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viernes, diciembre 24, 2021

jueves, agosto 02, 2007

comentando erase que era

Pagina 12


Judith, Una mujer y El día en que voy a partir No te muevas. Quiero conservar este instante así, tú junto a la ventana como a contraluz, yo echado en el lecho, queriendo mirar los ojos profundos del sol detrás de tu cuerpo feliz desnudo, desnudo, ya es el día en que voy a partir. "Judith" era una joven norteamericana con un talento especial para la pintura.



Ella vivió en 1969 en Cuba, donde su padre trabajó durante un tiempo. Yo, recién egresado de la adolescencia, le pedía insistentemente que cuidara sus estrellas. La segunda canción que le hice fue "Una mujer". Recuerdo que una noche, pegados a la radio, compartimos el asombro de los primeros pasos de un hombre sobre la luna. Después ella debía regresar a su país y yo estaba a punto de lanzarme al mar, en un barco de pesca. Ante la inminente despedida llegó "El día en que voy a partir".






Palabras y El matador Ha pasado que el llanto se convierte en palabras, ha pasado que un hombre se convierte en palabras, palabras, palabras, palabras a granel. El 15 de enero de 1970, todavía cerca de Lanzarote, a bordo del buque Océano Pacífico compuse primero "Palabras" y algo más tarde un exorcismo de la violencia llamado "El matador". Sólo nos faltaba recoger pescado del atunero Alecrín antes de poner proa a Cuba. Mi mejor amigo en el "Océano" era su contramaestre, Gregorio Ortega, alias "El Goyo", un hombre de muy buen corazón. El fue el primero que escuchó "Palabras", tributo a la sangre derramada y a los sueños postergados, nutrientes del hipotético día en que las guerras parecerán extrañas, a pesar de los fabricantes de promesas. Nunca he creído que alguien me odia Sé que el pasado me odia y que no va a perdonarme mi amor con el porvenir. Me la provocó una persona que, cenando frente a mí, me confesó que cierta vez me había esperado a la salida de un concierto para matarme.






No se trataba de un oído exquisito, ofendido por alguna desafinación, como podría haber ocurrido a la salida del teatro Scala, en Milán. Era un militante enardecido por el mal efecto que le había causado una canción. Cavilando después sobre aquello, comprendí que mis composiciones habían logrado trascenderme, capaces de provocar lo que ni en mi mayor delirio imaginara. Entonces recordé que Fidel había dicho: "Hemos hecho una Revolución más grande que nosotros mismos", lo que era como confesar que la Revolución había generado una realidad más compleja que la soñada.






Terminé la canción repitiendo lo que se nos decía: que las durezas del presente eran el bálsamo del mañana. Pero todavía me pregunto si alguna vez será posible una sociedad sinceramente autocrítica y por lo tanto armónica, donde lo diverso sea nuestra identidad reconocible y no la ira. Erase que se era Eramos una vez un grupo de nueve o diez que coincidía cada noche: una suerte de sueños que hacían cuadrilla, unos buenos muchachos riendo juntos. Erase que se era una vez... Fue compuesta el 24 de noviembre de 1969 y fue la número 29 en el Playa Girón.






Habíamos pasado dos meses en alta mar y por primera vez divisábamos no tierra pero sí las arenas del entonces Sahara Español, hoy República Saharaui. Las bodegas del barco rebosaban, llevábamos días esperando por el buque madre Océano Indico, para descargarle el resultado de nuestra primera campaña y después continuar. El tiempo y la distancia empezaban a cocinar un caldo de tensiones. Un marinero había tenido que ser reducido por sus compañeros, que se defendían de sus amagos con un enorme cuchillo de cocina. No era el único loco a bordo, entre los reales y los ficticios. Por mi parte llevaba algunos días sin poder conciliar el sueño y el sanitario me dio fenobarbital con belladona. Así que ese día lo pasé soñando y no me acerqué al diario.






Al día siguiente no recordaba nada, pero "Erase que se era" ya estaba escrita y registrada en cinta.






Todo el mundo tiene su Moncada (Existen) Menos mal que existen los que no tienen nada que perder, ni siquiera la historia. A principios de 1968, Haydeé Santamaría nos reunió a Noel Nicola, a Pablo Milanés y a mí para decirnos que Casa de las Américas quería hacer un disco de homenaje al asalto al cuartel Moncada, hecho inaugural de la Revolución. Pero no es fácil cantar a un suceso del que sólo se sabe por la prensa. Este ha sido el punto que toco cada vez que me han pedido que haga una canción sobre lo que he escuchado contar a otros (años más tarde, este argumento fue mi pasaporte a la guerra de Angola).






Dándose cuenta de que llevábamos razón, Haydeé nos invitó a su hogar y durante varios días nos habló de aquellos hechos históricos de los que había sido protagonista. Lo esencial de su plática fue que ella no nos habló como el icono revolucionario que era sino con la confianza de una amiga. Su sencillez y su franqueza nos enseñó que las epopeyas las escriben hombres y mujeres de carne y hueso.






Comprender que la historia podía ser protagonizada por personas de aspecto común fue lo que me hizo ver que "todo el mundo tiene –o podría tener– su Moncada".






Oda a mi generación A los 27 días de mayo del año ’70 un hombre se sube sobre sus derrotas, pide la palabra momentos antes de volverse loco. No es un hombre, es un malabarista de una generación. No es un hombre, es quizás un objeto de la diversión, un juguete común de la historia con un monograma que dice bufón. Ese hombre soy yo. En 1970, cuatro meses después de volver del periplo pesquero por la costa occidental de Africa, empecé una canción que decía: "A los 27 días de mayo del año ’70...".






Era una más de las crónicas cantadas que solía hacer, en la línea de "Playa Girón" y "Resumen de noticias", canciones que narraban los tiempos exigentes que asumíamos. Acaso fuera un retrato, entre muchos posibles, de la compulsión moral que significaron aquellos años de Revolución para los jóvenes de entonces. También fue el primer tema mío que le escuché cantar a un latinoamericano. La insólita impresión, con su correspondiente gratitud, se la debo a mi amigo boricua Roy Brown.






El papalote La gente te chiflaba cuando en la tarde subías borracho; tú contestabas con piedras y maldiciones a tus muchachos. Esta es la historia de un personaje verdadero, que jugó un papel especial entre mis 10 y 11 años, cuando mis padres se separaron y mi madre, mi hermana María y yo regresamos al pueblo. Como no teníamos casa ni dinero, fuimos acogidos durante varios meses por mi tía Lidia, su esposo Roberto y mis primos Héctor, Cenia y Adita.






Justo enfrente, cruzando La Calle Ancha, en un destartalado bajareque de latones, vivía Narciso "el Mocho", objeto y sujeto de este cuento. El primer papalote que volé fue creación de las expertas manos de aquel escuálido veterano, de ojos opacos y andar fatigoso. Tiempo después, Narciso fue la primera persona que vi convertida en cadáver. Todo esto sucedió en el barrio de La Loma de San Antonio de los Baños, a una cuadra de "El Sol de Cuba", bodegón donde lo mismo se adquirían víveres que arados, sogas, cinchas, curricanes, monturas, caramelos o alcohol. Epistolario del subdesarrollo No tengo que cerrar los ojos para ver, para ver aquella tarde en que Noel y yo cantábamos y nos interrumpían pidiéndonos canciones de Manzanero.






1968-1969. Aún se hablaba del Salón de Mayo para el que Picasso enviara dos cuadros y que



reuniera en La Habana a personalidades como Julio Cortázar, Roberto Matta y Giangiacomo Feltrinelli. Por aquellos mismos días se había celebrado un Congreso de Educación y Cultura, donde afloraron temas como la penetración ideológica. También había exhibido una película francófona, experimento pop con el color, llamada Juego de masacre. Por aquellos años, un viaje fuera de Cuba era tan inimaginable como remontarse al cosmos. A través del cine, la juventud veía el mítico mundo exterior y sus modas, y algunos trataban de imitarlo desde sus escasos recursos. Esta canción habla de jóvenes que no suelen ser vistos como vanguardias de la sociedad; de muchachos para quienes el bienestar no parece proceder de vivir a la altura de su tiempo sino del hedonismo.






"Epistolario del subdesarrollo", entre otras cosas, pretende darles voz a seres humanos quizá no tan ejemplares, pero ante quienes toda sociedad deberá rendir cuentas. Algunos tildaron a esta canción de contrarrevolucionaria y otros de intrascendente. Quizás obviaron que mi reiterada negativa a "cerrar los ojos para ver" no sólo implicaba una autocrítica sino también un desafío manifiesto al llamado Primer Mundo, aquí representado por Europa. Fusil contra fusil Se perdió el hombre de este siglo allí, su nombre y su apellido son: fusil contra fusil. La compuse en 1968, en Varadero, después de terminar "La era está pariendo un corazón". +






Tras la muerte del Che, en Cuba hubo una comisión encargada de revisar y autorizar las obras que lo mencionaran. Un programa de televisión de aquel año no salió al aire porque no quise renunciar a esta canción, que no tenía el permiso correspondiente. Después, a fines de la década del ‘70, en el Auditorio Nacional de México, entreabrí los ojos mientras cantaba "Fusil contra fusil" y atisbé que una persona de la primera fila me apuntaba con un revólver y sonreía. Yo apreté los ojos y conseguí terminar. Quince años más tarde, a más de 4 mil metros de altura, en las legendarias minas de Siglo XX, al final de un acto en el local de su sindicato, los mineros bolivianos me pedían a gritos: "¡Fusil contra fusil!" Discurso fúnebre Ayer mataron a un lobo en la puerta de mi casa con la cabeza vencida sobre la acera soñada. Lo recuerdo con total nitidez: Lobo era un perrito que pernoctaba bajo el sillón de limpiabotas del portal de la bodega de 23 y 24. Yo vivía a unos metros de allí, así que nos encontrábamos casi a diario.






Como eran mis años bohemios, a veces nos cruzábamos de madrugada, ambos maltrechos, víctimas de nuestra incurable adicción por las faldas. Pocas veces nos dirigimos la palabra, pero muchas nos hicimos un guiño cómplice mientras nos lamíamos las heridas. Un mediodía, regresando a almorzar, vi a los chicos del barrio muy serios, reunidos en silencio alrededor de Lobo, que yacía con la cabecita apoyada en la acera y las pupilas en el infinito. La gente pasaba en sus trajines sin reparar en aquel drama, apto sólo para niños y para militares de la infancia. Que levante la mano la guitarra ¿Cómo camina la tristeza? Hable quien conozca su patria. ¿Quién la define, dónde vive? ¿Qué mujer tuvo esas entrañas? ¿Quién quiere de nosotros nuestra sombra? Que levante la mano la guitarra.






Eran los tiempos del Coppelia recién inaugurado. Tertulias con poetas que, además, me convidaban a cantar entre ellos. Yo pretendía escribir textos dignos de los clásicos, de los rebeldes, de los fundamentales que admirábamos. Puede que así surgiera "Que levante la mano la guitarra", posiblemente una noche ebria de chocolate bizcochado. Más tarde, Noueras y Casaus la usarían como nombre de un libro y de un documental. Durante décadas viví persuadido de que su misión había sido servir de título. Pero hace poco le vi un aria escondida y aquí la tienen como punto final.






El seguidor de arcoiris Y no sabe de nada. y no sabe de nadie.






Monchi Font compuso algo que decía: "Mi calle se llama arcoiris, porque mi calle se llama arcoiris". Me sonaba a milagro y se lo escuché una noche remota en el Miramar profundo, en la boda de Jorge Navarro. Desde entonces me quedé con la palabra arcoiris dándome vueltas hasta que, para matarla, no tuve más remedio que escribir "El seguidor". Aunque la hice con indulgencia, también fue una autocrítica, porque describía a los vagabundos que eludíamos responsabilidades. La olvidé cuando empecé a dejar de ver a Luis Alberto García (padre), quien la mantenía a flote a fuerza de pedírmela.






En el texto que puse frente al micrófono, escribí, bajo el título: A Monchi, que me la inspiró. A Luis Alberto, porque le gustaba. A Navarro, por seguidor de arcoiris. Terezín Terezín, pelota rota. Me la inspiró un libro de dibujos y poemas infantiles encontrados por las tropas soviéticas en Terezín, al norte de la antigua Checoslovaquia. Terezín fue un campo de transición donde los nazis distribuían a los judíos a otras prisiones y también a las cámaras de gas. Los poemas y dibujos de los niños martirizados constituyen un testimonio desgarrador. Traté de incluir este tema en Cita con ángeles y, por más que traté, no me cupo. Era que estaba destinado a ser el germen de este otro trabajo. Martianos De amor yo vivo y de espada, de boca y puertas abiertas. Hay que vivir de una bala. Hay que morir de una fiesta.






El 11 de diciembre de 1969 pedí al capitán del Playa Girón que me trasladara al buque frigorífico Océano Pacífico, para regresar a La Habana. Imposible imaginar que en aquella otra nave aún me quedaban dos meses de travesía. La mañana en que creí despedirme de mi aventura escribí "Cuando digo futuro". Un rato después hice "Martianos", en la que proclamaba que la guerra era un obstáculo para poder dedicarme a ser naturaleza. Era también un adiós agradecido a los hombres del Playa Girón. Después que canta el hombre Después que canta, el hombre queda solo, solo en la soledad de su cabeza, solo en la soledad de las butacas y una mortaja de aire hace silencio. El 27 de diciembre de 1969, frente a Namibia, mientras llenábamos las bodegas con la captura del pesquero Golfo de Tonkin, compuse "Después que canta el hombre".






Y fue un tema al que acudí a menudo en recitales posteriores. Creo que esta canción, desde mis limitaciones, es un tributo a la deuda que tenemos con la cultura del flamenco, por el duende que aporta al saber universal. Por eso ahora se la envío a la eternidad al gran bailador y amigo Antonio Gades. La canción de la Trova Aunque las cosas cambien de color, no importa que pase el tiempo, no importa la palabra que se diga para amar, pues siempre que se cante con el corazón habrá un sentido atento para la emoción de ver que la guitarra es la guitarra sin envejecer. Fue compuesta en 1967. Es el resultado de una íntima relación con un disco de canciones de Sindo Garay que compré en 1966, estando en el ejército, para regalárselo a mi madre, con quien después lo escuchaba en nuestro apartamentito de Gervasio.






Las voces de este disco maravilloso eran de Guarionex Garay, Adriano Rodríguez y Dominica Verges. Las guitarras eran orfebrería de los maestros Guyún y Cotán. En junio de 1967 canté "La canción de la Trova" en el primer programa trovadoresco al que fui invitado –el de Luis Grau, en Radio Rebelde–. Allí tuve la oportunidad de compartir con Nené Enrizo, Teodoro Benemelis, Cotán y los hermanos Moquico. Hacer este programa junto a ellos fue para mí como una revelación y desde entonces decidí identificarme como trovador.






Unos meses después, en el IV Festival de la Trova Tradicional, en Santiago de Cuba, la canté en presencia de Rosendo Ruiz, uno de los legendarios "4 grandes de la Trova", quien estrechó mi mano y me alentó a continuar por aquel "buen camino". En 1968, "La canción de la Trova" fue el primero de los clips que filmaron Santiago Alvarez y tres de las estrellas del equipo que por entonces elaboraba el Noticiero Icaic: Enrique Cárdenas, Norma Torrado e Idalberto Gálvez.






En el clip yo aparecía encaramado a un techo de tejas francesas de La Habana Vieja, pulsando los acordes de mi bolero tradicional. La voz del presentador anunciaba que mi canción era un homenaje a Sindo Garay. Por ello, esta melodía identificó a los cantores de mi generación con la Trova primigenia. El texto habla de una secuencia generacional con el común denominador de la guitarra, más allá de las diferencias epocales. Fue mi primer arte poética, en letra y música, y durante 20 años sirvió de tema de presentación a un escuchado programa radial de la Trova cubana de todos los tiempos.






Casi cuatro décadas después, el gran Adriano Rodríguez, uno de los trovadores que me la inspiró, me hace el honor de coronarla con su excepcional segunda voz. Podría decirse que semejante dádiva completa una perfecta vuelta de espiral. Por muchos lugares pasaba la historia Por muchos lugares pasaba la historia. Tú leías a Whitman, con estilo triste. Tus alrededores ya estaban poblando de sed las palabras que usaste esta tarde. Entonces ya estaban previstos tus gustos: cada vieja fecha posee esas artes.






Era Londres y 1987 cuando le pregunté a Joe Boyd por un dúo británico de música folklórica que casi 20 años atrás Sandro Gandini me había hecho escuchar. Sólo recordaba el curioso nombre de la pareja: The Incredible String Band, y el título de una canción: "Nightfall". Aquel disco contenía algunos temas francamente hermosos, que sonaban exóticos a mis oídos por los laúdes, las arpas, las flautas y los instrumentos de percusión del folklore anglosajón. Las voces de los intérpretes eran singularmente maleables, con expresivos glissandos y cambios de tesitura, al extremo de proporcionar una audición insólitamente gráfica. Fue una sorpresa escucharle decir a Boyd: "Por supuesto: son Robin Williamson y Mike Heron.






El disco se llama The Hangman’s Beautiful Daughter y yo lo produje en 1968. Si quieres, puedo conseguirte un ejemplar". Hago la anécdota para poder explicar los orígenes musicales de "Por muchos lugares". Y no es que esta canción se parezca –creo yo– a alguna de aquéllas en particular. Es que su aire de antigua balada irlandesa acaso se deba a que alguna vez escuché y gusté de aquel dúo que, por momentos, efectivamente sonaba como una increíble banda de cuerdas.






Cuántas veces al día ¿Qué silencio es culpable de la muerte de un hombre? ¿Qué silencio en nosotros ha colgado inocentes? ¿Qué silencio maldito ha cegado algún nombre? ¿Cuántas veces al día merecemos la muerte? Formó parte de un disquito de cuatro temas que iba incluido en uno de los libros que inaugurarían la editorial Pluma en Ristre: una compilación de textos míos. Aunque corregí las pruebas de galera y llegaron a imprimirse los acetatos, aquel libro-disco se malogró con la muerte prematura del director de la editorial, Eduardo Castañeda, joven revolucionario que entre sus méritos menores tuvo el haber inventado el bigote a lo Regis Debray (a todos nos consta que lo usaba antes que el francés).






Puede que aquella idea de Castañeda haya sido el embrión del posterior "Que levante la mano la guitarra", ya que los tres autores de este otro libro estábamos bastante cerca de Eduardo cuando murió, y vimos que con su desaparición se esfumaban sus proyectos. Por entonces pocos se atrevían a pronunciarse claramente a favor de un tipo con mala fama, como yo. Por eso siempre, además de con afecto, recuerdo a aquel amigo con respeto. "Cuántas veces al día" no tiene nacionalidad, ni época: señala a los que callan porque el silencio les llena la barriga. Y para colmo agrega: "No busquen más alrededor: ustedes son". El barquero Un buen día, quizás, un barquero se lanzó tras el mar del recuerdo. Cuando conocí a Martín Rojas y a Eduardo Ramos en el Festival de Varadero de 1967, ya eran músicos bastante experimentados a pesar de ser sólo un poco mayores que yo. Así que cuando les escuché tocar me di cuenta de que me faltaba mucho más de lo que imaginaba. Entre otras cosas me enseñaron a desdeñar la cejilla (el capodastro), a considerarlo una especie de vergüenza inadmisible: había que registrar el brazo de la guitarra donde esperaban las tonalidades para recompensar el esfuerzo.






Aquellos trovadores profesionales estaban especialmente fascinados por la música de Michel Legrand y Tom Jobim. Creo que "El barquero" refleja la buena influencia guitarrística que ejerció en mí el contacto sobre todo con Martín. Con el correr de los años había olvidado algunos aspectos de esta canción. Nunca encontré una grabación que pensé que existía, así que tuve que exprimirme y extraer del olvido casi todo.






Por último me faltaba solamente un pequeño detalle y lo estructuré tratando de reproducir el tipo de saltos tonales que usaba entonces mi imaginación. Una vez que la tuve completamente armada, se la mostré a Vicente Feliú, el mejor perito en Silvio antiguo que me queda, y él me dijo: "Flaco, la verdad es que no recuerdo si era exactamente así, pero te juro que bien lo pudo ser. Me basta". Más de una vez Más de una vez me han echado a la calle por reír donde debo estar llorando, por llorar donde debo estar riendo, por callar donde debo estar hablando, por hablar donde debo estar callado, por hablar en voz baja de la fe, por hablar en voz alta del amor.






Fue compuesta el 17 de octubre de 1969, en el motopesquero Playa Girón. Entusiasmado por desafiar los convencionalismos, podía llegar al extremo de pintarme como el gamberro que no era. "Más de una vez" también fue uno de los temas privilegiados en la lista de calidad que hizo de mis canciones Carlos Téllez, lavandero del barco y compinche de correrías. Aún así, luego de tocar tierra estuve a punto de rehacerla, al menos un poco. La cantaba en algunos conciertos, pero me parecía que el fantasma de la incomprensión nos rondaba. Hoy, por respeto al ilusionado joven que la compuso, la he dejado tal cual, convencido de que o nos condenan juntos, o nos salvamos los dos.


martes, octubre 31, 2006

Presentación de Érase que era

Víctor Casaus • La Habana
La Jiribilla.cu
Ilustraciones: Roberto Fabelo
Diseño del CD: Eduardo Moltó

Este es un disco hecho desde diversas sustancias queridas: la poesía, la memoria, el compromiso, la guitarra, la ética, la amistad, la belleza.

Probablemente la maravilla mayor sea que esas categorías de la vida se interrelacionan, se entrelazan, se entremezclan en las músicas, las palabras, las imágenes que lo componen para entregarnos 25 canciones en las que navegan sueños y certezas, propuestas e interrogaciones, alaridos del amor y susurros de las complicidades vividas y por vivir.

El trovador que asume tales responsabilidades lo deja claro y declarado en esa Consagración (de la primavera poética) con que se inicia la obra, firmada con dos apellidos a la altura de marzo de este año: “Érase que se Era no es más que mi insistencia en reparar un vacío; un pago más de mi deuda con la acumulación de experiencias que me llevó hasta Días y Flores”. “Por entonces escribía a diario, a un ritmo mayor que mis posibilidades de mostrar lo hecho, así que muchas canciones se me iban quedando sin exponer. Algunas las canté solo una vez, otras nunca”.




Por ello aparecen aquí canciones que han permanecido latiendo para algunos de sus contemporáneos cercanos en esos sitios que la vida llama memoria y la memoria llama, en casos como estos, para entendernos mejor, la vida misma.

De ahí que este sea, también, un disco lleno de vida: de muchos de los componentes inquietantes, contradictorios y formidables de la vida: las iras y los riesgos, las ternuras y las tensiones, las luces y las sombras que, en su mixtura interminable, parecen poner a prueba constantemente al bicho humano que somos: imperfecto, querible, potencializador del amor y capaz de la maravilla de la entrega.

Las dedicatorias que anteceden y encaminan los rumbos de este disco son parte sin duda de esa entrega, de aquella memoria:

A aquellos años provocadores; a la diversidad que nos hizo; a mi soñadora, contradictoria y entrañable generación dedico estos aprendizajes.

Lleguen además con infinito amor hasta Aida Santamaría y Noel Nicola, seres rotundamente inolvidables.


Si esta presentación tuviera un esquema o guión previo este sería el momento de abandonarlo, al calor de esas evocaciones tan cercanas por auténticas, tan actuales por vigentes. Y por allí llegarían, llegan, aquellas imágenes de su primer recital público, en la salita de Bellas Artes, titulado Teresita y nosotros por sus organizadores, los (entonces) jóvenes poetas de El Caimán Barbudo, en cuyas páginas vivimos y recreamos esas atmósferas que estas canciones nos traen ahora de vuelta, nos han traído siempre de vuelta para (re)confirmarnos en las verdades salvadas y en los valores de aquellos años provocadores que nos hicieron, pues vivirle a la vida su talla tiene que doler, como nos anunciaba, a la altura del año 70 el trovador en la canción dedicada a su soñadora, contradictoria y entrañable generación.

Esa canción abre, por derecho propio, el discurso de este disco que tiene, a su vez, como pocos, el derecho de llamarse disco de autor:

Yo no reniego de lo que me toca,
yo no me arrepiento pues no tengo culpa,
pero hubiera querido poderme jugar
toda la muerte allá, en el pasado,
o toda la vida en el porvenir que no puedo alcanzar.
Y con esto no quiero decir que me pongo a llorar.
Sé que hay que seguir navegando.
Sigan exigiéndome cada vez más,
hasta poder seguir
o reventar.

En su “Rosa náutica” de hoy, Silvio adelanta esta explicación rápida para uno de los textos más desgarradoramente humanos y sinceros de la canción (y la poesía) de la Isla: “Acaso fuera un retrato, entre muchos posibles, de la compulsión moral que significaron aquellos años de Revolución para los jóvenes de entonces”.


Retrato de una generación que, magia del talento y la comunicación transparente, pasa a las siguientes en un acto revelador de esa continuidad creadora que anima, de manera sorprendente y admirable, la obra del trovador. Si sus contemporáneos compartimos abiertamente los temas de sus canciones, también hemos tenido el privilegio de ser testigos de otra maravilla: ver y sentir cómo los textos del trovador son aprendidos ―y, sobre todo, aprehendidos― por las generaciones siguientes que también las han incorporado a sus aprendizajes imprescindibles de la vida.

Silvio ha sido, es, en ese sentido, el cronista sistemático y apasionado de su época, a la que ha mirado desde los territorios sabios y riesgosos de la complejidad comprometida. Este disco también da fe de ello, trayéndonos a primer plano, a través de ese rescate que la obra misma supone, los temas que el trovador adelantó ―arriesgó― en muchas de sus canciones que hoy conservan actualidad renovada, vigencia esencial.

La memoria forma parte imprescindible de esta obra. Por una parte, por supuesto, la selección misma de las canciones es deuda interna ―esta sí pagable― desde la memoria, como lo confiesa el trovador. Por ello las canciones podrían pasar, pasan, como en un caleidoscopio delante de nuestros ojos: los de ayer, los de hoy y, estoy por apostarlo, los de mañana: “Fusil contra fusil” (la compuse en 1968, en Varadero, después de terminar “La Era está pariendo un corazón”); “Todo el mundo tiene su Moncada” (“menos mal que existen / los que no tienen nada que perder”); “Terezín”, que propone, desde su universalidad, lecturas nuevas en este mundo de hoy, el de ahora mismo, donde la injusticia y el terror quieren imponer sus designios, sus guerras, a la inmensa Humanidad de los pobres y los excluidos.



“Memoria”, biografía personal y de muchos, Érase que se Era es también testimonio de otras guerras: las interiores, en las que han estado inmersas estas canciones durante décadas, luchando a su modo poético y comunicador, para que seamos, todos, “un tilín mejores” y el mundo mismo se proponga ser y sea parte de aquel mejoramiento humano que el poeta mayor definió en sus palabras y en sus acciones hace más de un siglo. Este disco da fe de la dimensión íntima de algunas de aquellas escaramuzas libradas desde los territorios de búsqueda de la juventud: estados de ánimo que todavía comunican su incertidumbre, su desasosiego, porque no hay recetas ni en aquella ni en ninguna otra generación para esas interrogaciones que pertenecen, probablemente, a las esencias del ser humano.

Hay, también, otras guerras libradas y librándose hoy, desde estas canciones, a favor de la ética, esa otra sustancia querida y necesaria, en el contexto planetario que intenta negarla y en los contextos interiores del hombre y la mujer de nuestros días. Silvio nos entregó, una década atrás, aquella declaración de principios, vigente y renovada en estos días, en su canción “El necio”, escrita en el filo de una crisis en la que se anunciaba el fin de la Historia y la cancelación indefinida de la utopía. En este recuento de hoy aparecen, como veremos y oiremos, las raíces de esa actitud ética, comprometida y comprometedora, que anima desde la pasión y el análisis (a veces, incluso, desde la desesperación) aquellas búsquedas que trajeron estas certezas: certezas que, a su vez, deberán ser puestas a prueba por la sabiduría de la poesía y de la gente, en un renuevo incesante que la vida y la Historia anuncian hoy como imprescindible.

De uno en fondo pasábamos por la misma canción (…) Era imposible pasar un solo día sin morir, / sin gritar, sin reír, sin comprender, sin amar. / Qué desastre de gente que no podía estar en paz.


Érase que se Era de la forma apasionada que esta canción anuncia y propone. La voz del trovador ha estado aquí durante estos años también para recordarnos que, como en “los tiempos del Coppelia recién inaugurado”, con sus “tertulias con poetas que, además, me convidaban a cantar entre ellos”, siguen teniendo vigencia ciertas verdades construidas entonces a varias manos “posiblemente una noche ebria de chocolate bizcochado”. Una de aquellas verdades arriesgaba que “el mejor (el más revolucionario) no es el que más se calla, sino el que más participa”. La obra toda del trovador ha defendido con su palabra esa verdad compartida, que ahora muestra sus raíces en esta fiesta de la memoria. Qué desastre de trovador que no puede estar en paz con los convencionalismos, las retóricas, los falsos compromisos y las lentejuelas físicas y mentales. Qué alegría compartir con él, con ustedes, estos momentos, aquellos sueños y los sueños que vendrán mañana, cuando también habrá que “escribir textos dignos de los clásicos, de los rebeldes, de los fundamentales que admirábamos” y admiramos.

Hay otra historia, parte de la Historia mayor, también mostrándose, subterránea y hermosa, en estas canciones: la de la nueva trova cubana, que nació al calor de aquellas búsquedas y fue parte de aquellas batallas libradas desde la autenticidad y el talento. Algunos apuntes de la “Rosa náutica” recuerdan que “La canción de la trova” fue uno los primeros clips incorporados al Noticiero ICAIC Latinoamericano. Alfredo Guevara y Santiago Álvarez desde el ICAIC y Haydée Santamaría desde la Casa de las Américas apoyaron y defendieron aquella vertiente de la canción cubana, heredera de la trova tradicional pero incomprendida por nueva y sospechosa por compleja, pecados que algunas mentes se resisten a aceptar porque rompen las barreras sagradas de las repeticiones y ponen en peligro los territorios del mal gusto y la banalidad.




Para saldar otras cuentas del cariño, nos dice ahora Silvio, “casi cuatro décadas después, el gran Adriano Rodríguez, uno de los trovadores” que le inspiró “La canción de la trova”, “me hace el honor de coronarla con su excepcional segunda voz. Podría decirse que semejante dádiva completa una perfecta vuelta de espiral”.

Si esta presentación tuviera un esquema o guión previo este sería el momento de volver a él para ofrecer las informaciones puntuales y mencionar a los artistas que Silvio convocó para este viaje a la memoria de todos: Niurka González, acompañadora además de otras travesías igualmente amorosas; los sonidos traídos por Pancho Amat, Maykel Elizarde, Elmer Ferrer, Ariel Sarduy, Oliver Valdés, Ernesto Bravo, y las voces de Kathelee Hernández Curbelo, del Cuarteto Sexto Sentido, y de integrantes del Coro Nacional bajo la dirección de Digna Guerra.

A la imagen fotográfica que nos espera desde la portada del disco, pedida a los archivos siempre sorprendentes de Mayito García Joya, se une también la imagen en movimiento para re-crear, a esta altura del tiempo transcurrido, aquel “Epistolario del subdesarrollo”, que Silvio hilvanó en los años finales de la década del 60, cuando “un viaje fuera de Cuba era tan inimaginable como remontarse al cosmos. A través del cine la juventud ―nos comenta hoy el trovador desde su “Rosa náutica” ― veía el mítico mundo exterior y sus modas, y algunos trataban de imitarlo desde sus escasos recursos. Esta canción habla de jóvenes que no suelen ser vistos como vanguardias de la sociedad; de muchachos para quienes el bienestar no parece proceder de vivir a la altura de su tiempo sino del hedonismo. “Epistolario del subdesarrollo”, entre otras cosas, pretende darles voz a seres humanos quizá no tan ejemplares, pero ante quienes toda sociedad deberá rendir cuentas.” Jorge Perugorría y Ángel Alderete han realizado el videoclip que integra sus propuestas visuales a las ideas de aquella canción desgarrada y todavía desgarradora hoy, cuando continúa siendo “un desafío manifiesto al llamado primer mundo, aquí representado por Europa”.

Como se ha ido viendo en estas notas apresuradas, Érase que se Era integra piezas, elementos, lenguajes para que su autor, Silvio Rodríguez, soñador incansable, nos proponga ideas y nos haga preguntas cuyas respuestas no se encuentran fácilmente, con solo mirar al reverso de la hoja, como sucede en las revistas de acertijos. El talento de Eduardo Moltó, diseñador y artista digital, supo descifrar el sentido del trovador, para entregarnos este objeto de la belleza y el pensamiento que tenemos ya casi en nuestras manos.



Entre las diversas sustancias queridas de que he hablado aquí se encuentra la amistad. Por ello, por ella, navegan a lo largo de las páginas de esa obra las viñetas inconfundibles de otro soñador interminable, Roberto Fabelo, anotadas en alguna hoja ya convertida en memoria viva, mientras escuchaba algunos de los temas de este disco.

A partir de estos días, cuando este disco esté llegando a diversas regiones geográficas del planeta, miles de silviófilos que en el mundo son llegarán a sus sonidos y a sus páginas para dar continuidad a una forma de la amistad compartida en la distancias y en las cercanías. Ahí se renovarán esos sentimientos que han unido a esas personas con el rastro de inteligencia y de luz que las canciones de Silvio han dejado para muchos de nosotros. Ahí aparecerán nuevos ojos y nuevos oídos para inaugurar amistades inminentes que el tiempo llenará, poco a poco de memoria.

Desde la página central de este disco, el trovador nos mira, “con César Vallejo y otros poetas”, una tarde del año 1979, desde el patio de la casa de Guillermo Rodríguez Rivera. La maravilla de la técnica fotográfica, incluso en aquella época preinformática, hizo posible sentar a César Vallejo entre nosotros, con bastón y traje negro, para celebrar la pasión con que aquellos poetas, en una mesa de la heladería Coppelia, habíamos jurado llegar alguna vez hasta su tumba. El primero en hacerlo fue Silvio. Allí, en las soledades de un famoso cementerio parisino, le dejó un mensaje que decía:

César:

Como una vez nos prometimos hace años, aquí estamos todos ante ti en el primero que llega a tus restos.

Víctor Casaus
Antonio Conte
Guillermo Rodríguez Rivera
Luis Rogelio Nogueras
Raúl Rivero
y Silvio Rodríguez

Cubanos de la Revolución

París, 20 de marzo de 1979

Dedico esta presentación de Érase que se Era a Luis Rogelio Nogueras y a Noel Nicola, hermanitos del alma, para los que siempre se estarán levantando la guitarra, los abrazos y el amor

martes, octubre 10, 2006

Entrevista-Presentación sobre Erase que se era.

Entrevista a Silvio Rodríguez sobre su nuevo disco, «Érase que se era» Silvio Rodríguez lleva consigo la carga de los símbolos: la sola mención de su nombre actualiza épocas y situaciones, políticas y sociales, pero también personales: un día puntual, un momento, vuelven para muchos cuando suena una canción de Silvio.

El efecto es el de esos aromas guardados en algún rincón de la memoria, tan instantáneo como potente. Karina Micheletto Noticia ya publicada el 3-8-06, reeditada tras ataque a la página Cargar con ese nombre-símbolo que a él “le causa sarpullido” de sólo pensarlo, le fue imponiendo a su carrera una cierta dinámica de trabajo sobre la nostalgia ajena.

Por eso, ni sus recitales ni sus discos conformaron siempre a los fans de “una que sepamos pocos”. Y si con su último disco, Cita con ángeles, mostró su punto de vista sobre el mundo actual, con temas que hacen referencia a la guerra de Irak o el atentado a las Torres Gemelas, en su flamante trabajo, Érase que se era, decidió retomar sus primerísimas composiciones, aquellas que no entraron en su disco debut.

Y lo que se escucha, sorprendentemente, son canciones de intacta vigencia.En este nuevo CD doble, que estará en las disquerías argentinas la próxima semana, Silvio Rodríguez rescata temas compuestos entre finales del ’60 y principios del ’70, es decir, anteriores a la grabación de su primer disco, Días y flores. Muchos de estos temas son inéditos, y algunos ya conocidos por distintas grabaciones o por presentaciones en vivo, como “La canción de la trova”, “El papalote”, “Fusil contra fusil”, “El matador”, “Oda a mi generación” y “Que levante la mano la guitarra”.“Tengo mucho material pendiente, y es que cuando grabé mi primer disco ya hacía una década que componía.

Estos temas son de aquellos años inéditos, llevaban mucho esperando y mirándome desde el silencio, acusadores.

Quería asegurarme de que estas canciones salieran a la circulación”, explica el cantautor, en entrevista vía mail con Página/12.Con este trabajo ya editado, el trovador sigue trabajando en un disco homenaje a Noel Nicola ―otro de los fundadores del movimiento de la Nueva Trova― que está “casi terminado” y también saldrá este año.

“Es un disco con unas tres decenas de canciones maravillosas. Somos los amigos y admiradores de un compositor fascinante, interpretando sus canciones”, cuenta. A este homenaje se sumarán otros cantantes latinoamericanos y españoles, además de figuras de la música cubana como el compositor Leo Brower, Juan Formell y los Van Van, José María Vitier, Santiago Feliú y Polito Ibáñez.

¿Cómo realizó la selección de los temas del disco, entre todos los que tiene inéditos?

Quise sobre todo mostrar la diversidad temática que me movía por entonces, el Silvio previo a Días y flores, que fue mi primera exposición. Así que agrupé la mayor cantidad posible de lenguajes, de formas de acercarme a la música y de escribir palabras. En Érase que se era hay también canciones que fueron experimentales en su momento.

Y me ha conmovido que algunos de los jóvenes que las escucharon no las encuentren viejas.En su último recital en la Argentina contó que “El matador” fue escrita durante una temporada en un barco de pesca.
¿Qué hacía allí?
Entre 1969 y 1970 viví poco más de cuatro meses en varios barcos. Echábamos redes en un pesquero internacional que estaba entre Dakar y Cabo Verde. Bajábamos hasta Namibia en busca de unas merluzas enormes que se dan por allá. La canción que le da título a este disco y algunas otras, también incluidas, fueron escritas por aquellos rumbos.Su canción “El papalote” (para nosotros, “El barrilete”) recrea un paisaje de su infancia.

¿Qué recuerdos le vienen a la memoria sobre aquel paisaje? Lo que cuento en esa canción sucedió cuando tenía unos 11 años.
Había regresado a mi pueblo con mi madre y mi hermana María, porque mis padres se habían separado. El lugar que más me gustaba del mundo era mi San Antonio natal, donde estaba en contacto directo con el monte y el río. Por entonces aprendí a nadar, escondido de mis mayores. Narciso “El Mocho” era un señor que vivía frente a nosotros, en un bajareque de latones.

Hacía guantes de jugar pelota, tirapiedras, papalotes, y los vendía por centavos. Cuando reunía un dinerito se iba a un bar llamado «El sol de Cuba» y se sonaba algunos aguardientes. Los chicos lo seguían silbándole y cantándole una tonadita que decía “

¿Dónde estás, que no te veo?”.

El se volvía furioso y apedreaba fantasmas. La gente se burlaba de su indigencia, pero el día que murió todo el pueblo subió a despedirlo. ¿Hay algún otro tema de este disco que haya surgido en una ocasión especial? Está “Fusil contra fusil”, una de las primeras que le dediqué al Che. Está otra llamada “Discurso fúnebre”, que hice cuando se murió un perrito de mi barrio.

Hay tres canciones que le escribí a una amiga norteamericana, en cuya compañía escuché a Armstrong pisar la Luna y las primeras canciones de Bob Dylan. Hay dos o tres canciones algo sarcásticas que cantaba en los conciertos y provocaban reacciones.

Hay sones, hay blues, hay canciones a los mártires, hay temas que sólo nos vienen a la cabeza cuando somos unos bohemios impenitentes. Está la canción por la que inicié el trabajo, dedicada a los niños judíos que murieron en el campo de concentración de “Terezín”, al norte de Checoslovaquia. Hay otra dedicada a mi generación, con esa empieza el disco.

Como suelen decir, un poco de todo, como en botica.En “Nunca he creído que alguien me odia” usted dice: “El instrumento es quien cambia de rostro, pero yo sé que hay un único odio (...) Mi asesino es el pasado, aunque con mano de hombre”.
¿Puede inscribir esa reflexión en algún hecho concreto de la actualidad?

La impunidad con que unos seres vivos asesinan a otros, la ejemplar libertad que hay en el mundo para aniquilar semejantes. Mirar lo del Líbano, mirar lo de Irak, mirar a los que nos tienen esperando turno... Es la bestia sometiendo a la razón.La foto de tapa del CD muestra a un joven Silvio Rodríguez, posando despreocupadamente con una bandera de Cuba de fondo.

Parece una escena de entre casa. ¿Por qué eligió esa foto y en qué circunstancias fue tomada?

La foto es de Mario García Joya (Mayito), un gran fotógrafo cubano del que fui vecino durante 18 años, cuando vivíamos en El Vedado. Casi siempre que pasaba por su puerta entraba..., es un tipo afable, amigo de la música, tocó la trompeta. Una mañana de septiembre de 1969, cuando estaba próximo a subirme a mi barco de pesca, entré y le conté lo que iba a hacer.

Entonces extrajo la cámara y me dijo que me iba a hacer unas fotos, por si me pasaba algo, y ahí empezamos a jugar con eso: imagínate, le dije yo, vas a tener las últimas fotos mías, todo el mundo te las va a pedir, etc., etc. Hablando esas boberías me hizo esa foto, con 22 años.

La escogimos para la portada porque ése es el autor de las canciones del disco.En “Cita con ángeles” hay temas que hacen referencia a la guerra de Irak o al atentado a las Torres Gemelas. ¿Qué otras situaciones actualmente despiertan sus ganas de escribir? Tengo en mente una “Segunda cita”, esta vez con nuestros ángeles particulares, los que revolotean y se posan entre nosotros, los cubanos.

Hay un par de encuentros adelantados, hay planes para otros. Pero antes tengo que superar un trabajo enorme que tengo entre manos: la música para un largometraje de animación llamado Meñique.

Se trata de un cuento de magia que tradujo y rescribió José Martí para una revista juvenil que él hacía a fines del siglo XX. Es una colaboración que me ha pedido Ernesto Padrón, el director de la película, he dicho que sí y ya estoy trabajando en eso.
Usted es miembro de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Cuesta imaginarlo como diputado. ¿Cómo es y cómo se toma ese trabajo?

Ese trabajo es muy diverso y requiere, para hacerlo cabalmente, de mucha dedicación. Yo soy diputado desde hace 15 años porque fui elegido por votación popular. Estando precisamente en Buenos Aires me enteré, y recuerdo que creí que era una broma.

He tratado de tomármelo con disciplina, lo que me resulta muy difícil porque para lo único que yo sirvo es para escribir canciones. Pero digamos que la Asamblea no es completamente estricta en mi caso, que allí tengo compañeros muy comprensivos.
Pasó unos años retirado de los grandes escenarios, pero parece haber vuelto. ¿O son sólo excepciones? ¿Piensa salir a presentar este disco?

Tomé distancia, no me retiré, así que tampoco he vuelto. Aparezco poco, puede que algo excepcionalmente. Creo que mi ritmo es más lento, o sereno. Es que me gusta ir cambiando de propuesta y para eso hay que irse preparando.

Ahora, por ejemplo, me propongo hacer algo que nunca hice y que es cantar durante un año los temas más solicitados. Una especie de concierto que se pudiera llamar “Complaciendo peticiones”. Pero quisiera hacerlo estrictamente a partir del día en que cumpla 60 años y justo hasta que me dure esa edad, ni un solo minuto después.Tomado de Página 12 / La Ventana