Que en algún momento hayamos bailado un reggaeton o celebrado la efímera viralidad de sus figuras en redes sociales, no significa una renuncia a la poesía de Silvio Rodríguez, al realismo mágico de García Márquez, la belleza surrealista de Lam o a los Gallos de Mariano. Menos aún implica el abandono de esos espacios sagrados, como el Teatro Nacional, donde la danza clásica nos redime de la gravedad y el tiempo.
Los extremismos solo nos alejan del pueblo, y al pueblo… siempre hay que escucharlo.
La pregunta medular no es estética, sino sociopolítica: ¿Por qué el reparto, como síntoma eclipsa otras manifestaciones artísticas en el imaginario juvenil? ¿Qué mecanismos de formación de gusto, políticas culturales y mediación institucional han fallado? No se trata de satanizar un género, sino de interrogar las condiciones materiales y simbólicas que lo convierten en hegemonía.
El problema no está en ir contra un género musical específico, sino en algo más profundo: es un problema social, de formación, de políticas culturales. Es un tema que compete al gobierno, a la Juventud Comunista como vanguardia que debe ser, a la pérdida de valores y a la enajenación que nos impide analizar con profundidad los fenómenos que nos rodean.
Que exista el debate sí, sin dogmatismos, sin fetichismos. La cultura no es territorio de trincheras, sino de contradicciones fecundas. Y que bien que también se debata en nuestros espacios de información más importantes!!!
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