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domingo, octubre 19, 2025

Nostalgia de “la cosa” y reivindicación de Palestina: Silvio Rodríguez volvió a actuar en Montevideo

 

Silvio Rodríguez, el 17 de octubre, en el Antel Arena.Foto: Gianni Schiaffarino
Publicado el 18 de octubre
4 minutos de lectura

  El cantautor cubano completa este sábado su doble fecha en el Antel Arena. ¿Era el océano una criatura viviente? Sólo un empecinado o un enamorado de las paradojas se atrevería ahora a ponerlo en duda. 

Imposible negar las ‘funciones psíquicas’ del océano; poco importaba lo que el término significara exactamente. Era demasiado obvio, en todo caso, que el océano nos había ‘visto’”, concluye el testigo de Solaris, la novela de ciencia ficción del polaco Stanislaw Lem publicada en 1961. Un siglo atrás, Edgar Allan Poe, atraído por las costas de Noruega, ya había mezclado el asombro y el terror en “Un descenso al Maelström”.

 Y acá nomás, Mario Levrero supo capturar el mismo efecto con una visita casera y simpática en “Ese líquido verde”. “Ojalá que la aurora no dé gritos que caigan en mi espalda / Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz / Ojalá las paredes no retengan tu ruido de camino cansado”, susurra en penumbras un coro encantado de miles de personas, una noche de viernes de octubre en Montevideo. 

Sobre el escenario, el líder de este ritual devoto, el célebre cantante, músico y poeta cubano Silvio Rodríguez, promedia otra actuación de la gira de presentación de su disco Quería saber. 
 Más temprano, la talentosa cantante y compositora uruguaya Maine Hermo 
había acompañado a los más puntuales.  

Afuera, cerca de las 20.30, el ruido de las bocinas en las calles congestionadas alrededor del Antel Arena recordaba el crecimiento insoportable del parque automotor y confirmaba el lleno total de un espectáculo —producido por ZR— en su primera función. 

Al paso de un público compuesto mayormente de una clase media pos progresismo, un hombre ofrecía banderas de Palestina “a voluntad”. Antes de llegar a la entrada principal, una pantalla intercalaba la promoción del show de esta noche con los de Gabriel Rolón y el Presidente de Dante Gebel. Silvio Rodríguez sale a escena con puntualidad. A sus 78 años, su voz y su presencia no acusan ni un solo golpe. Vestido con una gorra de béisbol que dice “aprendiz” y una pescadora azul, se ubica tras un atril armado con su guitarra.

A su derecha, los guitarristas Rachid López y Maikel Elizarde siguen con mirada atenta cada uno de sus movimientos. A su izquierda, se ubican la flautista y clarinetista Niurka González —su pareja— y su hija, la corista Malva Rodríguez. Más atrás, lo acompañan Oliver Valdés en batería, Jorge Reyes en contrabajo, Jorge Aragón en piano y Emilio Vega en vibráfono y percusión.

El referente de la Nueva Trova cubana abre con “Ala de colibrí”, dentro del bloque de canciones más experimentales de su repertorio, y el más interesante, musicalmente, de toda la función. La continuidad climática entre “Sueño con serpientes”, incluida en el disco Días y flores (1975), y “Virgen de Occidente” -“he aquí una canción un poco rara”, la definía el propio artista hace 30 años- resumió lo mejor de la música y la poesía surrealista del artista, con las que logra reflejar, de manera convincente, los misterios y las riquezas de su isla en forma de una ensoñación atrayente e hipnótica.

La música es oscura y densa como los pantanos; lúcida, brillante y siempre acuática, en arreglos mínimos de cuerdas y percusión. Las notas imprevistas y sostenidas de su voz, o alargadas en un compás que guía el viaje largo y sereno por una Cuba antigua, atemporal o aún no del todo explorada, se entrelazan en cuentos dentro de cuentos, plagados de misticismo. En ese instante, con una propuesta implícita, aunque dificultosa, de desacelerar los apuros mundanos, la sonoridad ondula entre el son cubano, el folk y la música hindú, con Niurka González como intérprete fundamental.

“Cuando se quiere hablar de política y de la revolución, a eso muchas veces se le dice ‘la cosa’”, explica el cantante, como introducción al próximo tema. “Había un peluquero en La Habana Vieja que tenía un cartel en su peluquería que decía: ‘Prohibido hablar de la cosa’. A él le está dedicada esta canción”: “Viene la cosa”.

A tono con su marcha marcial, con la que volverá para cada uno de los muchos bises, Rodríguez mantiene una postura sobria y un lenguaje entre lacónico y procedimental, apoyado en una confianza cómplice con su público, que lo sigue en cada mensaje, en un código común de destinatarios implícitos.

“Esto me pasó una noche en el malecón. Estaba muy oscuro, yo mirando las estrellas tranquilo, no recuerdo la hora que era, tarde, en la madrugada. Y de pronto, sentía una presencia a mi lado. Miré y había una sombra. Siempre supuse que era alguien, un ser humano, que me empezó a contar esto que voy a cantarles”, dice antes de comenzar el clásico “Casiopea”.

Con el inicio de “Tonada del albedrío” —“Dijo Guevara el hermoso / viendo al África llorar / En el imperio mañoso / nunca se debe confiar / nunca se debe confiar”—, la complicidad del público se torna eufórica, al punto de lo artificial, como suele suceder con las murgas más panfletarias del carnaval uruguayo en sus actuaciones del Teatro de Verano.

“Nunca olvido que no empecé solo”, apunta, antes de comenzar un bloque de homenajes junto a Malva Rodríguez y Niurka González. Canta “Créeme”, de Vicente Feliú, y “Yolanda”, de Pablo Milanés, que despierta una ovación unánime: el fervor del público comienza a parecerse al de una barra brava de fútbol. Entre los gritos sueltos, alguien lanza: “¡Viva Cuba!”. El cantante responde rápido: “¡Viva Uruguay!”.

Las ofrendas continúan con “Más porvenir”: “Muchos lo quisimos, lo respetamos y lo seguimos haciendo. Está basada en dichos de él, cosas que le escuché, en discursos, cosas que me dijo; en fin, es más de él que mía”, explica sobre su canción para Pepe Mujica.

Sobre el final, en el momento cúlmine del espectáculo, el cantante recita completo el poema “Halt!”, del escritor cubano Luis Rogelio Nogueras, como introducción a su tema “La era está pariendo un corazón”, que interpreta abrigado con una kufiya sobre los hombros, en homenaje directo al pueblo de Palestina.

A “Daniel, Alfredo, Eduardo y Mario” les dedica “Noche sin fin y mar” y queda claro que habla de Viglietti, Zitarrosa, Galeano y Benedetti. No deja afuera de sus bises “Unicornio” y se despide con “El necio”, una composición suya y de Luis Eduardo Aute que proclama: “Yo no sé lo que es el destino / Caminando fui lo que fui / Allá Dios, que será divino / Yo me muero como viví”.

Cuando las luces se apagan, las cercanías entre la isla centroamericana y el pequeño país oriental permanecen, mucho más allá de los climas, las creencias y las costumbres, como una ilusión de paraíso cinematográfico y de revolución romántica en las ropas y los suspiros de los admiradores perfumados. Sobre el asfalto, los ómnibus desaparecen como cualquier otro día, cerca de las doce de la noche y reaparecen, mucho más tarde, con un coche solitario al otro día.


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