martes, octubre 02, 2012

La nueva trova recuerda la sociedad cubana de los 70

Los trovadores que comenzaron a crear en los sesenta ―unidos luego en el Movimiento de la Nueva Trova― iniciaron un recorrido alucinante por la sociedad cubana de entonces por Mabel Olalde Azpiri La Nueva Trova se nos revela en la actualidad como una época hecha canción. Permite descubrir la forma de ser y las aspiraciones de aquellos jóvenes cubanos que se transformaron en los padres de hoy; muchachos que en los años sesenta empezaban a vivir entre contradicciones, aciertos, inconformidades, cambios y permanencias, hermanados por una utopía, mitad realidad y mitad ensoñación. Este Movimiento constituye un pilar fundamental en el desarrollo de la canción cubana de las últimas décadas.
Dentro de él, destacan las obras de tres de sus fundadores ―Noel Nicola, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés― quienes, a su vez, sobresalen por la centralidad que han alcanzado en el panorama musical cubano y por su influencia en el quehacer de numerosos músicos que vinieron después. Ante todo, es necesario subrayar que la Nueva Trova, como hecho cultural que emerge a partir del período revolucionario, no surge de la nada ni es resultado solamente de la ruptura que experimentó Cuba en cuanto al tipo de relaciones sociales, de poder o de propiedad sobre los medios de producción. Esta expresión es deudora de toda una tradición que se ha trasmitido de generación en generación. La mayoría de los críticos, artistas y estudiosos del tema concuerdan en que el surgimiento de esta expresión musical se entronca con el desarrollo de la canción cubana iniciado desde el siglo XIX. Se refieren, así, a aquella primera trova, uno de los incipientes y más notables frutos de la primigenia identidad nacional; compuesto por versos y melodías que nacieron de las ansias, ideales y búsquedas de lo que los cubanos eran ya y de lo que querían ser. Hacia finales de los 50 e inicios de los 60, todavía los “viejos” trovadores traían guardadas en la memoria y en el vientre de sus guitarras todo un arsenal de composiciones que serían acogidas por la nueva vida cultural como testimonio de ascendencia y terreno fértil para cultivar nuevas melodías. Sin embargo, los primeros años de la Revolución cubana, signados por un afán de transformación general, necesitaban una lírica que asumiera el nuevo sentir y las luchas sociales del momento. Es de ese modo que, sin olvidar a sus parientes de antaño, comenzaron a aparecer en varios puntos de la geografía nacional ―fundamentalmente en La Habana― jóvenes cantores que, como los otros, fundían cuerdas y pulmón: eran los trovadores que crecían con la nueva sociedad.

Su música reflejaba compromiso, cuestionamiento y reflexión en torno a los nuevos tiempos. Paralelamente, existía un clima internacional de evolución de la canción popular. Tal renovación germinó en las generaciones más jóvenes e implicó una franca ruptura con respecto a casi toda la producción artística inmediata anterior, una vuelta a las raíces populares y un renacimiento de la conciencia cívica.

En la vida cultural de la Isla, marcada por la sucesión de polémicas entre artistas e intelectuales, todos estos elementos adquirieron dimensiones propias y características muy particulares de innegable complejidad. En ese escenario cristalizó la Nueva Trova como corriente artística y tuvo lugar el encuentro de jóvenes trovadores en Manzanillo del que deviene la fundación del Movimiento de la Nueva Trova, en el año 1972.

Aquellos cantautores, que intentaban redimensionar la tradición desde lo experimental, vivieron también todos los sucesos ambivalentes y radicales que moldearon lo que sería luego la política cultural de la sociedad revolucionaria. Del sueño a la poesía…[1] La Nueva Trova no es una expresión cultural homogénea y sería imposible, en pocas líneas, abordar todas sus aristas.

No obstante, un acercamiento a su matriz fundacional ―el Movimiento― y a tres de sus figuras cimeras ―Silvio, Pablo y Noel― permite apreciar algunas esencias de esta corriente musical que permanecen como características fundamentales del género desde su nacimiento hasta nuestros días. Uno de los hallazgos más logrados, relevantes y disfrutables de la música creada por estos artistas es la manera en que integraron orgánicamente, con un resultado estético inigualable, diversos elementos: el contenido y la forma, el texto y la melodía, lo nuevo y el legado cultural heredado, lo nacional y lo foráneo, lo tradicional-popular con lo culto y lo masivo. Muchos de los nuevos trovadores cubanos se vincularon durante su infancia a maneras autóctonas de hacer música como el son o la guajira.

Al llegarles la juventud asumieron expresiones anglosajonas que van desde los spirituals afro-norteamericanos y el feeling ―por ejemplo, en el caso de Pablo Milanés― hasta Bob Dylan y el dueto Lennon/McCartney ―en Silvio Rodríguez―. Más tarde, con la irrupción de grupos como Manguaré y Moncada, todos ellos se acercarían a las tradiciones de los países del sur latinoamericano, incluyendo a Brasil. En estos años, vivencian asimismo un acercamiento más consciente hacia disímiles formas del acervo musical cubano, como la guaracha, el danzón, el guaguancó, entre otras, las cuales dejaron su huella en la nueva trova y viceversa.

Es sumamente interesante el empleo de las raíces afrocubanas y caribeñas. En este caso, podemos recordar “Canto Arena” y “Canción en harapos” de Silvio, compuestas de conjunto con el grupo matancero Afrocuba. Por su parte, Pablo Milanés expresó en varias ocasiones que se propuso hacer un tipo de canción con el cual pudiera identificarse cualquier hombre o mujer del Caribe, tanto por el aspecto musical como por el contenido de los textos ―casi a simple vista destacan como ejemplos “Soy del Caribe” o “Son de Cuba a Puerto Rico”.

Las interinfluencias entre las obras de Silvio y Pablo ―y entre las de ellos y las de otros músicos muy relevantes como Leo Brouwer, Sergio Vitier, Eduardo Ramos, Sara González, Emiliano Salvador, entre otros, durante el tiempo en que ambos formaron parte del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC― dejaron su sello en otro grupo de trovadores que ya venía trabajando en líneas similares; como Noel Nicola, fuente de inspiración y guía del Movimiento; Vicente Feliú, Augusto Blanca, Eduardo Ramos y Martín Rojas.

Todos admiten los aportes recíprocos y la estrecha relación tanto creativa como afectiva que los acopló en proyectos comunes, sin que ello condujera a copias o unificación de criterios formales. A tales relaciones se suman las existentes entre los nuevos trovadores cubanos y músicos extranjeros como Milton do Nascimento, Chico Buarque, Víctor Jara, Violeta Parra, Mercedes Sosa, Daniel Viglietti o Joan Manuel Serrat.

Para acercarse a la obra que brotara del Movimiento de la Nueva Trova es necesario despojarse de aquellas visiones rotundas y pretenciosas que intentan oponer un tipo de creación a otra, o evaluar su calidad estética según su origen o el espacio en que se disfruta. En ella se recoge la tradición folklórica y popular de la nación cubana; se representa el sentir de las masas que se habían convertido en sujeto y actor del cambio que se producía ―aunque esta representación no en todo momento es consonante con los medios masivos de comunicación y casi nunca explota la estereotipia, la repetición o los formatos industriales comunes a los productos consumidos masivamente―.

Al mismo tiempo, se ofrecen creaciones con un grado de estilización inusual en la canción llamada popular o masiva y, tal vez, más cercana a lo que se considera expresión de “lo culto”. Las canciones de la Nueva Trova son joyas de nuestro patrimonio cultural tanto por sus textos como por las melodías que proponen sus obras. Es por eso que pudiera parecer también estéril la disquisición que intenta definir si uno u otro trovador del Movimiento es un poeta que compone música o un músico que crea poesía.

Cuando leemos las letras de las canciones saltan a la vista valores poéticos incuestionables, pero también en la mayoría de los casos hay un “algo” que nos indica que se trata de textos para ser cantados y no para ser leídos o recitados. Los textos de Pablo fluyen con una naturalidad indescriptible junto a la melodía y pudieran resultar más sencillos que los de Silvio, por ejemplo. Parecieran concebidos únicamente con la función de ser cantados. Sin embargo, es posible leerlos como poemas o colocarlos junto a una carta de amor: Suele ser violenta y tierna, no habla de uniones eternas, mas se entrega cual si hubiera solo un día para amar. Sucede en otros casos que algunas imágenes aparentemente desafortunadas o gratuitas mientras se leen los textos adquieren otra dimensión cuando se escucha la canción. Es como si el texto se abriera a nuevos significados y hasta a una nueva lógica.

Sensorialmente, pareciera que las palabras pueden comprenderse solo a partir de esa melodía precisa que propone el autor o que la música solo admite los versos que conforman el tema en su conjunto. En estas composiciones es obvio el eco de la poesía de fuerte arraigo popular, como la creada por Juan Cristóbal Nápoles Fajardo (El Cucalambé) o los decimistas campesinos ―esta última, más explícitamente vinculada a la música―. También es evidente la asunción de la poesía cubana realizada en los círculos cultos de los románticos del siglo XIX. Además, es imposible poner en duda la presencia en estas obras de la poesía martiana; la cual está implícita o explícitamente asociada a las canciones, muchas veces a través de musicalizaciones de sus poemas. No podría ignorarse tampoco la impronta de Nicolás Guillén, Rubén Martínez Villena, Fayad Jamís, Félix Pita Rodríguez, Miguel Barnet, Roberto Fernández Retamar y el grupo Orígenes, entre otros.

Se asimilan además movimientos artístico-literarios internacionales como el simbolismo, el modernismo o el surrealismo. Poetas como César Vallejo, Antonio Machado, Miguel Hernández, Pablo Neruda y Vicente Huidobro se suman a las fuentes de inspiración. Incluso, se puede ver en ciertos casos cómo la obra de un solo autor reúne un sinnúmero de influencias poéticas. Tal es el caso de Silvio, que en “La gota de rocío” nos recuerda de lejos las composiciones del poeta decimonónico cubano Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido); mientras que en “El pintor de las mujeres soles” se acerca a ciertos aires de la poesía vanguardista latinoamericana: El pintor, brilloso como la luna, con su pelo largo, con su barba culta de polvo, escupió un cangrejo desde el dibujo y le puso fecha a su despedida […] El pintor de las enredaderas de luz escribió sus últimos signos con triste desesperación. Y dejó sus restos a los amigos pidiéndoles solo paredes para sostenerlos.

En estas canciones se deja ver una gran variedad métrica en los versos y estrofas que componen la obra. El lenguaje y estilo utilizados para componer muestra tal versatilidad que es posible asistir en una misma composición al empleo de una imaginería casi modernista, junto a los ecos del romanticismo español, la fuerza de estrofas más bien vanguardistas o la sencillez de un tono casi coloquial. En este caso, un ejemplo pudiera ser la canción “Detrás de una guitarra”, de Nicola, donde se combinan el lenguaje coloquial y aquel otro lleno de metáforas, que de conjunto proponen una impresión de la vida cotidiana cercana a la antipoesía: Detrás de una guitarra hay un tipo lleno de complejos […] un tipo que camina y que hasta escupe, suda, come, traga […] que cuando llueve observa con calma su patio mojado, pendiente de guerras, sediento de años. […] un tipo que hasta tose, y que estornuda, va al baño y hace el amor.

Yo digo que las estrellas[2] Se puede señalar que una de las temáticas abordadas constantemente por la Nueva Trova es la autoconciencia del propio quehacer del trovador, sus aspiraciones y razón de ser. El tema “Pobre del cantor” de Pablo Milanés reza: Pobre del cantor de nuestros días que no arriesgue su cuerda por no arriesgar su vida. […] Pobre del cantor que un día la historia lo borre sin la gloria de haber tocado espinas. Pobre del cantor que fue marcado para sufrir un poco y hoy está derrotado […] Pobre del cantor que no se imponga con su canción de gloria con embarres y lodo.

Precisamente esta autorreflexión constante sobre el papel del artista y del intelectual refleja la lucha tenaz que libraron los representantes del Movimiento contra el facilismo, la mercantilización y la baja calidad artística. Silvio lo traduce de este modo: Yo también canté en tonos menores. Yo también padecí de esos dolores. Yo también parecía cantar como un santo. Yo también repetí en millones de cantos: “Te quiero, mi amor, no me dejes solo. No puedo estar sin ti, Mira que yo lloro”. Pero me fui enredando en más asuntos, aparecieron cosas de este mundo.

Otra de las matrices esenciales que atraviesan casi toda la producción de la nueva trova es el tratamiento del amor y de lo político. El primero, entendido no solo como el amor erótico ―a pesar de que resulta un tema amplia y profundamente abordado―, sino el amor comprendido en su más elevada y extensa concepción. El amor como un todo único que encuentra los más disímiles motivos “queribles, besables, amables” para realizarse, el amor como la fuerza vital que hace posible los grandes cambios entre los seres humanos.

A veces el amor es abordado con códigos más o menos habituales de la “canción de amor”; por ejemplo: “Paloma mía”, “Llueve otra vez”, “Yolanda”, “Mi lecho está tendido”, “Hoy la vi”, “La felicidad”, “Para vivir”, “Ámame como soy”, “Ya ves”, “Es más te perdono”, “Esa mujer es un dolor”, etc., en las que, no obstante, se vivencia una ruptura con respecto al repertorio de imágenes que han poblado casi por antonomasia este tipo de canciones. Sin embargo, en la mayoría de los casos, el enfoque tradicional de la unión entre quienes se aman es trascendido y el tratamiento del tema llega a adquirir ahora una inusitada riqueza de matices. Se intenta reflejar en toda su complejidad y profundidad las relaciones en el interior de la pareja y de la pareja con el entorno que les rodea.

La reafirmación de la sociedad patriarcal y machista va caducando en pos de expresiones más humanistas, todo lo cual se expone en “Amor” y “Yo no te pido” de Pablo, o cuando este mismo autor en “Principio y fin de una verde mañana”, luego de un recorrido erótico, le confiesa a su amante: “Déjame al despertar tener la dicha/ de hablar y compartir nuestros anhelos”. Ahora se le canta a una “Eva” que no desea ser “paridora pagada con pan”; que prefiere enfrentarse al qué dirán, adquirir un “semental” y darle un uso sin dudas normal… En fin, una Eva que encoge de hombros a Adán. Silvio defiende en sus canciones una concepción diferente respecto a valores instalados en la conciencia de los hombres y que no están acorde con los nuevos tiempos: “Aunque no esté de moda”, “Qué se puede hacer con el amor”, “La familia, la propiedad privada y el amor”, “Desnuda y con sombrilla”, “Casi Gladys", “Carmen y un poco de todos (canción de invierno)”.

Esta última, desde versos muy bien escogidos y sutiles, invitan a replantearnos muchas de nuestras seguridades: Pero necesitas quedar bien con todo, todo que no sea bien contigo misma. La angustia es el precio de ser uno mismo. Mejor ser felices como nuestros padres y hacer de la lástima amores eternos hasta que a la larga te tape el invierno.

Así, también se tratan temas políticos, con la particularidad de que lo político transita de este sentimiento de amor hacia lo humano, de que nada resulta ajeno a los trovadores. Dirían Noel, Silvio y Pablo, juntos en una canción: Del amor estamos hablando, por amor estamos haciendo, por amor se está hasta matando para por amor seguir trabajando. Ya quedó anunciado entonces que para los autores de estas canciones, inspirados por una profunda vocación humanista y liberadora, son inseparables unos sentimientos de otros: lo lírico, de lo social; la vida cotidiana, de la obra artística. “

A caballo”, de Silvio; “Te quiero porque te quiero”, de Pablo; “Créeme”, de Vicente Feliú y “Ya están las semillas”, de Nicola, son solo cuatro ejemplos de tal estado de ánimo donde se funden el trabajo, las aspiraciones en relación con el cambio social y la búsqueda del amor. En “Para una imaginaria María del Carmen”, de Noel Nicola, encontramos versos como estos: María del Carmen, tan limpia y tan libre, limpia de ser virgen, libre de prejuicios. […] María del Carmen no piensa en los trapos, ni en lazos, ni en cintas, ni en viejas muñecas. María del Carmen olvida a los novios, la Patria es quien toca de noche en su puerta. […] María del Carmen, si llego a encontrarte tendré, de seguro, que amarte y amarte y amarte.

 Toda esta gama de pasiones y el tratamiento de lo político se mueven casi siempre en el espacio de lo cotidiano ―siempre con una aspiración de trascendencia y universalidad―, terreno preferido por las creaciones trovadorescas, que pueden llegar a convertirse en verdaderas crónicas del cambio histórico ―“Hallazgo de las piedras” o “Llover sobre mojado”, ambas de Silvio Rodríguez―. En otras canciones, como “El papalote”, este autor expresa su visión de la desigualdad social y la discriminación racial propias del pasado republicano, a través de una mirada entrañable e intensa a su infancia. “La vergüenza”, “Yo digo que las estrellas”, “Me acosa el carapálida”, “Canción por la unidad latinoamericana”, “El tiempo está a favor de los pequeños”, “Por la vida juntos”, “Playa Girón” ―entre otras que abordan temáticas históricas como “Canción del elegido”, “El mayor” o “Se fue a bolina”―, van conformando las matrices axiológicas que rigen el mundo simbólico de la nueva trova.

Detrás de toda esta inspiración subyacen valores que han nutrido desde siempre el pensamiento cubano y que se hayan presentes, a modo de síntesis, en la labor intelectual de José Martí ―austeridad, antiimperialismo, internacionalismo, latinoamericanismo― y que son, en última instancia, expresiones del independentismo que acompaña las raíces de la cubanidad. Vale destacar la existencia por aquellos días de un contexto social donde la nación y la nacionalidad cubana encontraban un espacio para realizarse plenamente.

La posibilidad de construir un proyecto de sociedad ansiado desde hacía más de un siglo, devino una activación de la conciencia social y cívica, además de la afirmación de valores como el desinterés o la solidaridad. Un momento convulso, complejo y contradictorio en que cada hombre ―o mujer― comprometido con la nueva sociedad diseñaba su proyecto de vida individual a la par que contribuía a fraguar el proyecto de país.

 Por eso, más que contestatarias ―como resultaban ser otras expresiones de la canción popular internacional de aquellos años―, las de la Nueva Trova constituyeron creaciones orgánicas al sistema social. Lo que no significa que faltara, en las canciones, la crítica de ciertas acciones sociales que se producían. En piezas como “Resumen de noticias”, “No ha sido fácil” o “No vivo en una sociedad perfecta” se muestra la existencia de una inquietud y una constante reflexión con respecto a su entorno por parte de estos jóvenes.

Las composiciones no son ―por lo general― vulgares panfletos y hacen estallar los tradicionales prejuicios lanzados contra la “creación militante”. Cada autor y cada composición encontraron su propia manera de expresar estos pensamientos y emociones. Tras la guitarra siempre habrá una voz… Algunos se atreven a afirmar que no hay mejor historia sobre la Cuba de los últimos 50 años que aquella contada por la Nueva Trova.

 Afirmación aparte, el hecho es que los cantautores que comenzaron a crear en los sesenta ―para agruparse luego en torno al Movimiento de la Nueva Trova que surgiría en la oriental ciudad de Manzanillo poco antes de terminar el año 1972― iniciaron un recorrido alucinante por la sociedad cubana de entonces, camino que continúan desandando las más recientes hornadas de trovadores cubanos.

 A partir de todo lo anterior salen a relucir, como aportes del Movimiento de la Nueva Trova a la nación cubana, el hecho de haber diseccionado como nunca antes problemáticas sociales, históricas y filosóficas ―es constante en la nueva trova la preocupación por la vida, la muerte, la razón de ser del hombre, el destino de la humanidad, sus enigmas o certezas― y su clamor por el establecimiento de relaciones más justas con respecto a las mujeres, los niños, los ancianos, los desposeídos y otros sujetos sociales comúnmente relegados a planos secundarios.

Los trovadores desbordaron el terreno de la música y se relacionaron estrechamente con otras expresiones artísticas como el cine ―no solo en el marco del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, fundado en 1969― y con grupos literarios y plásticos. El Movimiento de la Nueva Trova estuvo inmerso, además, en numerosos proyectos culturales que contribuyeron a elevar espiritualmente la experiencia vital de los cubanos. Más aún, abandonaron esa “torre de marfil” concebida como espacio para la creación artística y se lanzaron a construir con sus manos, como cualquier hombre o mujer de a pie, el sueño que impulsara a los cubanos de los 60.

En detrimento de todos estos valores culturales, se hace notar que el uso indiscriminadamente sistemático de esta música como parte de campañas propagandísticas o publicitarias menoscaba lo que Walter Benjamin llamara “el aura” de la creación. Pero, aun así, cabría preguntarse si hubiera sido posible construir una nueva sociedad sin esta banda sonora que acompañó sus nacimientos y primeros pasos, porque no solo se puede, escuchando esta música, acercarse a un período histórico fundacional; sino que las canciones surgidas en el seno del Movimiento de la Nueva Trova constituyen para muchos una manera de reencontrarse con las utopías.
----------------------------------- Notas: 1. De una canción de Silvio Rodríguez. 2. Ídem. Tomado de Cubanow .

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