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domingo, diciembre 29, 2024

Nuevo análisis de Quería saber

Mario A.S.

 

Discos

 

23 Diciembre 2024




Ojalá


Nota: 9.25


Comentario crítico:


Anunciaba pocas semanas atrás el trovador cubano que lanzaría un nuevo disco que recopilara las canciones que había presentado a lo largo de sus conciertos gratuitos por los barrios de La Habana. A quien los haya escuchado por YouTube le vendrán a la mente varios ejemplos, bien América, bien Para no botar el sofá... el caso es que en Quería saber figuran todas. Salvo Ángel ciego, que es del 2020, y Tonada para dos poemas de Rubén Martínez Villena, poema del año 1923, todos los cortes del álbum son de la década pasada.  


A Silvio no se le puede achacar falta de productividad. Al menos desde la pandemia. En 2020, sacó Para la espera, con diez temas inéditos y tres anteriormente presentados. Un año después, fruto de su confinamiento involuntario (como lo fue para todos), acabó de producir, mezclar, y arreglar un disco que grabó con el grupo Diákara allá por el año 1991. Así las cosas, el de San Antonio de los Baños fue al grano, pues tan solo publicó dos singles antes de que su nuevo proyecto saliera a la luz; Quería saber (que da título al álbum) y América.  


Llama la atención que dos de las canciones aquí presentes fueran ya publicadas en Para la espera, Viene la cosa y Danzón para la espera (de la que ya llevamos tres grabaciones). En el primer caso, quien escribe estas líneas prefiere la primera versión, más “sencilla”, con menos elementos, pero con el mensaje más claro. Respecto al segundo, tal vez la versión se haya enriquecido más, en forma de son montuno con mayor pluralidad de instrumentos y voces. De todas formas, y a pesar de algunos desaciertos de producción, la voz demasiado aguda de Silvio en algunos temas, los coros de Para no botar el sofá, estamos ante un grandísimo disco. 


América habla acerca de una muchacha muy atractiva vecina de Silvio Rodríguez en sus años de juventud. En palabras del propio cantautor en uno de sus conciertos “todos la soñábamos”. Por el contenido de su letra podría confundirse con un canto de resistencia hacia el continente, pero el músico cubano ya se ha encargado de disipar dudas. Musicada con gusto, arropada por flautas, con un leitmotiv inicial casi medieval, su estribillo contundente se alterna con el reposo de las estrofas y las secciones instrumentales, en el que destaca un vibráfono y un conjunto de cuerdas. 


De Viene la cosa ya hemos destacado que, posiblemente, hubiera quedado mejor con menos instrumentación, pero, en cualquier caso, sigue siendo una canción inteligente, que tiene su origen en el cartel de un barbero de La Habana, en el que se leía: “Prohibido hablar de la cosa”, para evitar, se supone, trifulcas políticas.   


De pronto la tatagua (polilla en España) es una pacífica canción, con el piano como protagonista. Está dedicada, en memoria, a Fernando Núñez de Villavicencio, médico cubano. Dentro de su aparente simpleza musical y poética, se esconde, a mi juicio, una profunda y tierna evocación al pasado.  


Para no botar el sofá, lleva el subtítulo de “canción editorial”. Es una de las críticas más fuertes y directas que haya podido hacer el trovador cubano. Es, por ello, una de esas composiciones suyas que incomodan. Como pasó en su día con Canción en harapos, El necio, o Sea señora. Esas personas, mencionadas en plural, a las que se hace referencia en la letra, que “cebaron las hogueras de la homofobia”, “aparentaron jugar duro, pero a resguardo”, o que “descalificaron canciones por diferentes” pueden ser quienes queramos que sean. De todas formas, conforme la vamos escuchando, nos hacemos una idea de a quiénes va dirigida. Si se me permite una objeción a este mayúsculo tema, en directo el estribillo, es más interesante o llamativo, pues Silvio recita algunos versos, haciéndolos más tajantes. Más allá de eso, los instrumentos, en especial el piano, interactúan muy bien con la voz. Hay talento, para sorpresa de nadie, detrás de esas conducciones y esos arreglos.  


A continuación, nos encontramos con la mencionada Danzón para la espera. Su primera versión era bonita, pero le faltaba ese empuje extra que aquí se ha conseguido. La cadencia del son montuno unida a las flautas, coros, congas, y piano, la llevan a otro nivel musical.  


El sexto corte se titula La cuota diaria en referencia a una frase atribuida a Fidel Castro (tal vez pronunciada en uno de sus infinitos discursos de siete horas): “Todos pagamos nuestra cuota diaria de humillación”. Se menciona a ciertos “impunes”, Silvio críptico de nuevo ¿o es que lo quieren todo mascado? El arreglo de los vientos (flautas, pícolo, clarinetes...) corre a cargo del propio Silvio Rodríguez. Me parece curioso que esta canción bien podría incluirse en su disco Expedición (2002). Por su instrumentación y progresión de acordes, y sus calmadas secciones instrumentales que se alternan con la voz. En definitiva, todo funciona aquí. La letra, en sintonía con lo solemne de la música, es resignada y estoica (“Los impunes me echaron la jauría y entre nuevos colmillos me abro paso”).  


Avanzando en la escucha, llega Ciudad, una original propuesta, pues la narración se desarrolla desde el punto de vista de una urbe, con todo lo que eso conlleva; el paso del tiempo, los habitantes que van muriendo, etc. Es muy emocionante por las verdades que dice. Abre con un nostálgico riff de piano, dinámico desde el punto de vista rítmico, y poco a poco se van sumando flauta y percusiones, hasta llegar a la voz.  


Posteriormente, llega como contraste una canción que Silvio dedica a su nieto Diego: Nuestro después. Emociona no menos que la anterior. Habla del legado, de la posibilidad, por parte del pasado, de repercutir en el futuro, de trascender, en última instancia (“Me pregunto quiénes contarán lo que fue, lo que fuimos”. “Qué memoria tendrá nuestro después, [...] y cuán fuerte será nuestro después en su suerte”). Y digo lo del contraste por su minimalismo. Apenas una guitarra, la voz principal, y una segunda a cargo de su hija Malva.  


Llegamos casi al final del disco con el track principal: Quería saber. De nuevo, el son se hace presente. Aquí Silvio no solo canta y toca la guitarra, sino que también ejecuta algunas percusiones y una vihuela. Es una de las composiciones con mayor contenido filosófico en su esencia más genuina, las preguntas. El cantautor cubano puso “proa al horizonte”, quizás, por su condición de isleño, como ha señalado él en alguna ocasión. Y es que, la interrogación, si no más importante, fundamental de alguien que vive en una isla es ¿Qué habrá más allá del horizonte, del mar? De ahí que quiera saber si “tras la línea que está lejos, donde se despierta el sol, sería grumete, marinero, timonel o pescador”.  


La penúltima canción de este álbum es Ángel ciego. Uno de los puntos que más le llamará la atención a cualquiera que conozca bien la música cubana es el inconfundible piano de Frank Fernández, que también se encarga aquí de la orquestación. El octogenario músico ya trabajó, en su día, no solo con el propio Silvio Rodríguez, sino también con el inmenso Pablo Milanés (y con ambos cuando los dos últimos eran amigos y compañeros musicales). La letra es pesimista, y vuelve a evocar la figura del ángel, que ya le dio tanto juego al compositor cubano en discos como Cita con ángeles o Segunda cita.  


Cierra este fantástico trabajo Tonada para dos poemas de Rubén Martínez Villena, del citado e infravalorado poeta cubano de principios del siglo XX, al que, por cierto, le tocó vivir la dictadura de Machado. Murió joven de tuberculosis, y su producción fue escasa, pero magnífica. Estas cuartetas alejandrinas están musicadas con sabiduría, el solo de flauta es soberbio, y el uso del tres le aporta dinamismo. Lo meritorio aquí es, como ocurre en tantas composiciones de Silvio, cómo complejiza, melódica y armónicamente, una simple progresión de acordes, tanto si está él solo junto a su guitarra, como cuando está acompañado por músicos de primer nivel. Partiendo de las dos estrofas presentes consigue entregar una magnífica pieza musical de algo más de cinco minutos.  


En resumidas cuentas, Silvio Rodríguez sigue a su mejor nivel. Ha evolucionado desde aquel lejano y digno LP Días y flores, trabajando con diversas agrupaciones y explorando todo lo que la música puede ofrecer con acierto y singularidad. Sospecho-y espero-que nuestro querido trovador no ha dicho su última palabra, y que aún le queda alguna inquietud que calmar, componer, y grabar. De momento, nos ha regalado otro disco magistral, y eso que, a sus 77 años, ninguna obligación tenía. Siempre lúcido, reflexivo, y visionario. Que nos dures, Silvio. 

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