jueves, agosto 26, 2010

Analisis de El vigia


silviofilos

lars larsen

EL VIGIA

Agua me pide el retoño
que tuvo empezar amargo
va a hacer falta un buen otoño
tras un verano tan largo
el verde se esta secando
y el viento sur se demora
pero yo sigo esperando
que lleguen cantando
la lluvia y mi hora.

Yo soy de un oficio viejo
como el arroyo y el viento
como el ave y el espejo
como el amor y el invento
yo solo soy un vigia
amigo del jardinero
con la pupila en el dia
que llegara el aguacero
yo solo soy un vigia
amigo del jardinero.

Agua me pide el retoño
que tuvo empezar amargo
va a hacer falta un buen otoño
tras un verano tan largo
el verde se esta secando
y el viento sur se demora
pero yo sigo esperando
que lleguen cantando
la lluvia y mi hora.


Para empezar, vamos al final: observen la singular elipsis operando poco antes de entrar a la repetición de la frase que cierra la canción: “yo solo soy un vigía / amigo del jardinero / con la pupila en el día / que llegará el aguacero”.

Así como está dicha, la frase no tiene sentido, incluso es agramatical: pero nosotros entendemos perfectamente; nosotros, en nuestro rol de receptores activos (de “lectores hembra” como sugería Cortázar en una de sus morellianas), oímos esa frase como “con la pupila ENFOCADA en el día que llegará el aguacero”.

Y como enseñó Freud, en estas elipsis, en estos lapsus del habla, se encierran las grandes verdades del discurso, en estos vacíos de sentido es que nos saltamos las represiones impuestas por el poder que nos somete (sea este poder del talante que fuere).
Se sabe, al menos desde Barthes, que el lenguaje es la estructura más fascista que ha creado la humanidad, ya que el fascismo consiste no tanto en impedir decir, como en obligar a decir (dentro de un idioma sólo puedo usar los símbolos autorizados y usarlos según lo prescribe la gramática: si salgo de esto, soy ininteligible, estoy fuera de la ley intrísecamente fascista de la lengua).

Hay que leer, entonces, este lapsus y el hermetismo todo de la canción como una astucia sutil de desafío a cierta represión, a cierta estructura censora, inquisitorial.
Me explico: “El vigía” opera, como un todo, del mismo modo que esta elipsis del cierre: deja muchos espacios vacíos para ser rellenados desde nuestra escucha activa. De más de una manera, toda la canción es un espacio vacío, un impasse zen, si se quiere.
Mejor todavía, desde los espacios en blanco, desde lo no-dicho de “El vigía”, es que podemos llegar a concebir la totalidad de su(s) sentido(s) posible(s).
Hubo un tiempo, en Sudamérica, en que todos teníamos que hablar así, como en código, para cortocircuitar el aparato represivo.

Nótese que el vigía repite eso de que él es “solo” un amigo del jardinero.
¿Para qué o por qué se ve uno urgido a repetir algo?
Para marcar un punto, para insistir en algo, para asegurar que lo que se dice quede claro, más allá de cualquier duda.
[Convendría tener esto en mente].
Está claro, pues, que la relación que une al vigía con el jardinero es de absoluta importancia (al menos para el vigía). Tanto así que es su única seña positiva de identidad.

Ahora sí, vamos a la primera estrofa.
Es una suerte de noticioso, ¿verdad?
El vigía, el narrador de la canción, da un informe de la situación. Un informe completo, si bien es breve, sucinto, esquemático. Evidentemente, por lo que nos informa “el amigo del jardinero”, las cosas están rematadamente mal en esos parajes: “el verde se está secando”, “el viento sur se demora” (no sé qué pueda significar el “viento para un cubano, un habanero, pero intuyo que presagia lluvia y por tanto es promesa de alivio de la insolente y opresiva canícula estival).
Y, curiosamente, todos los signos de ese estar mal las cosas en ese jardín que es atendido por el amigo del vigía nos son presentados por inversión: con lo cual el vigía transmuta en guía turístico por el reino del revés: tradicionalmente, en términos populares, según la sabiduría rural (pertinente acá al estar el meollo de la canción sobreinscrito en una metáfora sobre el ciclo agrícola), el tener un verano largo es algo bueno, lo no tan bueno es que el invierno o el otoño sean largos, ya que, entre otras cosas, ello amenaza la posibilidad de buena cosecha. Así es que cuando otoño y/o invierno son largos o crudos nace la esperanza de que sobrevenga un buen verano.
Eso es lo normal, lo natural. Esto lo aprendimos hace mucho, cuando andábamos en bolas y a los gritos, dibujando bisontes en las cuevas de Altamira.

En esta canción las cosas están mal, no es un panorama grato el que describe el vigía, eso salta a la vista, pero lo que no cierra es que los síntomas de ese malestar no sigan el patrón usual: el verano ha sido largo y por ello se tiene la esperanza (y más que eso, ya que se dice “va a ser falta”: es decir, se tiene la necesidad) de que venga un “buen otoño”.


¿Qué es un otoño bueno? ¿Es posible un “buen otoño”?
El otoño es la estación de tránsito entre verano e invierno, es el período en que la exuberancia de todo cuanto vive comienza a declinar, a languidecer, a prepararse para morir (la vejez es el otoño de la vida, etc).


El verano, por el contrario, denota el período de mayor plenitud. Durante esta fase todo cuanto vive alcanza su máxima potencia. Por tanto, no sólo que nadie se queja de tener un verano largo sino que un verano largo es lo más deseable. Las ideas de verano largo y excelente cosecha van de la mano.


Repito, entonces, la perplejidad: ¿cómo es posible que un otoño sea “bueno”?
Lo único consistente con el “normal” orden de las cosas es que aquel retoño que tuvo un empezar amargo pida agua porque la sequía lo va aniquilando todo (“el verde se está secando”). Lo cual parece indicar que el retoño tendrá final amargo también.
El resto, cada una de las cosas existentes en este reino, está todo invertido, patas p’arriba.
Y la devastación avanza (imparable, al parecer).


Y no hay ya más esperanza (el verde se está secando, justamente). Es más, como dice el vigía, se anhela “un buen otoño”, es decir urge decaer de una buena vez (¿será eso un buen otoño?) y acabar cuanto antes en el invierno final.
Luego, como es apenas natural, todo recomenzará una vez más.

Bueno, hasta aquí no se ha hecho más que seguir el texto a pie juntillas. Ahora trataré de dar el salto del tramado de símbolos al desierto de lo real.
Este texto es riquísimo.
Da para cualquier lectura.
Ninguna de las posibles interpretaciones, sin embargo, podría alentar ningún tipo de optimismo: “El vigía” es una canción de bajón, amarga (como el empezar del retoño), una canción de borde, como la terribilísima “Variaciones sobre un viejo tema”.

Se me ocurre una lectura de tinte social en sentido amplio, sería una crítica del narrador a la generación inmediatamente posterior a la suya: esta generación que hubo tenido amargo comienzo se consume, según el vigía, sin dar el fruto esperado, se queda en retoño, no florece, no prolifera: le ha sido dado todo (puesto que el verano ha sido largo) y no obstante sigue pidiendo agua.

El vigía afirma no ser parte de esto, no estar metido en ello, no tener culpa ni cargo, ya que por toda seña de identidad él nos dice que es amigo del jardinero.


Y tan sólo eso. Ser amigo del jardinero le basta y sobra como definición de su ser-en-el-mundo.
El vigía está más allá de los pasajeros y acaso triviales, ciclicos conflictos de generaciones, ya que su oficio, es decir su rol social, no depende de estructuras eventuales o circunstanciales: su rol es viejo, antiguo, es algo ligado al curso ciego de la naturaleza, no sujeto a humana expectativa, dice el vigía.


Su rol está ligado al invento, a lo que está en constante movimiento como el ave y el viento; a lo que da vida en quietud, como el arroyo, como el amor. Pero es ambiguo este enumerar. No precisa un determinado oficio: no nos dice: soy programador de computadoras, contrabandista de heroína o profesor de dactilografía. Dice tantas cosas, establece tantas comparaciones vagas, que no dice nada concreto.


Lo único claro en toda esta ambigüedad es la marcada diferencia con el entorno agrícola que define a este reino: invento, ave, viento, espejo... ninguno de ellos pertenece a la sociedad que cuida el jardinero.


El oficio del vigía, se diría parafraseando un evangelio, no es de este mundo.
Así las cosas, puesto que el viento sur se demora, el vigía, feliz y contento de ser amigo del jardinero, es decir satisfecho con estar del lado del poderoso, espera que llueva.
Espera y espera, cantando porque sí, como el viento.


Reflejando las cosas que aparecen ante su superficie inmediata, como el espejo. Vale decir, de modo estéril, sin dimensión, sin voluntad.
Porque sí nomás.
No mueve un dedo para evitar que el verde se siga secando.


No es su oficio, el no es jardinero, él únicamente es amigo de jardinero, lo suyo es, a lo sumo, tener la pupila en foco en el futuro, un futuro que se entrevé despojado de todo delirio utópico, un futuro que es apocalipsis pleno: “el aguacero”, lo llama el vigía (y acá es imposible no recordar el aguacero de “Rabo de nube”, por más que, dado que estamos en el reino del revés, el aguacero ya no augura nada agradable).

Tener la pupila en el día que llegará el aguacero (y no hacer más nada y que precisamente ése sea el oficio viejo de vigía) equivale a decir que el vigía afirma que su oficio único es negar el presente, borrarse de éste, y a la vez servir de testigo, de narrador o cronista de hechos de este presente que en el futuro lejano serán ya pasado, ya que dada su posición privilegiada (su cercanía del jardinero) él puede ver más cosas que nadie (es un vigía justamente, está definido por su capacidad de visión) y decir cosas que otros no pueden. Si bien las dice de modo sibilino, enrevesado (ya se dijo que este autonominado vigía es un cronista del reino del revés, de ahí que su oficio sea viejo como el invento y sobre todo como el espejo: es decir, lo que refleja es percibido patas p’arriba).


Irónicamente, lo único activo en el vigía es su pasividad: “Yo sigo esperando”, dice, literalmente (un “pero” precede a esta afirmación: recordemos que “pero” es un nexo de conjunción adversativa, vale decir un elemento del lenguaje que permite la continuidad de un discurso por el recurso de contradecirlo, transgredirlo, oponerlo, relativizarlo. Lo cual es muy interesante --los marxistas estarán encantados, me imagino).


Lo que espera el vigía es “que lleguen cantando” la lluvia y “su hora”.
No hay otras noticias de cosas en movimiento en este reino del revés, el único gerundio se usa para describir la espera del vigía (esa pasividad activa) y la sequía que avanza, aniquilando lo verde: es decir aniquilando lo nuevo y la esperanza.


No hay salida, está diciendo entrelíneas el vigía; pero a pesar de tener plena conciencia de ello, él no hará nada, seguirá en lo suyo cantando al vacío como el viento, firme en su oficio viejo de espejo, y no moverá un dedo.
Hasta que llegue la lluvia y con ella su hora.
Si es que llega.
(¿Recuerdan la novela Desde el jardín? Su autor es un polaco de apellido difícil. Es la historia de un jardinero que por una confusión acaba siendo presidente de su país. Fue muy leída en los 70 y 80. Hay incluso una película, protagonizada por Peter Sellers).

“El vigía” podría leerse como una suerte de respuesta de Silvio al público joven, al público conformado por esos jóvenes cubanos nacidos luego del triunfo de la revolución: unos jóvenes que nacieron en pleno fervor utópico, unos jóvenes a los que se les prometió el paraíso de la revolución.


Ocurre que cuando esta nueva generación empieza a alzar la voz, se les da por cuestionar a Silvio, por reclamarle su silencio cómplice ante los multiples (t)errores del régimen, se le reclama que el semicalvo ya no es crítico y protestón como cuando era joven, como en las primeras canciones. En aquellos viejos tiempos, Silvio podía ironizar cantando “si un funcionario y un poeta amaran la misma mujer, etc”, pero resulta que no sólo ya no es ese joven sino que ahora, horror de horrores, ha devenido funcionario él también.


En fin (por supuesto, Silvio es mucho más que un simple funcionario, pero nosotros lo vemos desde fuera, muy cómodos, nosotros no vivimos en Cuba, estamos muy lejos de los dolores de un pueblo que, literalmente, se caga de hambre desde hace décadas. De seguro, uno leería muy de otro modo lo que hace Silvio si lo siguiera desde la isla).

La nueva generación, esos retoños que tuvieron difícil comienzo, se resiste a aceptar la visión de la realidad nacional que Silvio describe. Si a ratos hasta pareciera que al fin Silvio ha logrado su sueño mayor, que se ha vuelto un extraterrestre –a juzgar por lo divorciado que está de los problemas diarios que esos jóvenes confrontan.


El siempre estuvo atento al sentir de su generación. El dio belleza y fuerza a las preguntas de esos jóvenes, contemporáneos suyos, que empezaron a hacerse hombres al comienzo de la revolución. Pero estos otros jovenes, hijos de aquellos a los que Silvio canta en “Oda a mi generación”, traen un reclamo que Silvio no entiende, que lo excede, una demanda visceral a la que él no puede dar voz, unas preguntas que Silvio no puede amplificar ni menos responder. Y eso lo jode. Eso le mueve el piso. Esa tensión recorre todo el Tríptico, desde “Llover sobre mojado” hasta “Leyenda”.


¿Han notado como el Tríptico está saturado de imágenes de lluvia?

En esta lectura situada, el retoño sería la generación de cubanos nacidos luego del triunfo de la revolución, apenas luego del baño de sangre entre hermanos y del caos de una sociedad que trataba de hacer pie, que renacía de sus propias cenizas.


El verde que se seca sería la menguante esperanza de esta gente que creyó en la revolución y tambien la creciente carencia de alimentos: el pueblo del jardinero, ese amigo del vigía, es un pueblo que pasa hambre.
Y esa sequía que seca todo lo verde avanza incontenible.

“El vigía” se publica en el segundo disco del Tríptico. Por tanto debe haber sido compuesta entre 1981 y 1983. Antes de salir en disco, Silvio la cantó en sus shows en el Río de la Plata. Y en varios otros lados.
La verdad es que la tocaba mucho por esos días.
Desde el 90 no la ha vuelto a cantar.
El 90 significa la caída del regimen soviético.
Significa, para Cuba, la entrada en el “período especial” y después en la terrible “opción cero”, en una de las crisis económicas más agudas de la historia de esta gente tan sufrida y tan linda (¿han visto los ojos de los cubanos que viven en la isla? No recuerdo haber visto rostros más desolados).


Que esta canción haya sido lanzada en el 84 significa que ya entonces Silvio percibía que las cosas iban mal en Cuba y que lo peor estaba por llegar, venía avanzando a paso acelerado. Y tal vez ese sea el aguacero que este vigía, con la pupila puesta en el futuro, vio venir: es decir, el desastre que se inicia desde los 90 y que sigue hasta ahora. Recordemos que Silvio tiene onda con la tradición romántica del poeta, que se ratonea con esa idea del poeta-profeta, del poeta visionario, el adelantado, el que entre los temblores del presente descifra los signos definitivos de lo que vendrá.
El verano ha sido largo y el retoño sigue pidiendo agua.
El viento sur se demora.


No hay esperanza de mucho, tanto que va a hacer falta un buen otoño.
Estamos, ya se dijo, en el reino del revés, siguiendo la crónica del vigía, quien dice practicar un oficio viejo, similar al amor, el invento y el espejo. Por ello dice que espera que “lleguen cantando” la lluvia y su (propia) hora: es decir, la hora de cumplir su rol, su oficio viejo de salir a cantar, como la lluvia, del otro lado del aguacero.

La revolución debía darlo todo a todos, ser el antídoto contra todos los males de este mundo. Ser el mundo nuevo para los retoños.
El vigía no dice nada respecto al jardinero, no dice si fue bueno o malo, parece ser que el vigía entiende que todo se va al carajo por razones que exceden la pericia de su amigo el jardinero: estaba todo dado para que la cosecha fuese buena (el verano había sido largo, tan largo que llevaba como un cuarto de siglo al momento de la creación de “El vigía”), pero hoy el verde se está secando y la lluvia no llega.


¿Por qué esa esperanza de un otoño largo?
El otoño es la antesala del invierno, la fase que precede a la muerte.
En la revolución del planeta alrededor del sol, el ciclo verano-otoño-invierno-primavera es un ciclo de muerte y resurrección.
Es un ciclo natural, eterno.


La naturaleza sigue una ley mayor que la de cualquier revolución de los hombres, todo lo que florece debe perecer. Así el retoño. Tanto más cuando a pesar de un largo verano no se llegó a mucho o a nada o casi nada que no es lo mismo, etc etc.


La única esperanza es, por tanto, un buen otoño, un aguacero apocalíptico que acabe con todo y facilite la renovación de las cosas para la próxima revolución planetaria, para el próximo verano.
En este orden fatal, el vigía, amigo del jardinero, no hace más que testimoniar lo que ve: los retoños piden agua y el jardinero no puede hacer nada para mantenerlos con vida, se resigna a esperar la lluvia.


Es más, el vigía parece decirnos que él no cree que habrá lluvia, por ello es que afirma que hará falta un buen otoño.
En todo caso, la lluvia que espera el vigía no es la lluvia que saciará la sed de los retoños, es un aguacero, un vendaval, algo que pasará y arrasará con todo.

Como ya expuse antes, el vigía se dice amigo del jardinero pero cuando tiene que identificarse se salta la lógica agrícola que define el espacio en que ocurre la narración del texto y define su estirpe personal en elementos tan disímiles como el arroyo, el invento y el espejo. Llegando incluso a definir su oficio por comparación con estos elementos. Es decir, el vigía se disocia de la crisis general. Se pone más allá. A un lado. De ahí que diga que solamente espera que llueva, que lo único que él hace es tener la pupila en el día que caerá el aguacero aquel.
Hay un desagarro en esa toma de conciencia.

La canción acaba por un regreso al comienzo, porque así tiene que ser, porque es la única salida, dado que es una metáfora del ciclo agrícola, de la danza cósmica de renovación de las generaciones de los hombres: es decir, tal y como al verano sigue el otoño y a éste el invierno y a éste la primavera para volver otra vez al verano, a recomenzar todo otra vez.
Ese recomenzar será ciego y mecánico, como la vida de las imágenes que refleja el espejo.
No hay nada que esperar, nada más, ya no.

Tómense la molestia de escuchar las versiones en vivo de esos años.
La versión en Buenos Aires, por ejplo. Cuánto dolor que se oye cuando Silvio canta la parte final, esa del “verano tan laaaaargo y verde se esta secaaaando”.
Y cómo frasea esa parte de “la pupila en el día que llegará el aguacero”.
Estira d-i-i-i-i-i-a de tal forma que uno casi siente el peso de esa espera.
El peso hijueputa de tener que esperar por un día tan jodido.

“El vigía” podría ser, también, una canción dirigida contra cierto anquilosamiento burocrático de la revolución cubana. Desde esa sospecha, “El vigía” debería escucharse junto a “Jalisco Park” y “Guillermo Tell” de Carlos Varela (canciones que serían algo así como la debacle vista con la pupila de los retoños).


Si esta interpretación fuese válida, resultaría impresionante que Silvio haya logrado deslizar esta canción, tan dura, tan jodida, debajo de las narices de la censura y de la asfixiante represión del régimen.
Y que sin embargo poco después, como buen amigo del jardinero, incluso haya llegado a ser diputado.
Se entendería, entonces, por qué ya no la canta en público.

Intuyo que lo que digo acá no le caerá bien a la mayoría de los silviófilos, seguramente ustedes tendrán otra lectura de esta canción. Sólo puedo decir que escucho al semicalvo desde hace más de veinte años y que interpreto “El vigía”, como todas sus canciones, con la mayor buena fe.
Ustedes diran.
Ralle

El motivo central del texto constituye -en la superficie- una metáfora del ciclo agrícola
Veamos:
el retoño pide agua
el retoño tuvo empezar amargo.
hará falta un buen otoño.
el verano ha sido muy largo.
el verde se está secando.
el viento sur se demora.
El verano ha sido largo y el retoño sigue pidiendo agua.
El viento sur se demora.


Como ya expuse antes, el vigía se dice amigo del jardinero pero cuando tiene que identificarse se salta la lógica agrícola que define el espacio en que ocurre la narración del texto y define su estirpe personal en elementos tan disímiles como el arroyo, el invento y el espejo.




Maine Puede ser, aunque creo que de la realidad de Cuba sólo podemos tener una visión mediada (mediatizada), por lo menos desde donde estoy yo, se me escapan las realidades que pueden provocar esas quejas y me siento muy ignorante de todo eso. Será cuestión de hostigar con preguntas a nuestros silviófilos cubanos.

Fernando Hummmmm... es extraño lo que pasa 8) 8) 8) ..... bueno a quí les vá lo que Lars había posteado...:

Luego de esta definición de la unidad de lugar de la trama, aparece el cantor/narrador diciendo que espera, (“PERO yo sigo esperando”) que lleguen “la lluvia y su hora”. Por lo que este personaje nos dice (y su versión es toda la información disponible para la interpretación del texto), entendemos que él no es un retoño, es de otra especie, y además que no hace nada, solamente espera.


Es, pues, un ente pasivo, si bien más adelante nos contará algunas cosas más sobre su quehacer y, al hacerlo, pasará a ser una suerte de cronista o testigo de lo que pasa y/o amenaza pasar en ese “jardín”.
(No olvidemos, sin embargo, aquel teorema de silviología elemental que dice: “siempre que se hace una historia se habla de un niño, de un viejo o de sí”).

En la segunda estrofa, el narrador nos dice quién es él: no lo hará de modo positivo y abierto sino vagamente, con ambigüedad, con recelo, digamos: el narrador dice ser “el vigía”. No dice ser “un” vigía más, sino “el vigía”. Y como tal, este vigía se pretende parte (o descendiente) de una estirpe practicante de un oficio viejo y se define a sí mismo por comparaciones con arroyo, viento, ave y espejo.


¿Qué pueden tener estos diversos elementos en común con una actividad humana?
Y hacia el final de esta estrofa dirá algo más: “yo solo soy un vigía, amigo del jardinero”.
Añadiendo el dato de que tiene “la pupila en el día que llegará el aguacero”.
Luego de esta auto-presentación, que es también una auto-inclusión en el escenario de la narración, el narrador/vigía entra a la última estrofa; la cual, oh casualidad, es exactamente la misma estrofa del comienzo.


Con lo cual la canción entra en un bucle, se muerde la cola, queda irresuelta, a la expectativa, “esperando su hora” ella también.
Bueno,¿qué diablos está pasando acá?

Para empezar, vamos al final: observen la singular elipsis operando poco antes de entrar a la repetición de la frase que cierra la canción: “yo solo soy un vigía / amigo del jardinero / con la pupila en el día / que llegará el aguacero”.


Así como está dicha, la frase no tiene sentido, incluso es agramatical: pero nosotros entendemos perfectamente; nosotros, en nuestro rol de receptores activos (de “lectores hembra” como sugería Cortázar en una de sus morellianas), oímos esa frase como “con la pupila ENFOCADA en el día que llegará el aguacero”.


Y como enseñó Freud, en estas elipsis, en estos lapsus del habla, se encierran las grandes verdades del discurso, en estos vacíos de sentido es que nos saltamos las represiones impuestas por el poder que nos somete (sea este poder del talante que fuere).
Se sabe, al menos desde Barthes, que el lenguaje es la estructura más fascista que ha creado la humanidad, ya que el fascismo consiste no tanto en impedir decir, como en obligar a decir (dentro de un idioma sólo puedo usar los símbolos autorizados y usarlos según lo prescribe la gramática: si salgo de esto, soy ininteligible, estoy fuera de la ley intrísecamente fascista de la lengua).

Hay que leer, entonces, este lapsus y el hermetismo todo de la canción como una astucia sutil de desafío a cierta represión, a cierta estructura censora, inquisitorial.
Me explico: “El vigía” opera, como un todo, del mismo modo que esta elipsis del cierre: deja muchos espacios vacíos para ser rellenados desde nuestra escucha activa. De más de una manera, toda la canción es un espacio vacío, un impasse zen, si se quiere.


Mejor todavía, desde los espacios en blanco, desde lo no-dicho de “El vigía”, es que podemos llegar a concebir la totalidad de su(s) sentido(s) posible(s).
Hubo un tiempo, en Sudamérica, en que todos teníamos que hablar así, como en código, para cortocircuitar el aparato represivo.

Nótese que el vigía repite eso de que él es “solo” un amigo del jardinero.
¿Para qué o por qué se ve uno urgido a repetir algo?
Para marcar un punto, para insistir en algo, para asegurar que lo que se dice quede claro, más allá de cualquier duda.
[Convendría tener esto en mente].
Está claro, pues, que la relación que une al vigía con el jardinero es de absoluta importancia (al menos para el vigía). Tanto así que es su única seña positiva de identidad.

Ahora sí, vamos a la primera estrofa.
Es una suerte de noticioso, ¿verdad?
El vigía, el narrador de la canción, da un informe de la situación. Un informe completo, si bien es breve, sucinto, esquemático. Evidentemente, por lo que nos informa “el amigo del jardinero”, las cosas están rematadamente mal en esos parajes: “el verde se está secando”, “el viento sur se demora” (no sé qué pueda significar el “viento sur” para un cubano, un habanero, pero intuyo que presagia lluvia y por tanto es promesa de alivio de la insolente y opresiva canícula estival).

Y, curiosamente, todos los signos de ese estar mal las cosas en ese jardín que es atendido por el amigo del vigía nos son presentados por inversión: con lo cual el vigía transmuta en guía turístico por el reino del revés: tradicionalmente, en términos populares, según la sabiduría rural (pertinente acá al estar el meollo de la canción sobreinscrito en una metáfora sobre el ciclo agrícola), el tener un verano largo es algo bueno, lo no tan bueno es que el invierno o el otoño sean largos, ya que, entre otras cosas, ello amenaza la posibilidad de buena cosecha. Así es que cuando otoño y/o invierno son largos o crudos nace la esperanza de que sobrevenga un buen verano.


Eso es lo normal, lo natural. Esto lo aprendimos hace mucho, cuando andábamos en bolas y a los gritos, dibujando bisontes en las cuevas de Altamira.

En esta canción las cosas están mal, no es un panorama grato el que describe el vigía, eso salta a la vista, pero lo que no cierra es que los síntomas de ese malestar no sigan el patrón usual: el verano ha sido largo y por ello se tiene la esperanza (y más que eso, ya que se dice “va a ser falta”: es decir, se tiene la necesidad) de que venga un “buen otoño”.


¿Qué es un otoño bueno? ¿Es posible un “buen otoño”?
El otoño es la estación de tránsito entre verano e invierno, es el período en que la exuberancia de todo cuanto vive comienza a declinar, a languidecer, a prepararse para morir (la vejez es el otoño de la vida, etc).


El verano, por el contrario, denota el período de mayor plenitud. Durante esta fase todo cuanto vive alcanza su máxima potencia. Por tanto, no sólo que nadie se queja de tener un verano largo sino que un verano largo es lo más deseable. Las ideas de verano largo y excelente cosecha van de la mano.


Repito, entonces, la perplejidad: ¿cómo es posible que un otoño sea “bueno”?
Lo único consistente con el “normal” orden de las cosas es que aquel retoño que tuvo un empezar amargo pida agua porque la sequía lo va aniquilando todo (“el verde se está secando”). Lo cual parece indicar que el retoño tendrá final amargo también.


El resto, cada una de las cosas existentes en este reino, está todo invertido, patas p’arriba.
Y la devastación avanza (imparable, al parecer).
Y no hay ya más esperanza (el verde se está secando, justamente). Es más, como dice el vigía, se anhela “un buen otoño”, es decir urge decaer de una buena vez (¿será eso un buen otoño?) y acabar cuanto antes en el invierno final.
Luego, como es apenas natural, todo recomenzará una vez más.

Bueno, hasta aquí no se ha hecho más que seguir el texto a pie juntillas. Ahora trataré de dar el salto del tramado de símbolos al desierto de lo real.
Este texto es riquísimo.
Da para cualquier lectura.
Ninguna de las posibles interpretaciones, sin embargo, podría alentar ningún tipo de optimismo: “El vigía” es una canción de bajón, amarga (como el empezar del retoño), una canción de borde, como la terribilísima “Variaciones sobre un viejo tema”.

Se me ocurre una lectura de tinte social en sentido amplio, sería una crítica del narrador a la generación inmediatamente posterior a la suya: esta generación que hubo tenido amargo comienzo se consume, según el vigía, sin dar el fruto esperado, se queda en retoño, no florece, no prolifera: le ha sido dado todo (puesto que el verano ha sido largo) y no obstante sigue pidiendo agua.


El vigía afirma no ser parte de esto, no estar metido en ello, no tener culpa ni cargo, ya que por toda seña de identidad él nos dice que es amigo del jardinero.
Y tan sólo eso. Ser amigo del jardinero le basta y sobra como definición de su ser-en-el-mundo.
El vigía está más allá de los pasajeros y acaso triviales, ciclicos conflictos de generaciones, ya que su oficio, es decir su rol social, no depende de estructuras eventuales o circunstanciales: su rol es viejo, antiguo, es algo ligado al curso ciego de la naturaleza, no sujeto a humana expectativa, dice el vigía.


Su rol está ligado al invento, a lo que está en constante movimiento como el ave y el viento; a lo que da vida en quietud, como el arroyo, como el amor. Pero es ambiguo este enumerar. No precisa un determinado oficio: no nos dice: soy programador de computadoras, contrabandista de heroína o profesor de dactilografía. Dice tantas cosas, establece tantas comparaciones vagas, que no dice nada concreto.


Lo único claro en toda esta ambigüedad es la marcada diferencia con el entorno agrícola que define a este reino: invento, ave, viento, espejo... ninguno de ellos pertenece a la sociedad que cuida el jardinero.
El oficio del vigía, se diría parafraseando un evangelio, no es de este mundo.
Así las cosas, puesto que el viento sur se demora, el vigía, feliz y contento de ser amigo del jardinero, es decir satisfecho con estar del lado del poderoso, espera que llueva.
Espera y espera, cantando porque sí, como el viento.

Reflejando las cosas que aparecen ante su superficie inmediata, como el espejo. Vale decir, de modo estéril, sin dimensión, sin voluntad.
Porque sí nomás.
No mueve un dedo para evitar que el verde se siga secando.
No es su oficio, el no es jardinero, él únicamente es amigo de jardinero, lo suyo es, a lo sumo, tener la pupila en foco en el futuro, un futuro que se entrevé despojado de todo delirio utópico, un futuro que es apocalipsis pleno: “el aguacero”, lo llama el vigía (y acá es imposible no recordar el aguacero de “Rabo de nube”, por más que, dado que estamos en el reino del revés, el aguacero ya no augura nada agradable).

Tener la pupila en el día que llegará el aguacero (y no hacer más nada y que precisamente ése sea el oficio viejo de vigía) equivale a decir que el vigía afirma que su oficio único es negar el presente, borrarse de éste, y a la vez servir de testigo, de narrador o cronista de hechos de este presente que en el futuro lejano serán ya pasado, ya que dada su posición privilegiada (su cercanía del jardinero) él puede ver más cosas que nadie (es un vigía justamente, está definido por su capacidad de visión) y decir cosas que otros no pueden. Si bien las dice de modo sibilino, enrevesado (ya se dijo que este autonominado vigía es un cronista del reino del revés, de ahí que su oficio sea viejo como el invento y sobre todo como el espejo: es decir, lo que refleja es percibido patas p’arriba).


Irónicamente, lo único activo en el vigía es su pasividad: “Yo sigo esperando”, dice, literalmente (un “pero” precede a esta afirmación: recordemos que “pero” es un nexo de conjunción adversativa, vale decir un elemento del lenguaje que permite la continuidad de un discurso por el recurso de contradecirlo, transgredirlo, oponerlo, relativizarlo. Lo cual es muy interesante --los marxistas estarán encantados, me imagino).


Lo que espera el vigía es “que lleguen cantando” la lluvia y “su hora”.
No hay otras noticias de cosas en movimiento en este reino del revés, el único gerundio se usa para describir la espera del vigía (esa pasividad activa) y la sequía que avanza, aniquilando lo verde: es decir aniquilando lo nuevo y la esperanza.


No hay salida, está diciendo entrelíneas el vigía; pero a pesar de tener plena conciencia de ello, él no hará nada, seguirá en lo suyo cantando al vacío como el viento, firme en su oficio viejo de espejo, y no moverá un dedo.
Hasta que llegue la lluvia y con ella su hora.
Si es que llega.
(¿Recuerdan la novela Desde el jardín? Su autor es un polaco de apellido difícil. Es la historia de un jardinero que por una confusión acaba siendo presidente de su país. Fue muy leída en los 70 y 80. Hay incluso una película, protagonizada por Peter Sellers).

“El vigía” podría leerse como una suerte de respuesta de Silvio al público joven, al público conformado por esos jóvenes cubanos nacidos luego del triunfo de la revolución: unos jóvenes que nacieron en pleno fervor utópico, unos jóvenes a los que se les prometió el paraíso de la revolución.


Ocurre que cuando esta nueva generación empieza a alzar la voz, se les da por cuestionar a Silvio, por reclamarle su silencio cómplice ante los multiples (t)errores del régimen, se le reclama que el semicalvo ya no es crítico y protestón como cuando era joven, como en las primeras canciones. En aquellos viejos tiempos, Silvio podía ironizar cantando “si un funcionario y un poeta amaran la misma mujer, etc”, pero resulta que no sólo ya no es ese joven sino que ahora, horror de horrores, ha devenido funcionario él también.

En fin (por supuesto, Silvio es mucho más que un simple funcionario, pero nosotros lo vemos desde fuera, muy cómodos, nosotros no vivimos en Cuba, estamos muy lejos de los dolores de un pueblo que, literalmente, se caga de hambre desde hace décadas. De seguro, uno leería muy de otro modo lo que hace Silvio si lo siguiera desde la isla).

La nueva generación, esos retoños que tuvieron difícil comienzo, se resiste a aceptar la visión de la realidad nacional que Silvio describe. Si a ratos hasta pareciera que al fin Silvio ha logrado su sueño mayor, que se ha vuelto un extraterrestre –a juzgar por lo divorciado que está de los problemas diarios que esos jóvenes confrontan.

El siempre estuvo atento al sentir de su generación. El dio belleza y fuerza a las preguntas de esos jóvenes, contemporáneos suyos, que empezaron a hacerse hombres al comienzo de la revolución. Pero estos otros jovenes, hijos de aquellos a los que Silvio canta en “Oda a mi generación”, traen un reclamo que Silvio no entiende, que lo excede, una demanda visceral a la que él no puede dar voz, unas preguntas que Silvio no puede amplificar ni menos responder. Y eso lo jode. Eso le mueve el piso. Esa tensión recorre todo el Tríptico, desde “Llover sobre mojado” hasta “Leyenda”.
¿Han notado como el Tríptico está saturado de imágenes de lluvia?

En esta lectura situada, el retoño sería la generación de cubanos nacidos luego del triunfo de la revolución, apenas luego del baño de sangre entre hermanos y del caos de una sociedad que trataba de hacer pie, que renacía de sus propias cenizas.

El verde que se seca sería la menguante esperanza de esta gente que creyó en la revolución y tambien la creciente carencia de alimentos: el pueblo del jardinero, ese amigo del vigía, es un pueblo que pasa hambre.
Y esa sequía que seca todo lo verde avanza incontenible.

“El vigía” se publica en el segundo disco del Tríptico. Por tanto debe haber sido compuesta entre 1981 y 1983. Antes de salir en disco, Silvio la cantó en sus shows en el Río de la Plata. Y en varios otros lados.
La verdad es que la tocaba mucho por esos días.
Desde el 90 no la ha vuelto a cantar.
El 90 significa la caída del regimen soviético.


Significa, para Cuba, la entrada en el “período especial” y después en la terrible “opción cero”, en una de las crisis económicas más agudas de la historia de esta gente tan sufrida y tan linda (¿han visto los ojos de los cubanos que viven en la isla? No recuerdo haber visto rostros más desolados).


Que esta canción haya sido lanzada en el 84 significa que ya entonces Silvio percibía que las cosas iban mal en Cuba y que lo peor estaba por llegar, venía avanzando a paso acelerado. Y tal vez ese sea el aguacero que este vigía, con la pupila puesta en el futuro, vio venir: es decir, el desastre que se inicia desde los 90 y que sigue hasta ahora. Recordemos que Silvio tiene onda con la tradición romántica del poeta, que se ratonea con esa idea del poeta-profeta, del poeta visionario, el adelantado, el que entre los temblores del presente descifra los signos definitivos de lo que vendrá.


El verano ha sido largo y el retoño sigue pidiendo agua.
El viento sur se demora.
No hay esperanza de mucho, tanto que va a hacer falta un buen otoño.
Estamos, ya se dijo, en el reino del revés, siguiendo la crónica del vigía, quien dice practicar un oficio viejo, similar al amor, el invento y el espejo. Por ello dice que espera que “lleguen cantando” la lluvia y su (propia) hora: es decir, la hora de cumplir su rol, su oficio viejo de salir a cantar, como la lluvia, del otro lado del aguacero.

La revolución debía darlo todo a todos, ser el antídoto contra todos los males de este mundo. Ser el mundo nuevo para los retoños.
El vigía no dice nada respecto al jardinero, no dice si fue bueno o malo, parece ser que el vigía entiende que todo se va al carajo por razones que exceden la pericia de su amigo el jardinero: estaba todo dado para que la cosecha fuese buena (el verano había sido largo, tan largo que llevaba como un cuarto de siglo al momento de la creación de “El vigía”), pero hoy el verde se está secando y la lluvia no llega.


¿Por qué esa esperanza de un otoño largo?
El otoño es la antesala del invierno, la fase que precede a la muerte.
En la revolución del planeta alrededor del sol, el ciclo verano-otoño-invierno-primavera es un ciclo de muerte y resurrección.
Es un ciclo natural, eterno.


La naturaleza sigue una ley mayor que la de cualquier revolución de los hombres, todo lo que florece debe perecer. Así el retoño. Tanto más cuando a pesar de un largo verano no se llegó a mucho o a nada o casi nada que no es lo mismo, etc etc.
La única esperanza es, por tanto, un buen otoño, un aguacero apocalíptico que acabe con todo y facilite la renovación de las cosas para la próxima revolución planetaria, para el próximo verano.


En este orden fatal, el vigía, amigo del jardinero, no hace más que testimoniar lo que ve: los retoños piden agua y el jardinero no puede hacer nada para mantenerlos con vida, se resigna a esperar la lluvia.
Es más, el vigía parece decirnos que él no cree que habrá lluvia, por ello es que afirma que hará falta un buen otoño.
En todo caso, la lluvia que espera el vigía no es la lluvia que saciará la sed de los retoños, es un aguacero, un vendaval, algo que pasará y arrasará con todo.

Como ya expuse antes, el vigía se dice amigo del jardinero pero cuando tiene que identificarse se salta la lógica agrícola que define el espacio en que ocurre la narración del texto y define su estirpe personal en elementos tan disímiles como el arroyo, el invento y el espejo. Llegando incluso a definir su oficio por comparación con estos elementos. Es decir, el vigía se disocia de la crisis general. Se pone más allá. A un lado. De ahí que diga que solamente espera que llueva, que lo único que él hace es tener la pupila en el día que caerá el aguacero aquel.
Hay un desagarro en esa toma de conciencia.

La canción acaba por un regreso al comienzo, porque así tiene que ser, porque es la única salida, dado que es una metáfora del ciclo agrícola, de la danza cósmica de renovación de las generaciones de los hombres: es decir, tal y como al verano sigue el otoño y a éste el invierno y a éste la primavera para volver otra vez al verano, a recomenzar todo otra vez.
Ese recomenzar será ciego y mecánico, como la vida de las imágenes que refleja el espejo.
No hay nada que esperar, nada más, ya no.

Tómense la molestia de escuchar las versiones en vivo de esos años.
La versión en Buenos Aires, por ejplo. Cuánto dolor que se oye cuando Silvio canta la parte final, esa del “verano tan laaaaargo y verde se esta secaaaando”.
Y cómo frasea esa parte de “la pupila en el día que llegará el aguacero”.
Estira d-i-i-i-i-i-a de tal forma que uno casi siente el peso de esa espera.
El peso hijueputa de tener que esperar por un día tan jodido.

“El vigía” podría ser, también, una canción dirigida contra cierto anquilosamiento burocrático de la revolución cubana. Desde esa sospecha, “El vigía” debería escucharse junto a “Jalisco Park” y “Guillermo Tell” de Carlos Varela (canciones que serían algo así como la debacle vista con la pupila de los retoños).
Si esta interpretación fuese válida, resultaría impresionante que Silvio haya logrado deslizar esta canción, tan dura, tan jodida, debajo de las narices de la censura y de la asfixiante represión del régimen.
Y que sin embargo poco después, como buen amigo del jardinero, incluso haya llegado a ser diputado.
Se entendería, entonces, por qué ya no la canta en público.

Intuyo que lo que digo acá no le caerá bien a la mayoría de los silviófilos, seguramente ustedes tendrán otra lectura de esta canción. Sólo puedo decir que escucho al semicalvo desde hace más de veinte años y que interpreto “El vigía”, como todas sus canciones, con la mayor buena fe.
Ustedes diran.
LL
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Agua me pide el retoño
que tuvo empezar amargo.
Va a hacer falta un buen otoño
tras un verano tan largo.

El retoño, el hijo, o una idea nueva de sociedad(?) necesita agua, alimento para seguir creciendo. Puede ser que se refiera a la revolucion cubana, por lo del empezar amargo. En toda revolucion armada los costos en vidas humanas iniciales son altisimos. La cosa es que este germen, este retoño necesita agua y el verano ha sido largo y seco y se necesita un buen otoño, muchas lluvias opara alimentar al retoño.

El verde se está secando
y el viento sur se demora
pero yo sigo esperando
que lleguen cantando
la lluvia y mi hora.

La sequía continua (el bloqueo a Cuba?) y el viento sur se demora (otros paises latinoamericanos que se emancipen de EEUU?). En muchos lugares el viento sur es augurio de lluvia. "Y yo sigo esperando", claro porque por más que quieras que llueva, no depende de ti. Difiero con la idea de que el narrador sea pasivo. Simplemente hay cosas que tu esperas que sucedan, tienes la esperanza que sucedan, pero que no dependen de ti (la lluvia, la independencia o solidaridad de otros pueblos)
Que lleguen cantando (la lluvia canta al caer) y mi hora. Es decir que al llegar la hora esperada, sera un momento de alegria (la lluvia, el fin de la sequia) y es SU hora puesto que en ese mismo instante se termina su labor de vigia ("Ya no te espero Ya he liberado a tu patria Hija de una espera larga Ya hay un primero de enero Que funda a sus compañeros Con la sed de mi garganta")

Yo soy de un oficio viejo
como el arroyo y el viento,
como el ave y el espejo,
como el amor y el invento.

El oficio de cantar, de vigilar, de anunciar alboradas, de trovador. Como el arroyo y el viento, que cantan y traen nuevas aguas, nuevas corrientes. El ave y el espejo. El ave tambien canta y el espejo refleja la realidad, que es en gran parte lo que hace un autentico trovador.
El amor y el invento: Labores tambien netamente trovadorescas, cantarle al amor e inventar nuevos versos, nuevas melodias.




Yo sólo soy un vigía
amigo del jardinero
con la pupila en el día
que llegará el aguacero.
Yo sólo soy un vigía
amigo del jardinero.

Yo sólo soy un observador, uno mas del montón,
Recuerdan estos versos a Casiopea: Como una gota fui de la marea
la playa me hizo grano de la arena.
Fui punto en multitud por donde fui
nadie me detectó y así aprendí.

Pero a la vez soy participie de esta esperanza, puesto que ayudare a mi amigo el Jardinero (Fidel?) a buscar esas nubes de esperanza, de alimento para mi retoño, mi revolucion


(1983)

beto juarez
Güije A ver si se acuerdan de otras canciones, pero hallo interesante que en Flores Nocturnas Silvio dice: "¿qué jardinero ha sembrado la quinta avenida?"
Yo creo que es el mismo jardinero de El Vigía.

Ralle Yo no creo que sea el mismo jardinero. Recuerden que "el Vigia" forma parte de la obra Tríptico, que esta dedicado y es un homenaje al primer cuarto de siglo de la Revolución Cubana.

Simplemente en "Flores Nocturnas" se pregunta que jardinero sembró esas flores y por supuesto lo central aqui son las flores, no el jardinero.

En "el Vigia" el jardinero es un creador, es el artifice de toda una esperanza nueva.

Maine Está muy interesante tu interpretación Ralle, gracias por compartirla. Me parece muy atinada esa visión del verso "como el ave y el espejo". Yo tampoco creo que haya pasividad en ese seguir esperando la llegada de las "lluvias", sino esperanza (si, ya sé, esa palabreja la meto hasta en la sopa), obstinación en creer que las cosas buenas van a llegar. El hecho de considerarse "solo" un vigía, me parece un gesto de humildad, más que nada.

Con respecto a los jardineros en las distintas canciones, que no recuerdo ninguna otra; si el jardinero es Fidel, o sea, si coincidimos con eso y pensamos que es el mismo de "Flores nocturnas", entonces lo estamos considerando responsable de la prostitución en Cuba. Eso no me queda muy claro, a no ser que alguna de esas premisas esté errada.
_________________

beto juarez Flores Nocturnas es una canción "política", digamos. Mejor aún: es una de esas que aprueba el poder de la isla. La mención al jardinero ha de ir en ese sentido. No hay vuelta.

El Vigía, como tú dices bien, tiene todos esos elementos.
Tú dices:
"Pero a la vez soy participie de esta esperanza, puesto que ayudare a mi amigo el Jardinero (Fidel?) a buscar esas nubes de esperanza, de alimento para mi retoño, mi revolucion".

Tú, Ralle, sugieres ver en ese jardinero a Fidel.
De ese hilo, muy cerca a tus sugerencias, me preguntaba yo por este otro jardinero.

Y recuerda esta otra imagen, en Paula:
" ... yo pudiera darte un inmenso jardín
si pudiera darte todo mi país".

Ralle Si Beto, pero resulta que el jardinero de El Vigia esta conrtuyendo un jardin de esperanza, de futuro. Y el jardinero de "flores nocturnas" esta sembrando la 5ta avenida de prostitucion. Y ademas conociendo la relacion de amistad entre Silvio y Fidel, y más que amistad. La verdad es que Silvio es hasta diputado por la Revolucion Cubana. Entonces no se puede explicar de ninguna forma que sea el mismo jardinero.

jueves, agosto 19, 2010

Silvio rompe 30 años de ausencia en Estados Unidos

en el Carnigie Hall de Nueva York .
Reportaje y fotografía de Michelle J. Wong, exclusivo para CulturaCR:NET
Michelle J. Wong, especial para CulturaCR.

El icónico compositor, músico y cantante cubano, Silvio Rodríguez, se presentó este jueves 10 de junio, a teatro lleno en el Carnegie Hall de Nueva York después de tres décadas.
Fue recibido por un público eufórico de alrededor de 2,800 personas, mientras afuera exiliados cubanos protestaban pacíficamente—unos a favor y otros en contra de su presencia rodeando las afueras del teatro. Usted podría estar anunciado aquí por una módica contribución para preservar este sitio vigente y promover la cultura de manera independiente





















La seguridad del lugar se mantenía vigilante dados los incontables enemigos del izquierdista, quienes siguen pidiendo la cabeza de la revolución cubana en los Estados Unidos. Sin embargo, no hubo ningún altercado.





Adentro del elegante teatro se sentía un ambiente consternado, melancólico y a la vez eufórico. La audiencia, que mostraba la silueta de América Latina en los rostros criollos, muchos de ellos quienes vinieron desde Miami, gritaba y lloraba agitando banderas. ¡Viva Cuba! ¡Viva la revolución!




Silvio interpretó importantes temas de su repertorio como “Unicornio” y “Ojalá”, acompañado por el dúo de cuerdas “Trovarroco”, el baterista y percusionista Oliver Valdés y su esposa, la flautista y clarinetista Niurka González.


El pionero de la nueva trova, obtuvo la visa para ingresar a Estados Unidos después de más de 30 años de ausencia, cuando en 1978 compartiera escenario por primera vez junto al legendario Pete Seeger, también en la metrópoli neoyorquina.






Fue una noche de dedicatorias emotivas y provocadoras de parte del cubano. Al comenzar el concierto, Silvio hizo una especial mención y dedicatoria para Pete Seeger, su contraparte musical norteamericano, quien, desde la primera fila debió ponerse de pie para recibir la ovación del público.

Más tarde en el concierto, Silvio dedicó su “Canción del elegido” a los cinco presos políticos cubanos, quienes hace más de nueve años permanecen en prisión en los Estados Unidos por presuntos cargos de espionaje, conspiración de asesinato y otros crímenes. Silvio llamó a estos cinco hombres héroes cubanos.






Muchos de los temas de Rodríguez—censurados en los Estados Unidos por treinta años—rompieron silencio representados por la voz de la revolución cubana en el imperio. Durante el concierto, sus versos poéticos llenos de música y política emanaron una belleza que es tangible y percibe la naturaleza humana. En el auditorio se escuchaban gritos aclamando el histórico momento de la reaparición de Rodríguez afuera de la tierra del tabaco y el socialismo revolucionario.


Atrás del auditorio se encontraba la tour manager y productora histórica de Silvio, Ana Lourdes, a quien yo había conocido junto con su esposo, ex guardaespaldas del mismo Fidel Castro, en el 2008, en un viaje que realicé a la Habana para observar y fotografiar la Cuba de transición luego de la salida de Fidel Castro de la presidencia. Ana Lourdes, ganadora de dos Grammys, no había podido conseguir permiso para salir del calor político de la isla a recibir sus premios hasta ahora que logró acompañar a Silvio en esta gira histórica para el pueblo latinoamericano y otros amantes de la nueva trova cubana en los Estados Unidos.


A pesar de estar emocionada de visitar la gran manzana, Ana Lourdes no es simpatizante de las políticas internacionales Yankees que han resentido tanto al pueblo de Cuba a través del embargo; el cual es considerado por sus habitantes, un genocidio para su pueblo.
El pueblo latino fuera de Cuba ha conocido y seguido la política cubana y la poesía musical de Silvio Rodríguez tan de cerca como el mismo pueblo cubano lo ha hecho desde hace medio siglo. Ha sido, sin dudas, un tiempo plagado de cientos de composiciones del artista y activista de la revolución cubana.











Silvio parte hoy mismo para Oakland en California a continuar reuniendo audiencias que no olvidan el romanticismo que existió alguna vez en la revolución, la poesía y la música.

“No ha sido sólo romper el bloqueo lo que me ha llegado a venir"

Silvio Rodríguez por EEUU:
Silvio. Foto: Kaloian

Silvio Rodríguez se va de gira a Puerto Rico y Estados Unidos. No es la primera vez que visita ambos países -se niega a considerar el territorio boricua predio norteamericano-, pero esta vez los primeros ecos del viaje aparecieron como en sordina, hasta que el New York
Daily News desenterró la noticia: en el Carnegie Hall se presentará el trovador el próximo 4 de junio.
Silvio, “una leyenda de la música cubana”, lo llamaría el Daily, para remarcar que solo mitos vivientes pasan por ahí. Y no es una exageración.

En el escenario de Carnegie Hall han cantado Benny Goodman, Judy Garland, Shirley Bassey, James Gang, Nina Simone, Stevie Ray Vaughan… Los Beatles, en 1964. Y The Beach Boys, Pink Floyd, Bob Dylan. Buena Vista Social Club tocó el 1 de julio de 1998. Cuando la industria musical estadounidense cerró filas con el macartismo, la mítica banda The Weavers, en la que
cantaba Pete Seeger, se vio obligada a disolverse en 1952. Los músicos de The Weavers se reunieron nuevamente en el Carnegie Hall, en 1955, y en 1980 repitieron el encuentro en el mismo teatro, lo que sirvió de tema al famoso y premiado documental Wasn´t that a time.

Gira confirmada, Carnegie Hall, Puerto Rico, el hecho de que hace rato no lo vemos en conciertos, la excelente acogida de su Segunda Cita… Un notición y unos inevitables deseos de hacer preguntas: “Yo te las contesto con gusto, tírame de lo que te apetezca. No te demores”, dijo Silvio a vuelta de correo electrónico. Las respuestas llegaron pocas horas después.

¿Cuál es el programa, quiénes te acompañan y qué repertorio presentas?
¿Habrá Segunda Cita?

-Irán conmigo mis compañeros de escena desde hace más de un lustro: el trío de cuerdas pulsadas Trovarroco, el baterista y percusionista Oliver Valdés, y Niurka González en la flauta y el clarinete. Habrá momentos en que también diré algo sólo con mi guitarra. Necesariamente tendré que hacer un recorrido por todas mis épocas porque hace 13 años que no voy a
Puerto Rico y 30 que no piso suelo de los Estados Unidos. En el repertorio decidí incluir tres temas de “Segunda Cita“: Sea señora, Carta a Violeta Parra y Demasiado. Con nosotros también irá el personal de sonido y producción que siempre me acompaña en mis presentaciones. Estamos ensayando, a la espera de la visa.

–En tu viaje a Estados Unidos en 1978 escribiste dos canciones, “Leyenda”,
dedicada a la Brigada Antonio Maceo, y “Tu imagen”, evocación de un amor
ausente que todo silviomaniaco se sabe de memoria. ¿Por qué esas canciones
allí y no en otra parte?


-La Brigada Antonio Maceo, compuesta por jóvenes cubanos emigrados, algunos víctimas de la operación Peter Pan, y la brigada Venceremos, de norteamericanos, fueron los responsables de aquella primera visita mía. Mi cercanía con los jóvenes cubanos, muy entusiastas por cierto, hizo salir “Leyenda”. Era el verano de 1978 en Nueva York. Aquellos días los pasé en
un edificio de apartamentos del East Side, donde vivía mi hermana María, por entonces esposa de nuestro embajador ante la ONU, Raúl Roa Kourí. Tras aquellas ventanas que miraban al Hudson compuse las dos canciones. “Tu imagen” apareció una mañana, al despertar, y se refiere a una historia imposible de aquellos días neoyorkinos.

-¿Qué recuerdas del viaje que hicieron Pablo Milanés y tú en 1980 a ese país? ¿Imaginaste que regresarías después de tres décadas?

-Era febrero y se decía que hacía 50 años que no nevaba tanto. Yo pensé que en los países fríos pasaba lo mismo que en los calurosos: en Cuba es común escuchar que semejante calor no se ve desde tal año. Pero lo cierto es que la noche que íbamos a cantar en la Brooklyn Academy of Music (BAM) la nieve nos retrasó dos horas. En la Universidad de Massachusetts, donde
compartimos programa con la banda de Duke Ellington, había un frío espantoso. Igual en Poughkeepsie, el pueblo de Pete Seeger. También recuerdo que le hicimos una visita a la viuda y los hijos de Orlando Letelier. Además conocimos a los hijos de los esposos Rosenberg, que
continuaban reivindicando la dignidad de sus padres.

El museo del aire de Washington es maravilloso. Y en Nueva York el Metropolitan y por supuesto el MOMA, donde vi elGuernica, de Picasso, y La Jungla, de Lam. Y, para que
te rías, el “Superman” de Steve Reeves, que acababan de estrenar, lo vi con una bolsa de rositas de maíz en una mano y una Coca-Cola en la otra.

Como por entonces fui dos veces casi seguidas a los Estados Unidos (eran tiempos de Carter), no imaginaba que en el futuro sería tan difícil. Y eso que por entonces yo era más ácido políticamente que ahora.

-Según el libro de Joseba Sanz*, la prensa de Nueva York recogió estas declaraciones tuyas a propósito de las razones que te llevaron en 1978 a Estados Unidos: “Contribuimos a romper el bloqueo, no solo económico y comercial, sino cultural, que Washington impuso a Cuba”. Ante la misma pregunta que provocó esa respuesta, ¿qué dirías hoy, 32 años después?

-Tanto aquellas veces como esta, no ha sido sólo romper el bloqueo lo que me ha motivado. Los Estados Unidos es uno de los países más mitológicos del mundo y, para colmo, nos queda sólo a 120 kilómetros y como sabemos está muy presente en nuestras vidas. Todo eso lo hace más que interesante, y yo no soy más que un simple mortal. Por otra parte, cada vez hay más
gente que piensa que el bloqueo debe terminar y cada cual empuja un poquito como puede, desde donde está. Es un empuje que se hace desde muy diversos puntos de vista, pero sin dudas hay una coincidencia entre los que aparentemente sustentan posiciones políticas encontradas.

Yo creo que el fin del bloqueo va a significar bienestar no sólo para los cubanos sino también para el mundo, porque ese acto sigue siendo una de las agresiones más inexplicables que arrastra la Historia desde el siglo pasado. Y, por supuesto, creo que los gobernantes norteamericanos van a sentir mucho alivio cuando al fin puedan deshacerse de esta zona de su propia intolerancia.

- Hay una leyenda muy conocida en Nueva York que reza: “Quien canta en el
Carnegie Hall está parado en la Historia, anclado por la excelencia”.
Pero esto me recuerda también una frase de Mario Benedetti: “Silvio nunca será un mito; no viaja con su pedestal a cuestas”. ¿Cómo te presientes en ese escenario?


-La primera vez que estuve en Nueva York pasé frente al Carnegie Hall. En la escalinata estaba sentado un joven flautista, leyendo en un pequeño atril lo que me pareció música de Mozart.

Había tal delicadeza en su ejecución y en su sonido que pensé: “Este debiera estar tocado allá
adentro”. Quizá él se ubicó en aquel sitio para que los transeúntes pensáramos así, pero sin dudas era bueno. Desde hace más de 30 años, a veces, me pregunto qué habrá sido de aquel muchacho. Ojalá lo haya conseguido, ojalá siempre todos consigamos lo que merecemos, sin que esto quiera decir que sólo los premiados son buenos. Lo que soy yo, en cualquier escenario me verás ocupado en las cosas de siempre: que los músicos nos escuchemos bien para poder tocar comunicados, y que el público escuche lo que esperamos que se escuche.

-Te encontrarás con unos Estados Unidos sacudidos por la Ley Antiinmigrante de Arizona, por la patética cofradía del Tea Party, por una bomba de mentiritas que desactivaron la semana pasada en Manhattan, por un Wall Street tan débil que casi colapsa este jueves tras una simple falta de ortografía… Lennon aparte, ¿cuánta utopía está definitivamente rota en ese país y cuánto de imaginación?

-Lo de Arizona ha despertado la repulsa universal y con mucha justicia.
Poner cualquier tipo de bomba en Nueva York me parece una salvajada inadmisible, e igual me parece ponerlas en Bagdad, en Moscú o en La Habana. Es cierto que el capitalismo parece tambalearse, aunque los que saben de economía suelen decir que todavía se va a recuperar. No sé si estaré diciendo una barbaridad, pero pareciera que el non plus ultra del capitalismo, la especulación bolsística, tiende a desarrollar una especie de cáncer autodestructivo. Hay un economista catalán, Santiago Niño-Becerra, que dice que el sistema está agotado y que sin dudas se viene abajo.

-¿Has valorado presentarte en la Florida? ¿Aceptarías una invitación para actuar en Miami?

-Puede que actuemos en algún lugar de Florida, pero no tenemos previsto Miami. Sé que la mayoría de los cubanos que viven allí no son como se manifiestan sus medios y por eso lo lamento.
- Esta gira comienza en Puerto Rico, ¿otra vez con Roy Brown?

-Bueno, si Roy u otro compañero quiere participar, por mí es bienvenido.
Hasta ahora estamos preparados para asumir completamente los conciertos, pero no es descartable que se nos sumen voces. Por ejemplo, si vamos a alguna ciudad de Florida, yo invitaría a mi viejo compañero de trova Carlos Gómez, que vive y canta por allá.

-Dijiste que cuando pensabas en Puerto Rico, no veías una Isla, sino otra
cosa. ¿Qué exactamente?


-No recuerdo eso. Lo que sí dije hace poco es que en mis correos tengo a Puerto Rico entre los países Latinoamericanos y a Estados Unidos en su propio file.

-En tus canciones inéditas de la década del 60 que publicaste en el Cancionero (2008), está “Defensa del trovador” con una angustiosa confidencia: “…cantar es difícil/ porque hay que querer la verdad/ mucho más que a la misma canción”. ¿Le sigue siendo difícil cantar a Silvio
Rodríguez?


-Para empezar, cantar es difícil porque significa hacer algo que considero excepcional, al menos en mi caso. La confidencia que mencionas muestra qué tempranamente había comprendido que yo cantaba no por emitir sonidos sino por tener algo que decir. Obviamente asumir aquello tenía un coste. La parte angustiosa es porque sugiere consecuencias de cantar lo que no gustaría ser escuchado. Esta es una canción que hice a los 22 años. La trova que yo hacía entonces no voy a decir que fuera épica, pero sí riesgosa. Mucho más riesgosa que la que pudiera hacer cualquier sesentón con cierto éxito. A quienes les resulta difícil cantar hoy es a muchachos como Los Aldeanos y Silvito el libre. Es probable que necesiten profundizar en algunos sentidos, pero me parece imprescindible empezar por defender su derecho a expresarse. Precisamente porque me identifico con el Silvio de los 60.

viernes, agosto 13, 2010

Entre manos anda la trova

Estrella Díaz • La Jiribilla


Cada verano la televisión cubana emprende iniciativas y esfuerzos para poner en pantalla una oferta especial para este período del año en que la pequeña pantalla se convierte en una opción de prioridad uno.

Por esa razón surgen espacios puntuales y otros que se quedan como“habituales” durante más tiempo. El pasado 5 de julio por Canal Habana —la más joven propuesta de la televisión cubana y con solo tres años de vida— transmitió El motor de arranque, espacio humorístico-musical con guión de Osvaldo Doimeadiós y dirección Juan Carlos Travieso. El motor de arranque, que tendrá otra salida al aire del 30 de agosto y
con él se pondrá punto final al verano y se dará la bienvenida al nuevo curso escolar, cuenta con un elenco de 16 actores y con una duración de hora y media.

Otro espacio que verá la luz en el verano y que se mantendrá después es Entre manos, de 27 minutos de duración y que se transmitirá cada domingo a las siete de la tarde bajo la dirección de Travieso, joven director graduado en la especialidad de edición del Instinto Superior de Arte (ISA) y quien, también, dirige Secuencia, programa dedicado al cine y al audiovisual; Coordenadas, una cartelera diaria y Paréntesis este último de frecuencia semanal y transmitido por el Canal Educativo
y que tiene un corte juvenil de debate sobre problemas puntuales del arte cubano hoy.

Para obtener mayores detalles sobre Entre manos conversamos con Juan Carlos Travieso: siempre teniendo como brújula (y certeza) de que la trova que es un género muy poco favorecido por los medios de comunicación y que requiere y se merece mayores espacios de difusión.

¿Cómo nace este espacio?

En primer lugar es una vieja deuda que tengo con la trova y en segundo un compromiso conmigo mismo. Entre manos es un proyecto que mostré en varios canales de la televisión cubana, pero por distintas razones no cuajaba. Me decidí a presentarlo en Canal Habana y gustó la idea. Poco a poco se fue madurando hasta que se dieron las condiciones óptimas para poder enfrentar un proyecto de este tipo.

¿Será un espacio habitual o está concebido exclusivamente para el verano?

Es un programa que surge en el verano, pero se va a mantener como
habitual durante el tiempo que el espacio tenga impacto.

¿Quiénes serán los conductores?

Marta Campos y Ray Fernández, ambos trovadores. Los escogimos porque son excelentes músicos y, además, son personas que comunican mucho y tienen un gran carisma; son muy frescos y queríamos conductores que valoraran la trova desde las generaciones a las que pertenecen.

Marta es de una generación que tiene un sólido camino recorrido, mientras que Ray representa a los más jóvenes. Además, tienen formaciones completamente diferentes: ella es de academia y él autodidacta (hasta hace muy poco fue cocinero). Estos son factores a los que les estamos sacando mucho provecho.

¿Cuál es la estructura del programa?

Siempre soñé con llevar a la pantalla un programa que reflejara ese espíritu que tiene la trova y que poseen cada uno de los trovadores y que ellos lo han defendido siempre en lo espacios más íntimos y no cuando se presentan en un concierto, en un espectáculo o en un programa de televisión en que tienen que regirse por un guión.

Entre manos obviamente tiene un guión, pero estamos tratando de aligerarlo para que parezca improvisado, más dinámico y que se asemeje a lo que pasa cuando ellos se reúnen en un patio o en la sala de la casa de un amigo a descargar, a trovar.

El espíritu que quiero lograr es, por ejemplo, el que se da después de un concierto A guitarra limpia en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, cuando tres, cuatro o cinco trovadores se sientan en círculo debajo de las yagrumas a compartir canciones (propias o ajenas). Esa magia es la que queremos lograr.

¿Tendrá secciones fijas?

No, ni fijas ni eventuales. Serán los invitados en el estudio y allí se cantará en vivo. Ese es otro concepto que defendemos: no queremos un espacio donde la gente fuera a doblar porque eso, a mi juicio, mata el espíritu de la trova, se liquida la sabrosura y la espontaneidad del género. Tampoco utilizaremos ningún material de archivo y eso diferencia a Entre manos de otros espacios que han existido, con mucha calidad por cierto.

¿Cómo se hará la selección de los trovadores?

No se trata solamente de trovadores, sino de muchas gentes que, de alguna manera, están vinculadas a la trova indirectamente.

¿Y eso no les quitará protagonismo a los trovadores?

Vamos a esperar que salga el programa y después me dirán, pero creo que no. La trova tiene un protagonismo indiscutiblemente ganado y de lo que se trata es de dar nuevas y diferentes visiones en torno al género. Incluso estamos pensando dedicar algunos espacios a personas que no son trovadores, pero que son gentes que le gusta sumarse a la descarga cuando se arma; por ahí los hay que son médicos, abogados, ingenieros, sicólogos y periodistas reconocidos que disfrutan la trova, la hacen suya y que, sin embargo, se dedican a otras profesiones.

No es nuevo afirmar que la trova es un género que no ha gozado de gran promoción en nuestros medios. He participado en consejos ampliados de la Asociación Hermanos Saíz, en el Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), y en otros espacios en los que hemos podido alzar la voz a favor de la diversidad cultural en general y la diversidad musical en particular. Es evidente que la trova está marginada y sin otorgarle la relevancia e importancia que tiene.
Sueño con que Entre manos sea un programa con las menores ataduras.

¿En qué sentido ataduras?

En restricciones para cantar. El programa fluye como si fuera en vivo, es decir, se va a grabar pero transcurre en tiempo real. La idea es que Marta y Ray no hagan lo que habitualmente está concebido para los presentadores de televisión, es decir, que se conviertan en conductores que den las buenas noches y anuncien lo que va a suceder.

No, el espíritu del programa es como una peña, una descarga a la que ellos están muy habituados. Simplemente se trata de propiciar que ese espíritu viva, respire y lata dentro de un programa de televisión.

Como director, ¿cuál es tu mayor inquietud?

Más bien hablaría de retos. El espacio está dedicado a los jóvenes y queremos que contribuya a descubrir o redescubrir los valores que tiene la trova. Creo que ese es el reto que nos hemos trazado: llegar al público que, habitualmente, no tiene la trova.

Trataremos de aprovechar el tiempo en pantalla que nos han facilitado.
Creo que la dirección de Canal Habana ha tenido una luz larga en ubicar el programa un domingo a las siete de la noche. Es un horario estelar que, con toda justeza y desde hace mucho tiempo, la trova se merece. Tenemos que utilizar el espacio para sumar gentes y no que la trova se quede con el público que ya cuenta, sino que se amplíe a las nuevas generaciones.

¿Eres de los que piensa que los jóvenes desconocen la trova joven?

Categóricamente sí. Y este fenómeno no solo se da en la ciudad sino también en otras provincias. Resido en el municipio de San José de las Lajas, en la provincia de La Habana, y aunque no es tan distante de la capital la vida cultural es completamente ajena a la que, tal vez, pueda existir en la Ciudad de La Habana.

Por lo tanto, no podemos medir a una generación completa por lo que pasa entre los dos millones de habitantes de la capital. Este es un fenómeno que hay que estudiar y, de alguna manera, cambiar. Mi objetivo es hacer un programa disfrutable para todas las generaciones; no tiene prohibiciones de edad. Al contrario, es abierto a todas las edades, pero con un marcado acento hacia los más jóvenes.

¿Los protagonistas de cada programa serán los trovadores jóvenes?

No. Fíjate que los propios conductores responden a generaciones diferentes y ellos son los encargados de atraer al público: Marta va a comunicarse con un sector y Ray con otro.

Canal Habana en su programación exhibe una gran coherencia y calidad, pero tiene en su contra que solo se capta en la capital, ¿hay posibilidades de ubicar este espacio en otros canales de mayor impacto nacional o internacional?

Eso se nos va de la mano y tendría que ser una voluntad de la dirección de la televisión cubana. Nosotros estamos en la mejor disposición de ofrecerle el producto terminado.

¿Y es habitual que eso se haga?

No es habitual, pero ha pasado a lo largo de estos tres años. A Cubavisión Internacional sí le hicimos la propuesta para que Entre manos se transmita por esa frecuencia porque creo que es importante que en el mundo se conozca no solamente la rumba, sino toda la poesía y la sabiduría que encierra la trova.

martes, agosto 10, 2010

Silvio es silvio

La historia de esta entrevista merece contarse en su aspecto más sorprendente para nosotros.
La imagen de Silvio suele contraponerse a la Pablo Milanés, diciendo que Pablo es el músico y Silvio el poeta, que Pablo es el simpático y Silvio el pesado, que uno más crítico con la Revolución que el otro, que uno era asequible y el otro un huraño malas pulgas, etcétera.




Esta dicotomía no le daba mucho futuro a nuestra entrevista con Silvio. Logramos conseguirnos el fax de su hermana-manager en Cuba y le escribimos contándole de qué se trataba y como si fuera la carta a un amigo (hay que ver hasta dónde ha llegado Silvio al alma de uno con sus canciones) le comentamos que Víctor Heredia nos habló mucho de él (de Silvio) y que se había roto la pierna (de Víctor). Pasó el tiempo y Silvio vino a Chile para cantar en el homenaje al Che (septiembre de 1997).


Nos topamos con él en la conferencia de prensa y para refrescarle la memoria le contamos lo de Víctor, y Silvio con flor de sonrisa en la cara nos dijo que sí, que se acordaba, que no hay ningún problema con la entrevista, que cómo estaba Víctor, que le enviáramos el cuestionario, que él lo respondía después por fax.
Cuento corto: a los meses, en diciembre (de 1997), Silvio, el huraño, el pesado, nos enviaba 11 páginas desde Cuba.


Diferencias "literarias" o "estilísticas" entre un texto de poesía y uno de canción.

SR: No creo que exista una definición absoluta en este asunto. Desde que se canta, y de eso parece que hace mucho, la canción ha adoptado diversas maneras, y también la poesía, y ambas han tenido el objetivo supremo de la comunicación. Dicen que Homero, lira en mano, cantaba sus narraciones, y aquella forma hoy es considerada como la poética de entonces. Mucho después, en el medioevo, los trovadores provenzales también entonaban largas composiciones sobre hechos inventados o reales. O sea que no pudiera decirse que la extensión, la sintaxis o los estilos determinen lo que es una canción o lo que es un poema, ya que hay ejemplos en que cualquiera regla queda rota.




Más acá también hay muestras de que cualquier poema puede cantarse aunque tenga intrincada estructura. Tenemos los casos de Alexander Block, musicado por Shostakovich, y el de los "Versos Libres" Martí, en la voz de Pablo Milanés, por sólo citar dos ejemplos. Por eso yo tiendo a creer que todo buen poema es una canción, y que las buenas canciones son poemas.




¿Qué valor le asignas a la métrica y a la rima? ¿Cuál sería el valor de la forma predefinida?



SR: Cada pueblo tiene su propio sentido del ritmo. En Cuba, como en otros países, fueron los músicos espontáneos los que se encargaron de hacer cristalizar nuestras características. Aquí se suele decir que el son es la quintaesencia de nosotros. La causa es que el son, de los estilos de la música popular, es el mulato por excelencia. Toda nuestra cultura es mezclada, por razones de mestizaje étnico y por la confluencia de diversas presencias universales que dejaron su huella y se fundieron en nosotros. De ahí que Guillén sea considerado nuestro poeta nacional, primero por su libro "Motivos del Son", de a principios de siglo. Y no es sólo porque Nicolás lograra cantar con puntería la anécdota cotidiana y los hechos trascendentales, sino porque lo hizo en una clave formal que es parte importante de la cubanidad. Su manera de usar la métrica y la rima sugieren ciertos acentos de nuestra percusión musical. Este es un ejemplo de valores que incorpora la forma.
Yo no suelo partir de formas predefinidas. En realidad suelo partir sólo de los deseos de tocar la guitarra. Me pongo en eso y la música que sale es la que marca los acentos; ellos me dictan una métrica, una rima, si es que hay regularidad. A veces la música me susurra el sentido de las palabras.


Nómbranos alguna canción que recuerdes por su dificultad para terminarla, o alguna canción tuya o de otro artista que te haya costado entender.


SR: Hay canciones que me han costado años. Incluso hay algunas que las tenía en mente desde la niñez, cuando ni soñaba con hacer canciones. "Rabo de nube", por ejemplo, la intenté un montón de veces, e incluso en la canción anterior la anuncio -como en "Girón Preludio"- cuando digo: "El aire toma forma de tornado...". Pero vine a dar con ella cuando menos lo esperaba, en una tarde apacible, en México D.F., a fines de los años 70.
Respecto a canciones que me haya llevado trabajo entender, podría decir que todas, o casi todas, si es que alguna vez he entendido alguna. Y es que lo primero que escucho es la música; la letra me va llegando después y poco a poco. Hay canciones tradicionales cubanas que he escuchado miles de veces, de las que sólo recuerdo una frase o apenas una palabra aislada. A mis propias canciones no las recuerdo, sólo me sé unas poquísimas, y aún así me equivoco.

¿Qué canción o qué que te haya hecho ver la capacidad de la canción para transmitir sentimientos e ideas?

SR: Me gusta decir que yo empecé a componer para matar el aburrimiento, porque es verdad. He contado que estaba pasando mi servicio militar y que para no volverme loco empecé a componer. Eso es cierto, pero también es cierto que había en mí una necesidad, digamos, expresiva. Y desde que empecé, aun en aquellos balbuceos iniciales, lo que sentía muy fuerte eran las ganas. Por supuesto que me importaba lo que pensaran otros de lo que yo hacía, pero hasta un límite. Porque, dijeran lo que dijeran, y cualquiera que fuera la reacción, yo estaba dispuesto a seguir en lo mío.


Eso lo sé ahora, porque me recuerdo como era de testarudo y ensimismado. Y por eso la primera utilidad que aprendí de la canción fue gozar haciéndola, y rehaciéndola, partiéndome la cabeza, y después quedar en una especie de limbo en el que no podía hacer otra cosa que repetirla y repetirla, hubiera o no auditorio.


Luego mis canciones empezaron a tener vida propia. Salían de mí, tras el proceso descrito, y corrían la suerte que la vida les daba. A veces volvían llenas de señales que no reconocía. De esa forma comprendí, a duras penas, que mis canciones no eran tales hasta que el mundo me las devolviera, y que aquellos espectros que yo tenía que reaprender eran, en realidad, lo que había hecho. Creo que algo parecido le sucedió a un tal Dr. Frankenstein.


Todo esto tiene un alcance y una cantidad de bifurcaciones que se pudiera escribir un libro sobre el tema, pero ustedes van en otra dirección, y quiero ayudarles.

Fue el contacto con la diversa gente, las cartas, los conciertos, los viajes, quienes me fueron enseñando otras consecuencias del vicio de hacer canciones y cantarlas. Recuerdo que muy temprano, creo que antes de 1970, se me acercó Fernando Núñez de Villavisencio, siquiatra que había conocido en la casa de los Rodríguez Rivera, y me dijo que en su sesión de terapia colectiva usaba temas míos. Ese fue uno de los primeros indicios que tuve de que las cosas iban un poco más allá de lo que yo me imaginaba. Este y luego otros hechos parecidos, hicieron entrar en conflicto mis intenciones con lo que se esperaba de mí.




Después, tratando de profundizar, empecé a enterarme de cómo veían -no sólo la canción, sino el arte- diversos pensadores, y me detuve en algunas lecturas de estética -y ética-, especialmente deBrecht, pasando por Adolfo Sánchez Vázquez, y también Pound, Trotsky, Lunacharsky, Eliot y algunos otros más. Pero a la larga creo que cada experiencia es única y es la relación personal que cada cual establece con su trabajo la que nos dice lo que más se nos queda.




Influencias en poesía y música. Convivencia con otros cantautores, de tu país o extranjeros.



Nos interesa particularmente tu relación con la obra de Atahualpa yVioleta. ¿Cómo fue el contacto con su obra, qué te interesó de ellos? En poesía, nos gustaría que hablaras más de tu relación con Quevedo, que es la menos divulgada en comparación con la de Martí y Vallejo.



SR: Creo que, como la mayoría del mundo, conocí a Don Ata por "Los ejes de mi carreta". Era una canción de la radio de mi niñez, por Lucho Gatica. Tiene que haber sido un destello de claridad lo que llevó a Gatica a grabarla, en aquella época de expansión y supremacía del bolero. El caso es que fue mucho después, a partir de los vínculos que tuvimos algunos trovadores con Casa de las Américas, cuando empecé a escuchar otras canciones de Yupanqui, cuando escuché, y leí, "El payador perseguido". Creo que hay algo de ritmo de milongas en ciertas canciones que hice por entonces, como en "Canción del elegido", aunque difieran las armonías. En "Santiago de Chile" intento lo mismo, aunque en ésta traté de acercarme más conscientemente, porque hablaba de un problema del Sur. También conocía al flaco Viglietti de cerca, y me parece que alguna vez le pregunté por algunos pases conosureños.




Más tarde, en México, empecé a relacionarme con "Zanampay", que dirigía Naldo Labrín y donde estaban Delfor Sombra, Caíto y otro más que se murió con unos zapatos como los míos, un tipo entrañable del que no recuerdo el nombre, también argentino. Con ellos hacía conciertos otro monstruo, llamado Alfredo Zitarrosa, que era la milonga misma, y que no era el único que tenía una relación tormentosa con Yupanqui, de esas que a veces se tienen con los padres. A través de estos amigos me llegaban canciones y también anécdotas del viejo, algunas de ellas tan meridianas que hasta las usé para salir de situaciones.




No fue hasta febrero del 85 que coincidimos, en Berlín, bajo una tempestad de nieve. Nunca había visto al viejo en escena. Algunas veces por televisión y por sus discos, pero nunca en directo. Y fue algo tremendo, estuve con los pelos de punta todo el tiempo. Era realmente mágico el efecto que producía con aquella vocecita con la que proyectaba tanto, y con sus manos torcidas haciendo salir tantas notas y arpegios que uno no se explicaba cómo. Al final me acerqué y mandé el recado de que allí estaba un cubano trovador que quería saludarlo, e inmediatamente me hizo pasar.




Es probable que Yupanqui haya partido del trabajo de otros nombres que ignoro, pero en definitiva los fundadores siempre están continuando algo que, cuando llega a sus manos, se transforma en un salto cualitativo. Es el poder de síntesis el que realiza ese milagro y, en el caso de Don Ata, en eso consistía uno de sus dones.




A Violeta Parra no la conocí personalmente, pero es como si lo hubiera hecho. Ella murió creo que en el 66; yo me estrenó al año siguiente, y fue en el 72 cuando estuve en Chile por primera vez. Digo que es como si la hubiera conocido, sobre todo por mi amistad con Isabel y Ángel, con toda la gente de sus alrededores. En esos años yo estaba muy interesado en la Viola, me la escuchaba mucho y preguntaba por ella. Y ahora me parece estar viendo, de tan nítida que me es.




Siempre me ha parecido que Violeta y yo hubiéramos hecho buenas migas, sobre todo por la necesidad de ruptura. Porque si bien ella fue una investigadora de las formas de cantar del pueblo, también hay que decir que no se conformó con aquello y que no se puede llamar llanamente folklore a todo lo que hizo. Violeta no era amante de la cristalización; la usaba como esencia, pero iba más allá. Era una artista incontenible. Y si hubo quienes la quisieron encasillar en el folklore, fue porque no la comprendieron, o porque no les convenía. Violeta empieza una verdadera revolución en la música popular chilena, una revolución con conocimientos de causa. Con el recurso de su talento empezó un cambio que fue seguido muy débilmente, entre otras cosas por la diáspora que provoca el golpe militar, que no permite una continuidad coherente.




Comencé a leer a Don Francisco porque, cuando era chico, Quevedo era el protagonista de todos los chistes verdes de mi pueblo. La mayoría eran cuentos grotescos, pero me dejaron un sabor a prohibido que me picó en la curiosidad. En el bachillerato me enteré de que aquel supuesto héroe de provincia era un gran personaje de la literatura. Y la primera vez que pedí en la biblioteca un libro suyo, lo hice poco menos que como un adolescente se atreve con una revista pornográfica. Y sucedió que cuando posé los ojos en el libro creí que me habían embromado, de la sorpresa que me llevé.




Aparte de la azarosa vida que tuvo -que posiblemente generó la proliferación de fábulas picarescas que llegaron a Cuba-, y fuera de la elegancia con que era capaz de contar los más variados entuertos y desparpajos -onda que me ha inspirado-, Francisco de Quevedo me dejó el amor por los sonetos y me hizo sentir la resonancia contundente de los endecasílabos. Me deslumbra como escribía en diferentes estilos y cómo los usaba para abordar cada asunto; el rigor de sus hechuras, fueran coplilla al estilo de "Poderoso caballero/Don Dinero", o en las honduras de "Podrá cerrar mis ojos la postrera...". La inconformidad, y el genio puesto a su servicio, es otra de sus grandes lecciones. Pero tomando en cuenta que lo empecé a leer en la adolescencia, lo que más me estremeció de él fue la intensidad, por momentos abrumadora, con que trató los temas del amor, la desolación y la muerte.




La Revolución ha sido un ambiente determinante tanto en tu vida como en tu obra. Pero imaginamos que los grados y elementos de influencia han variado con el tiempo. ¿Cuáles serían hoy?




SR: Básicamente, los mismos del principio, aún tomando en cuenta el tiempo transcurrido de la Revolución, del mundo, y claro que de Silvio.




Hace algunos años, en algún sitio de Europa me preguntaban, creo que sanamente, por qué yo y otros cubanos hablábamos tanto de la Patria, por qué esa palabra nos afloraba tanto. Y ocurrió en mi cabeza ese proceso súbito e involuntario que es ver, o tratar de ver, el significado de una palabra o de un concepto, como un destello de la conciencia, y aquello fue un torbellino de belleza y amargura, de logro y frustración. Entonces me dije: ¿por qué esta sensación de padre con hijo enfermo, si mi Patria reúne, al fin y al cabo, tanta dignidad? Y la respuesta es que no nos la dejan ser, que nunca nos la han dejado ser, que siempre un poder u otro ha estado al acecho para quedársela.




Por eso la Revolución sigue significando lo mismo, porque la más profunda razón de nuestra historia no ha cambiado: tenemos la conciencia, la felicidad y la angustia de saber que no nos han dejado en paz y que posiblemente no nos dejarán, pase lo que pase.




Por otra parte, nuestros dilemas actuales no se remiten sólo a nuestros propios desajustes, al trauma psíquico y social de estar cambiando en diversos sentidos. somos parte de un mundo que pasa por un gran desequilibrio económico, político y humano. A veces se confunden nuestros problemas característicos con los problemas que afrontamos como nación del planeta. El momento de hoy es complejo, pero la revolución nos tiene acostumbrados a un fuerte ejercicio de esperanza. En él trabajo y veo trabajar.




¿Qué distingue a la canción de otras formas expresivas?




SR: Hoy por hoy, la brevedad. No sólo por la extensión de las canciones en sí, sino por la fugacidad que ha impuesto el mercado. O sea, la canción por su valor de consumo. Creo que a partir de la invención de la radio comenzó un proceso de prostitución que no ha parado y que tiende a crecer. Por eso siempre se le ha visto como un arte menor. Cuando empecé a cantar, hace tres décadas, me di cuenta y fue el primer molino contra el que rompí lanzas.




¿El artista crea para satisfacerse o para satisfacer a otro? ¿Cuál es la satisfacción del artista? ¿Cuánto tiempo esperas para darle el visto bueno a una canción o a un poema?



SR: Al principio, a veces, cantaba las canciones aún sin haberlas terminado. Tenía un fragmento y le decía a mi madre o a un amigo: ¿qué te parece? Después, en ocasiones, demoré años en descubrir que una canción era cantable. Últimamente me ha sucedido que ni siquiera atiendo a las canciones. Se me posan aquí en las rodillas, me tiran besos, se desnudan, me muestran sus encantos, me invitan a tomarlas. Yo me sonrío y las dejo ir, supongo que para que otro las encuentre.




La poesía presente en la música de los cantautores hispanoamericanos es hermética, y decimos esto sin ánimos peyorativos. ¿De dónde sale ese hermetismo; qué lo justifica y mantiene? Por otro lado, tú música gusta a gente de izquierdas y derechas, por lo menos en esta parte del globo. ¿Se deberá justamente a ese hermetismo, donde la relación directa con la vida se vuelve algo difusa?




SR: Realmente no puedo coincidir del todo con ustedes, en eso de la homogeneidad del hermetismo. Estoy de acuerdo en que uno de los más herméticos he sido yo, pero también me parece que las entendederas de los públicos actuales son mucho más amplias que las de hace 30 años. Ahora uno encuentra metáforas hasta en las canciones banales, y creo que eso se debe a un trabajo de décadas, hecho por autores exigentes que introdujeron un espectro poético más amplio en la canción popular. Pero no lo hicieron solos. También existió una sensibilidad que se fue ampliando y exigiendo cada vez más poesía, más rigor y compromiso. La canción comercial actual convirtió en trucos ciertas verdades de aquellos fenómenos de los 60, que se dieron en llamar Nuevo Canto, Nova Cançó, Tropicalismo o Nueva Trova.



Respecto a las derechas y las izquierdas, a veces parecen sólo posiciones tácticas. Los he conocido, de ambos lados, que me han hecho preguntarme si sabrán realmente dónde están. Por otra parte, hay una zona, que es el humanismo, en que izquierdas y derechas coinciden. Los intereses clasistas o coyunturales de los partidos pueden entrar en contradicción con sus postulados, pero cada hombre o mujer ha sufrido y tiene sueños, temores y esperanzas. Las canciones tienen la virtud de hablarle a los seres humanos uno a uno, y creo que algunos de ellos las escuchan, porque se escuchan a sí mismos.




¿Hasta dónde tiene responsabilidad el artista cuando su obra es utilizada con fines lejanos al sentido original de ésta? Pensamos en el saco de rumores que hubo sobre "Ojalá".




SR: Bueno, ya les dije que las canciones suele cobrar vida propia. Aunque el caso de "Ojalá" siempre me sorprendió un poco, y no sólo a mí: conozco a personas que tampoco entienden las interpretaciones que se le ha dado, por ejemplo, en Chile. Quizá sea resultado de mi hermetismo, pero también puede ser que se hayan tomado las palabras demasiado literalmente, sacando de contexto aquello de "ojalá pase algo que te borre de pronto". Yo creo que a veces esas versiones extrapoladas se producen porque alguien las inventa, dan resultado en un círculo y después se las echa a rodar. Son como los chistes, siempre hay autores en el pueblo.




Con "Canción del elegido" pasó algo similar, pero más noble. Mucha gente pensó que estaba dedicada al Che, y es que no habían oído hablar de Abel Santamaría.




Los cantautores asimilan mucho la belleza a la tristeza, la melancolía y la nostalgia. ¿Es acaso la alegría un estado despreciable, que no convoca inspiración?




SR: No hay nada de despreciable en la alegría, pero es un poco acaparadora. Fíjense en que, cuando nos visita, nos olvidamos hasta de hacer canciones.




Hay textos que cambiándole el título pueden ser leídos como poemas de amor o como cantos a instituciones más generales (ex. gr.: "A mi partido", de Neruda; también hay ciertas canciones tuyas). Quizás el amor y la revolución no tienen, en el fondo, objetivos muy distintos. ¿Qué te parece esto?




SR: Coincido con ustedes. Hay canciones en las que se confunden las ideas de lo colectivo y lo íntimo, porque el común denominador que tienen es un sentimiento muy parecido. A mí me preguntaban, por ejemplo, que si "Te doy una canción" era a la Patria o a una mujer. Y yo, que no había querido plantear un misterio, descubría cómo se me cruzaban los amores.




No es común en los textos de canciones encontrar referencias al espacio sideral, pero tú tienes ("Mi médula creció en un área de centellas y ciclones/ por eso mi corazón canta con disparos y explosiones", y hay otras referencias). ¿Te atrae el parecido entre la furia y desproporción de esa sopa cósmica y el espíritu del hombre?




SR: Me atraen las galaxias. Desde niño me pasa, y no como alegoría sino por el universo mismo. Creo que es una suerte ser testigo de los primeros pasos del hombre en el cosmos, aunque también envidio a los que nacerán dentro de mil años y verán ese asunto desde mejor perspectiva. Es probable que entonces los viajes interestelares sean tan cotidianos que en sí mismos no ofrezcan mucho interés, o sea, que lo interesante vendrá ser lo que espere a los hombres luego de cada viaje.




Hoy por hoy se divulga poco lo que hacen los hombres allá arriba. No sé si es que la gente parece conformarse con saber que hay unos tipos en órbita, o que la prensa nos tiene acostumbrados a eso por razones militares. En esa zona hay muchas incógnitas que me llevaré a mi agujero negro. Pero una vez afirmé, y ahora lo repito, que mis canciones tenían incluso de Buck Rogers, que era un héroe cósmico de las historietas y la televisión de mi infancia. Sinceramente, me alegro de que así sea. Creo que Buck era un tipo durísimo.




Silvio, ¿cuáles son tus mentiras o verdades o dogmas, es decir, en qué crees por sobre demostraciones lógicas o empíricas?




SR: Lo que es creer, pudiera decir que creo en todo, o en casi todo. El problema está en lo que no creo, que son bastantes cosas. Por ejemplo, no creo en el vuelo de los aviones. El despegue de tantas toneladas me parece ilusión que nos muestra un prestidigitador habilidoso, a veces hasta con uno mismo dentro. Tampoco creo que haya tripas o vísceras en mi barriga, eso es un cuento de caminos.




Efectivamente, para un jovenzuelo que viaja en barco y que apoya la revolución en distintos lugares del mundo y que distingue el sentimiento de la palabra que lo nombra, la palabra "amor" podría sonar a hueco (Resumen de noticias). ¿Qué es de ese fusil y hasta qué punto puede ser considerada, realmente, la palabra un fusil? ¿Hasta qué punto, gracias a qué, la palabra y el nombre pueden influir como lo nombrado?
SR: La palabra es lo que tenemos, por ahora, para comunicarnos. Las palabras testimonian una imperfección humana, pero el deseo de estrujarlas, de exprimirlas para sacarles todo el jugo posible, dan fe de nuestra inconformidad y de nuestra lucha contra la imperfección del lenguaje. No pensamos, y mucho menos sentimos, con palabras. La inmediatez, la vigencia perenne del ser es algo intransmisible. El código de comunicación que establece el lenguaje es más rico en la medida en que es capaz de transmitir, a veces con destello, una idea. He ahí la utilidad de la metáfora.
Creo que todos necesitamos ayuda. Y las palabras parecen más bellas cuando asumen y consiguen esa función de auxilio.




En tus últimos álbumes notamos una concentración en el trabajo musical, en donde la simpleza es un resultado y no un punto de partida: las líneas melódicas, las masas armónicas, todo parece haber sido medido nota a nota. Esto no hace otra cosa que recordarnos tu admiración por Beethoven y los clásicos de este lado del mundo: Violeta y Atahualpa. Háblanos de esta búsqueda musical, de esta posición frente a la música. Además, le confesaste a Jorge Benítez, en aquella entrevista sobre Martí, que en un alto porcentaje precedía la música a los textos. En definitiva, ¿en qué está el músico Silvio?




SR: Lo más interesante de la pregunta lo encuentro en eso de la "posición frente a la música". Es motivador, porque, por una parte, uno espera estar "en" la música, transmitir "desde" la música, y en realidad no logra estar en ella, o por lo menos yo no creo haberlo conseguido. Creo que Beethoven todavía tiene mucho que enseñar, y Bach también. Ellos parecen haber sido la mismísima música, aunque es muy probable que a veces también se sintieran desamparados en el centro de ese universo extraordinario.




Yo creo estar poniendo en práctica una especie de orden, luego de muchos desórdenes. No un inventario sino más bien una especie de replanteo, de autoesclarecimiento que me permita intentar un modesto pasito más allá. Estoy consciente, muy consciente, de que yo no he inventado nada, que sólo he dado una visión propia de ciertos asuntos musicales en el brevísimo ámbito de la canción. Por eso es lógico que la inconformidad me aflore como especulaciones. Lo que tiene de interesante la música es lo de aventura, lo de exploración que conlleva. Para mí es lo que la hace brillar, como la biblioteca de Alejandría, donde dicen que uno podía encontrar hasta originales de Aristóteles. El problema está en dar con ellos.




¿Cuál es tu relación con la religión (la vivencia religiosa en las personas calificadas de "izquierdistas" no deja de ser compleja por los cuestionamientos teológicos que introduce el marxismo y el pensamiento moderno en general?)




SR: Es curioso, porque a mí me parece, sobre todo en el mundo actual, que justamente las izquierdas están más cerca de lo religioso, entendiéndolo como espiritualidad, que las derechas. Creo que hoy por hoy no hay nada más parecido a un cristiano, con leones y todo, que el que lucha por la justicia social. Y no hay nada más parecido a los mercaderes que Jesús expulsó del templo a latigazos, que las oligarquías y la Banca Mundial.


Personalmente me siento más cercano a Cristo que muchos que van al templo. Ni siquiera me parece relevante creer o no en Dios. La Biblia dice que el crucificado dudó de su padre, y es probable que tuviera razón en hacerlo. Marx dijo que su divisa era dudar de todo, cosa bastante olvidada.


No creo que Dios esté esperando por nuestra sumisión a los injustos, para dispensarnos su gracia. Estoy seguro de que estará contento cuando seamos dignos del premio de la plenitud. Y creo que el Señor deberá saber que la plenitud, aquí en la Tierra, la inmensa mayoría sólo puede intentarla a sangre y fuego.
(1997)