jueves, abril 12, 2012

Analisis de Que signo lleva el amor



lars larsen
silviofilo
QSLA, o EL CONTENIDO DE LA FORMA
LADO A
“¿Qué signo lleva el amor?” es una composición bastante curiosa. No sólo por el aire de intriga, de misterio exquisito que rodea la canción, o que la cancion merodea (ambas opciones son válidas), sino porque en ella o por ella asistimos a un diálogo de Silvio consigo mismo, tras una puesta en crisis de los supuestos que dan origen a su oficio.
Es, a su manera, un interrogatorio descarnado.
A tal punto es singular y personalísima “¿Qué signo lleva el amor?” que se podría decir que prescinde del auditorio. O al menos que al escuchar a Silvio cantarla incurrimos en una indiscreción, en una falta de buenas maneras similar a la espiar entre las páginas del diario íntimo de otra persona.
Enunciaré de entrada mi hipótesis sobre lo que se discute en QSLA, para luego poder entrar en detalle a sostener esa hipótesis con diversos argumentos.

Como es obvio, toda canción habla de algo, incluso si ésta es puramente instrumental. Ese “algo” es un tema (un hecho, un objeto) ajeno a la concreción misma de la interpretación de la canción. Por ejplo, en “Unicornio” Silvio habla de un ente fabuloso que se le perdió y que añora y quiere recuperar. Esa historia, esa narración, es “aquello” de lo que habla la canción, su “contenido”. Y en ningún momento “canción-en-sí” y “tema-de-la-canción” se pueden confundir: son entidades o realidades distintas, incluso pertenecen a diversos órdenes de lo real.
En QSLA, Silvio nos cuenta de entrada que él anda a la caza de una única, “imposible canción”. Una canción, podríamos decir, que hará innecesario seguir buscando más: una canción total, la canción que incluya todas las canciones (im)posibles, esa “ama de llaves de todos los juegos”: el centro del mandala.
Silvio nos confiesa, como en salmodia, que él a menudo incurre en ese intento y que siempre fracasa, que la canción aquella se le escapa, inexorablemente.
Esto se dice de entrada, literalmente: “y creo que es la imposible canción / porque cada vez que la empiezo aparece / la voz que no alcanza mi pobre razón”. También se nos dice que es “una canción que se me desvanece / y deja mis labios en la tentación”.
Aquí reside la singularidad esencial de QSLA, singularidad que queda perfectamente en evidencia al concluir la interpretación: ya que eso que hemos escuchado cantar a Silvio es, justamente, un intento más de capturar la “imposible canción”; un intento, como se advierte en la primera estrofa, que fracasa, que deja al trovador “con los labios en la tentación”. Nos pasa a veces, estamos por decir algo y lo olvidamos segundos antes de vocalizarlo y nos excusamos diciendo: “lo tenía en la punta de la lengua”.

Trataré de explicarme más: en QSLA el asunto de la canción y la ejecución misma de la canción se confunden. Forma y contenido son una y la misma cosa, juegan a intercambiar roles. O casi. Silvio está hablando de algo que es exactamente, sin reducción de escala o transposición metafórica, aquello a lo que asistimos al escuchar el desarrollo de la canción: ese pequeño drama del creador al acecho de la inspiración, de esa “voz que aparece” nadie sabe de dónde: esa voz inexplicable ante la cual “no alcanza la pobre razón”. Es como si la interpretación que oímos fuese un ensayo privado, íntimo, no un producto definido y definitivo. Por eso afirmé que esta canción prescinde de auditorio: es un diálogo, un forcejeo, una negociación entre Silvio y la musa (casquivana cortesana famosa por ser elusiva).
Quiero decir que “¿Qué signo lleva el amor?” (da) cuenta (de) los intentos de Silvio por atrapar la canción definitiva y que, al mismo tiempo, la interpretación de QSLA es justamente la puesta en escena de esa misma imposibilidad, de ese destino de trovador, de esa “dulce condena” (para decirlo con un título de Andrés Calamaro) de creador de belleza: aquí, en esta pieza rigurosamente trabajada, forma y contenido se amalgaman, se abrazan, uno no sabe dónde comienza lo uno y dónde acaba lo otro: como la perfecta conjunción de cóncavo y convexo.
Esta sería la hipótesis.

Básicamente, todas las estrofas de “¿Qué signo lleva el amor?” dicen lo mismo, son elaboraciones de la misma idea, del mismo desconcierto, de la misma fascinación (es curioso, pero por obra de los laberintos de QSLA desconcierto se vuelve sinónimo de fascinación): el misterio cósmico de esa canción elusiva, de esa canción (im)posible. Lo que hace Silvio es poner en escena –minuciosamente- todo aquello que la letra de la canción describe: dar vueltas sobre una obsesión. Estamos pues ante una performance auto-referencial: Silvio habla de algo y se pone a hacer exactamente eso de qué está hablando, mientras lo va diciendo: como si viéramos una película que cuenta la historia de cómo se hizo esa pelicula que estamos viendo.
Sí, señoras y señores, nada menos que una proeza tal es la que intenta nuestro querido y viejo (y muy poco peludo) Silvio en “¿Qué signo lleva el amor?”.
Por ello vemos que la canción empieza con Silvio diciéndonos que “hay una canción comenzada cien veces” y que ésta concluye cuando el trovador dice: “hay una canción que se va cuando llego”.

Cada vez que volvemos a escuchar QSLA entramos al intento número ciento uno: juegos de espejos reflejando espejos, paseo por una superficie de Moebius, trama de figuras alla Escher: la mano que dibuja una mano dibujando a la primera mano.
Escuchar “¿Qué signo lleva el amor?” como un sampleo de Las mil y una noches. En especial, de la famosa noche 622, que es cuando Scherezade, agotado ya su repertorio y puesta ella ante la necesidad de contar una historia por noche para salvarse de ser decapitada, empieza a contarle al sultán su propia historia, desde su nacimiento. Cuenta y cuenta Scherezade, hasta que llega a esa misma noche 622, al momento en que tiene que empezar a contar la historia de su propia vida. Y así, al infinito.

Se pueden distinguir dos tácticas operando en esta estrategia de creación: dos “métodos de aproximación” que, acaso, al final sean uno solo; como las dos caras de una moneda: por un lado (el de la estructura formal), tenemos tres estrofas y tres repeticiones de estribillo, expuestas en la secuencia trilladísima de estrofa-estribillo-estrofa, etc etc.
El estribillo, que se repite tres veces sin variaciones, sigue un patrón irregular de rima, tipo AAB–AAB (“ver-crecer-flor” y “ver-saber-amor”:: dos verbos terminados en el infinitivo “er” y un sustantivo terminado en “or”); mientras cada estrofa presenta una rima de un tipo más regular como es el A-B-A-B-A-B.
Silvio, lo sabemos, tiene algo con el tres, es uno de sus números cabalísticos.
Esta conformación de la rima en cada una de las estrofas dibujaría una suerte de mapa de la canción entera y su estructura estrofa-estribillo-estrofa-estribillo-estrofa-estribillo (o sea, el diseño ABABABAB). Es decir, de alguna manera el macro-esqueleto de la canción se repite, se copia, se refleja, en cada elemento constituyente de la misma.
Con un detalle irregular, a tenerse muy en cuenta: en ninguna de las estrofas la rima es perfecta, en cada una de ellas se introduce una ligera, apenas perceptible “impureza” (como si Silvio hiciera trampa, aprovechando las peculiaridades fonéticas de nuestra lengua): en la primera estrofa tenemos: “veceS-aparece-desvanece”, en la segunda: “ve-vez-pie"y en la tercera: “llego-juegoS fuego”.
“Impureza” o “imperfección” que me gusta interpretar como parte de ese fracaso en captar la canción perfecta e imposible tal y como se la sueña, como la deja entrever esa “voz que aparece” anunciando el advenimiento de Lo Inefable; traduciendo: es como si con ello Silvio nos dijera “no importa cuán duro trate, soy humano, no podré nunca alcanzar esa belleza total, imposible y perfecta que transmite esa voz que aparece para dictarme las canciones. Esa voz que aparece de la nada y que, al desvanecerse, a la nada vuelve sin dejar rastro”.

Volvamos: hay, entonces, una estructura recursiva, recurrente, obsesiva, iterada, actuando en la canción de pies a cabeza. Ese patrón que se observa en la estructura formal de la canción aparece también, como no podía ser de otra manera, gobernando el contenido del texto: en cada una de las tres estrofa vemos que Silvio dice lo mismo que ya dijo en la primera; recurre a otros ejemplos, a variaciones en la descripción de la situación, pero, en tanto que contenido, “dice” exactamente lo mismo.
Si recordamos que las palabras, además de ser sonido más o menos agradable, son vehículos de transmisión de información (y como sonido puro son susceptibles de rimar, es decir de crear armonía a través de una apropiada medición de la frecuencia de aparici[on de ciertos sonidos –terminaciones de palabras), veremos que en la primera estrofa ya está dicho todo, las otras dos estrofas sólo repiten lo ya informado en la primera, sin añadir ningún dato de peso.
Las estrofas 2 y 3 no tienen gravitación singular como “contenido”, como “información”, pero sí que lo tienen en un otro sentido no menos fundamental: su función es, precisamente, crear en quien escucha esa sensación de intento repetido, de esfuerzo renovado (siempre en los mismos términos) por alcanzar, atrapar, aquella canción imposible de la cual lo único que sabemos es que no se deja atrapar. Esas otras estrofas, complementarias o auxiliares, no están allí para informar, sino para comunicar, más allá de la ambigüedad del lenguaje, una emoción cruda, un desconcierto visceral: un impulso vital que no se puede traducir de ninguna otra manera, que para decirse o transmitirse debe mostrarse entero, tal y cual es, tal como aparece, sin mediación.

La repetición no es literal, quede claro, sino que ocurre en el plano de la significación (si bien el soporte musical es, obviamente, el mismo en cada estrofa). Como ya mencioné brevemente al exponer mi hipótesis, esta información –que es el núcleo temático de QSLA- se puede resumir esquemáticamente como sigue: Silvio quiere escribir una canción a partir de una idea que lo visita, que lo seduce; él hace lo que puede, intenta muchas veces, pero al final fracasa, la idea se (le) va, la canción se “desvanece”, “deja un rastro brillante a mis pies”, “deja mis labios en la tentación”, “no quiere saberme”.
Y eso es todo lo que “cuenta” la canción “¿Qué signo lleva el amor?”.
[Nótese cómo Silvio lleva la contabilidad de esas “derrotas”: se me desvanece, deja mis labios en la tentación, deja un rastro brillante a mis pies, no quiere saberme. Es como si Silvio hablara aún desde el deslumbre, con devoción, todavía preso de aquello que no alcanza a nombrar, de eso que lo excede y lo acosa).
En resumen: puesto que todas las estrofas “dicen” lo mismo; puesto que, como muy raras veces en Silvio, en cada ciclo el estribillo se repite de modo formulaico, sin alteraciones ni mejoras ni nada digno de mención que haga diferencia, de muchas maneras toda la cancion está ya, entera, como un holograma, en la primera estrofa. Podría pensarse que si Silvio se diera a repetir la estrofa de apertura y el estribillo, digamos, unas diez veces seguidas, el resultado emocional de la escucha sería exactamente el mismo.
(Esta condición hologramática se vería presente también en lo que ya apunté respecto a que la estructura autónoma de cada estrofa comporta una mímesis estricta de la arquitectura macro de la canción).
Por ello, lo que importa en esta canción, me sospecho, no es lo que Silvio cuenta; sino, fundamentalmente, aquello que Silvio está preguntando de modo tan machacón, y las formas en que enuncia esa(s) pregunta(s).
De ahí la obsesiva repetición de un mismo y único motivo.
Y puesto que nuestro héroe quiere cazar la “canción imposible” convengamos que ningún esfuerzo queda sobrando.
Y también que, fatalmente, todos los esfuerzos son el mismo esfuerzo.
Así vista, QSLA es una de las canciones más dramáticas de toda la obra de Silvio; aquí no se trata de un “sol adverso que va girando por el Universo esperando el día que podrá alumbrar”, ni de nostalgias infantiles, ni de sueños apuntalados con fusiles, no: aquí, Silvio va al hueso mismo de su condición, sin comodines, sin muletillas, sin apelar a credos ni dogmas, a solas con su humanidad a cuestas; aquí, el creador está interpelando directamente poderes que van más allá de lo inmediato, de lo posible; aquí, Silvio está confrontando algo que excede a “la pobre razón”, un algo que el mismo Silvio, ya compositor maduro y reconocido mundialmente, sigue sin conocer del todo y que quizás nunca conseguirá atrapar.
Y quizás por eso mismo Silvio sea quien es: por ese no dar jamás por resuelto, satisfecho, el misterio inmenso, inasible y esencial de la creación.

Entre otras cosas, esa repetición del núcleo temático de la canción, así sin alteraciones, produce el efecto curioso de que la canción no avanza: queda condenada, se diría, a dar vueltas en círculo, como un perro que persiguiera su propia cola.
Pero la canción no avanza sencillamente porque no puede avanzar: porque no hay narración, no hay relato, no hay una historia a contar; ya que, justamente, lo que Silvio nos cuenta es que no puede nunca contar la historia que le dicta “esa voz que aparece”, ese “tema total”, “pájaro eterno”, “sol colosal”: la imposible canción.
Dicho de otro modo, en “¿Qué signo lleva el amor?” Silvio se nos muestra como El Coyote y “la canción imposible” toma el lugar de Correcaminos.
¡Cuidado con la caja fuerte marca Acme, Silvio!

Debe notarse, también, que si uno cambia el orden de las estrofas, el meollo de la canción sigue intacto: la situación es la misma: la canción no se altera ni un poquitito: es que, ya se dijo, todas las estrofas son una misma estrofa. Por ello, puede pensarse que QSLA es, a su modo, una tríada de (breves) variaciones interligadas sobre el motivo de la canción que no se puede componer: núcleo temático éste que se presenta recubierto con matices de misterio, como una suerte de rumia obsesiva, monotemática: como una urgencia existencial, irreprimible: “pero algo me lleva al rincón donde duerme / y me hace velarla una y otra vez”.
Y ya sabemos, desde Freud, que la compulsión de repetición nace del deseo de saber.
Esta repetición, que es levemente disfrazada en cada estrofa al apelar Silvio a metáforas que vagamente camuflan lo ya expuesto en la estrofa de apertura (la presentación del tema) y que es, a su vez, puesta de relieve, denunciada, por el recurso a la repetición literal, sin cosmética, del estribillo, cumple el objetivo de ponernos de lleno en la situación misma que vive el trovador, como planteé en la hipótesis: la canción no puede avanzar porque se queda siempre en el comienzo, ya que cada vez que el autor trata de acabar la canción, de hacerla andar, ésta se le va, y Silvio queda en las mismas del comienzo, obligado a comenzar una y otra vez. Como aquel Sísifo de la mitología griega que fuera condenado a acarrear una piedra desde el fondo de un pozo hasta el brocal por toda la eternidad. Así Silvio en “¿Qué signo lleva el amor?”: la maravilla es que sabiéndose un Sísifo condenado por toda la eternidad, cada mañana se levanta, coge su piedra e intenta lo que de antemano sabe condenado al fracaso.
“Hay que vivir para ver...”.

Revisemos el elegante inicio de QSLA:
“Hay una canción comenzada cien veces
y creo que es la imposible canción
porque cada vez que la empiezo aparece
la voz que no alcanza mi pobre razón
Hay una canción que se desvanece
y deja mis labios en la tentación”.

Y si, de la mano de esta advertencia inscripta en el pórtico mismo de QSLA, seguimos la canción hasta el final, veremos que eso es exactamente lo que pasa: la profecía del comienzo, la admonición que abría la canción, se ha cumplido al pie de la letra: Silvio nos dijo que intentaría cantar una cancion de la que él únicamente sabe que es imposible (“no sé lo que dice, no sé lo que ve”) y que nunca se deja agarrar, que para eso empezaría una y otra vez, exactamente igual, poniendo en cada intento las mismas ganas (lo que vemos en estrofas 2 y 3 //aquello de “me hace velarla una y otra vez”) y, al final, que la canción se iría y él se quedaría con las ganas, a punto de franquear el umbral deslumbrante: una vez más, habría fallado, no habría capturado esa “imposible canción”.

Tal y cual observamos en la estrofa final:
“Hay una canción que se va cuando llego
sospecho se trata de un tema total
un ama de llaves de todos los juegos
un pájaro eterno, un sol colosal
Hay una canción que me esconde su fuego,
hay una canción que será mi final”

¿Y qué ha pasado entre apertura y cierre? No mucho, como era de esperarse: más de lo mismo, el intento vano, la afirmación de la voluntad de seguir al acecho:
“Hay una canción que se asusta de verme
no sé lo que dice, no sé lo que ve,
pero algo me lleva al rincón donde duerme
y me hace velarla una y otra vez.
Hay una canción que no quiere saberme
aunque deja un rastro brillante a mis pies”

La imposible canción se ha ido. Lo único que queda, lo único seguro, es el ansia de búsqueda, la compulsión a seguir intentando atrapar esa canción; es decir, no otra cosa que la certeza que anima la esencia misma del ser trovador: no sólo que buscar, acosar, acechar esa imposible cancion “será mi final”, mi destino, sino:
“Hay que vivir para ver
cuánto es difícil saber
qué signo lleva el amor”

Lo cual tiene por complemento directo la certeza de que el misterio de la creación es similar al enigma cósmico que hace posible la flor, que la belleza sea, ocurra en plenitud sobre el desierto de lo real. Es decir, algo que trasciende al individuo, a la persona: en esta perspectiva, ese Silvio escritor de canciones que se desnuda ante nosotros en QSLA se presenta como un mero accidente, una cadena prescindible en el azar, tan sólo un vehículo para que una fuerza primordial, como el amor (o aquello que Silvio llama “el amor”), se manifieste en el mundo: una suerte de ventrílocuo a través del cual habla esa “voz que aparece” y cuyo enigma no “alcanza mi pobre razón”.

Dado el estado del mundo, y de la comercialización desalmada de músicas sin alma, en particular (según el Indio Solari, en su impagable “Nike es la cultura”, estamos atiborrados de “canciones indoloras con motivo musical”), se nos olvida ya que la canción es, o debiera ser, un hecho estético.
Se debate desde siempre dónde reside el hecho estético: si reside en el objeto en sí mismo, o si reside en el observador. Es un debate viejo como el mundo. Una cosa es cierta, un hecho estético particular adquiere diferentes contornos según se lo mire desde el creador o desde el receptor.
Paul Valéry, uno de los poetas que ha reflexionado sobre la poesía con más hondura y elegancia que nadie, dejó dicho: “el hecho estético es la inminencia de una revelación que no se produce”. Epifanía deslumbrante ésta de Valéry: y, de yapa, describe punto por punto el asunto que merodea “¿Qué signo lleva el amor?”: buscar plasmar esa “imposible canción” sería el trabajo creador de situarse en la víspera, en la inminencia, de una revelación, de un hallazgo, que no se produce, que siempre se escapa, que a lo sumo dejará “un rastro brillante a mis pies”.
Nada más, nada menos. “Hoy es la víspera de siempre”.
Ese resto exquisito, ese efímero destello arañado al vestido de la musa que huye, ese zapatito de Cenicienta, esa punta de iceberg, basta y sobra para hacernos sentir frente a la presencia de lo sin nombre, ante el fulgor radiante de la belleza incesante del mundo y sus dolores. “¿Qué signo lleva el amor’” es, de modo radicalmente autoconsciente, uno de esos imperfectos intentos.

Recuérdese las innumerables veces que Silvio ha contado que le ha sido dado escribir X o Z canción de un tirón. De cabo a rabo, sin parar, sin borrones, en una suerte de trance, como si alguien, o algo, le hubiese dictado letra y música. Uno de esos casos, famosamente, es “Unicornio” (Y QSLA se parece mucho a “Unicornio”, con la sola diferencia de que al menos respecto al unicornio Silvio puede decir que lo tuvo alguna vez, con la “canción imposible” ni siquiera eso): Silvio ha mencionado varias veces que él tenía la música y que por mucho tiempo ensayó diversas letras, sin estar muy convencido del resultado.
Hasta que un día se sentó a escribir la letra y la tuvo lista en cinco minutos.
Silvio es uno de esos elegidos. Serrat, por el contrario, dice que a él casi nunca le ha pasado algo así, que él tiene que trabajar meses y meses para que una canción quede terminada.
[Hay un famoso diálogo entre Leonard Cohen y Bob Dylan. Ambos se encuentran después de mucho tiempo de no verse, hablan de todo un poco y en eso Cohen le elogia a Dylan una de sus canciones místicas. Y Dylan retribuye elogiando una de las canciones de Cohen. A esto, Cohen le dice a Dylan: “no sabés cuánto me costó escribir esa canción, como tres años”. Y luego Cohen le pregunta a Dylan: ¿Y vos, Bob, cuánto tardaste en escribir tu canción?”. Dylan responde: “Oh, ésa la escribí en cinco minutos”. Cohen cierra la anécdota diciendo: “Le creo cada palabra, basta verlo de cerca a Bob para entender que el Gran Espíritu lo rodea”].

LADO B
Que signo lleva el amor” es emblema de uno de los cuatro grandes grupos temáticos del trovador: a saber, (1) canciones de compromiso, (2) canciones referidas a cuestiones de pareja, (3) canciones que hablan del quehacer trovadorístico y (4) canciones que rondan la obsesión con la muerte.
Obviamente, QSLA pertenece al tercer grupo. El cual, a su vez, podemos subdividir en dos, en función del foco temático:
3a) Canciones referidas al incipiente movimiento de la Nueva Trova y a la lucha por establecerlo; canciones que ocurren, sobre todo, en los primeros años de la carrera de Silvio. Son canciones como “Resumen de noticias”, “Debo partirme en dos” y “Defensa del trovador”.
3b) Canciones en las que el cantautor, en tanto que artista individual, se da a cuestionarse sobre su propio arte, pero no a través de poner en suspenso sus certezas respecto a su lugar en la sociedad o la historia, sino por el recurso de preguntarse sobre la artesanía misma de la creación; un cuestionamiento a solas, en lo desnudo de la noche del alma, más allá de la historia y la comunidad: más o menos, la pregunta sería: ¿cómo es posible crear algo, y crear algo que lo diga todo de una buena vez? En este grupo están canciones como “La vergüenza”, “Esta canción”, “Testamento”, “Trovador de barro negro” y la esencial “La canción de la trova” (esa joya).

Todas las canciones mencionadas en el inciso “b” y otras de preocupación similar (“Una canción de amor esta noche”, por ejplo), se me ocurre, pueden/deben ser encolumnadas debajo de “¿Qué signo lleva el amor?”. Entre otras muchas razones, porque QSLA es una canción de madurez, cercana en orfebrería temática y calidad creativa a la gran cima que es el disco Unicornio (sin dudas, el punto más alto, más coherente, de la carrera del duendecillo valiente).
Si bien QSLA es lanzada oficialmente en el último volumen del Tríptico, la canción nace en el mismo período en que ocurren “Por quién merece amor”, “La maza”, “Hoy mi deber”, etc. Para prueba de esta afirmación tenemos la versión definitivamente excepcional que se puede ver en el documental Que levante la mano la guitarra, donde un Silvio que parece haberse levantado de cama apenas segundos antes de comenzar la filmación, interpreta QSLA sólo con la guitarra, sin el apoyo orquestal del disco oficial, en un salón cuyas paredes están recubiertas por instrumentos de cuerda (laúdes, violines, etc). Detalle preci(o)so que le da mayor densidad a la performance --digamos que hasta el camarógrafo se sintió tocado por el misterio de la canción (algunos DVDs actualmente en circulación no traen ninguna de las interpretaciones de Silvio en el documental; al contrario de la original edición en VHS que fuera distribuida en Sudamérica a fines de los muy olvidables años 80).
Esta versión, más cruda, más personal, menos “inflada” por recursos orquestales, creo que cumple mejor la mision kamikaze del texto. Aquí, incluso la forma en que Silvio vocaliza es más dramática, más angustiada y angustiante. Y, sobre todo, porque en esta versión no oficial Silvio elige poner en relieve el aspecto más interesante de la canción: la interpelación, el cuestionamiento, la carga de interrogación que (con/sos)tiene cada estrofa: en esta versión se hace palpable casi físicamente que Silvio está intentando dialogar nada menos que con el Gran Fantasma. Detalle que se pierde en la versión oficial, la del Tríptico, ya que los adornos orquestales atentan con distraer el asunto de la canción y llevarlo hacia una situación de crisis sentimental o algo así --algo menor, en todo caso. Esos violines, por ejplo, introducen una especie de “dulzura” en una canción que tiene muchas cosas, pero nada de dulzura.
[Según el escenario descrito por la canción, el creador aparece acompañado solamente de su instrumento; por tanto, la confesión, el diálogo con la musa tiene que ocurrir con Silvio a solas, por mediación de la guitarra. La orquesta del Tríptico pierde de vista este detalle esencial. Y se le nota por todo ello. No se puede negar que en la versión oficial el acompañamiento hace lo suyo, creando ambiente, dando estatura a la interpretación, a qué negarlo, pero lo no negociable es que no sigue la exploración autocrítica del texto].

En esta versión ocurre también que Silvio introduce una variación: hacia al final, en vez de decir “un pájaro eterno, un sol colosal”, prefiere “un pájaro enorme, un sol general”, para de allí entrar inmediatamente a la última repetición del estribillo. Y aquí convergerían ambas versiones, ya que Silvio cierra su interpretación repitiendo tres veces (¡otra vez el tres!) la frase: “Qué signo lleva el amor”. Y si este énfasis queda casi desapercibido en la versión oficial, dada la presencia orquestal, no pasa tal cosa en esta otra versión, ya que aquí Silvio canta el estribillo con gran fuerza, con una gran potencia, si bien no muy cómodo ya que sus capacidades vocales quedan muy exigidas. Y así tiene que ser puesto que el estribillo es la gran afirmación del trovador contra el tumulto autocrítico de cada estrofa, contra el misterio que no se alcanza a resolver en toda la canción: en la afirmación vacilante que rubrica el estribillo final, no sólo que Silvio declara saber que ya nunca dará caza a la “imposible canción” correcaminos, sino también, y sobre todo, que no por eso dejará de buscarla.
Resignación, bronca, sumisión: hay que leer ese “hay que vivir para ver” como un gesto de desafío incondicional, no como una declaración de derrota o una rendición ante lo inexorable (en ambas versiones conocidas se puede oír una suerte de respiro aliviado al salir Silvio del ciclo interrogador y entrar en ese puente liberador provisto por el estribillo: esto también queda subrayado en el cambio de tonalidad: cada estrofa se toca en Re menor, arpegiada, siguiendo un esquema melódico que suena como banda de sonido para una película de misterio, de intriga; pero cuando Silvio está a punto de saltar al estribillo [como dirá en otro lado: “esta canción es la necesidad de agarrarme a la tierra al fin”], Silvio abandona el esquema melódico previo e incluso la tonalidad inicial y, tras un breve paso de puntillas por Si bemol mayor y La mayor, va y se estrella con todo en un Fa mayor pleno de vitalidad y dramatismo).
No tengo que enfatizar que el valor agregado de esta versión previa a la oficial (previa en el sentido que llega primero en el tiempo, en la emoción, en el asombro) es que muestra el taller, el trabajo de aproximación a la versión final (que, se sabe, no existe, ya que esta idea “pertenece o a la religión o al cansancio”): por todo lo que hemos visto, “pájaro eterno” era la única posibilidad: lo de “pájaro enorme”, a la luz de estas pesquisas resulta, paradójicamente, minúsculo. Un énfasis sobreabundante.
Lo mismo con “sol general”: el adjetivo no va muy bien porque QSLA es dicha desde la individualidad pura.
“Sol colosal” está mejor, aunque, entre nos, no sé si me gusta del todo.

Queda bastante claro por lo expuesto hasta aquí que Silvio enhebra la canción como una pregunta. Siendo una pregunta, nos corresponde, en nuestro rol de receptores, preguntar a quién está, o puede estar, dirigida (una pregunta es tal menos porque haya un emisor, real o conjetural, inmediato o diferido, poco importa, sino porque su sola formulación presupone y demanda un receptor --es más, casi siempre lo inventa).
En “¿Qué signo lleva el amor?”, Silvio está asediando a la musa: acosando, poniendo contra las cuerdas, llevando a una encrucijada a la inspiración, a la fuente inescrutable, el manantial enigmático de donde salen las letras y las músicas.
Silvio es un creador seducido por la tradición romántico-idealista, tiene un marcado apego a la tradición de la epifanía y la inspiración, digamos, inexplicable (cosas que el materialismo histórico no puede responder y que hacían al mismo Marx rascarse la cabeza: recuérdese ese pasaje en que der alter Karl, perplejo y molesto, se preguntaba cómo era posible que los clásicos trágicos de la antigüedad griega pudieran conmovernos todavía cuando las condiciones histórico-socio-económicas de su tiempo eran tan diferentes del nuestro). Así que podemos sin mayor rollo hablar directamente de “la musa”, por más que, como ironizó Lezama, “la triste mitología de nuestro tiempo prefiera hablar del inconsciente colectivo”.

Un indicio es que en QSLA, contrario a la práctica más frecuente de Silvio, a su “estilo”, no hay metáforas ni imágenes (atavismos de su primera pasión --dibujante de historietas); aquí, como corresponde, el músico/poeta está trabajando en crudo. En una de sus letras, por lo demás, más transparentes, más explícitas: en QSLA no hay adivinanzas, ni acertijos, ni símiles desaforados: QSLA es el Gran Rompecabezas, no hay necesidad de complejidades añadidas. Todo es simple y llano en la enunciación de la canción: el pan es pan y el agua es agua. Una de las razones, me parece, es que la composición de “¿Qué signo lleva el amor?” es un epifenómeno de la madurez del artista (de ahí eso de “Hay que vivir para ver”): el joven Silvio no podría jamás haber llegado al extremo de autoconciencia creativa que se aprecia en esta canción. El joven Silvio Rodríguez estaba atento a otras cosas. El joven Silvio gustaba más de los malabarismos, éstos le servían mejor a su estrategia provocadora. Se sabe, hay aspectos de la creación que solamente se revelan luego de muchos años de trabajo, aspectos vedados a priori a quien se inicia. De no ser así, todos seríamos Mozart.
Es el Silvio maduro, ya en completa posesión de sus recursos de músico y poeta, el que se acerca al gran misterio como un aprendiz de brujo (y a la vez casi como dispuesto a cumplir esa temprana y temeraria amenaza lanzada en “Oleo de mujer con sombrero”, aquello de “que me tenga cuidado el amor, que le puedo cantar su canción”), como un novato, despojado de sus trucos y del conocimiento adquirido a lo largo del camino: es que intuye que ante el misterio mayor de la belleza y la creación nada de eso le sirve: no hay truco de tres al cuarto que valga.
Puesto que se ha convencido de que no hay modo de improvisar un atajo, ya vencido por el misterio insondable, pregunta a nadie, a alguien, al gran vacío, a quién pueda oírlo: ¿pero cómo es siquiera posible que con siete notas robadas al silencio y veinticinco letras ordenadas de acuerdo a un arbitrario sistema língüístico un hombre pueda merodear la belleza incesante? ¿Cómo es posible extraer una criatura bella y perfecta del caos amorfo, de la nada insondable?
Se ha hecho viejo el aprendiz, ha aprendido todo lo que había para aprender, y si bien el asombro está intacto, “como cuando fue la primera mujer”, la canción siempre estará dos pasos más allá. Eso es lo que afirma Silvio, resignado, al cierre de cada estrofa.
Está presente, también, la gratitud por los dones de la musa, por las canciones recibidas, por los intentos frustrados incluso, ya que en “ese rastro brillante” que queda a los pies del trovador luego de que el Gran Fantasma se ha ido es donde Silvio ha hallado su camino.

QSLA dialoga con un puñado selecto de otras canciones; sobre todo, con “¿Cómo soltar esas palomas?” y “Esta canción”. El vínculo con “Esta canción” reside en la radical apuesta a favor de la canción; en la afirmación del destino de trovador como razón de ser y seguir siendo: como si se anhelara que a través de la canción le fuera concedido al trovador desentrañar el sentido del universo.
“¿Cómo soltar estas palomas?”, por otro lado, se acerca a “¿Qué signo lleva el amor?” en que ambas merodean los bordes imprecisos de lo místico. Como dijera Wittgenstein (un ateo increíble, si se me permite la broma): “lo místico no es que haya un mundo más allá de éste, lo místico es que este mundo sea”. Lo místico, entonces, sería uno de los modos del aparecer del mundo. La frase: “¿Cómo explicar esa destreza que tiene el cuerpo de una flor?” de “¿Cómo soltar esas palomas?” muy bien podría pertenecer al estribillo de QSLA. Y viceversa, varias iluminaciones de QSLA entrarían muy bien en “¿Cómo soltar esas palomas?”.
En ambas canciones, como en toda la obra de Silvio, el elemento cohesionador ya no de la canción, sino del mundo todo, de la historia y el presente, es el amor. Eso que Silvio denomina “el amor”. Una potencia, digámoslo así, que va más allá de los vínculos contingentes de los que hablan las baladas románticas con que nos aturden radios y televisores a toda hora. (En “Llegué por San Antonio de los Baños”, al hablar de su nacimiento, Silvio dice: “Llegué donde el amor se quiso abrir”).
Desde hace un buen rato, a mí se me ha dado por pensar que Silvio usa “el amor” de la manera que en La Guerra de las Galaxias hablan de “la fuerza”: un principio cósmico, un flujo exquisito y sutil que sostiene el mundo. Una suerte de energía incesante.
A ese amor, por supuesto, es al que Silvio va y le pregunta por el origen de la “canción imposible”.
Y a ese amor le seguirá preguntando Silvio mientras pueda calzar una guitarra.

Ya para cerrar estos divagues, me permito un parrafito más o menos teórico. He evitado hasta aquí usar términos técnicos para hacer más clara mi exposición, y tal vez por eso haya salido un poco enredada o repetitiva. Pero bueno, cuando empecé a escribir había una voz que me dictaba un texto perfecto, clarísimo, y justo ahora que ya quiero terminarlo, esa voz no se deja oír más. Hay que “taipear” para ver...
En la ciencia de los signos, así llamada semiótica, se entiende cada sistema de signos como un lenguaje. Las bases de esta teoría son las de la lingüística de Saussure, quien estableció que cada signo es un ente dual, conformado por significante y significado. La yuxtaposición de significante y significado determinaría lo que denominamos signo.
El significante es el soporte material (el sonido de una palabra, la grafía de una letra escrita), en tanto que el significado es el contenido, aquel objeto del mundo al que refiere el significante. Como es obvio, la relación entre signo y mundo es arbitraria, no regida por ninguna ley física: simplemente, obedece una convención, un pacto, un consenso. Por ejplo, cuando yo escribo “mesa”, esta palabra escrita, estas cuatro letras, no tienen nada que ver con el objeto mesa, esa cosa de madera y cuatro patas sobre la que apoyás la computadora en que leés esto. Para que “mesa” denote ese objeto y no otro, hay que aceptar la convención del idioma, del ente regulador que establece que a tal grafía (o tal sonido, en el caso del habla) corresponde tal entidad en el mundo. Esa relación es válida únicamente dentro de un idioma particular; en otro idioma, el significante para referir al mismo objeto será distinto. Por eso, cada sistema de signos forma un lenguaje autónomo, sujeto a sus propias reglas (una gramática, una sintaxis), determinando lo que se llama “el código”. Por ejplo, un foco rojo es un foco rojo y nada más. Pero si voy en auto y llego a una esquina y veo un semáforo, entro en un sistema de signos: ipso facto, el foco rojo, en tanto que objeto, es ahora significante de un signo que en el código sistema de tránsito tiene por significado la orden que yo detenga el auto. Ahora, si estoy en algunos lugares rurales de Sudamérica y veo un foco rojo, entro en otro sistema de signos: ese foco rojo pasa a ser el significante de un signo que en el sistema semiótico de esos lugares significa “casa de putas” (podré detener el auto ante este foco rojo, pero, claro, lo haré obedeciendo otro código --tanto o más riguroso //y arbitrario).
Así como es arbitrario que “mesa” nombre el objeto-mesa, también es arbitrario que “mesa” sea pronunciado como lo pronunciamos en nuestro idioma.
Básicamente, ésto es lo que establece la semiótica.
Si interpolamos estas nociones a la canción que nos ocupa, veremos que pasan algunas cosas interesantes. De hecho, ya desde el título la canción (se) está preguntando por estas cuestiones: es, justamente, un intríngulis semiótico: ¿Qué signo lleva el amor?
Si pensamos toda canción como un signo, podemos pensar que música y letra determinan el significante, y que el significado es el “mensaje” o “contenido” de la canción.
Obviamente, la música es tambien un sistema semiótico en sí mismo, un lenguaje, una constelación de signos ordenados de acuerdo a una convención particular (de ahí que saber música implique saber leer música).
Y si recordamos que cada palabra es arbitraria respecto al objeto que refiere, tanto más arbitraria resultara la adición de un conjunto de palabras hasta formar el texto de una canción. Así ordenadas estas nociones, la interdicción semiótica que escinde significado de significante tendría, necesariamente, que acentuarse en grado exponencial. Y tal cosa es lo que ocurre en casi todos los casos. Pero resulta que, por todo lo explicado anteriormente, desde el punto de vista formal, en “¿Qué signo lleva el amor?” asistimos a una aporía: la fusión insólita de significado y significante.
En QSLA el medio es el mensaje. Y viceversa.
Más allá de estas paradojas, lo importante es ese preguntar de Silvio por el “signo” que lleva(ría) “el amor”. Dicho sea de paso, curiosa elección de verbo allí: ¿llevar? ¿Es que el amor, o cualquier objeto ya que estamos, lleva un/su signo? Yo diría que cada objeto es el signo que lo define como tal.
¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?
¿Qué está pidiendo Silvio?
¿Qué le ha susurrado esa voz que aparece y deja sus labios en la tentación?
¿Qué ha aprendido Silvio al cabo de tantos años habitando la inminencia de una revelación que no se consuma?

Ese signo, de haberlo, habrá de ser, justamente, la canción imposible, la certeza concretada de un atisbo de trascendencia.
Ese signo tendrá por significado la potencia cósmica que también hace posible la flor.
Ese signo tendrá por significante la “tonada inasible”.

Postdata:
Darse a reflexionar sobre el arte propio -al tiempo que se está trabajando sobre tal arte- no es exclusivo de Silvio o de la Nueva Trova (si bien no se me ocurre pensar en algún otro momento de la Trova en que haya algo similar a QSLA). Es un momento muy singular de la creación artística que se puede observar en la madurez creativa de algunos de los mayores poetas, pintores, novelistas e incluso cineastas (David Lynch en Mulholland Drive, sería un ejemplo luminoso). Al hilo de esa idea, me gusta poner a dialogar “¿Qué signo lleva el amor?” con dos particularísimos momentos de la cultura popular del siglo veinte. Momentos que, sin incurrir en ningún agravio comparativo para con ninguna de las partes, resultan paralelos a esta canción en más de una faceta. Este diálogo se hace posible de la mano de los dos más importantes trovadores en lengua inglesa de este siglo: Leonard Cohen y su megacanción “Hallelujah” y Bob Dylan con esa summa angélica que es “Mr. Tambourine Man”.
Muchos críticos notables -como el dos veces inmenso Greil Marcus- han establecido este paralelismo entre las citadas canciones de Dylan y Cohen (ambos nominados en los ultimos años al Premio Nobel de Literatura por la poesía de sus canciones), y se han dado a hablar de ellas en términos de “el artista y su búsqueda de la trascendencia”, una búsqueda que no es dócil, sino, ante todo, cuestionadora.
Silvio no menciona en su canción -en ningún momento- el nombre explícito del interlocutor al que las preguntas de “¿Qué signo lleva el amor?” están dirigidas. Bob Dylan, en cambio, prefiere nombrar a tan elusivo interlocutor, lo llama, justamente, “Míster Tambourine Man” (o sea, “señor de la pandereta”). Y Cohen (quien es judío, como Dylan, y de profunda religiosidad, al punto que ha pasado en monasterios budistas casi 20 años y ahora es un monje) directamente conduce su canción como un interrogatorio a la divinidad, a lo imposible.
“¿Qué signo lleva el amor?” no se achica ni un tantito así ante ninguna de estas dos canciones colosales, ante estas esfinges tebanas de nuestros tiempos inmóviles.
QSLA camina por el mismo trillo. Y a buen paso.

En el clímax teológico de su “Hallelujah”, Cohen declara: “Ya estuve aquí mucho antes. Conozco este lugar. Ya caminé por este piso. He visto tus banderas ondeando sobre arcos de mármol, pero también sé que el amor no es una marcha de victoria”.
En 1964, cuando compuso “Mr. Tambourine Man”, Dylan era la bandera del movimiento contra la guerra en Vietnam, la voz de los militantes por los derechos civiles, el padre de lo que se llamaría la canción protesta. Su figura no podía ser más grande. Sin embargo, cuando se halla ante Mr. Tambourine Man, Dylan se presenta a sí mismo como el “payaso andrajoso que sigue tus huellas”. Y si bien este personaje misterioso no es descrito (sólo sabemos que toca una pandereta), Dylan nos da a entender que Mr. Tambourine Man es el dueño de todas las canciones. Dylan se acerca al hombre de la pandereta diciendo “estoy listo para ir donde quieras llevarme” y “házme desaparecer a través de los anillos de humo de mi mente”, para pedirle que lo conduzca “a través de las brumosas ruinas del tiempo, más allá de las llanuras congeladas”, “muy lejos del retorcido alcance de este tormento enloquecedor” “antes que el imperio del atardecer retorne a la arena y la canción se desvanezca entre mis manos”.
En su búsqueda de trascendencia, Silvio llega a lugares muy similares a los que, por medios no tan distintos, llegan Cohen y Dylan.

Qué alegría que haya Silvio Rodríguez en el mundo.





[b] QUE SIGNO LLEVA EL AMOR [/b]
Hay una cancion comenzada cien veces
y creo que es la imposible cancion
porque cada vez que la empiezo, aparece
la voz que no alcanza mi pobre razon
Hay una cancion que se desvanece
y deja mis labios en la tentacion

Hay que vivir para ver
como ha sabido crecer
tanto misterio en la flor
Hay que vivir para ver
cuanto es dificil saber
que signo lleva el amor

Hay una cancion que se asusta de verme
no se lo que dice, no se lo que ve
pero algo me lleva al rincon donde duerme
y me hace velarla una y otra vez
Hay una cancion que no quiere saberme
aunque deja un rastro brillante a mis pies

Hay que vivir...

Hay una cancion que se va cuando llego
sospecho se trata de un tema total
un ama de llaves de todos los juegos
un pajaro eterno y un sol colosal
Hay una cancion que me esconde su fuego
hay una cancion que sera mi final.
Maine
Excelente, nadie puede decir de vos que sos un hombre de pocas palabras
jejeje. Dijiste que esta canción dialogaba con otras, yo creo que Silvio podría llenar toda una sección de canciones que refieren a la difcil tarea del artista de poner un mundo de sentimientos, sensaciones o ideas en palabras. En eso tiene influencias de Becquer, eso de tener mucho para decir pero sentir que el pobre idioma humano no es suficiente para designarlo. ¿cómo encerrar al amor en un signo? De las canciones en que se auterrefiere como artista, creo que ésta es de las que expresa su imposibilidad de alcanzar el ideal estético que persigue, la canción se le escapa (como pasa a veces con el pequeño trovador de barro negro) y se le hace inasible. Por eso repito lo que dije en ese análisis: Ojalá todos "fracasáramos" como Silvio. Gracias por el aporte
_________________
Sebadelsol
lLO guarde y lo lei!
increible buen analisis no se que colocar solo que espero mas analicis sobre ese amigo mucho gusto.
Yolo habia tomado como la pregunta que gestionas en algun momento en tu hipotesis.
¿Ques igno lleva el amor?
andale gracias!

escaramujo
Güije

Impresionante. Una de las cosas que más disfruto de Silvio es el diálogo que mantienen unas canciones con otras. A ver, para que afines, porque creo que te has quedado un poco corto :guiño

¿Por qué incluyes La vergüenza entre las canciones que hablan sobre la canción? Explícamela un poquico porque creo no haberla entendido entonces.

Se me ocurren tantas canciones de Silvio que hablan sobre la canción o el proceso creativo, sobre todo en los últimos tiempos(Corrígeme poruqe por supuesto de algunas no estoy seguro):Compañera, Hallazgo de las piedras, si seco un llanto, la maza, pedacito de papel al viento.

Se me ocurre que podrías aclararme un poco La verdadera dimensión de las cosas. Simplemente darme alguna pista, que ya intento seguir yo luego el camino. Yo sospecho que puede tener que ver con estas, pero no sé.

Muchas gracias por todo
ahernac
Que gran interpretación Lars, no dejas de sorprender y me encanta la forma que involucras temas, personajes, etc para relacionar y complementar más en profundidad sus temas.

En lo personal este tema siempre me sonó más bordeando a un "acto fallido" por su esencia, esa "inaccesibilidad" a la conciencia del individuo y a la vez sus ganas de "escapar" (la canción).
lars larsen
perdon por no haber contestado antes, escaramujo.
Escaramujos
Pero a ratos se me ocurre que puede estar en otra categoría de las que expones, en la de la muerte, en realidad a la pulsión de muerte que en resumen (y bien es resumen ya que es un término bastante complicado y que lo estoy sacando un poco de contexto) se manifiesta en los fenómenos de repetición, pulsión pensando en ese "empuje" por alcanzar una meta y autodestructivo o de muerte por el final que se expone.
Pues, estos días (que en esto andamos a rachas) me da la impresión de que es otra canción sobre la canción, sobre el misterio de la creación poética y artística. El principio lo interpreto como una alusión a la depresión (la conocí de mucho por costumbre en cierto funeral de la cabeza/pero al que se le apagan las estrellas). Los versos que me inducen a pensar en el arte son: ¿qué le puede importar si un foco brilla?/te seduce con cantos como plazas y te mata en placeres como versos/ella no es buena amante para un hombre, ella te absorbe tanto que no es buena. Sin embargo debo reconocer que hay muchas alusiones a la muerte, también a lo trascendental (las galaxias, el universo) y que el final no termina de encajar. Mejor, la seguiremos cantando y escuchando con mucho placer y ya llegará el fogonazo.
lars larsen
ninguna duda en eso
escaramujo
He puesto todos mis discos de Silvio sobre la mesa y, si te digo la verdad, me doy cuenta de que las imagenes de las carátulas no me gustan mucho. Todas son un poco obvias, redundantes pues suelen mostrar a Silvio cantando o nos enseñan un unicornio o a Silvio besando a una señorita, o unas mariposas porque el disco se llama mariposas, o unos ángeles de mazapán. Es más la de expedición no me parece la peor, a pesar del surrealismo daliniano tan evidente.

Así que puesto a votar la que más me gusta es la de Silvio. Ese claroscuro del poeta que se mira las líneas de la mano ¿su destino?, pero a la vez nos descubre en esa palma y esos dedos el mecanismo que hace sonar su música. ¿No han visto de cerca mis manos aun? Son de metal, blando y duro como yo.

En cunato a la portada de Descarte, que también es de las que más me gusta está de un lado el evidente doble sentido del título. descartes son las canciones que lo componen, pero Descartes es también el carrete sobre el que se enrrolla el hilo de toda la bobina del pensamiento occidental. Esa idea cartesiana se ve corroborada por la presencia de la señal de prohibido (las normas sobre las que se levanta el encorsetado mundo racional de la Ilustración y el pensamiento burgués). Ese ideal elevado (está en la parte alta de la foto) contrasta con la realidad a ras de suelo, esa papelera llena de basura, las pintadas de la pared y la botellita tirada en la acera. Fianalmente Silvio parece un extraño en medio de ese mundo, está de frente, pero con el rostro vuelto al Este, mira ya a lo lejos, ya a la papelera.

Si te fijas en la foto de mi hermano (el avatar) ha adoptado un postura parecida a la de Silvio (que buena memoria tiene el chico) Han limpiado las pintadas y la papelera aparece vacía. En especial me llama la atención lo de las pintadas.

Pensandolo bien esta es la mejor portada de los discos de Silvio.

Confirmado la foto era de París, se trata de una calle del barrio latino. Mi hermano pasaba por allí y ¡se dio cuenta!. Fíjate que está la señal.

Olivio
Alguien conoce a larsen?? No sera Silvio camuflado quien escribe?? j aja. La verdad excelente amigo lars, para ser sincero no podria ser capaz al menos en este tiempo, en este instante de hacer un analisis asi, pero de todas formas despues de leer el tuyo como que no quedan ganas de comentar mucho m as, jaa. Comento sobre este analisis, ya que en la letra que hace alusión el mismo esta una de las frases que mas veneración tengo, me refiero a la siguiente: "hay que vivir para ver como ha sabido crecer tanto misterio en la flor" Bueno, abrazo grande a todos ...

No hay comentarios: