silvio dijo...
Quien quiera ver bien la foto del cuadro de Courbet que mostré en el programa de anoche, le aclaro que está en la entrada del 25 de septiembre de 2013. Bueno, aquí se las dejo: El origen del mundo
Una pena que hace unos meses, cuando grabamos el programa, no memorizara el texto que escribí hace algo más de ocho años. Ahí explico lo que pienso y por qué lo pienso. Y, ya que hablamos de eso, me voy a permitir reproducirlo nuevamente a continuación...
EL ORIGEN DEL MUNDO
Nunca me he sentido más artista que cuando hacía canciones que no eran comprendidas. Unas veces el rechazo era por letras con ideas que la sociedad recibía con sospechas –cuando no con franca hostilidad–, y otras era porque usaba maneras de hacer, estructuras, que rompían con lo que entonces se aceptaba como canción. Esto se entiende si explico que, cuando empecé a hacer canciones, lo considerado correcto era que tuvieran 32 compases, generalmente compuestos por una sección A y una sección B, que se sucedían. Otra convención era que, si hacías un son, al final debía llevar una parte más movida y reiterativa llamada montuno. Si un son no tenía montuno, no era son.�
Está de más decir que fueron tiempos en que sufrí incomprensiones, lo mismo estéticas que éticas. Pero, lejos de rehuir aquellos enfrentamientos, los buscaba, convencido de que la revolución que hacía la sociedad debía reflejarse en todos sus ámbitos, incluidas las artes. Hubo incluso un período, entre 1969 y 1970, en que adopté una manera de cantar intencionadamente desagradable, usando una emisión áspera, contrastante con el sostén armónico que me proporcionaba la guitarra. Fueron tiempos en que decidí ir a contracultura, a no parecerme a nada que se hubiera escuchado, convencido de que aquella era la única forma de estar a la altura de lo que había asumido como oficio, y por lo mismo ubicando mi trabajo dentro del requisito primordial que preconizaba el teórico Arnold Hauser: “toda verdadera obra de arte es una provocación”.�
���Pero no había sido Hauser, a quien leí por 1968, quien me inoculó la idea de que el arte, para serlo, debía también ser desafío. Mi radicalización había empezado unos años antes, cuando redactaba la sección “Arte y Ciencia” para la revista Venceremos, órgano oficial del Ejército de Occidente, en la que trabajé durante mi servicio militar. Por entonces sólo tenía otro uniforme, además del puesto, pero cuando me trasladaban de unidad no me era fácil la mudanza porque cargaba con una enciclopedia, libros de literatura y ciencias y, sobre todo, con la violeta edición en rústica de las obras completas de José Martí (Editora Nacional, 1964).
�
Fue leyendo a Martí, para más señas el artículo que dedicó a una exposición en New York de los impresionistas franceses, cuando di con las palabras que le darían vuelco a mi cabeza:
“La elegancia no basta a los espíritus viriles. Cada hombre trae en sí el deber de añadir, de domar, de revelar. Son culpables las vidas empleadas en la repetición cómoda de las verdades descubiertas. Los artistas jóvenes hallan en el mundo una pintura de seda, y con su soberbia grandiosa de estudiantes, quieren un artesano de tierra y de sol. Luzbel se ha sentado ante el caballete, y en su magnífica quimera de venganza, quiere tender sobre el lienzo, sujeto como un reo en el potro, el cielo azul de donde fue lanzado.”
29 de enero de 2022, 11:19
silvio dijo...
El origen (2 y fin)...
Ni antes ni después leí algo que me hiciera entender más claramente la inutilidad de emprender un camino artístico si no se era capaz de desafiarlo todo. Creo que por ahí empezaron a rondarme frases como “hay que quemar el cielo, si es preciso, por vivir”, o sea, por cantar. También desde entonces me di cuenta de que hacer arte tenía algo de diabólico, lo que comprendía muy bien Alfredo Guevara, porque se lo escuché decir como elogio a artistas que admiraba.
A veces hay que tener mucho coraje para dar ese paso "más allá", en ocasiones a costa de miradas de extrañeza, cuando no de rechazo y reprobación.
Como tributo a los valientes de la evolución (artística y social), pongo hoy como entrada este mítico cuadro de Courbet, maestro del naturalismo y también uno de los artistas más osados de todos los tiempos, pues pintó algo bello y perfecto que casi dos siglos después continúa siendo objeto de discusión. Un cuadro realista que refleja nuestra propia materia y que nuestra contradictoria cultura transforma en metáfora.
En momentos históricos más o menos complejos se han dado casos de estigmatización de artistas que coyunturalmente pueden haber parecido demonios, iconoclastas e insensibles. Son seres que han sentido la necesidad de jugarse y de ser ellos mismos, a pesar de la angustia de separarse de lo aceptado, no por vano egoísmo, sino por estar a la altura de aquello sagrado del arte que también significa una forma de mejoramiento y de excelencia.
Acaso muchos de ellos fueron hombres y mujeres “nuevos” que no tuvieron la suerte de ser reconocidos.
29 de enero de 2022, 11:20
silvio dijo...
Lo que gravita, después de lo anterior; lo que al menos a mí me preocupa, en nuestras circunstancias, es que esa incomprensión y ese rechazo puedan volver a ocurrir y no nos demos cuenta. Y lo que es peor: que empujemos a esos creadores a donde nunca pretendieron estar originalmente y se cometa --cometamos-- una gran injusticia.
29 de enero de 2022, 11:31
No hay comentarios:
Publicar un comentario