Por cortesía de Vivian Núñez, Editora Jefa de Ediciones La Memoria
Fotos: Richard
Ediciones La Memoria, sello editorial del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, publicará en este año 2010 el libro Silvio, aprendiz de brujo, del mexicano Eduardo Valtierra, quien se hace llamar “Viejo Escaramujo”, expresión de hasta dónde asume las canciones y la vida del trovador.
Valtierra ha seguido a Silvio —a su obra y a él mismo— desde la admiración y el respeto, y desde esos universos nos regala este libro, que nos permite seguir adentrándonos en la vida de alguien que ya marcó, para siempre, un antes y un después.
Nacido en el mismo año en el que triunfó la Revolución Cubana, Eduardo Valtierra estudió Licenciatura en Comunicación en la Universidad Iberoamericana, campus Ciudad de México, donde actualmente labora. Nos llega como autor con su sencillez de hombre feliz por haber logrado “sembrar dos hijas, escribir un árbol y gestar este libro”.
EV: En tus conciertos, en Internet, en programas de radio y en otros espacios, la mayoría de tu público es joven. ¿Pasa algo similar aquí en Cuba con tu público?
SR: No solo en Cuba. Asombrosamente, mi público siempre ha sido de jóvenes. Cuando empecé, lógicamente, yo también era un joven, y en la medida en que han pasado los años, es como si ese público se hubiera detenido; yo transcurro y el público no, el público sigue siendo preferentemente de adolescentes y jóvenes de veintitantos años. Eso me pasa en Cuba, en Argentina, en Chile, en España, en Colombia, en todas partes, y para mí es un milagro. Me lo han preguntado: “¿Por qué?”. No tengo una respuesta certera, puedo hacer conjeturas, como cualquiera, y deduzco, en primer lugar, que he procurado no abandonar la infancia, pero parece también que la niñez ha procurado no abandonarme a mí. Y cuando te digo la niñez, te digo la juventud, la adolescencia, esa etapa de la vida en que uno mira asombrado al mundo y se hace preguntas.
Voy a morir como todo el mundo, pero creo que lo haré con los ojos muy abiertos y todavía haciéndome preguntas. Eso se debe, más que a una actitud, a una condición, a una característica, porque está más allá de lo que uno pretenda. Hay personas que somos así, que en eso no cambiamos nunca, y me tocó hacer canciones y me comunico a partir de ellas, por eso lo que hago le interesa a la gente, que casi siempre son jóvenes.
EV: ¿Y qué hay de esos jóvenes de tus inicios? ¿Dejaron de oírte? ¿Cambiaron sus gustos?
SR: No, no, no. Los de los inicios empiezan a oírme con nostalgia, pero los jóvenes no me oyen con nostalgia: me oyen bien, me oyen participando. Me pasa muchísimo que los hijos de compañeros de juventud ahora son los que van a los conciertos. Me lo encuentro cotidianamente, en todas partes.
EV: Tú eres el punto de encuentro de diversas generaciones.
SR: Pero siempre a través de los jóvenes, ¿no? Fíjate que son los jóvenes; volvemos a lo mismo, son niños o jóvenes...
(…)
EV: ¿Qué te hace sufrir más: hacer una canción o hacer un disco?
SR: Infinitamente más hacer un disco, porque es como hacer una gran canción; es como hacer una cantata. Hacer un disco es como hacer una cantata, o una película, o una obra de teatro, o como escribir un libro. Eso es un disco en definitiva, es una obra, sin que esto implique ninguna pretensión superficial, sino que, sencillamente, es una obra, es un compendio de cosas. Ese es tu libro, esa es tu exposición, ese es tu poemario.
EV: Alguna vez Víctor Casaus y Luis Rogelio Nogueras te preguntaron cuáles son tus canciones preferidas, con cuáles de ellas te ibas a una isla desierta. La misma pregunta pero a nivel de obra mayor, que serían los discos: ¿con cuáles tres discos te quedas?
SR: Bueno, esa es una pregunta muy difícil, porque uno tiende más bien a extraer canciones de los discos, pero los discos así, como cosa terminada... Creo que me quedaría con el primero que hice, Días y flores, por la frescura. Aunque fue un quebradero de cabeza hacerlo porque hacía ocho años que componía canciones, tenía cientos de canciones, ¡imagínate!, y tuve que escoger entre todo eso. Por eso incluí muchas canciones que no eran de ese momento, de 1975, que fue cuando lo grabé; incluí canciones de 1968, 1969, o sea, hice una especie de antología ahí, más dos o tres canciones que eran muy recientes, como “Sueño con serpientes”. En primer lugar, el disco Días y flores.
En segundo, en el sentido de la comunicación y del trabajo profesional, hay un disco que fue importante, que es Unicornio, un disco muy equilibrado y muy bien armado, y esto se debe en gran medida al trabajo de producción que hizo Frank Fernández.
Y como tercer disco no me queda más remedio que escoger Domínguez [risas]; no solo porque es el último; uno tiende a enamorarse de lo último que ha hecho o de lo que está haciendo, de lo que está amasándose. Muchas veces me preguntan cuál es mi canción preferida y digo “la que voy a hacer”, y no es por decir algo simpático, sino que en esa frase hay mucha sinceridad, pues siempre espero mucho más de mí, por lo que me exijo.
Ahora, te decía que el Domínguez, porque es un disco en el que he trabajado mucho tiempo: ocho meses desde que lo empecé a grabar, solo grabándolo ocho meses; dejándolo por momentos reposar, a veces un mes, a veces mes y medio; retomándolo y ya, dándolo por terminado porque o me hacía a la idea de que era una maqueta cuando lo terminé y comenzaba a grabar de nuevo, o lo dejaba así, porque realmente tiene mucho trabajo, el sonido del disco está muy trabajado. Es el primero que grabamos también aquí en Ojalá, o sea, que es un disco que he podido trabajar con mucha tranquilidad. Tranquilidad entre comillas porque por mucho tiempo que tengas, mentira, que tranquilo no lo haces: lo haces totalmente desesperado, lo haces totalmente estresado, totalmente angustiado. Todo eso quiere decir gozando [ríe].
EV: “El que tenga una canción tendrá tormentas”...
SR: Exacto. Todo eso quiere decir gozando, porque hacer el disco, después que uno tiene las canciones, o sea grabarlas, tratar de conseguir que en esa expresión esté lo que tú quieres decir, en la forma en que lo quieres decir, todo eso implica también un acto de creación. O sea, que uno termina de hacer las canciones no cuando les pone el punto final, sino realmente después de que las incluye en un disco y dice: “Así la dejo”». Ahí es cuando realmente uno termina una canción.
EV: Silvio, hemos mencionado a tu público. Creo que —como lo dijiste hace rato— son tus nietos, tus hermanos, tus padres, tus hijos multiplicados por todo el mundo, pero que, al mismo tiempo, te demandan, te exigen. En alguna canción dices que “hay tantas voces que nos llaman que no se oye nada”. ¿Llega a ser así para ti, muy asfixiante la demanda? ¿Es una gran carga esta responsabilidad de que el público te pide “Ven a México”, “Ven a Lima”?
SR: Eso tiene varias respuestas. Una depende de las canciones y depende del momento en que hayan sido hechas, porque eso ha pasado por distintos grados; el sentir de ese reclamo, que en algún momento pueda llegar a agobiar. Cuando empecé a cantar, el reclamo ya estaba dado en gran medida por conflictos generacionales, por problemas de mi entorno, por la forma en que se insertaba nuestra canción en la realidad cubana, o sea, de qué manera, entre amorosa y combativa, surgía nuestra canción, porque era parte de toda esa efervescencia de la época, ¿no? En esos momentos sí hubo instantes de angustia y son en los momentos en que hago canciones como esa, que es “Hallazgo de las piedras”, y que sí, realmente hubo momentos en que no entendía nada —y lo confieso con toda sinceridad—, y era una forma de decir: “hay tantos gritos que no oigo, no escucho”.
Había una respuesta demasiado violenta, y pasó mucho tiempo para que empezara a comprender por qué se daba esa respuesta, porque en un principio no lo entendía, incluso rechazaba un poco todo aquello. Otra canción en la que menciono eso es en “Debo partirme en dos”: Unos dicen que aquí, otros dicen que allá. Pero eso es una cosa que de cierta forma siempre nos ha perseguido, sobre todo cuando lo que uno plantea son ideas que conmueven, que inquietan y movilizan a otras personas. La relación que se da con el público no es para nada pasiva, es una relación de amor-odio, muy violento a veces, y que uno la padece y la goza. Quizás con los años uno se va volviendo como que más filosófico, se va acostumbrando también a ciertas reacciones. Y no es que uno se insensibilice, sino que pasa tantas veces lo mismo que uno aprende a manejar un poco la situación.
(…)
EV: El “Detalle de mujer con sombrero”, ¿es la historia de la humanidad?
SR: Es la historia del universo, es como el Big-Bang o algo así, es la historia de la humanidad, del cosmos, del mundo. Hablando en lenguaje cinematográfico o fotográfico, es una especie de zoom-in o “acercamiento”, que va desde la creación del universo [truena los dedos] hasta la particularidad de dos seres que se encuentran y lo que les sucede.
EV: A propósito del “Óleo...”, a la gente le gusta tu interpretación en la guitarra, y se hace otra pregunta que te doy textualmente. Un español preguntó: “¿Qué puñetas hace Silvio con la mano derecha?”, y otro le contestó: “Ese es uno de los grandes misterios de la humanidad” [carcajadas]. La gente no solo te oye, te canta, también trata de interpretarte con la guitarra, y en esto todos coincidimos: nadie como tú para interpretar tus canciones acompañadas con tu guitarra.
SR: Martha Valdés, una compositora muy admirada, importante y muy talentosa, escribió una vez algo sobre mi mano derecha. Ella plantea que la etapa anterior de la trova, que era el filin, se destaca mucho por las armonías, por tener una mano izquierda muy pródiga, o por componer armonías muy complejas, más bien impresionistas, con un sentido armónico muy amplio, con oncenas, trecenas, novenas y todo ese tipo de cosas; pero la mano derecha del filin es muy estática, tiene un mismo ritmo siempre, cae sobre los tiempos fuertes. La trova tradicional cubana tenía muy buena mano derecha, y pienso que a mí me viene por allí, de escuchar mucha música trovadoresca y otra música que quería imitar. Ahora, lo que sí te garantizo es que puede haber una mano derecha muy buena, pero si no hay mano izquierda, no puedes hacer nada. La mano izquierda también es importante.
EV: ¿Tú qué haces para mantener el dominio del instrumento? ¿Practicas todos los días?
SR: Compongo improvisando, o sea, tocando la guitarra y sacándole sonidos, jugando con ella. Hubo épocas en que tocaba no todos los días, sino a todas horas; pero ya, en los últimos años, realmente no lo hago diario, pero sí, de vez en cuando tomo la guitarra. A veces hay periodos alarmantemente largos en que no toco la guitarra. Entonces, cuando se me acercan tiempos de conciertos y esas cosas, pues ahí, con mucha prisa la retomo y trato de ponerme al día; pero no es igual porque, como todos los instrumentos musicales, hay que estar encima de ellos; hay que quererlos mucho, hay que pasarles mucho la mano, darles muchos cariñitos para que te quieran y te respondan.
EV: ¿Qué es para ti la guitarra: un escudo o un arma?
SR: Es una lucha, es un amor porque, en realidad, mis armas y mis escudos están dentro de mí. Mi guitarra es un amor, porque es como un puente. Es como quien te presta un servicio completamente desinteresado pero que, mientras más solícito y atento tú seas con ella, pues mejor servicio te presta, ¿te das cuenta? Entonces, por eso te digo que es un amor. Si alguien merece amor es la guitarra, porque es muy generosa.
EV: Pero también es muy exigente.
SR: Absolutamente. Es muy exigente, como todos los amores.
EV: ¿Quién es más exigente: la mujer o la guitarra?
SR: Yo diría que fifty-fifty [risas], aparte de que no creo que haya mucha diferencia: te suenan según las quieras.
EV:¿Te has separado o divorciado de alguna guitarra? ¿Has tenido problemas, broncas, conflictos, enamoramientos a primera vista con alguna guitarra?
SR: ¿Con la guitarra? Sí, los hay. O sea, hay guitarras virtuosas, hay guitarras que suenan muy bien, pero hay esas guitarras que suelen ser las primeras que uno tuvo, que son guitarras pobrecitas, humildes, o sea, guitarras sin zapatos. En realidad, esas son las guitarras más entrañables para uno, como mi primera guitarra.
EV:¿La conservas?
SR: No, se la regalé a Pablo Milanés el día que cumplió cuarenta años.
Fotos: Richard
Ediciones La Memoria, sello editorial del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, publicará en este año 2010 el libro Silvio, aprendiz de brujo, del mexicano Eduardo Valtierra, quien se hace llamar “Viejo Escaramujo”, expresión de hasta dónde asume las canciones y la vida del trovador.
Valtierra ha seguido a Silvio —a su obra y a él mismo— desde la admiración y el respeto, y desde esos universos nos regala este libro, que nos permite seguir adentrándonos en la vida de alguien que ya marcó, para siempre, un antes y un después.
Nacido en el mismo año en el que triunfó la Revolución Cubana, Eduardo Valtierra estudió Licenciatura en Comunicación en la Universidad Iberoamericana, campus Ciudad de México, donde actualmente labora. Nos llega como autor con su sencillez de hombre feliz por haber logrado “sembrar dos hijas, escribir un árbol y gestar este libro”.
EV: En tus conciertos, en Internet, en programas de radio y en otros espacios, la mayoría de tu público es joven. ¿Pasa algo similar aquí en Cuba con tu público?
SR: No solo en Cuba. Asombrosamente, mi público siempre ha sido de jóvenes. Cuando empecé, lógicamente, yo también era un joven, y en la medida en que han pasado los años, es como si ese público se hubiera detenido; yo transcurro y el público no, el público sigue siendo preferentemente de adolescentes y jóvenes de veintitantos años. Eso me pasa en Cuba, en Argentina, en Chile, en España, en Colombia, en todas partes, y para mí es un milagro. Me lo han preguntado: “¿Por qué?”. No tengo una respuesta certera, puedo hacer conjeturas, como cualquiera, y deduzco, en primer lugar, que he procurado no abandonar la infancia, pero parece también que la niñez ha procurado no abandonarme a mí. Y cuando te digo la niñez, te digo la juventud, la adolescencia, esa etapa de la vida en que uno mira asombrado al mundo y se hace preguntas.
Voy a morir como todo el mundo, pero creo que lo haré con los ojos muy abiertos y todavía haciéndome preguntas. Eso se debe, más que a una actitud, a una condición, a una característica, porque está más allá de lo que uno pretenda. Hay personas que somos así, que en eso no cambiamos nunca, y me tocó hacer canciones y me comunico a partir de ellas, por eso lo que hago le interesa a la gente, que casi siempre son jóvenes.
EV: ¿Y qué hay de esos jóvenes de tus inicios? ¿Dejaron de oírte? ¿Cambiaron sus gustos?
SR: No, no, no. Los de los inicios empiezan a oírme con nostalgia, pero los jóvenes no me oyen con nostalgia: me oyen bien, me oyen participando. Me pasa muchísimo que los hijos de compañeros de juventud ahora son los que van a los conciertos. Me lo encuentro cotidianamente, en todas partes.
EV: Tú eres el punto de encuentro de diversas generaciones.
SR: Pero siempre a través de los jóvenes, ¿no? Fíjate que son los jóvenes; volvemos a lo mismo, son niños o jóvenes...
(…)
EV: ¿Qué te hace sufrir más: hacer una canción o hacer un disco?
SR: Infinitamente más hacer un disco, porque es como hacer una gran canción; es como hacer una cantata. Hacer un disco es como hacer una cantata, o una película, o una obra de teatro, o como escribir un libro. Eso es un disco en definitiva, es una obra, sin que esto implique ninguna pretensión superficial, sino que, sencillamente, es una obra, es un compendio de cosas. Ese es tu libro, esa es tu exposición, ese es tu poemario.
EV: Alguna vez Víctor Casaus y Luis Rogelio Nogueras te preguntaron cuáles son tus canciones preferidas, con cuáles de ellas te ibas a una isla desierta. La misma pregunta pero a nivel de obra mayor, que serían los discos: ¿con cuáles tres discos te quedas?
SR: Bueno, esa es una pregunta muy difícil, porque uno tiende más bien a extraer canciones de los discos, pero los discos así, como cosa terminada... Creo que me quedaría con el primero que hice, Días y flores, por la frescura. Aunque fue un quebradero de cabeza hacerlo porque hacía ocho años que componía canciones, tenía cientos de canciones, ¡imagínate!, y tuve que escoger entre todo eso. Por eso incluí muchas canciones que no eran de ese momento, de 1975, que fue cuando lo grabé; incluí canciones de 1968, 1969, o sea, hice una especie de antología ahí, más dos o tres canciones que eran muy recientes, como “Sueño con serpientes”. En primer lugar, el disco Días y flores.
En segundo, en el sentido de la comunicación y del trabajo profesional, hay un disco que fue importante, que es Unicornio, un disco muy equilibrado y muy bien armado, y esto se debe en gran medida al trabajo de producción que hizo Frank Fernández.
Y como tercer disco no me queda más remedio que escoger Domínguez [risas]; no solo porque es el último; uno tiende a enamorarse de lo último que ha hecho o de lo que está haciendo, de lo que está amasándose. Muchas veces me preguntan cuál es mi canción preferida y digo “la que voy a hacer”, y no es por decir algo simpático, sino que en esa frase hay mucha sinceridad, pues siempre espero mucho más de mí, por lo que me exijo.
Ahora, te decía que el Domínguez, porque es un disco en el que he trabajado mucho tiempo: ocho meses desde que lo empecé a grabar, solo grabándolo ocho meses; dejándolo por momentos reposar, a veces un mes, a veces mes y medio; retomándolo y ya, dándolo por terminado porque o me hacía a la idea de que era una maqueta cuando lo terminé y comenzaba a grabar de nuevo, o lo dejaba así, porque realmente tiene mucho trabajo, el sonido del disco está muy trabajado. Es el primero que grabamos también aquí en Ojalá, o sea, que es un disco que he podido trabajar con mucha tranquilidad. Tranquilidad entre comillas porque por mucho tiempo que tengas, mentira, que tranquilo no lo haces: lo haces totalmente desesperado, lo haces totalmente estresado, totalmente angustiado. Todo eso quiere decir gozando [ríe].
EV: “El que tenga una canción tendrá tormentas”...
SR: Exacto. Todo eso quiere decir gozando, porque hacer el disco, después que uno tiene las canciones, o sea grabarlas, tratar de conseguir que en esa expresión esté lo que tú quieres decir, en la forma en que lo quieres decir, todo eso implica también un acto de creación. O sea, que uno termina de hacer las canciones no cuando les pone el punto final, sino realmente después de que las incluye en un disco y dice: “Así la dejo”». Ahí es cuando realmente uno termina una canción.
EV: Silvio, hemos mencionado a tu público. Creo que —como lo dijiste hace rato— son tus nietos, tus hermanos, tus padres, tus hijos multiplicados por todo el mundo, pero que, al mismo tiempo, te demandan, te exigen. En alguna canción dices que “hay tantas voces que nos llaman que no se oye nada”. ¿Llega a ser así para ti, muy asfixiante la demanda? ¿Es una gran carga esta responsabilidad de que el público te pide “Ven a México”, “Ven a Lima”?
SR: Eso tiene varias respuestas. Una depende de las canciones y depende del momento en que hayan sido hechas, porque eso ha pasado por distintos grados; el sentir de ese reclamo, que en algún momento pueda llegar a agobiar. Cuando empecé a cantar, el reclamo ya estaba dado en gran medida por conflictos generacionales, por problemas de mi entorno, por la forma en que se insertaba nuestra canción en la realidad cubana, o sea, de qué manera, entre amorosa y combativa, surgía nuestra canción, porque era parte de toda esa efervescencia de la época, ¿no? En esos momentos sí hubo instantes de angustia y son en los momentos en que hago canciones como esa, que es “Hallazgo de las piedras”, y que sí, realmente hubo momentos en que no entendía nada —y lo confieso con toda sinceridad—, y era una forma de decir: “hay tantos gritos que no oigo, no escucho”.
Había una respuesta demasiado violenta, y pasó mucho tiempo para que empezara a comprender por qué se daba esa respuesta, porque en un principio no lo entendía, incluso rechazaba un poco todo aquello. Otra canción en la que menciono eso es en “Debo partirme en dos”: Unos dicen que aquí, otros dicen que allá. Pero eso es una cosa que de cierta forma siempre nos ha perseguido, sobre todo cuando lo que uno plantea son ideas que conmueven, que inquietan y movilizan a otras personas. La relación que se da con el público no es para nada pasiva, es una relación de amor-odio, muy violento a veces, y que uno la padece y la goza. Quizás con los años uno se va volviendo como que más filosófico, se va acostumbrando también a ciertas reacciones. Y no es que uno se insensibilice, sino que pasa tantas veces lo mismo que uno aprende a manejar un poco la situación.
(…)
EV: El “Detalle de mujer con sombrero”, ¿es la historia de la humanidad?
SR: Es la historia del universo, es como el Big-Bang o algo así, es la historia de la humanidad, del cosmos, del mundo. Hablando en lenguaje cinematográfico o fotográfico, es una especie de zoom-in o “acercamiento”, que va desde la creación del universo [truena los dedos] hasta la particularidad de dos seres que se encuentran y lo que les sucede.
EV: A propósito del “Óleo...”, a la gente le gusta tu interpretación en la guitarra, y se hace otra pregunta que te doy textualmente. Un español preguntó: “¿Qué puñetas hace Silvio con la mano derecha?”, y otro le contestó: “Ese es uno de los grandes misterios de la humanidad” [carcajadas]. La gente no solo te oye, te canta, también trata de interpretarte con la guitarra, y en esto todos coincidimos: nadie como tú para interpretar tus canciones acompañadas con tu guitarra.
SR: Martha Valdés, una compositora muy admirada, importante y muy talentosa, escribió una vez algo sobre mi mano derecha. Ella plantea que la etapa anterior de la trova, que era el filin, se destaca mucho por las armonías, por tener una mano izquierda muy pródiga, o por componer armonías muy complejas, más bien impresionistas, con un sentido armónico muy amplio, con oncenas, trecenas, novenas y todo ese tipo de cosas; pero la mano derecha del filin es muy estática, tiene un mismo ritmo siempre, cae sobre los tiempos fuertes. La trova tradicional cubana tenía muy buena mano derecha, y pienso que a mí me viene por allí, de escuchar mucha música trovadoresca y otra música que quería imitar. Ahora, lo que sí te garantizo es que puede haber una mano derecha muy buena, pero si no hay mano izquierda, no puedes hacer nada. La mano izquierda también es importante.
EV: ¿Tú qué haces para mantener el dominio del instrumento? ¿Practicas todos los días?
SR: Compongo improvisando, o sea, tocando la guitarra y sacándole sonidos, jugando con ella. Hubo épocas en que tocaba no todos los días, sino a todas horas; pero ya, en los últimos años, realmente no lo hago diario, pero sí, de vez en cuando tomo la guitarra. A veces hay periodos alarmantemente largos en que no toco la guitarra. Entonces, cuando se me acercan tiempos de conciertos y esas cosas, pues ahí, con mucha prisa la retomo y trato de ponerme al día; pero no es igual porque, como todos los instrumentos musicales, hay que estar encima de ellos; hay que quererlos mucho, hay que pasarles mucho la mano, darles muchos cariñitos para que te quieran y te respondan.
EV: ¿Qué es para ti la guitarra: un escudo o un arma?
SR: Es una lucha, es un amor porque, en realidad, mis armas y mis escudos están dentro de mí. Mi guitarra es un amor, porque es como un puente. Es como quien te presta un servicio completamente desinteresado pero que, mientras más solícito y atento tú seas con ella, pues mejor servicio te presta, ¿te das cuenta? Entonces, por eso te digo que es un amor. Si alguien merece amor es la guitarra, porque es muy generosa.
EV: Pero también es muy exigente.
SR: Absolutamente. Es muy exigente, como todos los amores.
EV: ¿Quién es más exigente: la mujer o la guitarra?
SR: Yo diría que fifty-fifty [risas], aparte de que no creo que haya mucha diferencia: te suenan según las quieras.
EV:¿Te has separado o divorciado de alguna guitarra? ¿Has tenido problemas, broncas, conflictos, enamoramientos a primera vista con alguna guitarra?
SR: ¿Con la guitarra? Sí, los hay. O sea, hay guitarras virtuosas, hay guitarras que suenan muy bien, pero hay esas guitarras que suelen ser las primeras que uno tuvo, que son guitarras pobrecitas, humildes, o sea, guitarras sin zapatos. En realidad, esas son las guitarras más entrañables para uno, como mi primera guitarra.
EV:¿La conservas?
SR: No, se la regalé a Pablo Milanés el día que cumplió cuarenta años.
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