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lunes, marzo 05, 2012
Analisis de vamos a andar
Letra
JuanGui en al menos 2 conciertos alla por el 85 y 86 uno en cuba el otro en peru
dice que la dedica a la juventud sovietica dejame escuchar los conciertos
y copio lo que dice textualmente
escaramujo
En mi opinión, veremos que dice Silvio, la canción trata de la hermandad ente los pueblos que deben andar con todas las banderas trenzadas de manera que no haya soledad. Supongo que esa hermandad es la de los pueblos en los que ha triunfado la revolución. Especialmente hasta los años 80 Cuba destacó como cabeza visible de los llamados países no alineados. Creo que por ahí van los tiros.
vicente_P y eso de "hundiendo al poderoso, alzando al perezoso..." al perezoso???
tilo
tilo Al perezoso, tambien me he preguntado eso......
Pero siento que la canción habla como algo asi de superación para todos...
Como un pueblo o una sociedad.... en el caso del perezoso, podría ser alguien muy flojo o apático a quien se trata de ayudar para que se supere y haga algo para si mismo y los demás.
Al principio, con el título de la canción, me imaginaba que por decir Silvio queria conseguir novia.... (VAMOS A ANDAR)........
Ahora me imagino, algo asi como "vamos a seguir".
Bueno, es lo que yo pienso de esa canción...........
Y cada vez que la escucho, me motiva a seguir adelante...
Bueno, en mi opinión.....
SALUDOS SILVIOFILOS
Maine
Creo que eso de "alzando al perezoso" no es un alzamiento en sentido de jerarquía, no es poner al perezoso en lugar del poderoso. Considero ese "alzando" como aguijoneando al perezoso, exhortándolo a moverse en la lucha con todos, levantándolo en el sentido de "sacudirlo" para que deje la comodidad y se sume a la lucha. Es decir, lo entiendo como parte de las arengas propias de los conflictos de ese tipo. No sé si queda claro. Si tuviera más tiempo le daría algunas vueltas más, es un tema excelente.
escaramujo
Como dice Maine, alzar al perezoso es levantarlo del asiento (debo dejar la casa y el sillón) fijaos que luego dice sumando a los demás.
Maine
Creo que, fuera de la estrofa que ya estuvimos exprimiendo, la canción es bastante explícita. Es una canción popular hasta en la silueta textual, versos octosílabos (salvo “vamos a andar”, que es el verso destinado a destacarse) se supone así más fluida y fácil de retener en la memoria, como es conveniente que sean las canciones que buscan difundir el pensamiento revolucionario.
Todo se organiza en base a la exhortación, invitación amigable de ese verso, que mueve a la acción, al avance. Me interesa destacar el carácter colectivo de la voz de la composición. No tenemos un yo lírico tan patente como en otras composiciones de Silvio, aquí se trata de un “nosotros”, se habla siempre desde ese sentimiento de pertenencia. De ahí que el destinatario de la exhortación no sea un “tú” sino también ese “nosotros”. Es un colectivo interpelándose a sí mismo a través de la canción. Hay un cancionero que dice "En verso y vida atentos". En otro lado leí "tintos" y por una cuestión de rima, me quedé con eso, pero no sé.
“En verso y vida tintos”, si no me equivoco, es hipérbaton por “tintos en verso y vida”, que sería el modo como se da esa marcha, empapados de vida y arte, imprimiendo en ambos el ansia revolucionaria. Era propio de los surrealistas comunistas el deseo de reconciliar el arte con la vida y dar al arte el status de ser servil a la revolución. Más aún si la canción está dedicada a la juventud soviética, donde la poesía al servicio de la revolución tiene una de las improntas más grandes en la figura de Maiakovsky. La lucha es en verso y vida, y en seguida aparece la reivindicación : pan y verdad. Los medios de subsistencia, que por supuesto son la base, y la verdad como justicia y liberación.
“Matando el egoísmo”; podríamos escribir tratados enteros sobre el egoísmo, pero en fín, lo que hay que saber de él es que nace con la clase burguesa. El individualismo no puede entenderse sino en el marco de una clase de individuos que saben que tienen que procurarse por ellos mismos los medios de subsistencia(al contrario de la nobleza), y que a medida que esa clase crece gracias al comercio adquiere la oportunidad de incrementar y acumular capital.
Antes del surgimiento de la burguesía, aproximadamente en el siglo XII, el sujeto medieval no tenía la mentalidad de pensarse como individuo capaz de cambiar su suerte, es por eso que ni siquiera pensaba en sí mismo como tal y hay que esperar al crecimiento del capitalismo para hablar de “egoísmo” propiamente. Así, “egoísmo” es una palabra cargada de significado.
El egoísmo es lo que impulsa el capitalismo salvaje con su discurso de la “libertad”, que no es otra cosa que la libertad de acumular capital y plusvalía. “egoísta” se aplica solo a este sistema cínico, que ya ni siquiera explota sino que directamente margina. Matar el egoísmo es matar todo lo que implica, matar la diferencia de clases, matar la burguesía, y que reviva el sentimiento de amistad, que no es poco, porque implica el sentimiento de vínculo con el otro, limitando la codicia y la voluntad de autorrealización personal.
Eso de hundir al poderoso y alzar al perezoso quedó ya más que comentado, lo mismo que esas banderas trenzadas, mencionadas por Escaramujo para aludir a la hermandad de los pueblos, y que no haya soledad, que sea siempre un “nosotros” la voz que invita, que sea depositaria de un pensar y sentir colectivo en el tránsito hacia algo mejor. Esa meta es la vida misma, porque no puede llamarse “vida” a lo que no cumple con las condiciones necesarias, no va a ser “vida” hasta que no haya pan y verdad.
Sara siempre será la voz de la victoria
Pedro de la Hoz
Sara González, una de las voces paradigmáticas de la trova
cubana en el último medio siglo, falleció en la tarde de este miércoles en La Habana a los 60 años de edad, víctima de cáncer.
Varias generaciones de cubanos hallaron estímulo e inspiración en una de sus emblemáticas creaciones, Girón, la victoria. Esa canción, junto a Su nombre es pueblo, de Eduardo Ramos, que ella también interpretaba, vibraron a lo largo de numerosas jornadas de afirmación patriótica y revolucionaria.
Trovadora de pura cepa, Sara cantó al amor, la amistad, la esperanza, la solidaridad y los más íntimos sentimientos humanos.
Por sus méritos artísticos y revolucionarios obtuvo varios reconocimientos, pero sentía particular orgullo por haber recibido la Orden Félix Varela el 20 de octubre del 2011 de manos del Comandante en Jefe Fidel.
Formada en la fragua del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, fundadora del Movimiento de la Nueva Trova, deja un legado de excelentes grabaciones que van desde los textos martianos musicalizados a principios de los años 70, por los días en que su talento era descubierto en la isla por el tema de la teleserie Los comandos del silencio, hasta las dos entregas de Cantos de mujer, en los que vindicó las contribuciones de las compositoras cubanas a la música popular.
Fuera de Cuba, Sara también fue muy apreciada por el público y la crítica en México, España, Angola, Italia, Venezuela, República Dominicana, Puerto Rico, Chile, Argentina, Estados Unidos, Brasil, Canadá, Alemania y Australia.
En el 2011, aun cuando por la enfermedad se vio obligada a interrumpir su intensa programación artística, no dejó de hacer planes y promover a compañeros suyos, como lo hizo hasta el final con uno de sus proyectos más queridos, el Jardín de la Gorda.
Por voluntad propia sus restos mortales serán incinerados. El pueblo podrá rendirle tributo este jueves, entre las 9:00 a.m. y las 7:00 p.m. en la sede del Instituto Cubano de la Música (15 y F. Vedado), donde serán expuestas sus cenizas.
Sara González, una de las voces paradigmáticas de la trova

Varias generaciones de cubanos hallaron estímulo e inspiración en una de sus emblemáticas creaciones, Girón, la victoria. Esa canción, junto a Su nombre es pueblo, de Eduardo Ramos, que ella también interpretaba, vibraron a lo largo de numerosas jornadas de afirmación patriótica y revolucionaria.
Trovadora de pura cepa, Sara cantó al amor, la amistad, la esperanza, la solidaridad y los más íntimos sentimientos humanos.
Por sus méritos artísticos y revolucionarios obtuvo varios reconocimientos, pero sentía particular orgullo por haber recibido la Orden Félix Varela el 20 de octubre del 2011 de manos del Comandante en Jefe Fidel.
Formada en la fragua del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, fundadora del Movimiento de la Nueva Trova, deja un legado de excelentes grabaciones que van desde los textos martianos musicalizados a principios de los años 70, por los días en que su talento era descubierto en la isla por el tema de la teleserie Los comandos del silencio, hasta las dos entregas de Cantos de mujer, en los que vindicó las contribuciones de las compositoras cubanas a la música popular.
Fuera de Cuba, Sara también fue muy apreciada por el público y la crítica en México, España, Angola, Italia, Venezuela, República Dominicana, Puerto Rico, Chile, Argentina, Estados Unidos, Brasil, Canadá, Alemania y Australia.
En el 2011, aun cuando por la enfermedad se vio obligada a interrumpir su intensa programación artística, no dejó de hacer planes y promover a compañeros suyos, como lo hizo hasta el final con uno de sus proyectos más queridos, el Jardín de la Gorda.
Por voluntad propia sus restos mortales serán incinerados. El pueblo podrá rendirle tributo este jueves, entre las 9:00 a.m. y las 7:00 p.m. en la sede del Instituto Cubano de la Música (15 y F. Vedado), donde serán expuestas sus cenizas.
sábado, marzo 03, 2012
1967, en el recuerdo
Del Blog Segunda Cita
1967, martes 13 de junio. Música y Estrellas. Foto: Juan Luis Aguilera/ Zurrón del Aprendiz,
Hace 45 eneros comenzaba 1967. Un año muy esperado por decenas de miles de jóvenes cubanos. Sobre todo por los que en esa fecha concluiríamos nuestro Servicio Militar Obligatorio (SMO), vigente desde 1964.
Éramos de las ciudades y l
os campos, los primeros muchachos llamados a filas en virtud de una ley que apelaba al sagrado deber de servir y defender la Patria. Durante tres largos años habíamos vivido en campamentos, saliendo de permiso rara vez, entrenándonos en fuerzas de infantería, marina y aviación.
Aprendimos a familiarizarnos no sólo con el armamento sino con la técnica de un ejército que por entonces disponía de notables recursos. Y aunque por la disposición y el nivel escolar algunos fuimos aptos enseguida para misiones complejas, estaba escrito que durante todo nuestro tiempo en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) no superaríamos la condición de reclutas. Para que se nos identificara como integrantes del SMO y no como soldados, debíamos llevar un brazalete. Fue cuando los soldados rasos recibieron el honroso título de “guardias viejos” y todo el mundo, hasta los civiles, nos reconocía como “reclutas ” u “hombres de siete pesos”, pues tal era el estipendio que, por ley, nos tocaba.
Pero sucedió que cuando llegaron los anhelados días de 1967, nos enteramos de que sólo le darían de baja a quienes tuvieran trabajo garantizado en la vida civil.
Aquella noticia desató el corre-corre en los que estábamos locos por dejar el verde obligatorio y llevar el pelo como nos diera la gana.
Yo, que ya tocaba la guitarra e incluso me preparaba para una grabación, fui a ver a mis viejos compañeros del semanario Mella, que ahora trabajaban en un periódico recién fundado, llamado Juventud Rebelde. Allí me reencontré con Virgilio Martínez, con el gordo Ayús, con el gallego Posada y hasta con Víctor Casaus, que ahora escribía en un tabloide que le decían El Caimán Barbudo.
Cuando les expliqué lo que me pasaba, me dijeron: “Vamos a hablar con el director, que él te resuelve esa carta enseguida”. Y así fue. El director se llamaba Félix , como mi abuelo, y era un tipo de unos 30 de años, al que le decían “el loco Sautié”. Yo había llevado algunos dibujos para que los evaluaran, porque no le tenía mucha fe a la música y quería garantizar en lo que ya tenía experiencia: historietas, emplane y diseño gráfico. Por suerte, en mi tiempo en las FAR no me había estancado. Aún cuando hacía preparación combativa, también me solicitaban ayuda en el trabajo gráfico. Incluso en el último año había trabajado en dos importantes revistas militares.
O sea: que pude desmovilizarme gracias aquella carta que decía que en el departamento de dibujo de Juventud Rebelde me esperaba un puesto. Claro que aún faltaba un requisito. Porque, para desmovilizarme, todavía debía trabajar en una una zafra azucarera.
Uno de los centrales al que las FAR mandaba macheteros, era el Camilo Cienfuegos, antiguo Hersey, pegado a Santa Cruz del Norte. Para allá me mandaron en un tren. Pero no estuve muchos días en el corte. Enseguida se dieron cuenta de que promediaba poco y acabé en una báscula de cañas. Días después me enfermé de la garganta, que ya era mi padecimiento antes de volverme trovador, y mi familia me fue a ver y me encontró emburujado en trapos sucios y temblando.
Varias veces he contado que me desmovilizaron un día y al día siguiente estaba debutando en un programa estelar de la Televisión Cubana. Lo vuelvo a mencionar porque siempre me he sentido muy agradecido de aquellas personas que confiaron en mi, a pesar de hacer canciones con dos o tres acordes. Tomando en cuenta el nivel de ingenio y talento que por entonces hacía gala la canción cubana.
El primer responsable de aquel vertiginoso cambio en mi vida fue el extraordinario pianista y director musical Mario Romeu. El propuso presentarme en “Música y Estrellas”. En segundo lugar Manolo Rifat, que dirigía el programa y le hizo caso. En las semanas siguientes intervino también el escritor de aquel espacio, Orlando Quiroga.
Hay otras personas que inmediatamente tuvieron que ver mucho con mi continuidad en el medio televisivo, donde nunca me sentí muy cómodo pero al que reconozco haber dado a conocer mi trabajo inicial. Hablo de Juan Vilar, de Marta Hernández, de Huberto García Espinosa y de Eduardo Moya. Juanito, Hubertico y Moya, además, tuvieron que cortar muchas cañas y abrir muchos huecos en el cordón de La Habana, cuando después me botaron de la Televisión, hace ya más de cuatro décadas.
En 1989, la Gaceta de Cuba pidió a varias personas que escribieran sobre un año específico. Un año que recordaran especialmente. Yo escogí 1967 porque, desde que empezó, intuí que iba a ser fundamental para mi. Sonará raro pero así lo escribí en los primeros días de enero de aquel año, en una agendita que usaba cuando trabajaba en la Revista Verde Olivo.
Por delirante que parezca, todo lo que narra esta tetralogía es cierto. Hasta la canción.
A continuación el texto publicado en la Gaceta de Cuba:
1967
I
Al fin me dieron la baja. Tres años con tres meses de espera. Llegué a pensar que la demora era un castigo por las fugas, que se me iba a enredar la pira en alguna maraña de las mías. Me parece estar viviendo aquella noche en que llegué como a las 11 y encontré un chofer con casco y Aka-M en la puerta de la revista. Desde que lo vi supe que estaba en llamas: otro estado de alerta. ¿Cuántos son? Perdí el conteo hace milenios. Estamos en zafarrancho de combate desde que cumplí 12, y ya ando los 20. Ahora, para colmo, otra vergüenza más. Por eso evito el ascensor y agarro la escalera, para estirar la cosa, llegar arriba y sentarme a esperar a que termine el que está despachando con el Jefe, para entonces escuchar la levedad temible de su voz diciendo: “Dile que entre”. No hace falta ni mencionar mi nombre, todo el mundo sabe que me volvieron a coger fuera de base y que tengo arriba tremenda cabeza de caballo. Bonito fuera que ahora, a punto de cumplir, me manden para la bendita UMAP, profecía que me vienen haciendo en todas las unidades. Debiera saber mostrar cara de niño bueno, pero no sé cómo me lucen las caras que pongo y me da pena practicar con el espejo: parezco un comemierda. Ante el cristal sólo ensayo semblante de duro, de furioso, de ácido; pero la gente, no más de verme, piensa que si me soplan puedo salir volando. ¿Qué le digo al teniente? ¿Qué estaba en la Biblioteca Nacional? Nananina, porque allí me buscaron mientras estaba tomando leche fría, en casa de mi madre. Eso no me lo cree ni Cristo. Más fácil es decir que estaba con alguna niña, haciendo cochinadas por ahí. Eso siempre cae simpático, te ven machito y se despierta el factor solidario. Jodido estoy si suelto lo del litro de leche. ¿Quién ha visto a John Wayne tomando leche? Por eso me paro ante la puerta con su letrero lumínico de lasciate omni speranza voi chi entrate, sacando cuentas y revisándome los botones, cuando me acuerdo que me han mandado a pelar 70 veces y yo metiendo curvas, procurando que la baja no me sorprenda con el pelo al rape. Estoy requetejodido. De esta me pudro picando asesinas en un central.
Así, y con cara de quién sabe qué, entro por fin al aire acondicionado y me pongo ligeramente en posición de firme –no del todo, porque en la revista no se usa eso y no quiero que el Jefe piense que estoy bajando apendejamiento o guataquería– y espero calladito, hasta que se digne a sacar los ojos del papel seguramente importantísimo que lee, cuando en eso suena el teléfono afuera, en el buró del oficial de guardia, quien se asoma y dice que es para mi. El Jefe, sin levantar la vista, me dice: “Usa ése”, señalando uno de los tantos aparatos que tiene sobre la mesa. Lo tomo y es Zulema –Dios mío, la loca de Zulema a esta hora– que, automáticamente, como una vitrola con una peseta, da rienda suelta a su rutina de que cuándo nos vamos a ver, que está acabadita de bañar y con toda la piel cubierta de goticas de agua –hace tanto calor–, que quién tuviera una lengüita secadora y que mira, ahora mismo se va a pasar el teléfono por donde yo sé, para que escuche crujir lo que yo sé, y yo más blanco que la hoja importantísima que el jefe está leyendo, hasta que éste alza la mirada y me dice: “Y a ti ¿qué te pasa?”. Entonces me desprende el teléfono de la mano –que hace una involuntaria resistencia–, se lo pone al oído, frunce el ceño y mientras cuelga murmura algo sobre la puñetera estática en las comunicaciones. Acto seguido me suelta la perorata de rigor, de la cual lo único que escucho son las últimas palabras, que me sé de memoria: “…hasta que yo me acuerde”, y salgo de allí más muerto que vivo, sin saber qué decir a los socios que preguntan cuál fue la sentencia, ni dónde coño estaré cuando el jefe se digne a recordarme.
Y esa madrugada, lógicamente, me clavan la guardia más sabrosa, la de 3 a 6 –mal rayo los parta–, que por supuesto aprovecho para practicar un acorde nuevo que suena rarísimo, pero con tremendo suín.
II
¿Dónde está el Che? Yo aquí, comiendo mierda en la Televisión Cubana, en medio de gente de otra onda (y algunas buenas hembras) y el Che quién sabe dónde jugándosela por uno, por América Latina, el tercer mundo, el universo y hasta por esta gente y sus culitos de transición. Dicen que a Iris la cogieron presa con un grupo, yéndose en un bote, y que cuando en Villa Marista la interrogaron dijo que iban a hacerse guerrilleros. Partían por la costa sur. Capaz que hubieran llegado a Isla de Pinos y les hubieran caído a tiros. Yo sabía que a alguien se le iba a ocurrir meterle mano a esa idea, porque si no estás en el circuito de la confianza estás jodido. Hay gente que se cree dueña hasta del derecho a ser solidario, creen tener la llavecita que abre el portón de la insurgencia universal. Carné para los sentimientos. Está bien, ellos hicieron LO Revolución, pero ¿y qué?, ¿más nadie puede? Claro, a mí me tocó la generación de los pelúos, la que no se pone las bataholas esas de los años 50, y eso despierta suspicacias. ¿Y por qué coño uno no puede ser guerrillero y ser moderno? Uno puede ser zurdo y de Matanzas, como dice Piniella. Pero los sabrosones con salvoconducto para conspirar andan con camisas McGregor, tienen un Rolex Oister y ruedan Vedoblevés con chapas estatales. Son los misteriosos, que siempre miran como si te supieran algo. Porque uno es un conflictivo, uno es un desviado intelectual, uno come helados en Coppelia hasta las tres de la mañana, cosa muy sospechosa, muy extraña y digna de investigación; uno hace canciones raras, surrealistas, movimiento de la decadencia occidental; a uno le gusta la música beat y ojo con la batería extranjerizante, imperial y sajona, ojo con esas extravagantes notas musicales. Luego te enteras de que el que te hace la vida un yogur tiene la colección completa de los Beatles, además de tronco de equipo estereofónico.
En la televisión te bautizan con el signo de Caín porque no te da la gana de coger la ropa esa, de la tienda especial para artistas, con la que debes salir en la pantalla para lucir correctamente burguesito. Abráse visto. ¿Para salir a la calle y parecer marciano? Todo el mundo con una camisita de apéame uno y tú con un saco de lamé. Combatientes de harapos y greñas de gloria que pretenden vestirte como el poder que derribaron. Qué bonito, qué poco sospechoso, qué natural, qué armónico. Ya sé que Lénin definió la cosa en el congreso de Proletcult: convivir con lo válido del pasado, el viejo Tolstoi y eso, pero el otro León no hubiera transado con esa jiña de cuello, corbata y lentejuelas.
¿Qué diría el argentino de estas cosas? ¿Dónde estará metido, con la falta que hace? Es cierto que el mundo está de madre, pero esto también. Por eso yo pensaba que había que morder el cordobán aquí en el patio y no entendía lo del internacionalismo. Fue suerte no ser militante cuando aquella vez, en mi unidad, pasaron la planilla de disposición. Pero desde entonces transcurrieron tres años. Ahora lo entiendo demasiado y si los misteriosos acapararon el derecho a irse, que se jeringuen y me aguanten aquí, porque esta jodida existencia se juega al duro o no se juega. Lo otro es ilusión y abalorios, máscaras, pura mierda.
III
No puedo parar de hacer canciones, no sé cómo decir lo que veo, lo que siento. Siempre quisiera más que lo que logro. ¿Seré malo? ¿Seré ambicioso? ¿Le habrá pasado esto a Prometeo? Vietnam no me cabe en una canción, ni la burocracia, ni el oportunismo, ni los ojos azules de Tu Beso, aguados en la semipenumbra del hotel Rex (Tiranosaurio Rex, toda la vida, como dice Alomá). Las calles no me caben en una canción, ni los perros nocturnos, ni este borracho envuelto en vómitos que ronca a mi lado mientras espero la confronta. Hay hormigas circunvalando mis botas rusas. Son una hilera larga y llevan una cucarachita boca arriba, como para un entierro. Qué silencio pesado el de esta hora y qué ruido de tripas. Aquí llega el aroma de la panadería, pero no puedo aparecerme por tercera vez en esta semana diciendo que sólo tengo el medio de la güagüa. Descaro never. Al fin y al cabo sólo soy otro insomne en la ciudad, defenestrado por la jeva: La Catedrática no soporta que acostado y en plena madrugada agarre la otra mujer y me la ponga encima. A esta hora Coppelia ya está en sumna, y Alí Lafuán y El Tránsfuga deben haber llegado a la Casbah. No tengo más remedio que irme solo hasta casa de Argelia, despertar a María para quitarle el colchón del box-spring y arrastrarlo hasta la sala, para luego colarme en el baño a tocar bajito la procesión de hormigas que se me acaba de ocurrir, tratando siempre de no acostarme demasiado tarde, porque mi madre necesita temprano la sala de peinar y poner tintes. Dos mil y pico de pelos han tumbado los vietnamitas. Si cada avión cuesta mil millones, ¿cuánto dinero en armas se gasta en yankilandia? ¿Qué se podría hacer con tanto? Industrializar el país, llenarlo de carreteras, museos, teatros y comprar brujón-pila-montón-puñao de libros de ediciones Aguilar. Más comida y más transporte, el famoso metro, cero libreta. Se podrían traer instrumentos y yo a lo mejor hasta me empato con una guitarra eléctrica. Caca, excreta, miasma, mierdísima es lo que tengo en el moropo: estoy penetrado. Pero qué bestial que el mundo en vez de bombas hiciera música. “Haz el amor, no la guerra”, como decían aquellos chamas yankis que fueron a “Mientras Tanto”, flower power. Gente del country de los ácidos luciferinos que hacen pintar mujeres-soles al pintor de las mujeres-soles. SRD es como LSD, o sea vuelo, cosmos, Buck Rogers, cómics, revista Mella, crisis de octubre –allá va eso–: tercera guerra mundial. Dondequiera aparece una bomba atómica y yo necesitando un pan con güagüa. ¿Por qué me decido? ¿Me quedo en La Habana o voy al (ratatá-ritití) Primer Festival de la Canción Popular de Varadero? (cantar por cantar, ese es Zu-lemaaa, su re-li-gioooón, ¡pingón!). Me invitó Odilio Urfé, que es buena gente, pero tendría que trabajar en la oscura gruta del Kawama y para lo único que sirven los clubes es para apretar –gente curdando, metiendo muela y metiendo mano–. ¿El Che cantaría en un club? El Che esta muerto, mulato, no jodas, calla por pudor, como diría Julio Antonio, el bacán de la enfermísima Tina Modotti. Voy al Festival, qué carajo, y vengo los domingos a hacer el Mientras Agonizo, si es que no lo acaban de suspender. Y allí canto con Marta Valdés y Teresita, conozco a Cotán, a Sonorama 6, aprendo a tomar Carta Oro, me arrebato, hago un intercambio de dedos bajo la mesa con una lesbiana famosa y preciosa, y al día siguiente le constato un ojo ponchado por Billy the Kid, su apetitoso compromiso. Allí veo un ovni en un amanecer. Allí escribo “Esta Canción”, el día que cumplo veintiuno. Y allí, por último, Luis Taboada, recuerdo que esta mismísima noche de vacilación y degenere, sin perol y aún con menos de masticar, arrojado a la intemperie por una ninfómana celosa (allá ellas), opto por el pan caliente que me hace llegar “herido de sombras” hasta la puerta de mi madre, introducir un fósforo en vez de la llave, e ir en cámara lenta hasta mi hermana que sueña con huir de la casa, despertarla la pobre y cargar el colchón, para por fin correr al baño y encerrarme irremediablemente solitario, a jugarme la vida con
IV
Los funerales del insecto
Hace un rato, solo, he visto
a un insecto agonizar.
Y he pensado:
no hay remedio,
nadie va a su funeral.
El insecto agonizaba.
Yo empezaba a canturrear
la canción más solitaria
que haya escrito sin llorar,
pues me puse a comparar:
¿Qué hará la tierra con los huesos
del que muere sin regreso,
en virtud de su ambición?
Sus funerales sin amigos,
sus adioses sin testigos,
sus domingos sin amor
serán como el del insecto aquel,
muriendo solo, sin después.
Morir así es no vivir,
morir así es desaparecer.
La pobre gente que dispone
de la vida por oscuros corredores
¿qué se hará?
Y los que venden la palabra,
los que ríen, los que no hablan,
¿quiénes los despedirán?
Serán como el insecto aquel,
muriendo solo, sin después.
Morir así es no vivir.
Morir así es desaparecer
…totalmente.
Silvio Rodríguez Domínguez,
mayo de 1998.
1967, martes 13 de junio. Música y Estrellas. Foto: Juan Luis Aguilera/ Zurrón del Aprendiz,
Hace 45 eneros comenzaba 1967. Un año muy esperado por decenas de miles de jóvenes cubanos. Sobre todo por los que en esa fecha concluiríamos nuestro Servicio Militar Obligatorio (SMO), vigente desde 1964.
Éramos de las ciudades y l

Aprendimos a familiarizarnos no sólo con el armamento sino con la técnica de un ejército que por entonces disponía de notables recursos. Y aunque por la disposición y el nivel escolar algunos fuimos aptos enseguida para misiones complejas, estaba escrito que durante todo nuestro tiempo en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) no superaríamos la condición de reclutas. Para que se nos identificara como integrantes del SMO y no como soldados, debíamos llevar un brazalete. Fue cuando los soldados rasos recibieron el honroso título de “guardias viejos” y todo el mundo, hasta los civiles, nos reconocía como “reclutas ” u “hombres de siete pesos”, pues tal era el estipendio que, por ley, nos tocaba.
Pero sucedió que cuando llegaron los anhelados días de 1967, nos enteramos de que sólo le darían de baja a quienes tuvieran trabajo garantizado en la vida civil.
Aquella noticia desató el corre-corre en los que estábamos locos por dejar el verde obligatorio y llevar el pelo como nos diera la gana.
Yo, que ya tocaba la guitarra e incluso me preparaba para una grabación, fui a ver a mis viejos compañeros del semanario Mella, que ahora trabajaban en un periódico recién fundado, llamado Juventud Rebelde. Allí me reencontré con Virgilio Martínez, con el gordo Ayús, con el gallego Posada y hasta con Víctor Casaus, que ahora escribía en un tabloide que le decían El Caimán Barbudo.
Cuando les expliqué lo que me pasaba, me dijeron: “Vamos a hablar con el director, que él te resuelve esa carta enseguida”. Y así fue. El director se llamaba Félix , como mi abuelo, y era un tipo de unos 30 de años, al que le decían “el loco Sautié”. Yo había llevado algunos dibujos para que los evaluaran, porque no le tenía mucha fe a la música y quería garantizar en lo que ya tenía experiencia: historietas, emplane y diseño gráfico. Por suerte, en mi tiempo en las FAR no me había estancado. Aún cuando hacía preparación combativa, también me solicitaban ayuda en el trabajo gráfico. Incluso en el último año había trabajado en dos importantes revistas militares.
O sea: que pude desmovilizarme gracias aquella carta que decía que en el departamento de dibujo de Juventud Rebelde me esperaba un puesto. Claro que aún faltaba un requisito. Porque, para desmovilizarme, todavía debía trabajar en una una zafra azucarera.
Uno de los centrales al que las FAR mandaba macheteros, era el Camilo Cienfuegos, antiguo Hersey, pegado a Santa Cruz del Norte. Para allá me mandaron en un tren. Pero no estuve muchos días en el corte. Enseguida se dieron cuenta de que promediaba poco y acabé en una báscula de cañas. Días después me enfermé de la garganta, que ya era mi padecimiento antes de volverme trovador, y mi familia me fue a ver y me encontró emburujado en trapos sucios y temblando.
Varias veces he contado que me desmovilizaron un día y al día siguiente estaba debutando en un programa estelar de la Televisión Cubana. Lo vuelvo a mencionar porque siempre me he sentido muy agradecido de aquellas personas que confiaron en mi, a pesar de hacer canciones con dos o tres acordes. Tomando en cuenta el nivel de ingenio y talento que por entonces hacía gala la canción cubana.
El primer responsable de aquel vertiginoso cambio en mi vida fue el extraordinario pianista y director musical Mario Romeu. El propuso presentarme en “Música y Estrellas”. En segundo lugar Manolo Rifat, que dirigía el programa y le hizo caso. En las semanas siguientes intervino también el escritor de aquel espacio, Orlando Quiroga.
Hay otras personas que inmediatamente tuvieron que ver mucho con mi continuidad en el medio televisivo, donde nunca me sentí muy cómodo pero al que reconozco haber dado a conocer mi trabajo inicial. Hablo de Juan Vilar, de Marta Hernández, de Huberto García Espinosa y de Eduardo Moya. Juanito, Hubertico y Moya, además, tuvieron que cortar muchas cañas y abrir muchos huecos en el cordón de La Habana, cuando después me botaron de la Televisión, hace ya más de cuatro décadas.
En 1989, la Gaceta de Cuba pidió a varias personas que escribieran sobre un año específico. Un año que recordaran especialmente. Yo escogí 1967 porque, desde que empezó, intuí que iba a ser fundamental para mi. Sonará raro pero así lo escribí en los primeros días de enero de aquel año, en una agendita que usaba cuando trabajaba en la Revista Verde Olivo.
Por delirante que parezca, todo lo que narra esta tetralogía es cierto. Hasta la canción.
A continuación el texto publicado en la Gaceta de Cuba:
1967
I
Al fin me dieron la baja. Tres años con tres meses de espera. Llegué a pensar que la demora era un castigo por las fugas, que se me iba a enredar la pira en alguna maraña de las mías. Me parece estar viviendo aquella noche en que llegué como a las 11 y encontré un chofer con casco y Aka-M en la puerta de la revista. Desde que lo vi supe que estaba en llamas: otro estado de alerta. ¿Cuántos son? Perdí el conteo hace milenios. Estamos en zafarrancho de combate desde que cumplí 12, y ya ando los 20. Ahora, para colmo, otra vergüenza más. Por eso evito el ascensor y agarro la escalera, para estirar la cosa, llegar arriba y sentarme a esperar a que termine el que está despachando con el Jefe, para entonces escuchar la levedad temible de su voz diciendo: “Dile que entre”. No hace falta ni mencionar mi nombre, todo el mundo sabe que me volvieron a coger fuera de base y que tengo arriba tremenda cabeza de caballo. Bonito fuera que ahora, a punto de cumplir, me manden para la bendita UMAP, profecía que me vienen haciendo en todas las unidades. Debiera saber mostrar cara de niño bueno, pero no sé cómo me lucen las caras que pongo y me da pena practicar con el espejo: parezco un comemierda. Ante el cristal sólo ensayo semblante de duro, de furioso, de ácido; pero la gente, no más de verme, piensa que si me soplan puedo salir volando. ¿Qué le digo al teniente? ¿Qué estaba en la Biblioteca Nacional? Nananina, porque allí me buscaron mientras estaba tomando leche fría, en casa de mi madre. Eso no me lo cree ni Cristo. Más fácil es decir que estaba con alguna niña, haciendo cochinadas por ahí. Eso siempre cae simpático, te ven machito y se despierta el factor solidario. Jodido estoy si suelto lo del litro de leche. ¿Quién ha visto a John Wayne tomando leche? Por eso me paro ante la puerta con su letrero lumínico de lasciate omni speranza voi chi entrate, sacando cuentas y revisándome los botones, cuando me acuerdo que me han mandado a pelar 70 veces y yo metiendo curvas, procurando que la baja no me sorprenda con el pelo al rape. Estoy requetejodido. De esta me pudro picando asesinas en un central.
Así, y con cara de quién sabe qué, entro por fin al aire acondicionado y me pongo ligeramente en posición de firme –no del todo, porque en la revista no se usa eso y no quiero que el Jefe piense que estoy bajando apendejamiento o guataquería– y espero calladito, hasta que se digne a sacar los ojos del papel seguramente importantísimo que lee, cuando en eso suena el teléfono afuera, en el buró del oficial de guardia, quien se asoma y dice que es para mi. El Jefe, sin levantar la vista, me dice: “Usa ése”, señalando uno de los tantos aparatos que tiene sobre la mesa. Lo tomo y es Zulema –Dios mío, la loca de Zulema a esta hora– que, automáticamente, como una vitrola con una peseta, da rienda suelta a su rutina de que cuándo nos vamos a ver, que está acabadita de bañar y con toda la piel cubierta de goticas de agua –hace tanto calor–, que quién tuviera una lengüita secadora y que mira, ahora mismo se va a pasar el teléfono por donde yo sé, para que escuche crujir lo que yo sé, y yo más blanco que la hoja importantísima que el jefe está leyendo, hasta que éste alza la mirada y me dice: “Y a ti ¿qué te pasa?”. Entonces me desprende el teléfono de la mano –que hace una involuntaria resistencia–, se lo pone al oído, frunce el ceño y mientras cuelga murmura algo sobre la puñetera estática en las comunicaciones. Acto seguido me suelta la perorata de rigor, de la cual lo único que escucho son las últimas palabras, que me sé de memoria: “…hasta que yo me acuerde”, y salgo de allí más muerto que vivo, sin saber qué decir a los socios que preguntan cuál fue la sentencia, ni dónde coño estaré cuando el jefe se digne a recordarme.
Y esa madrugada, lógicamente, me clavan la guardia más sabrosa, la de 3 a 6 –mal rayo los parta–, que por supuesto aprovecho para practicar un acorde nuevo que suena rarísimo, pero con tremendo suín.
II
¿Dónde está el Che? Yo aquí, comiendo mierda en la Televisión Cubana, en medio de gente de otra onda (y algunas buenas hembras) y el Che quién sabe dónde jugándosela por uno, por América Latina, el tercer mundo, el universo y hasta por esta gente y sus culitos de transición. Dicen que a Iris la cogieron presa con un grupo, yéndose en un bote, y que cuando en Villa Marista la interrogaron dijo que iban a hacerse guerrilleros. Partían por la costa sur. Capaz que hubieran llegado a Isla de Pinos y les hubieran caído a tiros. Yo sabía que a alguien se le iba a ocurrir meterle mano a esa idea, porque si no estás en el circuito de la confianza estás jodido. Hay gente que se cree dueña hasta del derecho a ser solidario, creen tener la llavecita que abre el portón de la insurgencia universal. Carné para los sentimientos. Está bien, ellos hicieron LO Revolución, pero ¿y qué?, ¿más nadie puede? Claro, a mí me tocó la generación de los pelúos, la que no se pone las bataholas esas de los años 50, y eso despierta suspicacias. ¿Y por qué coño uno no puede ser guerrillero y ser moderno? Uno puede ser zurdo y de Matanzas, como dice Piniella. Pero los sabrosones con salvoconducto para conspirar andan con camisas McGregor, tienen un Rolex Oister y ruedan Vedoblevés con chapas estatales. Son los misteriosos, que siempre miran como si te supieran algo. Porque uno es un conflictivo, uno es un desviado intelectual, uno come helados en Coppelia hasta las tres de la mañana, cosa muy sospechosa, muy extraña y digna de investigación; uno hace canciones raras, surrealistas, movimiento de la decadencia occidental; a uno le gusta la música beat y ojo con la batería extranjerizante, imperial y sajona, ojo con esas extravagantes notas musicales. Luego te enteras de que el que te hace la vida un yogur tiene la colección completa de los Beatles, además de tronco de equipo estereofónico.
En la televisión te bautizan con el signo de Caín porque no te da la gana de coger la ropa esa, de la tienda especial para artistas, con la que debes salir en la pantalla para lucir correctamente burguesito. Abráse visto. ¿Para salir a la calle y parecer marciano? Todo el mundo con una camisita de apéame uno y tú con un saco de lamé. Combatientes de harapos y greñas de gloria que pretenden vestirte como el poder que derribaron. Qué bonito, qué poco sospechoso, qué natural, qué armónico. Ya sé que Lénin definió la cosa en el congreso de Proletcult: convivir con lo válido del pasado, el viejo Tolstoi y eso, pero el otro León no hubiera transado con esa jiña de cuello, corbata y lentejuelas.
¿Qué diría el argentino de estas cosas? ¿Dónde estará metido, con la falta que hace? Es cierto que el mundo está de madre, pero esto también. Por eso yo pensaba que había que morder el cordobán aquí en el patio y no entendía lo del internacionalismo. Fue suerte no ser militante cuando aquella vez, en mi unidad, pasaron la planilla de disposición. Pero desde entonces transcurrieron tres años. Ahora lo entiendo demasiado y si los misteriosos acapararon el derecho a irse, que se jeringuen y me aguanten aquí, porque esta jodida existencia se juega al duro o no se juega. Lo otro es ilusión y abalorios, máscaras, pura mierda.
III
No puedo parar de hacer canciones, no sé cómo decir lo que veo, lo que siento. Siempre quisiera más que lo que logro. ¿Seré malo? ¿Seré ambicioso? ¿Le habrá pasado esto a Prometeo? Vietnam no me cabe en una canción, ni la burocracia, ni el oportunismo, ni los ojos azules de Tu Beso, aguados en la semipenumbra del hotel Rex (Tiranosaurio Rex, toda la vida, como dice Alomá). Las calles no me caben en una canción, ni los perros nocturnos, ni este borracho envuelto en vómitos que ronca a mi lado mientras espero la confronta. Hay hormigas circunvalando mis botas rusas. Son una hilera larga y llevan una cucarachita boca arriba, como para un entierro. Qué silencio pesado el de esta hora y qué ruido de tripas. Aquí llega el aroma de la panadería, pero no puedo aparecerme por tercera vez en esta semana diciendo que sólo tengo el medio de la güagüa. Descaro never. Al fin y al cabo sólo soy otro insomne en la ciudad, defenestrado por la jeva: La Catedrática no soporta que acostado y en plena madrugada agarre la otra mujer y me la ponga encima. A esta hora Coppelia ya está en sumna, y Alí Lafuán y El Tránsfuga deben haber llegado a la Casbah. No tengo más remedio que irme solo hasta casa de Argelia, despertar a María para quitarle el colchón del box-spring y arrastrarlo hasta la sala, para luego colarme en el baño a tocar bajito la procesión de hormigas que se me acaba de ocurrir, tratando siempre de no acostarme demasiado tarde, porque mi madre necesita temprano la sala de peinar y poner tintes. Dos mil y pico de pelos han tumbado los vietnamitas. Si cada avión cuesta mil millones, ¿cuánto dinero en armas se gasta en yankilandia? ¿Qué se podría hacer con tanto? Industrializar el país, llenarlo de carreteras, museos, teatros y comprar brujón-pila-montón-puñao de libros de ediciones Aguilar. Más comida y más transporte, el famoso metro, cero libreta. Se podrían traer instrumentos y yo a lo mejor hasta me empato con una guitarra eléctrica. Caca, excreta, miasma, mierdísima es lo que tengo en el moropo: estoy penetrado. Pero qué bestial que el mundo en vez de bombas hiciera música. “Haz el amor, no la guerra”, como decían aquellos chamas yankis que fueron a “Mientras Tanto”, flower power. Gente del country de los ácidos luciferinos que hacen pintar mujeres-soles al pintor de las mujeres-soles. SRD es como LSD, o sea vuelo, cosmos, Buck Rogers, cómics, revista Mella, crisis de octubre –allá va eso–: tercera guerra mundial. Dondequiera aparece una bomba atómica y yo necesitando un pan con güagüa. ¿Por qué me decido? ¿Me quedo en La Habana o voy al (ratatá-ritití) Primer Festival de la Canción Popular de Varadero? (cantar por cantar, ese es Zu-lemaaa, su re-li-gioooón, ¡pingón!). Me invitó Odilio Urfé, que es buena gente, pero tendría que trabajar en la oscura gruta del Kawama y para lo único que sirven los clubes es para apretar –gente curdando, metiendo muela y metiendo mano–. ¿El Che cantaría en un club? El Che esta muerto, mulato, no jodas, calla por pudor, como diría Julio Antonio, el bacán de la enfermísima Tina Modotti. Voy al Festival, qué carajo, y vengo los domingos a hacer el Mientras Agonizo, si es que no lo acaban de suspender. Y allí canto con Marta Valdés y Teresita, conozco a Cotán, a Sonorama 6, aprendo a tomar Carta Oro, me arrebato, hago un intercambio de dedos bajo la mesa con una lesbiana famosa y preciosa, y al día siguiente le constato un ojo ponchado por Billy the Kid, su apetitoso compromiso. Allí veo un ovni en un amanecer. Allí escribo “Esta Canción”, el día que cumplo veintiuno. Y allí, por último, Luis Taboada, recuerdo que esta mismísima noche de vacilación y degenere, sin perol y aún con menos de masticar, arrojado a la intemperie por una ninfómana celosa (allá ellas), opto por el pan caliente que me hace llegar “herido de sombras” hasta la puerta de mi madre, introducir un fósforo en vez de la llave, e ir en cámara lenta hasta mi hermana que sueña con huir de la casa, despertarla la pobre y cargar el colchón, para por fin correr al baño y encerrarme irremediablemente solitario, a jugarme la vida con
IV
Los funerales del insecto
Hace un rato, solo, he visto
a un insecto agonizar.
Y he pensado:
no hay remedio,
nadie va a su funeral.
El insecto agonizaba.
Yo empezaba a canturrear
la canción más solitaria
que haya escrito sin llorar,
pues me puse a comparar:
¿Qué hará la tierra con los huesos
del que muere sin regreso,
en virtud de su ambición?
Sus funerales sin amigos,
sus adioses sin testigos,
sus domingos sin amor
serán como el del insecto aquel,
muriendo solo, sin después.
Morir así es no vivir,
morir así es desaparecer.
La pobre gente que dispone
de la vida por oscuros corredores
¿qué se hará?
Y los que venden la palabra,
los que ríen, los que no hablan,
¿quiénes los despedirán?
Serán como el insecto aquel,
muriendo solo, sin después.
Morir así es no vivir.
Morir así es desaparecer
…totalmente.
Silvio Rodríguez Domínguez,
mayo de 1998.
En Rosario, de Cuba con amor
Por Matilde Baroni
Diario Rosario 3
En una noche primaveral, la luna fue testigo de una de las voces más bellas que tiene la música cubana. Después de
17 años, los rosarinos volvieron a escuchar la voz inconfundible de Silvio Rodríguez que, ante miles de espectadores, aclamaron respetuosamente cada una de sus canciones.
El Trío Trovarroco, quienes lo acompañan desde el año 2004, fueron los encargados de abrir el show antes de la entrada del músico. Al aparecer sobre el escenario, Silvio fue ovacionado por miles de rosarinos que esperaban expectantes su regreso a la ciudad.
El cantautor, abrió su presentación con “En el claro de la luna”, seguido de un cálido: “Buenas noches Rosario, después de algún tiempo”.
Tres horas de show bastaron para que el trovador ejecutara varios de sus temas clásicos, donde no faltaron “Óleo de una mujer con sombrero”, “Ojala”, “La maza” y también hizo un recorrido por Segunda Cita, su último álbum, editado en el 2010, donde las canciones hablan de las dificultades por las que atraviesa su país. Dicho álbum sucede a Cita con Ángeles, disco editado en 2003.
El cubano también realizó un adelanto de lo que será su próximo disco, donde presentó la canción “Cuentan”, allí explicó que se trata de un proyecto discográfico que piensa dar a conocer el año próximo.
Ni luces estridentes ni demasiado movimiento sobre el escenario, fiel a su estilo, Rodríguez llevó un espectáculo austero. Sólo dos pantallas gigantes sobresalían de los costados del escenario y todo estaba adjudicado a la música que bastó para que Rosario pueda disfrutar de sonidos cubanos.
Luego de tocar temas como “Días y flores”, “Carta a Violeta Parra”, “Cuentan” y “Mariposas”, Silvio presentó a uno de sus grandes amigos cubanos: Amaury, quien describió a Rodríguez como “un gran artista, coherente y por sobre todas las cosas un gran amigo generoso”. El músico invitado interpretó temas como: “Amigos como tú y yo”, “Acuérdate de Abril” y “Hacerte Venir”.
Amaury bromeó también con el público diciendo: “Mi aparición sobre el escenario será corta ya que no hay nada más pesado que un invitado que interrumpe un recital y más cuando el invitado es desconocido”. El cantante, nacido en la Habana, se despidió del público rosarino muy emocionado.
El Trío Trovarroco junto a Niurka González (flauta y clarinete) y Oliver Valdés (batería y percusión), fueron quienes acompañaron a Rodríguez en el recorrido por los grandes éxitos del cantautor.
Luego de un nuevo corte, el trovador presentó a Santiago Feliú quien interpretó tres temas y tuvo una gran respuesta del público rosarino.
Acto seguido declararon a Silvio visitante distinguido de la ciudad de Rosario. Los concejales Pablo Colono y Oscar Greppi hicieron entrega de los correspondientes diplomas y el trovador comentó: “Vamos a darles las gracias a esta ciudad y a alguien que nos ha inspirado y que justamente nació aquí”. En ese momento comenzó a sonar “La era está pariendo un corazón”, en clara referencia a la figura de Ernesto Guevara.
Con 40 años de trayectoria y más de veinte discos propios publicados, el trovador cubano concentra sus shows en su voz, sus letras y su guitarra. Silvio Rodríguez no necesita más y los rosarinos sólo necesitaban que diera una canción.
Diario Rosario 3
En una noche primaveral, la luna fue testigo de una de las voces más bellas que tiene la música cubana. Después de

El Trío Trovarroco, quienes lo acompañan desde el año 2004, fueron los encargados de abrir el show antes de la entrada del músico. Al aparecer sobre el escenario, Silvio fue ovacionado por miles de rosarinos que esperaban expectantes su regreso a la ciudad.
El cantautor, abrió su presentación con “En el claro de la luna”, seguido de un cálido: “Buenas noches Rosario, después de algún tiempo”.
Tres horas de show bastaron para que el trovador ejecutara varios de sus temas clásicos, donde no faltaron “Óleo de una mujer con sombrero”, “Ojala”, “La maza” y también hizo un recorrido por Segunda Cita, su último álbum, editado en el 2010, donde las canciones hablan de las dificultades por las que atraviesa su país. Dicho álbum sucede a Cita con Ángeles, disco editado en 2003.
El cubano también realizó un adelanto de lo que será su próximo disco, donde presentó la canción “Cuentan”, allí explicó que se trata de un proyecto discográfico que piensa dar a conocer el año próximo.
Ni luces estridentes ni demasiado movimiento sobre el escenario, fiel a su estilo, Rodríguez llevó un espectáculo austero. Sólo dos pantallas gigantes sobresalían de los costados del escenario y todo estaba adjudicado a la música que bastó para que Rosario pueda disfrutar de sonidos cubanos.
Luego de tocar temas como “Días y flores”, “Carta a Violeta Parra”, “Cuentan” y “Mariposas”, Silvio presentó a uno de sus grandes amigos cubanos: Amaury, quien describió a Rodríguez como “un gran artista, coherente y por sobre todas las cosas un gran amigo generoso”. El músico invitado interpretó temas como: “Amigos como tú y yo”, “Acuérdate de Abril” y “Hacerte Venir”.
Amaury bromeó también con el público diciendo: “Mi aparición sobre el escenario será corta ya que no hay nada más pesado que un invitado que interrumpe un recital y más cuando el invitado es desconocido”. El cantante, nacido en la Habana, se despidió del público rosarino muy emocionado.
El Trío Trovarroco junto a Niurka González (flauta y clarinete) y Oliver Valdés (batería y percusión), fueron quienes acompañaron a Rodríguez en el recorrido por los grandes éxitos del cantautor.
Luego de un nuevo corte, el trovador presentó a Santiago Feliú quien interpretó tres temas y tuvo una gran respuesta del público rosarino.
Acto seguido declararon a Silvio visitante distinguido de la ciudad de Rosario. Los concejales Pablo Colono y Oscar Greppi hicieron entrega de los correspondientes diplomas y el trovador comentó: “Vamos a darles las gracias a esta ciudad y a alguien que nos ha inspirado y que justamente nació aquí”. En ese momento comenzó a sonar “La era está pariendo un corazón”, en clara referencia a la figura de Ernesto Guevara.
Con 40 años de trayectoria y más de veinte discos propios publicados, el trovador cubano concentra sus shows en su voz, sus letras y su guitarra. Silvio Rodríguez no necesita más y los rosarinos sólo necesitaban que diera una canción.
"Eramos como los Beatles”
El autor de “Ojalá” llega al país: el 10 se presenta en Córdoba; el 12 , en Rosario, y el 18 en Ferro. Desde La Habana, anticipa su visita y abla de lo hecho y de lo que falta por hacer en la revolución.
"Eramos como los Beatles”, rememora Silvio Rodríguez sus días de la Nueva Trova cubana en exclusiva para Miradas al Sur desde La Habana a punto regresar a la Argentina para presentarse en Córdoba, Rosario, Montevideo y Buenos Aires: “Haré canciones que considero inevitables, algunas de mi último disco y también un par del que voy a empezar a grabar dentro de poco”.
El cantautor cubano había pisado la
Argentina hace 27 años, junto a Pablo Milanés, y acabaron realizando 14 presentaciones a lleno total en el Estadio de Obras Sanitarias de la Ciudad de Buenos Aires.
“Recuerdo que las primeras veces que vinimos había gente con pancartas de bienvenida en el aeropuerto. Al día siguiente teníamos que ir a la policía, que retenía el pasaporte y nos daba un documento con foto y huellas dactilares para circular. Y después aquellos conciertos apoteóticos, aviones en que hasta los pilotos venían a saludarnos, estar en las portadas de todos los periódicos y revistas”, dice Silvio. Por entonces, con Milanés componían una dupla inseparable a la hora de representar el mascarón de proa de la canción revolucionaria.
Luego, ambos regresarían por separado. Y Silvio volvería más para actuaciones testimoniales que para recitales propios, como en el acto de repudio al Alca en Mar del Plata o la asunción de Cristina Fernández en la Plaza de Mayo.
–En 2008 dijo que le gustaría cantar en el Teatro Colón. ¿Lo hará en esta próxima visita, piensa que el Gobierno de la Ciudad lo permita, ahora que lo declararon Huésped de Honor?
–Parece no ser mi karma que actúe en el Colón. Hace unos años dijeron que no se podía porque lo estaban arreglando. Cuando lo terminaron, dijeron que tampoco se podía. No me quedó clara la dificultad, pero no vamos a insistir. Lo más importante es encontrarnos con la gente que quiere que le cantemos.
–Estuvo en los Estados Unidos, luego de muchas idas y vueltas para obtener el permiso de actuar. ¿Cómo lo recibió el público allí?
–En el verano pasado hicimos seis conciertos en excelentes auditorios y con buen público. Por la explosividad de la gente, supongo que buena parte eran cubanos y latinoamericanos. La prensa especializada sin duda estuvo, porque salieron críticas, por cierto buenas, incluso en The New York Times. En el segundo concierto que hicimos en el Carnegie Hall tuvimos el honor de ver a Pete Seeger, un ícono de la canción norteamericana, además de un enorme amigo que ya anda por los 90 años.
De aquellas actuaciones con Pablo Milanés no sólo los separa poco más de un cuarto de siglo. Hay también diferencias personales y políticas que los distancian desde hace dos décadas. Hace menos de un mes, unas declaraciones de Milanés ácidamente críticas hacia la revolución desataron una serie de respuestas rotundas de artistas e intelectuales de la isla, pero las del autor de “La Maza” fueron certeras y dolorosas para con el ex compañero de escenarios. Aunque las diatribas fueran compartidas (de hecho lo son), el escenario elegido por Milanés (la Florida, TV y Radio Martí) desató la polémica que Rodríguez zanjó con un “perdonen, pero yo me muero como viví”.
–¿Piensa actuar en Miami alguna vez o supone que se convulsionará demasiado?
–El año pasado evitamos Miami porque allí algunos medios, que pertenecen a cubanos de derecha, suelen ejercer mucha presión sobre los que vivimos en la isla. Todo está muy politizado, ofensas incluidas. No hay un clima distendido, en el que cada cual pueda manifestarse como realmente es. Por eso actuamos en Orlando, a donde
fueron algunos de Miami.
–Alejado de las actuaciones públicas, se dedicó más a componer, grabar y recorrer las cárceles de Cuba en una función social de llevarle cierto aire de esperanza y poesía a quienes están privados de libertad. Después, se dedicó a cantar por los barrios y suburbios de la isla. ¿Cómo resultó esa experiencia y cuál es el balance que hace?
–No era la primera vez que cantaba en las cárceles cubanas y espero que no sea la última. Esos conciertos suelen ser muy edificantes porque los reclusos necesitan sentir que no fueron olvidados por la sociedad. Los conciertos por los barrios más pobres los continuamos en septiembre. Van a ser unos 30 en total y después vamos a seguir por los lugares del interior que más nos necesiten. En la realidad económica de Cuba solo un segmento tiene acceso a los teatros. El arte, como yo lo entiendo, tiene que volver a los lugares de donde surge. Eso hacemos.
–¿Qué cosas lo inspiran para componer una canción?
–Algo que veo, algo que le sucede a otro, una reflexión acerca de lo que sea. Cualquier cosa.
–¿Siente que, aún cuando tiene una enorme producción de temas, la gente sigue esperando más de usted?
–Yo sigo esperando más de mí; he ahí el asunto.
“A desencanto, opóngase deseo / Superen la erre de revolución / Restauren lo decrépito que veo”, canta Silvio Rodríguez en uno de sus temas de Segunda Cita, su último disco. Sus canciones, aún las que parecieran más “poéticamente inofensivas” remiten a cuestiones de la realidad cotidiana y hace varias referencias a la realidad cubana actual y a cierta expresión de deseos sobre el porvenir de Cuba y la revolución.
–¿Cómo cree que repercuten en la gente y la dirigencia del país sus palabras?
–En Cuba, desde hace rato sabemos que hay que hacer cambios, que debemos evolucionar. La revolución se hizo. Tenemos una buena base para construir a partir de ahí. Se trata de no perder lo bueno que se ha logrado, de superar los errores y de replantearnos todo lo que merezca ser modificado. En realidad hay mucho por hacer.
–¿Piensa que, como artista, carga la responsabilidad de marcar los errores, de decir que debe venir algo nuevo?
–No me creo “LA” conciencia crítica de la sociedad. Todos los que vivimos y trabajamos somos parte de la conciencia social. Cuando yo empecé, en los ’60, los artistas teníamos micrófonos, escenarios, cámaras desde donde proyectar ideas y, los llamados “artistas conscientes”, nos sentíamos responsables. Hoy día, con la velocidad de las comunicaciones, internet y todo eso, prácticamente cualquiera puede proyectar sus ideas a multitudes. A veces me pregunto si todo el mundo será responsable.
–En cierta época, usted era casi un “cantante maldito”. Sintió la censura en carne propia y los cuestionamientos de personajes que estaban muy lejos hasta de comprender sus letras. Hoy, en Cuba, ¿eso ha desaparecido o, al menos, no es tan frecuente?
–En todas partes hay niveles de censura. Mi generación fue censurada porque los burócratas no concebían que la canción podía ser crítica y a la vez positiva. Nosotros inauguramos esa posibilidad en Cuba: pagamos el precio pero dejamos abierto el espacio. Como la nuestra es una sociedad que no para de cambiar, hoy día hay otras zonas que parecen intolerables. Pero, ¿quién quita que vuelva a pasar lo mismo, que se pague el precio y se abra el espacio?
–Entre los países de Latinoamérica da la impresión de que con Chile tiene una relación especial. De hecho, una hija suya se llama Violeta, por Parra. Hoy, la juventud chilena ha salido a las calles y ese país parece estar despertando del letargo que impuso la dictadura de Pinochet. ¿Está en contacto con la situación, cuál es su visión de lo que pasa allí?
–El régimen militar lo dejó todo dispuesto para que nadie pudiera cambiar un modelo neoliberal que impuso a punta de pistola y con una tubería de dólares que le llegaba del norte. Para colmo, supo dejar a la Concertación como custodio. Para que haya otro Chile todo eso deberá cambiar. Pero eso es algo que le corresponde exclusivamente a los chilenos. Ellos dirán.
• Definiciones al toque
Cuba: “Un largo lagarto verde”, como dijo el poeta Nicolás Guillén.
Martí: Un colibrí, porque él dijo que lo esencial cabía en el ala de un colibrí. Y Martí es esencial.
Maceo: El general Antonio es como un héroe clásico. Los cubanos le decimos “el titán de bronce”.
Fidel: Uno de los padres de Cuba. El hacedor del cambio más profundo de nuestra historia.
El Che: La solidaridad suprema, un símbolo de la hermandad latinoamericana.
Hugo Chávez: El hijo predilecto de Bolívar.
"Eramos como los Beatles”, rememora Silvio Rodríguez sus días de la Nueva Trova cubana en exclusiva para Miradas al Sur desde La Habana a punto regresar a la Argentina para presentarse en Córdoba, Rosario, Montevideo y Buenos Aires: “Haré canciones que considero inevitables, algunas de mi último disco y también un par del que voy a empezar a grabar dentro de poco”.
El cantautor cubano había pisado la

“Recuerdo que las primeras veces que vinimos había gente con pancartas de bienvenida en el aeropuerto. Al día siguiente teníamos que ir a la policía, que retenía el pasaporte y nos daba un documento con foto y huellas dactilares para circular. Y después aquellos conciertos apoteóticos, aviones en que hasta los pilotos venían a saludarnos, estar en las portadas de todos los periódicos y revistas”, dice Silvio. Por entonces, con Milanés componían una dupla inseparable a la hora de representar el mascarón de proa de la canción revolucionaria.
Luego, ambos regresarían por separado. Y Silvio volvería más para actuaciones testimoniales que para recitales propios, como en el acto de repudio al Alca en Mar del Plata o la asunción de Cristina Fernández en la Plaza de Mayo.
–En 2008 dijo que le gustaría cantar en el Teatro Colón. ¿Lo hará en esta próxima visita, piensa que el Gobierno de la Ciudad lo permita, ahora que lo declararon Huésped de Honor?
–Parece no ser mi karma que actúe en el Colón. Hace unos años dijeron que no se podía porque lo estaban arreglando. Cuando lo terminaron, dijeron que tampoco se podía. No me quedó clara la dificultad, pero no vamos a insistir. Lo más importante es encontrarnos con la gente que quiere que le cantemos.
–Estuvo en los Estados Unidos, luego de muchas idas y vueltas para obtener el permiso de actuar. ¿Cómo lo recibió el público allí?
–En el verano pasado hicimos seis conciertos en excelentes auditorios y con buen público. Por la explosividad de la gente, supongo que buena parte eran cubanos y latinoamericanos. La prensa especializada sin duda estuvo, porque salieron críticas, por cierto buenas, incluso en The New York Times. En el segundo concierto que hicimos en el Carnegie Hall tuvimos el honor de ver a Pete Seeger, un ícono de la canción norteamericana, además de un enorme amigo que ya anda por los 90 años.
De aquellas actuaciones con Pablo Milanés no sólo los separa poco más de un cuarto de siglo. Hay también diferencias personales y políticas que los distancian desde hace dos décadas. Hace menos de un mes, unas declaraciones de Milanés ácidamente críticas hacia la revolución desataron una serie de respuestas rotundas de artistas e intelectuales de la isla, pero las del autor de “La Maza” fueron certeras y dolorosas para con el ex compañero de escenarios. Aunque las diatribas fueran compartidas (de hecho lo son), el escenario elegido por Milanés (la Florida, TV y Radio Martí) desató la polémica que Rodríguez zanjó con un “perdonen, pero yo me muero como viví”.
–¿Piensa actuar en Miami alguna vez o supone que se convulsionará demasiado?
–El año pasado evitamos Miami porque allí algunos medios, que pertenecen a cubanos de derecha, suelen ejercer mucha presión sobre los que vivimos en la isla. Todo está muy politizado, ofensas incluidas. No hay un clima distendido, en el que cada cual pueda manifestarse como realmente es. Por eso actuamos en Orlando, a donde
fueron algunos de Miami.
–Alejado de las actuaciones públicas, se dedicó más a componer, grabar y recorrer las cárceles de Cuba en una función social de llevarle cierto aire de esperanza y poesía a quienes están privados de libertad. Después, se dedicó a cantar por los barrios y suburbios de la isla. ¿Cómo resultó esa experiencia y cuál es el balance que hace?
–No era la primera vez que cantaba en las cárceles cubanas y espero que no sea la última. Esos conciertos suelen ser muy edificantes porque los reclusos necesitan sentir que no fueron olvidados por la sociedad. Los conciertos por los barrios más pobres los continuamos en septiembre. Van a ser unos 30 en total y después vamos a seguir por los lugares del interior que más nos necesiten. En la realidad económica de Cuba solo un segmento tiene acceso a los teatros. El arte, como yo lo entiendo, tiene que volver a los lugares de donde surge. Eso hacemos.
–¿Qué cosas lo inspiran para componer una canción?
–Algo que veo, algo que le sucede a otro, una reflexión acerca de lo que sea. Cualquier cosa.
–¿Siente que, aún cuando tiene una enorme producción de temas, la gente sigue esperando más de usted?
–Yo sigo esperando más de mí; he ahí el asunto.
“A desencanto, opóngase deseo / Superen la erre de revolución / Restauren lo decrépito que veo”, canta Silvio Rodríguez en uno de sus temas de Segunda Cita, su último disco. Sus canciones, aún las que parecieran más “poéticamente inofensivas” remiten a cuestiones de la realidad cotidiana y hace varias referencias a la realidad cubana actual y a cierta expresión de deseos sobre el porvenir de Cuba y la revolución.
–¿Cómo cree que repercuten en la gente y la dirigencia del país sus palabras?
–En Cuba, desde hace rato sabemos que hay que hacer cambios, que debemos evolucionar. La revolución se hizo. Tenemos una buena base para construir a partir de ahí. Se trata de no perder lo bueno que se ha logrado, de superar los errores y de replantearnos todo lo que merezca ser modificado. En realidad hay mucho por hacer.
–¿Piensa que, como artista, carga la responsabilidad de marcar los errores, de decir que debe venir algo nuevo?
–No me creo “LA” conciencia crítica de la sociedad. Todos los que vivimos y trabajamos somos parte de la conciencia social. Cuando yo empecé, en los ’60, los artistas teníamos micrófonos, escenarios, cámaras desde donde proyectar ideas y, los llamados “artistas conscientes”, nos sentíamos responsables. Hoy día, con la velocidad de las comunicaciones, internet y todo eso, prácticamente cualquiera puede proyectar sus ideas a multitudes. A veces me pregunto si todo el mundo será responsable.
–En cierta época, usted era casi un “cantante maldito”. Sintió la censura en carne propia y los cuestionamientos de personajes que estaban muy lejos hasta de comprender sus letras. Hoy, en Cuba, ¿eso ha desaparecido o, al menos, no es tan frecuente?
–En todas partes hay niveles de censura. Mi generación fue censurada porque los burócratas no concebían que la canción podía ser crítica y a la vez positiva. Nosotros inauguramos esa posibilidad en Cuba: pagamos el precio pero dejamos abierto el espacio. Como la nuestra es una sociedad que no para de cambiar, hoy día hay otras zonas que parecen intolerables. Pero, ¿quién quita que vuelva a pasar lo mismo, que se pague el precio y se abra el espacio?
–Entre los países de Latinoamérica da la impresión de que con Chile tiene una relación especial. De hecho, una hija suya se llama Violeta, por Parra. Hoy, la juventud chilena ha salido a las calles y ese país parece estar despertando del letargo que impuso la dictadura de Pinochet. ¿Está en contacto con la situación, cuál es su visión de lo que pasa allí?
–El régimen militar lo dejó todo dispuesto para que nadie pudiera cambiar un modelo neoliberal que impuso a punta de pistola y con una tubería de dólares que le llegaba del norte. Para colmo, supo dejar a la Concertación como custodio. Para que haya otro Chile todo eso deberá cambiar. Pero eso es algo que le corresponde exclusivamente a los chilenos. Ellos dirán.
• Definiciones al toque
Cuba: “Un largo lagarto verde”, como dijo el poeta Nicolás Guillén.
Martí: Un colibrí, porque él dijo que lo esencial cabía en el ala de un colibrí. Y Martí es esencial.
Maceo: El general Antonio es como un héroe clásico. Los cubanos le decimos “el titán de bronce”.
Fidel: Uno de los padres de Cuba. El hacedor del cambio más profundo de nuestra historia.
El Che: La solidaridad suprema, un símbolo de la hermandad latinoamericana.
Hugo Chávez: El hijo predilecto de Bolívar.
El mundo real
Por Silvio Rodriguez
Desde que tengo uso de razón sé que el mundo es un escenario irreal, puesto ahí para que me lo crea. Delante de mí siempre hay un corre-corre de preparativos para tener dispuestos los lugares que se me ocurra visitar. Si voy a casa de mi
abuela Isabel, que queda a unos 200 metros de la mía, siento el alboroto que se forma a lo largo de su calle, mientras me voy acercando a la esquina, de forma que cuando llego y doblo, mi vista se posa en un panorama habitual: Panchita contando papas rellenas, el Guácara saltando a su yegua esquelética, Cuca tendiendo sábanas a través de una rendija del portón y, un poco más allá, aparentemente al azar, algunas personas entrando y saliendo de las casas misteriosamente, quién sabe con qué fin. Total, lo que se ve en cualquier calle de cualquier pueblo, en cualquier lugar.
Desde que tengo uso de razón sé que el mundo es un escenario irreal, puesto ahí para que me lo crea. Delante de mí siempre hay un corre-corre de preparativos para tener dispuestos los lugares que se me ocurra visitar. Si voy a casa de mi

Los animales y el monte son los únicos que no disimulan. Ellos son como son. El río es hondo y lleno de biajacas, y está encajado entre dos lomas
larguísimas que van culebreando durante kilómetros, llenas de pelo verde.
La cabellera de la loma es el monte, y yo soy un piojo curioso que no va por los trillos, sino por donde está la maraña en que se arrastra el jubo,donde las lagartijas son gordísimas. Yo voy a donde hay pájaros que no se ven, pero se oyen. Hay uno que dice tirecaratití y otro que dice cocorióco.
En ese lugar hay jicoteas montadas en los gajos que rozan la corriente. Se pasa un bote, ellas se zambullen; pero si vengo yo, se quedan y me miran. A
veces hasta sacan un buen tramo la cabeza y me hacen señitas, saludándome.A mí no me gusta molestarlas y ellas a mí tampoco.
Luego me voy al ojo de agua, donde hay una laja blanca y ancha, sumergida una cuarta bajo la superficie, en la que me siento y me deslizo hasta el chorro que viene del fondo. El manantial es potentísimo; desde la orilla se ve, y parece que hubiera un tropelaje de peces, pero uno se para en la laja, casi arriba del borbotón, lo mira y no hay más que un tembleque de aguas transparentes. La primera vez daba miedo meterse, porque estaba aprendiendo a nadar y allí tapa a dos hombres, pero me agarré del bordecito de la piedra y me fui escurriendo hasta que sentí que la fuerza del chorro me aguantaba. Qué cómico, no había que saber nadar, uno se acostaba y era como si en aquel punto el río hubiera perdido su maña de tragagente. Yo no sabía que el río tuviera un ojo, y mucho menos que fuera de esa forma.
A veces, allí, como una cruz mirando al cielo, soy la pupila del ojo de agua, y allá arriba, en la última lejanía de las alturas, veo pasar auras tiñosas perforando las nubes. Esos pájaros lucen muy bien a esa distancia, pero cerca tienen una cocorotina de marañón que da repugnancia. Dicen que son útiles, porque se comen la carroña, pero a nadie le gustan porque son feas y de mal agüero. Sin embargo, nada vuela mejor que una tiñosa, como si el aire fuera de ellas. Suben y bajan todo el tiempo y pasan horas sin mover un ala, como bailando en el vacío. Por eso a veces dan ganas de ser aura, aunque la gente luego te repudie.
Las nubes son otra historia, aunque tampoco ponen al personal de acuerdo. Periquín ve un barco donde el Chentu ve un conejo, y allí mismo es donde Mingo ve una mujer escarranchada. Yo, tratando de ver lo que ellos dicen, veo una jaiba en una bandera de piratas. Las nubes son de lo más curiosas.
El problema de las nubes es de dónde vienen y hacia dónde van, qué han visto y cuántas cosas se la pasan saboreando. Porque esas aguas que han Subido y bajado tantas veces, deben ser las mismas de toda la vida. La nube que se descarga sobre el río de mi pueblo seguro se llenó en el Amazonas, y las goticas que el sol me chupa del ombligo van a llover sobre una pirámide de Egipto. Yo creo que las nubes enseñan tantas formas porque les gusta contar las extrañezas que conocen, pero por más que uno las mire nunca llega a saber tanto como ellas, tan sólo se lo puede imaginar.
Cuando tengo que ir a la escuela-una de las cosas más horribles del mundo obligatorio-, o cuando ya es por la tarde y no me dejan salir solo, yo tengo mi manera de regresar al mundo real. No tengo ni que cerrar los ojos, sólo me quedo quieto y me voy, lo visito pensando. A veces hasta resulta más entretenido que ir a pie, porque me atrevo a hacer cosas que cuando estoy allí me dan escalofríos. Por ejemplo, cruzar nadando la curva de El Paso del Soldado. Eso sólo lo hacen los más grandes; es una distancia tremenda y allí dicen que el río tapa una palma real. Yo sé que algún día lo voy a hacer en carne y hueso, pero mientras tanto practico con la cabeza. El único problema que tiene la cabeza es que cuando voy braceando, a mitad de camino, puedo ver el lecho del río, donde siempre hay algunos ahogados envueltos en el limo del fondo, riéndose y llamándome. Otras veces veo el lomo escamoso de una serpiente marina que me pasa rozando.
Hoy vamos a Labana, a donde dicen que nos vamos a mudar, porque mi padre encontró trabajo allá. Le pregunté a mi tío Angelito, el que más habla conmigo, cómo es Labana. Creo que no me va a gustar demasiado. Dice que es como el pueblo, pero diez veces más grande. Ya me parece estar viendo a diez Panchitas contando papas rellenas, a diez Guácaras con una yegua flaca cada uno, a diez Cucas tendiendo ropa limpia, y a diez de todo lo demás,incluyendo el teatro. La vida obligatoria será diez veces más truquera y habrá diez veces más gente corriendo de un lado a otro y cuchicheando: "apúrense que ya viene", mientras yo me acerco a una esquina y la doblo para ver lo que estaré diez veces más aburrido de mirar.
Lo único que me llama la atención es ese mar del que hablan. Dicen que es diez veces más grande que el río y que la orilla de enfrente no se ve. No me explico cómo, pero si fuera cierto, el mundo real de Labana debe tener que ver con ese mar. ¿Cuántas jicoteas y biajacas andarán por allí?...Pero igual me pregunto quién sabrá el nombre de los pájaros, dónde habrá un patio con granadas y si estará Mirita en el de al lado. No sé, nada comprendo. Como tampoco me imagino la cantidad de noticias que cargarán las nubes, qué tamaño podrá tener el ojo de agua de un río tan grande, ni con cuántos ahogados y serpientes querrá meterme miedo cuando no tenga más remedio que visitar el mar con la cabeza.
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