sábado, marzo 03, 2012

El mundo real

Por Silvio Rodriguez

Desde que tengo uso de razón sé que el mundo es un escenario irreal, puesto ahí para que me lo crea. Delante de mí siempre hay un corre-corre de preparativos para tener dispuestos los lugares que se me ocurra visitar. Si voy a casa de mi abuela Isabel, que queda a unos 200 metros de la mía, siento el alboroto que se forma a lo largo de su calle, mientras me voy acercando a la esquina, de forma que cuando llego y doblo, mi vista se posa en un panorama habitual: Panchita contando papas rellenas, el Guácara saltando a su yegua esquelética, Cuca tendiendo sábanas a través de una rendija del portón y, un poco más allá, aparentemente al azar, algunas personas entrando y saliendo de las casas misteriosamente, quién sabe con qué fin. Total, lo que se ve en cualquier calle de cualquier pueblo, en cualquier lugar.



Los animales y el monte son los únicos que no disimulan. Ellos son como son. El río es hondo y lleno de biajacas, y está encajado entre dos lomas
larguísimas que van culebreando durante kilómetros, llenas de pelo verde.
La cabellera de la loma es el monte, y yo soy un piojo curioso que no va por los trillos, sino por donde está la maraña en que se arrastra el jubo,donde las lagartijas son gordísimas. Yo voy a donde hay pájaros que no se ven, pero se oyen. Hay uno que dice tirecaratití y otro que dice cocorióco.

En ese lugar hay jicoteas montadas en los gajos que rozan la corriente. Se pasa un bote, ellas se zambullen; pero si vengo yo, se quedan y me miran. A
veces hasta sacan un buen tramo la cabeza y me hacen señitas, saludándome.A mí no me gusta molestarlas y ellas a mí tampoco.

Luego me voy al ojo de agua, donde hay una laja blanca y ancha, sumergida una cuarta bajo la superficie, en la que me siento y me deslizo hasta el chorro que viene del fondo. El manantial es potentísimo; desde la orilla se ve, y parece que hubiera un tropelaje de peces, pero uno se para en la laja, casi arriba del borbotón, lo mira y no hay más que un tembleque de aguas transparentes. La primera vez daba miedo meterse, porque estaba aprendiendo a nadar y allí tapa a dos hombres, pero me agarré del bordecito de la piedra y me fui escurriendo hasta que sentí que la fuerza del chorro me aguantaba. Qué cómico, no había que saber nadar, uno se acostaba y era como si en aquel punto el río hubiera perdido su maña de tragagente. Yo no sabía que el río tuviera un ojo, y mucho menos que fuera de esa forma.

A veces, allí, como una cruz mirando al cielo, soy la pupila del ojo de agua, y allá arriba, en la última lejanía de las alturas, veo pasar auras tiñosas perforando las nubes. Esos pájaros lucen muy bien a esa distancia, pero cerca tienen una cocorotina de marañón que da repugnancia. Dicen que son útiles, porque se comen la carroña, pero a nadie le gustan porque son feas y de mal agüero. Sin embargo, nada vuela mejor que una tiñosa, como si el aire fuera de ellas. Suben y bajan todo el tiempo y pasan horas sin mover un ala, como bailando en el vacío. Por eso a veces dan ganas de ser aura, aunque la gente luego te repudie.

Las nubes son otra historia, aunque tampoco ponen al personal de acuerdo. Periquín ve un barco donde el Chentu ve un conejo, y allí mismo es donde Mingo ve una mujer escarranchada. Yo, tratando de ver lo que ellos dicen, veo una jaiba en una bandera de piratas. Las nubes son de lo más curiosas.

El problema de las nubes es de dónde vienen y hacia dónde van, qué han visto y cuántas cosas se la pasan saboreando. Porque esas aguas que han Subido y bajado tantas veces, deben ser las mismas de toda la vida. La nube que se descarga sobre el río de mi pueblo seguro se llenó en el Amazonas, y las goticas que el sol me chupa del ombligo van a llover sobre una pirámide de Egipto. Yo creo que las nubes enseñan tantas formas porque les gusta contar las extrañezas que conocen, pero por más que uno las mire nunca llega a saber tanto como ellas, tan sólo se lo puede imaginar.

Cuando tengo que ir a la escuela-una de las cosas más horribles del mundo obligatorio-, o cuando ya es por la tarde y no me dejan salir solo, yo tengo mi manera de regresar al mundo real. No tengo ni que cerrar los ojos, sólo me quedo quieto y me voy, lo visito pensando. A veces hasta resulta más entretenido que ir a pie, porque me atrevo a hacer cosas que cuando estoy allí me dan escalofríos. Por ejemplo, cruzar nadando la curva de El Paso del Soldado. Eso sólo lo hacen los más grandes; es una distancia tremenda y allí dicen que el río tapa una palma real. Yo sé que algún día lo voy a hacer en carne y hueso, pero mientras tanto practico con la cabeza. El único problema que tiene la cabeza es que cuando voy braceando, a mitad de camino, puedo ver el lecho del río, donde siempre hay algunos ahogados envueltos en el limo del fondo, riéndose y llamándome. Otras veces veo el lomo escamoso de una serpiente marina que me pasa rozando.

Hoy vamos a Labana, a donde dicen que nos vamos a mudar, porque mi padre encontró trabajo allá. Le pregunté a mi tío Angelito, el que más habla conmigo, cómo es Labana. Creo que no me va a gustar demasiado. Dice que es como el pueblo, pero diez veces más grande. Ya me parece estar viendo a diez Panchitas contando papas rellenas, a diez Guácaras con una yegua flaca cada uno, a diez Cucas tendiendo ropa limpia, y a diez de todo lo demás,incluyendo el teatro. La vida obligatoria será diez veces más truquera y habrá diez veces más gente corriendo de un lado a otro y cuchicheando: "apúrense que ya viene", mientras yo me acerco a una esquina y la doblo para ver lo que estaré diez veces más aburrido de mirar.

Lo único que me llama la atención es ese mar del que hablan. Dicen que es diez veces más grande que el río y que la orilla de enfrente no se ve. No me explico cómo, pero si fuera cierto, el mundo real de Labana debe tener que ver con ese mar. ¿Cuántas jicoteas y biajacas andarán por allí?...Pero igual me pregunto quién sabrá el nombre de los pájaros, dónde habrá un patio con granadas y si estará Mirita en el de al lado. No sé, nada comprendo. Como tampoco me imagino la cantidad de noticias que cargarán las nubes, qué tamaño podrá tener el ojo de agua de un río tan grande, ni con cuántos ahogados y serpientes querrá meterme miedo cuando no tenga más remedio que visitar el mar con la cabeza.
>

No hay comentarios: