(Para mi hermanito Silvio que se lo toma todo con calma y buen humor; hasta a mí)
Por Amaury Pérez Vidal
Una madrugada, en diciembre de 1992, estábamos grabando en los viejos Estudios EGREM de la calle San Miguel mi disco “Encuentros” Por esa época yo estaba intrigado, pues me habían contado de los supuestos amoríos de mi padre con cierta mulata bailarina del Cabaret Parisién del Hotel Nacional de Cuba y que de esa relación tenía un hermanito músico que no conocía. Por lo tanto, vivía mirando donde quiera que cualquier grupo de músicos, de todos los géneros, se reunía o presentaba, buscando parecidos físicos conmigo.
Ese día nos tocaba grabar el tema “Amigos como tú y yo”, a dúo con Silvio Rodríguez, incluido en el disco ya nombrado.
Desde la cabina y observando a los músicos de la banda que grababan el arreglo Silvio me comentó bajito: “Amaury ¿Tú has visto como se parece a ti el muchacho que toca el trombón?”.
Por poco me desmayo: era cierto, allí estaba, tenía que ser, no podían existir dudas. El joven era un mulato claro —en éste caso nosotros le llamamos “jabao”—, de cara cuadrada, espejuelos, delgado, muy sonriente, y un jodedor cubano, por lo que veía tras el cristal de la cabina en su trato con sus colegas de atril.
Me mantuve tenso durante toda la grabación, que fue larga aunque nada tediosa, y cuando los músicos terminaron le imploré al productor ejecutivo del disco, Enrique López (Ali KO), que me dejara tomarle los datos para hacerle el cheque por sus servicios. Normalmente no hago eso, no es mi responsabilidad. Pero la curiosidad me mataba y quería saber nombre y dirección de mi ya casi seguro hermano recién hallado.
Me le acerqué con cierta pose, distante, en mis manos el bolígrafo y el papel temblaban como la ceniza del tabaco en los labios de un anciano y le pregunté sin mirarle a los ojos: “Por favor, dime tu nombre para el contrato”. Él sonrió y despreocupado y alegre me contestó: “¡Somos tocayos! Me llamo Amaury igual que usted!”.
No lo podía creer: el parecido físico, el rumor ¡y ahora el nombre! Levanté la vista y lo enfrenté por primera vez, buscando alguna señal de complicidad familiar. No la encontré. Solo aquel rostro joven de alguien que ya guardaba su trombón con diligencia mientras me observaba de reojo y, por segundos, me acechaba con ternura.
¡El apellido!, pensé entonces, ahí está la clave de toda esta angustia. Sin pensarlo dos veces arremetí: “¿Y tu primer apellido, por favor?” El muchacho volvió a sonreír y, poniéndome la mano en el hombro, afirmó con orgullo: “¡Somos tocayos también de apellido: Pérez, igual que usted!”
Era el colmo, comencé a sudar, a rascarme, subiendo el tortuoso sendero de la mudez. Casi sin aliento le insistí: “¿Y tu segundo apellido?” “Ah…ahí no coincidimos, porque el suyo es Vidal y el mío Rodríguez, y, mire, perdone pero no se decepcione, mi padre no es el suyo. Al mío lo conozco bien: me puso Amaury por usted, ya que es un gran admirador de sus canciones. No crea, varios me han hecho ya el mismo interrogatorio con menos sutilezas”. Sonrió nuevamente.
Respiré profundo. Lo abracé, lo felicité por su impecable ejecución y ebrio de gozo me dirigí a Silvio, que estaba en la cabina, y señalando al joven, con toda la fuerza de mis pulmones grité: “¡Silvio, tenemos un hijo!” “¡¿Queeeeé?!”, soltó Silvio con perplejidad. “¡Se llama Amaury Pérez Rodríguez!”. Silvio, con paciencia y dulzura, abrió el talk back de la consola y remató el incidente con una ingeniosa pregunta: “¿Y por qué tengo que ser yo la mamá?”.
El estudio entero se vino abajo en una atronadora risotada.
P.D. Debo añadir que Amaury Pérez Rodríguez es el más genial trombonista de su generación y no he dejado de grabar con él en cuanto disco ha necesitado de su instrumento desde entonces. Es un gran amigo y conozco a su bella familia. Me hubiera gustado que fuera de verdad mi hermano. Sigo buscándolo. Allí afuera estará aguardando a que lo encuentre.
Por Amaury Pérez Vidal
Una madrugada, en diciembre de 1992, estábamos grabando en los viejos Estudios EGREM de la calle San Miguel mi disco “Encuentros” Por esa época yo estaba intrigado, pues me habían contado de los supuestos amoríos de mi padre con cierta mulata bailarina del Cabaret Parisién del Hotel Nacional de Cuba y que de esa relación tenía un hermanito músico que no conocía. Por lo tanto, vivía mirando donde quiera que cualquier grupo de músicos, de todos los géneros, se reunía o presentaba, buscando parecidos físicos conmigo.
Ese día nos tocaba grabar el tema “Amigos como tú y yo”, a dúo con Silvio Rodríguez, incluido en el disco ya nombrado.
Desde la cabina y observando a los músicos de la banda que grababan el arreglo Silvio me comentó bajito: “Amaury ¿Tú has visto como se parece a ti el muchacho que toca el trombón?”.
Por poco me desmayo: era cierto, allí estaba, tenía que ser, no podían existir dudas. El joven era un mulato claro —en éste caso nosotros le llamamos “jabao”—, de cara cuadrada, espejuelos, delgado, muy sonriente, y un jodedor cubano, por lo que veía tras el cristal de la cabina en su trato con sus colegas de atril.
Me mantuve tenso durante toda la grabación, que fue larga aunque nada tediosa, y cuando los músicos terminaron le imploré al productor ejecutivo del disco, Enrique López (Ali KO), que me dejara tomarle los datos para hacerle el cheque por sus servicios. Normalmente no hago eso, no es mi responsabilidad. Pero la curiosidad me mataba y quería saber nombre y dirección de mi ya casi seguro hermano recién hallado.
Me le acerqué con cierta pose, distante, en mis manos el bolígrafo y el papel temblaban como la ceniza del tabaco en los labios de un anciano y le pregunté sin mirarle a los ojos: “Por favor, dime tu nombre para el contrato”. Él sonrió y despreocupado y alegre me contestó: “¡Somos tocayos! Me llamo Amaury igual que usted!”.
No lo podía creer: el parecido físico, el rumor ¡y ahora el nombre! Levanté la vista y lo enfrenté por primera vez, buscando alguna señal de complicidad familiar. No la encontré. Solo aquel rostro joven de alguien que ya guardaba su trombón con diligencia mientras me observaba de reojo y, por segundos, me acechaba con ternura.
¡El apellido!, pensé entonces, ahí está la clave de toda esta angustia. Sin pensarlo dos veces arremetí: “¿Y tu primer apellido, por favor?” El muchacho volvió a sonreír y, poniéndome la mano en el hombro, afirmó con orgullo: “¡Somos tocayos también de apellido: Pérez, igual que usted!”
Era el colmo, comencé a sudar, a rascarme, subiendo el tortuoso sendero de la mudez. Casi sin aliento le insistí: “¿Y tu segundo apellido?” “Ah…ahí no coincidimos, porque el suyo es Vidal y el mío Rodríguez, y, mire, perdone pero no se decepcione, mi padre no es el suyo. Al mío lo conozco bien: me puso Amaury por usted, ya que es un gran admirador de sus canciones. No crea, varios me han hecho ya el mismo interrogatorio con menos sutilezas”. Sonrió nuevamente.
Respiré profundo. Lo abracé, lo felicité por su impecable ejecución y ebrio de gozo me dirigí a Silvio, que estaba en la cabina, y señalando al joven, con toda la fuerza de mis pulmones grité: “¡Silvio, tenemos un hijo!” “¡¿Queeeeé?!”, soltó Silvio con perplejidad. “¡Se llama Amaury Pérez Rodríguez!”. Silvio, con paciencia y dulzura, abrió el talk back de la consola y remató el incidente con una ingeniosa pregunta: “¿Y por qué tengo que ser yo la mamá?”.
El estudio entero se vino abajo en una atronadora risotada.
P.D. Debo añadir que Amaury Pérez Rodríguez es el más genial trombonista de su generación y no he dejado de grabar con él en cuanto disco ha necesitado de su instrumento desde entonces. Es un gran amigo y conozco a su bella familia. Me hubiera gustado que fuera de verdad mi hermano. Sigo buscándolo. Allí afuera estará aguardando a que lo encuentre.
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