sábado, noviembre 25, 2023

Frank Delgado: trovatur en Madrid

 


 Foto: Larry Martínez

Larry Martínez Díaz


11.10.2023


8 min. de lectura


Para los que crecimos escuchando, cantando y sobre todo viviendo las canciones de Frank Delgado en los siempre cercanos años 90, es muy probable que la figura del artista nos remita directamente a aquella orilla, en donde soñamos, amamos, padecimos y de la que, según parece, indetenidamente muchos nos alejamos.


Lo curioso es que Frank, ese joven incansable que ya cruza los sesenta, y que en ciertos períodos se ha instalado en mi pasado como recuerdo de mi etapa de estudiante, no paró jamás de escribir canciones y nunca perdió el contacto directo con su público, que se iba renovando década tras década. El trovatur de La Habana devino así en carismático anfitrión de diversos espacios de descarga y encuentros de la canción de autor; recuérdese su peña en el Anfiteatro del Parque Almendares, La Máquina de la Melancolía en El Sauce o las más recientes presentaciones en La Casa de la Bombilla Verde, un punto ya de visita obligada para la bohemia habanera.


Debo admitir que a diferencia de los que como yo, todavía practicamos en Cuba el poco recomendable ejercicio de pedalear las lomas de Santos Suárez, la principal dificultad  para asistir asiduamente a las presentaciones de Frank, o a otros espacios, ha sido la cada vez más irregular o casuística frecuencia del transporte público patrio.


Ya podrán imaginarse entonces la emoción que sentí cuando supe que el cantautor estaba de gira por diversas ciudades de España bajo la coordinación de Gillen García, máximo impulsor del proyecto de La Bombilla Verde y compañero de ruta de Frank Delgado en esta ocasión; y que además,realizarían una parada el día 4 de octubre en Madrid, capital donde temporalmente resido y que tiene , entre otras cosas,  una poderosa red de trenes, metros y autobuses urbanos.


La cita madrileña tendría lugar en un mítico bar situado en el número 8 de la Calle Libertad, uno de los centros más reconocidos para la canción de autor iberoamericana de los últimos tiempos. Por allí han pasado figuras mitológicas como Juan Antonio Canta, Javier Krahe,  Jorge Drexler, Ismael Serrano, Lichis, o exponentes más jóvenes del movimiento local, como es el caso de Marwan (que estuvo presente entre el público, por cierto). Numerosos artistas cubanos también han dejado su huella en este sitio, gente como Gema y Pavel, la tropa de Habana Abierta, y el propio Frank, quien luego me comentó que actuó por primera vez allí en el año 93; aunque según parece, debido también a dificultades en la transportación (en este caso aérea, ja) no se presentaba en esta sala desde entonces.


A instantes de iniciarse mi reencuentro con uno de mis ídolos, los responsables del local aseguraron que ya todas las entradas habían sido vendidas en días previos y que era imposible acceder al recinto, que se encontraba completamente lleno (situación que a la postre resultó muy cierta). En ese momento reparé en que muchos de los que comenzábamos a angustiarnos en voz alta éramos cubanos y que, por supuesto, no era la primera vez que habíamos vivido experiencias similares en conciertos de Frank, Pablo Milanés, Carlos Varela, o como la más cercana presentación en el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes de Pedro Luis Ferrer. Al parecer estos nombres llevan inevitablemente a Cuba consigo, por donde quiera que vayan, y debo admitir que todos nos sentimos un poco como en casa, confraternizando ante una ya familiar puerta cerrada.


Foto: Larry Martínez


El café Libertad 8 dispone en su parte delantera de una barra que, según parece, cumple la doble función de amenizar las previas de los conciertos y servir de consuelo a los que no alcanzan a cruzar la puerta del fondo que da acceso a la pequeña sala de espectáculos, donde ya Frank esgrimía los acordes iniciales de su show, entre aplausos y saludos.


Fue en el umbral de esa puerta y tras la extraña promesa de mantenerla semicerrada que pude comenzar a disfrutar del concierto. Fue desde allí que sentí atravesar sin permiso de nadie la melodía de Mi mapa, que invadió todo el recinto y seguramente cruzó la Gran Vía, y hasta podría asegurar que recorrió todo Madrid en ese instante.  Dadas las circunstancias, consideré demasiado arriesgado abandonar mi puesto y salir a la calle para comprobarlo.


Luego, y como es costumbre en Frank, fueron sucediéndose las canciones acompañadas de anécdotas, o viceversa, y de esa manera suya desfilaron temas más recientes de su catálogo como Educación Formell, o la nunca envejecida Yuneisi (aunque el autor haya preferido llamarla Cuando te vi) para luego irrumpir Harry Potter. Creo que ya para esa altura, el propietario del lugar había decidido abrir de par en par la locación, cortesía —en parte— del calor abrasador que imperaba en la abarrotada sala, o embrujado acaso por las contagiosas metáforas que disparaba el anfitrión de la noche.


Entonces llegó el turno de la muy bien acogida Cubañolito, a la que el artista dedicó algunos comentarios explicativos para los nacionales por nacimiento que se encontraban presentes.


Fue después de interpretar este tema, o de que todos gritáramos sin el menor respeto por el tímpano ajeno, “es-pa-ño-lito, asere qué bolá”, cuando Frank volvió a sumergirnos en la complicidad, para comentar algunos detalles del proceso de creación y grabación de su  proyecto discográfico El Feliciano, concebido durante la pandemia.


De este último trabajo presentó dos títulos, la homónima El Feliciano y Carrito loco, desgarradora despedida del autor a su viejo automóvil Lada.


Ya más tarde, poco o nada importaba que Trovatur hubiese sido escrita tres décadas atrás y que para transitar ahora sobre las altas notas requiriese el apoyo espontáneo de todos los presentes. Juntos entonamos este himno en un ejercicio febril de karaoke colectivo.


Tampoco ofreció respiro emocional al presentarnos sin anestesia La otra orilla. Que nadie se extrañe ni acompleje, si en sintonía con la euforia de estos cantos a las tantas orillas que tiene nuestra isla, más de una lágrima brotara. O si, resguardados por la oscuridad de la sala, algunos no supimos, o tampoco quisimos, frenar el llanto silencioso tras detectar los primeros compases de Utopía, sin duda una de las más sutiles obras de su repertorio.



Foto: Larry Martínez


Para los finales, sonó con renovada fuerza Cuando se vaya la luz, mi negra (o Blues del apagón), tema que ha adquirido una incuestionable vigencia en los últimos años. Es más que probable que Frank quisiera interpretar esta pieza como una obra arqueológica, ilustrativa de una lejana etapa que los más jóvenes no alcanzaron a conocer, pero ya sabemos que el apagón, ahora rebautizado como afectación, ha vuelto para quedarse, quién sabe hasta cuándo.


Luego llegó el momento para recordar a Pablo Milanés, quien prestara su voz a la grabación del tema Boleros de vitrola, del disco Más. Y tras la solicitud de algún presente, Frank versionó al ídolo con el título Amor, en uno de los momentos más memorables y emotivos de la noche.


Para finalizar por todo lo alto llegó el turno de Orden del día, cerrando a todo tren la parte musical de una noche que, para mi asombro, no terminaba. Todos querían después saludar y abrazar al artista, que no dejó a ningún asistente sin una foto, una sonrisa, o un apretón de manos. También disfruté del beneficio de su tiempo, y pude constatar las buenas vibras que lo van acompañando en esta gira, y hasta alcancé a conocer de primera mano qué calles eran aquellas por las que tanto pedaleó en Santos Suárez y también en mi natal Luyanó.


A la salida del lugar, dos o tres horas después de las que hubiera podido predecir y con las estaciones de metro y tren ya cerradas, fui en busca del último autobús que transita hacia las afueras de Madrid en horario nocturno, equivalente en cierta medida a nuestra casi extinta confronta, que aquí le denominan el búho. En la parada, una muchacha me aseguró que acababa de irse una y la próxima tardaba casi toda la madrugada en venir. Me eché a reír, para su asombro. Ella no podía imaginar la cantidad de contenes y bancos a los que ya me había sometido un tal Frank Delgado, en largas noches de espera, tras sus conciertos. Solo que en esta ocasión no me dirigía hacia mi casa, más bien venía de ella.


LARRY MARTÍNEZ DÍAZ.

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