domingo, diciembre 23, 2012

Canta y cuenta su tiempo

Calles de La Habana, acordes de guitarra, un tono grave, un escenario en Los Sitios, en el centro de la capital cubana. Se adivina desde el principio quién está sobre él: lo que suena es “La maza”. Uno de los conciertos de la gira por los barrios, que viene haciendo el trovador hace ya más de dos años, abre Silvio Rodríguez. Ojalá, documental del español Nico García, que propicia un acercamiento a la figura y, desde su perspectiva y la de sus allegados, una visión de este país -y por momentos, del mundo- en los últimos 40 años.





Silvio, parado en hoy, mira hacia atrás, pone la vista en lo recorrido y autorreflexiona. “En las noches me bajaba de la cama, descalzo para no hacer ruido, y me iba lejos a tocar mi guitarra”, así se adentra en su etapa de recluta, y luego en días de botas rusas, pantalones de caqui, indignación por una guerra genocida, fascistas gobernando, días de selvas llenas de guerrilla. Evoca el alma de la época y su correlato en canción.



Los aires de revolución, favorecidos por los acontecimientos en Cuba y el mundo, cambiaron radicalmente el sentido mismo del arte. El alcance social y la función de quien lo hiciera estarían en el centro de una manera distinta de sentirse artista. Así lo cantaron Silvio y sus contemporáneos en un lenguaje de nuevo tipo, que hablaba su tiempo, y que trascendía la expresión artística, para convertirse, como él mismo dice, en un modo de vida, en una postura que se manifestaba en todo lo que eran.



Todavía Silvio rehúye lo ficticio, sosteniendo una actitud que Leo Brouwer describe como contestataria: renuncia a ser superestrella, le da la espalda a la condición de “famoso”.



En su criterio, como en el de Sara González, Víctor Casaus, Chucho Valdés, Omara Portuondo… viejos amigos de tonadas y vida, junto a los de compañías menos añejas como Oliver Valdés, Niurka González, Alejandro Ramírez Anderson y Tony Ávila, se descubre al artista, al hombre, al ídolo, al cubano, al internacional, sin que ninguno por sí solo niegue a cualquiera de los otros.



Como otros, Silvio fue un proscrito, víctima de incomprensiones y no poco esquematismo conservador. En la película se explora en torno a cómo nada de eso cambió la esencia de su sentir ni su postura como partícipe del proceso revolucionario: “Mi país es más importante que yo. Se trata de no olvidar eso”.



Después de tanto, parece imposible que Silvio se inquiete por la posibilidad de que lo que perdurara de él no fuera más allá de sus canciones. Una canción, política desde el momento en que es bella, como él ha dicho, le sigue sirviendo de medio de expresión, y hoy, como a lo largo de 40 años, el trovador cuenta su tiempo, canta sus días. Un legado tal, con el perdón de Silvio, no puede, de ninguna manera, ser apelado en términos de “solo canciones”.



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