Yinett Polanco • La Habana, Cuba
Fotos: Iván Soca Pascual
Conversar con Juan Formell, el director de Los Van Van es tener delante a uno de los protagonistas de nuestra historia más reciente. Bajista, arreglista, compositor, cantante y productor discográfico. Sencillo y afable, Formell sabe cuánto de su sonoridad actual le deben las agrupaciones cubanas de música popular bailable, pero no alardea de ello.
Desde que en 1969 fundara la que luego se conocería como “El tren de la música cubana”, la orquesta les ha regalado a los bailadores de la Isla más de 25 discos, uno de los cuales, Llegó Van Van, obtuvo en 1999 el premio Granmy. Gracias a su destreza como compositor, en la memoria musical de los cubanos quedan temas emblemáticos como “Aquí se enciende la candela”, “Te traigo”, “Chirrín chirrán”, “Llegué, llegué”, “Que no, que no”, “El baile del buey cansao”, “Por encima del nivel”, “La Habana no aguanta más”, “Anda, ven y muévete”, “La titimanía” y “El negro no tiene ná”.
Con una carrera tan extensa y luego de haberse presentado en casi todo el mundo, pareciera que ya a Formell no le queda mucho por hacer. Pero este hombre tiene aún un enorme arsenal de sueños y proyectos, que accedió a compartir con La Jiribilla en su casa, una tarde de domingo, a propósito del dossier homenaje que la revista pretendía regalarle por los 43 años de fundados Los Van Van.
Hay algo que caracteriza el panorama de la música bailable en Cuba y es que cuando la gente oye sonar su orquesta enseguida la reconoce: eso es Van Van. Ud. siempre ha defendido que la singularidad de la agrupación radica en las composiciones, pero también, sin duda, está en el sonido. ¿Cómo se logra ese timbre Van Van?
Antes de fundar Los Van Van entré, casualmente, en la orquesta Revé de los años 60 y, en lugar de adaptarme a su formato de charanga típica, con el que nunca había trabajado, adapté la agrupación a mí. Le introduje conocimientos e ideas que traía, como el uso de una guitarra eléctrica, un bajo eléctrico —en aquella época eso era una novedad— y, además, empecé a escribir de otra manera. Yo compongo música a partir de la guitarra, y los rayados que hace este instrumento se los incorporé a los violines. Eso cambió el sonido. Mezclé la flauta con la guitarra eléctrica, además de que la guitarra también hacía funky. Ese fue el truco, aunque resultó algo casual.
Los Van Van es algo más elaborado, porque sabía hacia dónde iba y qué quería hacer. El sonido surgió a partir de un trabajo conjunto con Changuito en algo que escribí para él. Así, surge el ritmo songo. Entonces no usábamos platillos, usábamos el drums completo pero sin platillos. Esto también cambió la sonoridad de las orquestas típicas, porque ya no se utilizaban las pailas solamente sino un drums completo. La orquesta Revé era una charanga típica y quizá la que podía haber tomado más como referencia era la Aragón. Rompí completamente con lo que se hacía en esa época, porque comencé a hacer cuartetos de voces mientras en la Aragón los cantantes lo hacían al unísono, es decir, tenía un montaje diferente.
Además, las composiciones variaron. Yo tenía una influencia variada del rock y la música cubana, escuchaba también mucha música brasilera y, a partir de ahí, se creó un estilo, otra sonoridad: la sonoridad Van Van. Cuando haces una agrupación, debes empezar a componer de manera que todos los años coloques en la preferencia popular al menos tres o cuatro números. Así la orquesta fue caminando y a la gente le siguió gustando.
Con el tiempo, he hecho muchas transformaciones. En los años 80 entraron los trombones y he sabido insertarlos de modo que la sección de los metales no moleste a la de las cuerdas. Luego, empecé a usar los sintetizadores, mezclados con los instrumentos y, más tarde, empezamos a usar drums completos. La orquesta ha tenido algunas modificaciones desde el punto de vista estructural, pero el sonido sigue siendo más o menos el mismo que cuando empezamos.
Se ha hablado bastante del cisma que significó en la orquesta Revé la partida de Formell y, junto con Ud., de músicos como César Pedroso (Pupi). Años después, a Formell le tocó estar del otro lado cuando su orquesta comenzó a desgajarse en múltiples agrupaciones, y músicos como el propio Pupi, José Luis Cortés (El tosco) y Pedrito Calvo hicieron sus propios proyectos. ¿Qué significó eso para Ud.?
Yo no quisiera que hubiese cambios, porque cuando una persona trabaja contigo y sus resultados son muy buenos, sobre todo en el caso de los cantantes, es difícil volver a empezar si se van. Eso me presionaba, porque al cantante nuevo tienes que construirle su propio repertorio, independientemente de que pudiese cantar algo del anterior. Me vi obligado a componer mucho.
Cuando trabajaba con Pupi componíamos los dos, de manera que se podía ir cualquier cantante que el repertorio se mantenía sólido. Pupi hacía un número, yo hacía dos o tres —yo componía más, pero él era muy efectivo, dio palos como “Tranquilo Mota”, “Azúcar”, “Será que se acabó”, esos números famosos, salteados pero eficaces.
Si no nos hubiese pasado eso, la orquesta sería una orquesta obsoleta, con el tiempo me percaté de ello. Yo ya estoy viejo y, aunque soy el director, prácticamente ya no toco el bajo, sencillamente dirijo desde el punto de vista de mesa, es decir, preparo el trabajo discográfico; mi hijo Samuell, sin embargo, es quien dirige la agrupación en escena.
En estos momentos hay un grupo de jóvenes como Boris Luna, el sintetizador y Roberto Carlos, el pianista; casi todos andan por una edad promedio de 40 años, es decir, la orquesta se renovó, pero poco a poco. Los Van Van, ahora, está integrado por personas a quienes les gustaba la orquesta, desde que eran estudiantes de música trataban de buscar su sonoridad. En estos momentos solo quedamos dos fundadores, el del güiro y yo; los trombones llevan alrededor de 30 años con la orquesta y Samuell 20. Sin embargo, los cantantes, Jenny Valdés y Abdel Rasalps (Lele), llevan siete u ocho años.
Yo no quisiera que los músicos se fueran, porque eso te impone trabajar y romperte la cabeza. Ahora se fue Mayito, un cantante de puntería; el muchacho que entró por él canta muy bien, pero hay que elaborarle su repertorio, quitarle defectos, enseñarle cómo es el sonido de Los Van Van. Esta orquesta no es como otras agrupaciones musicales que son más chabacanas, nuestro estilo es más tranquilo. A los cantantes nuevos debes decirle: “No puedes cantar así, no subas a personas que no se vean bien en el escenario”, todos esos detalles se pulen y, aproximadamente, en dos años ya tienes al cantante bien preparado. Uno siempre siente la partida de los músicos como algo perjudicial, pero es inevitable que suceda.
En la mitología de las cosas que pudieron haber sido en la música cubana, siempre se habla del disco que alguna vez se soñó de Los Van Van junto con Silvio Rodríguez…
No fue un disco como tal, solo montamos cuatro números. Mi relación con Silvio en esa época era muy chévere. Él ya era Silvio Rodríguez y yo ya había fundado Los Van Van, pero andábamos en guagua para aquí y para allá. Un día le dije: “Silvio, ¿por qué no haces algo con la orquesta?” Él me respondió: “Yo no bailo, soy una estaca, eso me obligará a cambiar mi proyección escénica”. Pero insistí, y al final lo hicimos, participamos, incluso en un Festival de Varadero y fue fabuloso. Por primera vez, Silvio se movió un poco en el escenario. Había una empatía grande en cuanto a lo que queríamos hacer cada uno.
Me nutrí mucho de Silvio, de Pablo, y en general de la Nueva Trova, incluso de los más jóvenes como Carlitos Varela. No soy un gran poeta ni mucho menos, pero estar relacionado con ellos me ha ayudado a mejorar los textos, y ellos también, en ocasiones, se han nutrido de la sonoridad de Los Van Van.
A finales de los años 90 había una controversia entre varias agrupaciones de música popular bailable por ver quién se colocaba en la preferencia del público cubano. Entonces, ustedes aparecieron con un disco que marcó un hito en la carrera de la orquesta, Llegó Van Van.
Ese es un gran disco, muy bien hecho, fue premiado con el Granmy. Vino un grabador llamado Charlie Dos Santos, un brasileño que vive en Nueva York, con una experiencia grandísima, y nos enseñó muchísimas cosas. Desde el punto de vista discográfico, para Van Van fue como un viraje, experimentamos en cuanto a la sonoridad. Esto no quiere decir que no hubiésemos hecho otros discos buenos.
Días atrás, unos cineastas extranjeros que están filmando aquí, escuchaban música de Los Van Van de los años 80 y estaban fascinados. Decían: “Esa sonoridad parece actual”. No sé cómo, pero me adelanté mucho a mi época. Todavía hay temas que se ponen hoy y parece que fueron compuestos anteayer y, tal vez, la pieza tiene 30 o 40 años. Los Van Van han hecho discos muy buenos, pero ese marcó un viraje en nuestra música.
Hay muchos cantantes cubanos que han tenido en su repertorio temas de su autoría. Cuando le da una composición suya a alguien que no es de la orquesta, ¿es exigente en cuanto al modo en que lo interpreta o deja que el músico recree la canción libremente?
Depende. Cuando alguien con quien tienes una relación de amistad o de trabajo te pide un número musical, uno le enseña cómo debe interpretarlo. Hay otros casos en los que el cantante escucha una composición determinada y la adapta a su modo de ser. Eso también me gusta, porque da variedad. Por ejemplo, un número como “Tal vez” lo cantó Omara Portuondo, lo cantó Rochy, lo cantó María Bethania, y cada una tiene su versión. Beatriz Márquez también ha hecho temas míos.
Para Elena Burke compuse mucho. Ella me pidió los números, pero en ese entonces ya ella era una persona muy reconocida, y a pesar de eso la atraje hacia mi estilo de trabajo. El otro día, vi el recital que hizo Diana Fuentes en el Mella que cerró con “De mis recuerdos”, un número del año 65, y no tiene nada que ver con el modo como lo cantaba Elena Burke, pero me gustó. Me satisface que una canción empiece a caminar generacionalmente, porque es síntoma de que no ha perdido actualidad.
Según Juan Pin Vilar, Ud. tiene la idea para una ópera que pretende escribir algún día. Hablemos de esos otros sueños y proyectos menos conocidos de Juan Formell.
Musicalicé la obra de teatro La Barbacoa, ahí nacieron “La Habana no aguanta más” y otros temas. Abraham Rodríguez me dijo: “Ponle música a esto”, me leí el guion y le puse música. Musicalicé también Vivir en Santa Fe, de Nicolás Dorr, opereta que estrenó Rosita Fornés, y a la cual le escribí toda la música e, incluso, algunos textos. Recientemente, a Se vende, la película de Jorge Perugorría, le hice el tema final. Me gusta trabajar para cine y para teatro. Pero la obra a la que haces referencia es como un sueño, no ha podido salir como hubiese querido.
Ahora estoy tratando de hacer algo diferente a partir de una idea que se me ocurrió. Mi papá fue músico, tenía una gran sabiduría desde el punto de vista musical; ganó premios de ballet y de música de cámara; era muy prolífico componiendo, con un estilo más bien sinfónico, pero no tuvo suerte, porque también ese factor es importante. He pensado cómo hacer que la gente conozca las cosas hermosas que hacía mi papá y tengo preparado para el próximo disco un tema sobre una anécdota mía.
Cuando yo era muy jovencito y estudiaba en el bachillerato, cambié la calificación de unas notas de Matemática. Mi papá tenía un carácter muy fuerte, así que cuando lo descubrió pensé: “Me va a matar”. En lugar de eso, se sentó al piano y tocó una melodía, cuando terminó me dijo: “Cada vez que oigas esta melodía te vas a echar a llorar por lo malo que hiciste este día, y esta melodía nunca se te va a olvidar”.
Recientemente, por la nominación a los Granmy, estuve más de una semana en Las Vegas. Había estado allí antes pero de pasada, en esa ocasión vi muchos espectáculos: el de David Coperfield y varios del Circo del Sol, y el nivel de fantasía que utilizan todos esos espectáculos es increíble, te hacen soñar, te hacen ver la realidad desde otro punto de vista. Pretendo hacer un trabajo con música bailable a partir del sentido de la fantasía, de los sueños; por ejemplo, quisiera convertir a Jenny en un ave, sacar un pañuelo y que el pañuelo se convierta en fuego, es decir, jugar con la ilusión de la magia.
Pero el uso de la fantasía no sería nuevo en Los Van Van. En el video clip de “Chapeando”, por ejemplo, Los Van Van también se adelantó, porque fue una de las primeras orquestas cubanas que se atrevió a hacer un video clip con dibujos animados. ¿Cómo funciona este proceso para ustedes?
Prácticamente toda la responsabilidad del video clip recae en el realizador. En el caso de Ian Padrón, él es un cineasta, ha hecho películas, documentales, trabajos de más connotación, así que casi siempre asumimos sus iniciativas; pero en el caso de “Chapeando”, sí se lo sugerí. A mí me encanta el tema “Chapeando”, y se prestaba para el video. Así que le dije: “Sería un vacilón utilizar dibujos animados en este video y que los hiciera tu papá (Juan Padrón)”. Me encantó el resultado final.
La realización de videos se ha convertido en algo muy importante. Ahora, si no tienes tres o cuatro temas con su video clip en un disco, el disco no camina, es algo de moda. A veces, premian la realización del video y el número no es bueno. Eso me asusta un poco. Yo trato de presentar como video clip una pieza que valga la pena, que trascienda. En ocasiones lo hemos logrado, otras no.
Después, hicimos otro clip con Santana pero no era lo que esperaba. Luego, hicimos “La maquinaria” que sí me agradó, y “Un año después” (“La costurera”) que también me ha complacido mucho. Ojalá siempre estén acompañados un tremendo número y un tremendo video.
Mencionaba que estuvo en Las Vegas, pero Los Van Van, prácticamente, ha recorrido el mundo. Para los cubanos es muy fácil reconocerse en su música pero, ¿cómo es el diálogo con el público de otros países?
Es un fenómeno que acontece inconscientemente. A veces, escuchas a Beyonce y, sin saber inglés, te gusta el número musical. En estos momentos, en el mundo se ha ido mucho a la tecnología y alguien puede crear un disco solo, encerrado en un estudio con una computadora y hacer lo que se llama “música” de máquinas. Ante tanta tecnología, la gente agradece mucho, sobre todo cuando vas a una presentación en Europa o en EE.UU., ver al músico tocando de verdad, en vivo. Puede ser que en el público alguien sepa hablar español o lo entienda, pero el gusto no siempre depende del texto, influyen la música y la proyección escénica. Hay quien, a la hora de tocar, se transforma y aunque sea muy tranquilo y sencillo en su vida cotidiana, en el escenario es sorprendente. Así te vas metiendo al público en el bolsillo. Nosotros en Europa —en Italia, en Francia, en Alemania— nos tragamos al público, al tercer número ya el público es nuestro.
Aquí en Cuba la política musical es un poco rara, podemos dar unos virajes extraños. En mi opinión se puede estar pegado a lo que está pasando en el mundo con el rap, el rock, el reguetón incluso, pero sin desmerecer la música autóctona de tu país. Siempre pongo como ejemplo la época de la victrola, cuando para alguien que en aquel tiempo ganaba muy poco, un limpiabotas por ejemplo, sacar cinco o diez centavos y echárselos a una victrola constituía algo importante. Y se gastaban el poco dinero para oír la música que querían, y escuchaban de todo, desde Frank Sinatra hasta Beny Moré. La música se debe mezclar, no inclinarla hacia un solo lado.
Nosotros llegamos hace poco de Colombia. Allí se realiza, en la última semana de diciembre, un evento llamado la Feria de Cali, en el que participan todos los grupos famosos de salsa. En esta ocasión estaban Gilberto Santa Rosa, Oscar de León, el Gran Combo de Puerto Rico y Andy Montañés. Cuando Los Van Van llega ahí, los números son coreados por 50 mil personas como si fueran el himno nacional; tocas, y el público entero conoce el arreglo musical. Lo mismo pasa en Perú y en México. En Cuba, ya no sucede eso; aquí gusta Los Van Van, pero no a ese nivel.
Nosotros hicimos el año pasado, en medio de la crisis, una gira por Europa de casi 40 conciertos; en ciudades alemanas como Frankfurt o Stuttgart, donde uno pensaba que iba a encontrar poca gente, los teatros estaban repletos y la gente bailaba y disfrutaba. Y nosotros no somos de los que más discos venden por las razones del bloqueo, que todos conocemos.
Ud. se refería ahorita al Beny y yo pensaba en Fito Páez, quien subió al escenario junto con Los Van Van en la inauguración del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, ambos son hombres que tiene en común con Ud. la forma como han vivido. ¿Hay que vivir tan intensamente para escribir como ustedes lo han hecho?
Creo que sí. Depende de cómo venga la vida. Yo, por ejemplo, soy muy buen padre, siempre lo he sido, pero tengo hijos de tres matrimonios diferentes. A veces resulta bueno que me haya sucedido esto, y a veces malo, porque no tienes tiempo para dedicárselo a un hijo, sobre todo a esas edades tempranas. En definitiva, casi todos han heredado la música y saben lo que es. Pero hay que vivir la vida en todos los aspectos, venir desde abajo, desde no tener un centavo ni para comer e ir levantándote. Eso teforma como individuo. Llevar una orquesta y cuidarlos a todos, respetar a cada uno y hacerte respetar por cada uno de ellos, no es fácil. Hay que vivir intensamente, en todos los aspectos, hay que vivir.
En una vieja entrevista El tosco contaba que en alguna ocasión Ud. le propuso que se quedara al frente de la orquesta, porque Ud. pretendía retirarse, y que a él le dio pánico, porque, decía “en Van Van todos son monstruos, yo no puedo dirigirlos”. Visto en la distancia de los años, ¿se concibe Juan Formell lejos de Los Van Van?
No. Hubiese sido un error, porque lo más complejo para un pintor, para un escritor, para un músico es crear un estilo y hacerse de un nombre. Se logra con talento, pero también con constancia, hay que descubrir dónde está la gracia y cómo te puedes comunicar mejor con el público. Después que uno logra eso, puede ser que en una época determinada uno dude si va a poder seguir, porque este trabajo cansa mucho, sobre todo mentalmente. Voy a poner un ejemplo en retrospectiva: una de las primeras canciones que hice con la orquesta y que se pegó fue “Aquí se enciende la candela”. Empezó a oírse nacionalmente a un nivel inexplicable; pero cuando vi que a los seis meses la gente se había olvidado de eso y había que hacer otro número musical dije: “Esto no es fácil”. Cuando todos los años hay que hacer un tema como ese, que al mismo tiempo sea diferente para evitar repetirte, llega un momento en que te agobias, te pones muy nervioso. Todavía me pongo muy inquieto ante el próximo trabajo, el próximo disco, lo que se va a hacer, lo que no se ha hecho todavía. Siempre he presumido que no se puede bajar la parada; sin embargo, hay épocas en las que estás muy arriba, otras bajas un poco, y en otras te vas al fondo y tienes que saber subir. Puede ser que en determinado momento uno diga: “Tengo ganas de soltar todo esto”, pero después te das cuenta de que es como parir un hijo, ese ha sido tu trabajo, por el cual te has sacrificado, por el que te reconoce el público. Es increíble cómo la gente te quiere, a veces me encuentro viejitas de mi generación que me dan millones de besos, y niños también, eso te da la satisfacción de sentir que lograste un trabajo importante, que llegaste a tu público, a tu pueblo.
¿Si Formell no hubiera sido el director de Los Van Van, qué hubiese sido?
No sé. Hubiese sido músico, eso sí. Como decía, mi papá era músico y yo vivía enamorado de verlo sentado en el piano componiendo. Eso me fascinaba. Mi papá tenía un carácter raro y fue un poco reacio a que nosotros estudiáramos música. Tengo un hermano Doctor en Ciencias Geológicas, y a mí me gustaba la Medicina y en algún momento pensé ser médico. Mentira. Músico hubiese sido de todas maneras, porque cuando pruebas el sabor de una orquesta, es imposible abandonarla. Trabajé con mucha gente: con Peruchín, con Carlos Faxas, con Juanito Márquez, con Guzmán, con todos los directores famosos de la época. Yo tocaba muy bien el bajo y leía la música a primera vista, me podía llamar quien fuera, me ponían el papel delante y yo tocaba. Para mí eso era la vida, pero un buen día empecé a escribir música, primero hice boleritos; luego, cuando comencé a escribir música bailable y me di cuenta de que la gente cantaba los coros que yo inventaba dije: “Este es el fuerte mío”. He estudiado muy bien a mis antecesores: el Beny, Matamoros…, y me he ido superando por el camino.
Es recurrente escuchar que Formell es uno de los mejores cronistas de Cuba. ¿Qué es Cuba para Formell?
Prácticamente todo. He viajado por todo el mundo y no me concibo viviendo en otro lugar. Me encanta el cubano, me encanta la mujer cubana en todos los sentidos: como la cubana no hay. Me gusta como habla la gente aquí y, como he tenido la suerte de hacer una agrupación que ya tiene 43 años, el pueblo me adora. Nunca me concebí viviendo fuera de Cuba.
La Revolución ha tenido sus pro y sus contra, a veces hemos tenido muchas limitaciones, pero aun así me ha enseñado mucho. Cuando un artista llega a este nivel, por momentos vive aislado de la gente, pero si yo no hago la cola de la vianda en el kiosquito de la esquina, no estoy contento. Lo disfruto, me da la oportunidad de interactuar con la gente, de escuchar las frases que dicen. Recientemente, alguien me dijo: “Qué se cree ‘fulano’, hay que decirle que la cucaracha aunque tenga antenas no es un televisor”. Y yo pensé, esto sirve para un número musical. Tal vez lo haga, tal vez no, pero la frase es muy rica y la gente habla así comúnmente.
Quienes hacemos este tipo de música tenemos gracia para sintetizar. Estamos obligados a hacerlo para poder tejer una historia en dos, tres minutos, el tiempo de duración de un número musical. Pero el cubano lo sintetiza todavía más, con una frase. “La Habana no aguanta más”, por ejemplo, a partir de ahí uno construye una historia pero el centro ya está ahí, sintetizado. Hay frases lindas, increíbles, que la gente te dice como si estuviera hablando normalmente. Si tú estás en otro país, en un país desarrollado, EE.UU. por ejemplo, la gente habla inglés, que no es tu idioma, y la carne ya viene congelada y el carnicero no es un tipo al que conoces y le dices: “Oye, asere” porque mira a la chiquita bonita y le suelta: “Vaya mami, te voy a dar más carne a ti”. Eso parece bobería, pero define también al cubano. Yo no hubiera podido vivir fuera de Cuba.
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