viernes, noviembre 29, 2024

Filosofando con buen Tinto

El diablo diaz

(Felicidades en tu cumpleaños 77 Vicente Feliú)

Hoy quisiera creer en la otra vida, en ese más allá, en ir al cielo o al infierno, como nos rezan en las religiones, pero nos falta ese consuelo, somos ateos, y estamos convencidos de que somos no más que polvo del camino; casi te escucho responderme -de pensarnos conversando sobre reencarnaciones (y otras aledañas): 

-¡Fide, qué carajos te pasa! ¿A esta hora con ese recado?...      

        

Dejas la pregunta afirmativa en suspensión... Eso lleva cara tuya risueña, medio burlona, con esa mirada tierna y a la vez tan firme que te cala hondo y que inspira ese respeto, el único verdadero, el que otorga el peso de la obra y vida coherentes. Obra coherente con la vida, vida que responde por su obra, coherencia difícil de sostener en el paso por la vida, porque se necesita alta dosis de ese difícil arte de rechazar toda vanidad, no ceder un ápice ni por dinero, ni por fama, ni por ganar un cariño siquiera.   

Que no haya canciones, ni duelo, ni adiós,

Que nadie se pare a contar que me vio

arrastrando el alma hacia encima de Dios,

mordiendo una flor y pidiéndole amor.  


Pues habrá no poco de tus canciones hoy por tu cumpleaños, en varias partes del mundo serás útilmente recordado, o sea que serán muchos los que remuelan su espíritu desde ti. Hasta quedará fijado el 11 de noviembre el Día Mundial de la canción de autor/a. Así que el tema de la vida pos mortem, no es tan simple como profesar o no religión.

Aquí toca que respires profundo, mirando al techo, y que afirmes tres o cuatro veces con la cabeza, pensativo –como quien otorga cierta dosis de razón: -Puede ser. (Lo cual es traducible como “ni pa ti, ni pa mí”: 

-Sabes...

Si un día muero irremediablemente

sin terminarlo todo o al menos

lo que me corresponde,

quisiera que lo poco que tenga se utilizara al máximo.   

No espero ver mi cuerpo estacionado 

en esa hora en que acabó el movimiento de sus huesos.     

        

Ahora estamos contradiciéndonos, hay un movimiento detrás de la inexistencia, que viene siendo otra manera de vivir. Quien abre caminos siempre queda adelante, entre la bruma que indefine los límites de estar o no.

Sonríes, expiras, achicas esos ojos marinos:

No espero verme en un ataúd

cubierto de trapos y luego de cal.

Quisiera un cuerpo picado en mil trozos

por hombres dignos de hallar el vivir,

por hombres dispuestos a no sucumbir

llevando la vida al límite mayor.

He amado y mucho. Nada pedí.

Y nada pretendo pedir para mí.  

Lo que resulte será para ustedes

que seguirán renaciendo por mí.


Si te cuento que tras tu partida física, lejos de ir perdiendo luz, te expandes, y hasta creces en muchos, como si nos invitaras a verte mejor. También te fuiste como mistificando, o acaso creando una última síntesis poética de lo que fuiste –o eres- ante el público, guitarra en mano, introduciendo nada más y nada menos que la primera canción cubana, La Bayamesa, de Céspedes, Fornaris y Castillo. Has quedado como el ícono de trovador, no solo por ese gesto dolorosamente hermoso, sino porque habitaste los días tejiendo ese paradigma de trovador, por convicción. 

Ahora estás echado hacia atrás en el sofá de tu sala, extiendes tus brazos sobre el respaldar, con esa especie de noble “guapería” que no se puede decir de niño, ni siquiera únicamente de soñador, es algo así como un ser humano sin tiempo, una guapería que, lejos de intimidarte te encariña. 

-Mira (va aquí lo que se dice freír un huevo, o sea emitir un chasquido con la boca, y una pausa que crea expectativa en mí): Soy un trovador conocido, hasta querido. Y gracias a la vida no soy famoso. Esto me ha permitido moverme con soltura en Cuba y en el mundo sin tener que pagar el precio de la fama. En esos viajes he conocido a muchos jóvenes que se iniciaron y se siguen iniciando en esta canción de amor, de riesgo y de esperanza.   

Lo que resulte será para ustedes

que seguirán renaciendo por mí. 

A quien me amó más acá de la luz

guarde mi foto en el bolso de andar.

Llore en el día del aniversario,

en la hora en que no diré el último adiós.


Y ya que me lo dices, Vicente, así ha ocurrido con tus Auroras, te le apareces en cualquier trovador o tonada, lo cual les deja esa punzada de sentirte tan cerca aunque nunca jamás. Paradojas de este transitar al que llamamos vida. A propósito, sentencias:   

-A mis amigos les pido vivir

toda la vida que quede ante mí,

toda la muerte que no haya podido

matar con mis manos, mi sueño y mi voz.   


Has terminado dándome la razón, porque en realidad pareciera (a medias, claro) que reencarnas o hasta te reinventas, cual si lo que se ofrece en ese paso vital, fuese una atmosfera, que nos circunda, abrigando y animando a los que siguen. Parece que las obras hechas –humanas y poéticas- pasan de mano en mano, de alma en alma, burlándose del tiempo, o acaso de la mismísima muerte. 

-Bueno, Fide -tercias, encogiendo los hombros: 

A quien no entendió mi forma de estar 

recomiendo mirar hacia el fondo de sí.

Mire bien, pues quizás hubo alguna que otra presencia

que no se advirtió por temor.  

Que nadie se calle todo lo que fui

lo hermoso y lo triste que engendra un perfil

centrado en los años mediados del cerdo

y del hombre que un día esperamos nacer.


Ahora soy yo quien busca en las brumas del techo del mundo. En este animado encuentro de la madrugada; se atropellan imágenes en ese estar y no. No digo que te me apareciste en tu cumpleaños porque entonces sí que me gano tu imposible, pero seguro, encojonamiento.   

Me invade tu amor a la vida sencilla y natural, con la certeza martiana de que la felicidad está en hurgar, en andar, no en acumular otra cosa que no sean versos. De esa poesía que no es adorno, si no la manera de intentar vernos mejor, con la sabiduría de ese punto en que instinto, experiencia y razón, objetivan ideas y la convierten en canción.

Ahora, ocupando tus canciones, cuasi te veo, en imágenes que se atropellan...

He visto a Dios, a Martí, a Whitman y a otros 

que han grabado sus siglas en mí.

Ahora vengo dispuesto a entregarles a todos

lo que he acumulado por ti,

a enjuagarme las manos en todo tu fango, 

en tu gran herida, en tu persistir.


Me invades, Tinto, buen Tinto, irremediablemente guevariano, noble y recio, porque llevas al Che, no como imagen divina si no como ese ser precisamente coherente, que se talla a sí mismo, en ese debate crítico cotidiano con sus propios actos.     

No es fácil

cantar ante hombres

que te exigen en tus notas tesón.


No es fácil 

sensibilizar el sueño 

y plasmar en letras toda tu fe.


(...) No es fácil, no. 

En cualquier calle 

te espera el peligro de ser joven

y en cualquier hora

se engendra un poema peligroso.


No es fácil, no.

Pero se lucha. 


¿No te has llevado contra la pared, Vicente? te (me) pregunto, y me abordas sereno, pleno, con esa manera de ser trovador que exigiéndote nos coloca en posición de autoanálisis (autocrítica, diríamos partidistamente). No te rías; ya este soliloquio se torna complejo, resume y vamos a descargar en tu cumpleaños:   

-Mi hermano:  Después de tanto mirarme para adentro, que no cuesta nada, y cuesta tanto a la vez, solo me quedan dos grandes cosas, la vida y la muerte. A fin de cuentas la muerte, no es más que una parte inevitable y recurrente del proceso de la vida. La vida es tan cara y tan hermosa que hay que respetar mucho a quienes están dispuestos a ofrendarla por el bien de los demás. 

Y a estas alturas ¿qué yo espero de la vida? Nada. Ella y yo tenemos que hacer cosas. Yo hago la mía. 


Tomas la guitarra. Siempre terminas abrazado y abrazándonos con ella, y con esa voz de profundidad poética tocada por la naturalidad martiana, casi susurras... 

Créeme

que mis palomas tienen de arcoíris

lo que mis manos de canciones finas. 

Créeme, 

porque así soy y así no soy de nadie.



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