sábado, octubre 21, 2006

Una invitación a disparar verdades

Silvio Rodríguez • La Habana
La Habana, 20 de octubre de 2006,Día Nacional de la Cultura.
Hermanas y hermanos queridos:
Llevar a Yeyé sobre el pecho es una invitación a ser honestos, a ser humanos cabalmente y acaso a disparar verdades a la redonda, como el Che la quiso a ella y se lo dijo. En los fueros de cada uno de nosotros, llevar a Yeyé sobre el pecho tiene un extra, o varios, que cada cual sabrá. En el mío consiste en hundir más, si cabe, aquella única dedicatoria que me hizo en vida: “Silvio, compréndeme y quiéreme”.

Para los que invariablemente la quisimos, causa regocijo que exista una distinción con el nombre de Haydée Santamaría Cuadrado, aún cuando pensemos que la gloria de Haydée trasciende las medallas. Su nombre dignifica al país que tanto amó, si la honra se trata de dimensión humana. Abel, Haydée, Aida, Aldo y Adita. Estirpe acaso trágica por avatares de la suerte, mujeres y hombres de un patriotismo y de una fidelidad ejemplares. Y si resulta insólito ver a Haydée convertida en este tipo de símbolo, es por su personalidad sencilla, a veces incluso juguetona. Ahora mismo me parece que está aquí, a mi lado, diciéndome: no te lo creas, Silvio, no me cristalices, yo no soy algo inmóvil, yo sigo siendo un alma creadora. Y pienso entonces que Haydée, nuestra Yeyé, sin dudas no es un símbolo inerte, como tampoco lo sería, para quienes le conocieron, el activo párroco Félix Varela, o aquel ardoroso joven universitario, llamado Julio Antonio Mella.

Llevar a Yeyé sobre el pecho me conduce a Rubén, por aquello de que “el Gran Culpable / se alberga tras la sabia protección de la frente.” Y es que la dimensión de Haydée se nutre de muchos manantiales. Junto a la heroína del Moncada reluce su contribución a la unidad Latinoamericana, con la gran obra de su vida, que es esta Casa de las Américas. Cada vez que un cubano cante a Violeta Parra, ahí estará Haydée ―y también siempre que un artista no sea estigmatizado por criterios mediocres. Quizá algún día la Argentina inaugure la medalla Francisco Urondo. Puede que en El Salvador llegue a existir la distinción Roque Dalton, no sólo para los mejores poetas de su tierra sino también para sus mejores hijos. En toda esa y en mucha otra justicia por venir, estará Haydée Santamaría Cuadrado. Todo ese y mucho otro bien que podríamos enumerar, representa esta medalla que, por cierto, no entiendo cómo Roberto Fernández Retamar no lleva entre los primeros.

Llevar a Yeyé sobre el pecho, estoy seguro, va más allá de lo imaginado por cualquiera y mucho más allá de lo que yo creo merecer. Lo acepto, respetuoso de algunas costumbres, pero la verdad es que prefiero seguirla llevando un poco más adentro, vigilante de las miserias que puedan acecharme ―propias o ajenas―, para seguir atendiendo sus regaños maternos y sus alertas amorosas. No importa si discutimos. Con un ser semejante, lo mismo da quien tenga la razón. Dice Alfredo Guevara que le gustaría faltar alguna vez a la promesa que le hizo, para poder sentir cómo Yeyé le hala los dedos de los pies alguna madrugada y, aunque sea de esa forma, seguir conversando con ella.

Todos los que conocimos su honestidad quemante, su esencia piadosa y su pasión por la justicia estamos en las mismas. El vacío que nos dejó tiene una dimensión irremplazable. Por eso estamos todos contigo, Alfredo, esperando a que la transparente hermandad de Yeyé se nos aparezca. Ojalá que sea pronto. Muchas gracias.

Palabras en la ceremonia de entrega de la Medalla Haydée Santamaría en la Sala Che Guevara de la Casa de las Américas, Ciudad de La Habana, 20 de octubre de 2006, Día Nacional de la Cultura.

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