viernes, diciembre 22, 2023

Primer aniversario de la muerte de Pablo(Pablito)milanés.

 Por Jorge Fuentes

Conocí a Pablo en el barrio (de Colón) cuando disciplinadamente estudiaba inglés, en el curso nocturno de la escuela pública de San Lázaro y Águila, que en el día era la primaria número 11. Mi madre, mi tía y yo vivíamos en el sótano de la escuela, en una accesoria que tenía entrada por la calle Aguila. Todas las noches, el grupo de muchachos de la cuadra, veíamos pasar a Pablo con su libreta en el bolsillo. Nos saludaba y le respondíamos el saluďo. En esa época él vivía en la calle Consulado, frente a los cines Majestic y Verdum que eran nuestros cines de todos los domingos ( 2 películas, 2 comedias, el noticiero, 5 cartones y un corto de la cerveza Polar con los estelares Garrido y Piñeiro). Cualquier día comenzamos a verlo en televisión, integrado al Cuarteto del rey que cantaba muy bien los spirituals, con un hermoso arreglo de voces. Ya había llegado la revolución y por el año sesenta y tres Aida Diestro, amiga de mi padre y  la mujer de su primo Manolo Fuentes, en su apartamento del Vedado no dejaba de hablarme de Pablito, a quien quiso realmente como un hijo. De ese modo escuché en su voz ronca y acompañándose con el piano, su versión de "Tú mi desengaño", una de las primeras obras del niño Pablo. 


En esa época tenía yo una novia a quien le gustaba mucho la música y asistíamos al club Karachi de 17 y K, donde Pablo compartía la noche con Elena Burke, y que a veces visitaba Luis Garcia, un bolerista fantástico y olvidado que influyó mucho en él. Allí, con la maestría que le conocimos, recorría en inglés el repertorio de Johnny Mathis. 

En el grupo de compositores y cantantes del filin, Pablito fue recibido como un prodigio (y lo era). Comenzó a experimentar con la música barroca y poetas y actrices le prestaron atención y cantaron sus versos, sus canciones. Ese fue el caso de Mirian Acevedo, un suceso de El Gato Tuerto,  club rey de las noches habaneras de los años sesenta. Sólo el fenómeno Marta Valdés, pienso yo, tiene similitud con el de  Pablo. 

Lo que sucedió con todos los músicos jóvenes y llenos de audacia de la época, cuando descubrieron a Michel Legrand a través de la película de Jacques Demy, Los paraguas de Cherburgo, fue maravilloso por esa virtud que tiene la música (quizás todo el arte) y los músicos cubanos, de adorar lo de afuera y convertirlo, con entera facilidad, en algo nuestro. Pablo además, hizo una versión en español de Los paraguas... que oí con la guitarra y la voz del estelar Martín Rojas, cuando tocaba todas las noches en La Gruta, otro de aquellos clubes de mi juventud. 


Cuando Pablo fue enviado a la UMAP, le daban pase cada quince días. Un grupo de amigos, sabíamos cuando iba a salir y lo esperábamos en la calle Paseo, frente al club Los Violines, donde tocaba el padre de Carlos Puerto. Recogíamos a Olga, la mujer de Pablo entonces (a quien le compuso "Olga", excelente canción bastante olvidada) que trabajaba en el periódico juventud Rebelde y nos reuníamos con él, Martín Rojas, Eduardo Ramos, Luis  Adolfo Peñalver y dos o tres más que ahora se me olvidan. Allí nos contaba lo que estaba pasando y lo difícil que se le hacía el trabajo y la vida en el campo. Fue en uno de esos encuentros que nos cantó "14 pelos y un día" (que eran las cercas que tenía que pasar para tomar el tren). Creo que nunca la grabó o cantó en público. Recuerdo que decia: Cstorce pelos y un día/me separan de mi amada/catorce pelos y un día/me separan de mi madre/y ahora sé a quien debo querer/cuando los pelos y el día logre dejar. Quienes conocieron a Pablo saben de toda la amistad que cultivó y también de su necesidad de tener amigos, de brindar amistad y afecto. Yo creo que a todos los jóvenes procedentes de la ciudad nos afectó el duro trabajo en el campo hecho para forjar y formar, se decía en aquella época, pero lo que en realidad inhabilitaba cualquier endurecimiento positivo del carácter, era la desconfianza y el descrédito de las personas ante la obra social. No es lo mismo el cumplimiento de una misión de beneficio social con la motivación de cumplir con el deber, por grande que sea el sacrificio,  que un castigo en la búsqueda de una redención  imposible y además impuesta. Sin embargo, Pablo entró a la fama, llevado por la misma marea que lo convirtió en un eufemístico soldado de ayuda a la producción. Es decir. No fue antes, sino después de la UMAP que su talento prodigioso, pero también la atmósfera nacional e internacional de nuevos valores y empeños, le concedieron el espacio en la sensibilidad popular que quedará para siempre. Así lo vi en los años 70. En la plenitud de sus capacidades que eran muchas. 


Recuerdo haberlo visitado en su apartamento de la calle Calzada, donde vivía con Yolanda y haber planeado un corto (hoy sabemos que es un clip). Había tomado varios poemas del Libro de los héroes, del poeta Pablo Armando Fernández y los había musicalizado como sólo él sabía hacerlo, porque aunque he escuchado excelentes musicalizaciones de poemas, las suyas sobrepasan la posibilidad del encuentro entre dos músicas que es en realidad de lo que trata el asunto. Ese clip deteriorado y virgen lo he encontrado hace muy poco y he podido restaurarlo con la ayuda de mi amigo, el editor Juan Carlos Llapur. Se ve a Pablito hace más de 50 años con su voz esencial y su timbre de oro. Con esta reliquia, que entregaré a sus hijos, a su mujer, le haré un  homenaje a mi amigo que ya no veré nunca, pero que estará conmigo cuando yo tampoco pueda ver a nadie. 


Un día estaban Aida Santamaría, Pablo y Silvio haciendo una. visita por mi barrio que ahora era el de Los Sitios y entró alguien que me conocía y les dijo que yo acababa de morir. Se lo habían dicho en la esquina de mi cuadra. Lo cierto era que había muerto mi abuela, con quien yo vivía, pero a aquel hombre le habían  dado mal la noticia. Cuando llegaron los tres a mi casa de la calle San Nicolás, había, muchas personas, porque mi abuela era muy popular. De modo que se impresionaron más. La puerta estaba abierta y entraron hasta el cuarto donde me encontraron llorando. Aida hizo unas llamadas y estuvimos los cuatro en un largo silencio hasta que vinieron de la funeraria. De modo que Pablo estuvo en mi velorio,. Tengo ese privilegio. De los que estuvieron allí en mi muerte, que en realidad fue la de mi abuela, sólo quedamos Silvio y yo. También nos iremos cualquier día, por el mismo camino que inauguró Pablito y,  al encontrarnos, con Aida como árbitro, resolveremos todos los asuntos.



Jorge Fuentes

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