseteada, de una cabeza ladeada... que todos fuimos cautivos de tus cantos, trovador.

 Con velas y fosforeras. En avenidas y aceras, entre un fusil y una flor. Hasta tus cambios de humor nos parecían poéticos. Y tus silencios proféticos. Y tu ojalá el Ojalá. Mi generación está —los felices, los patéticos, los negros y los rubitos, los hombres y las mujeres, los finos y los aseres— marcada por varios hitos. 

Y uno eres tú. Monolitos te hemos levantado dentro de cada uno, en el centro de nuestra propia existencia. Monolitos de inocencia. Efigies para el reencuentro Contigo, en algún lugar de la isla o la memoria. Toda vida es transitoria, pero tú —viejo juglar, rapsoda espectacular— te has repartido en canciones, y éstas en palpitaciones, y éstas en ratos felices, y éstos en hondas raíces dentro de otros corazones. 

Por eso ahora he querido, en este confesionario con forma de epistolario, escribírtelo al oído. Gracias por haberme sido útil en la adolescencia. Gracias por la persistencia (léase, testarudez). 

Gracias por la sencillez. Gracias por la coherencia. Por último, te confieso que cuando te di la mano por vez primera —un lejano domingo— me sentí preso de tal emoción, fue un peso tan grande lo que sentí, que charlamos como si fuera lo más natural, pero la pasé muy mal. Silvio estaba junto a mí, vaso de ron en la diestra, con su perfil vallejiano, su silencio boddyliano, su cara de Obra Maestra.
 Desde entonces tu-mi-nuestra amistad ganó el derecho a crecer, y satisfecho he vuelto a hablarte y a verte. Sólo me faltaba hacerte una carta. Ya la he hecho.

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