viernes, febrero 24, 2023

Vicente Feliú: la primera conversación

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Buscando entre mis papeles descubro el testimonio de aquella primera conversación que sostuvimos en julio de 2008. El trovador y yo coincidíamos por primera vez y lo hacíamos, nada más y nada menos, que en una prisión. Catorce años después este diálogo, inédito en los medios nacionales, se publica en Alma Mater

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Desde su llegada no paraba de tomar fotos. Caminaba junto a Silvio Rodríguez y Amaury Pérez. Con su lente capturaba rostros, arte y, sobre todo, muestras de alegría. Solo para subir al escenario dejó a un lado la cámara y tomó la guitarra. Después de cantar, Vicente Feliú se confundió entre la gente y disfrutó del resto del concierto como uno más. No era su primera vez en una «expedición» de esa naturaleza.

¿Cómo surge la idea de cantar para personas que están privadas de su libertad?

La génesis está en los orígenes del Movimiento de la Nueva Trova en 1972. En aquellos tiempos celebrábamos encuentros y festivales en todas las provincias y nos presentábamos en centros de trabajo, estudiantiles, unidades militares, campamentos cañeros y a veces también en prisiones. En Angola, en 1976, más de una vez cantamos en las unidades conjuntas de cubanos y angolanos para todos los que estaban allí, incluyendo prisioneros enemigos.

A finales de los ochenta, una amiga muy querida, pianista, musicóloga y pedagoga, Eurídice Losada, trabajaba en una prisión de jóvenes y me invitó a cantar y a conversar con los muchachos, lo cual para mí fue una experiencia muy enriquecedora. Luego, en 1990 o 1991 canté en una prisión en Quito, Ecuador, junto a otros trovadores latinoamericanos.

En el viaje de regreso a Chile en 1990, después de la dictadura de Pinochet, Silvio tuvo un encuentro con los presos políticos chilenos, apareció una guitarra (no faltaba más) y cantó para ellos. A su regreso propuso a la jefatura del Ministerio del Interior hacer una gira por las prisiones cubanas, para todos los que quisieran escucharlo sin distinción de categoría. De manera que cuando nos propuso a Augusto Blanca y a mí que lo acompañáramos, nos pareció la cosa más normal del mundo, teniendo en cuenta que tanto Augusto como yo, más Lázaro García y Sareska Pantoja, también habíamos estado presos (en Bolivia en 1980). Y aunque nadie nos cantó entonces, sí supimos de la solidaridad de mucha gente. Y ese es el quid de la cuestión: la solidaridad humana.

¿Por qué deciden ahora retomar la experiencia?

En aquellos tiempos habían regresado de Angola y Etiopía todos los internacionalistas cubanos. El campo socialista, con el que teníamos el mayor comercio, se desmoronaba, y con ello los recursos energéticos. Llegó un momento en que se acabó la gasolina y hubo que postergar el resto de la gira, la que incluyó solo el occidente del país. El proyecto quedó pendiente, y en breve tiempo supimos del efecto positivo que había tenido la experiencia en la población penal. De nuevo, la solidaridad tuvo su peso. Ahora, felizmente, ha podido retomarse con mucho más brío y, espero, con una mayor continuidad.

¿Cómo ha sido la acogida por parte de los reclusos?

Ha sido muy postiva. Cuando estás lejos de la familia, los amigos, y la sociedad toda, coartado de libertad física, conviviendo con personas que a veces no son de tu agrado, que venga gente de afuera de ese contorno, de manera desinteresada, a compartir un trabajo artístico, representa solidaridad. Y vuelvo a la solidaridad porque es la esencia de todo esto que hacemos.

Además de los conciertos, ustedes han podido palpar la realidad de las prisiones cubanas.

No es precisamente por buena conducta social por lo que los ciudadanos están en una prisión. He visto, como te decía, otras cárceles en otros lugares del mundo, especialmente en Latinoamérica y África, además de películas e informaciones directas, para no hablarte ya de lo que hubo en Cuba antes de 1959 o en América del Sur y Central durante las dictaduras de los años setenta.

Déjame decirte que ya en los noventa, me parecieron increíbles las condiciones en que vivían los reclusos. En el Combinado del Este había — y tiene todavía, con mejores condiciones, de excelencia — un hospital para todos los reclusos del país, con todo tipo de especialistas, uno ellos estudió conmigo en el preuniversitario y me contó de su labor. La comida en los noventa era mejor allí que la que entonces tenía yo en mi casa.

Me satisfizo mucho percatarme de que ahora, tantos años después, las condiciones han mejorado considerablemente, sobre todo las referidas a la salud. Todos los centros penitenciarios tienen bibliotecas (estaban antes de llegar nosotros en esta Expedición, a las que se aportaron más de 300 títulos cubanos y de literatura universal). Buena parte de las enfermeras que requieren las prisiones se forman en las mismas cárceles; hay dos carreras universitarias que se pueden estudiar durante el periodo de condena; es obligatorio el estudio hasta alcanzar el noveno grado; hay un desarrollo mayor en los referentes artesanales y artísticos, incluyendo bandas de música y formaciones múltiples que en dependencia de su conducta tocan fuera de las prisiones. Los reclusos con oficios que producen bienes materiales o trabajan en los centros, reciben un salario como cualquier trabajador. Estas condiciones responden sin duda alguna a la consideración de que la población penal es también población humana, oriunda de nuestro país y de las condiciones sociales (mejorables, por supuesto) creadas por la Revolución.

Todo el tiempo Silvio y usted han andado cámara en mano, ¿qué pretenden atrapar con sus flashazos?

Tengo cámaras fotográficas desde que era adolescente porque siempre me interesó captar momentos que hubiera querido guardar en la memoria, tanto de paisajes como de personas. En 1975 se habló de la posibilidad de viajar al Vietnam recién liberado. Entonces compré, con el dinero que me prestó mi amigo Felo, una cámara Kiev soviética, un verdadero tanque de guerra. No pudo realizarse aquel viaje y, como ya la tenía, me la llevé a Angola en 1976. Me acompañó durante toda aquella epopeya. Siempre con una óptica testimonial. El año pasado estuve repasando aquellas fotos y de pronto me percaté que había sido, sin proponérmelo, un corresponsal de guerra. Con esa misma óptica, me dediqué durante la Expedición a hacer fotos de cuanta cosa me llamaba la atención. Siempre preferí a los fotógrafos, técnicos, choferes, cocineras, personal de los hoteles que nos atendían, oficiales y miembros del Minint, reclusos, paisajes, el cielo.

¿Cómo seleccionaron el repertorio musical?

Lo propuso Silvio. Fue un diseño muy acertado. Me pidió que cerrara con El colibrí, un tema de la trova tradicional, para hacerlo juntos. Eso me ha permitido entregarle la guitarra y presentarlo a él como trovador y jefe de la Expedición. En varios lugares canté un poema de Antonio Guerrero que musicalicé. Luego, Amaury hizo el popurrí con Te amaréYolanda y Te perdono, que además de funcionar muy bien, le rindió homenaje a Noel, quien seguramente hubiera compartido esta experiencia con nosotros. El resto de los compañeros cubrieron una amplia gama de la canción cubana desde el filin hasta la canción campesina, tan brillantemente representados por Sexto Sentido y Alexis Díaz-Pimienta y su tropa.

¿Existía el temor de no ser aceptados por los reclusos?

Por mi parte, jamás lo pensé. Desde Angola sé que en las condiciones más difíciles y adversas se agradece cualquier cosa que te aleje de lo cotidiano. Cuando lo que te saca de esa rutina es arte, y además traído con toda intención para que te sientas mejor, se establece una corriente de complicidad muy hermosa. Es una pena que algunos presos — de esos que nunca serán libres, ni fuera de estas rejas, porque su pensamiento y bolsillo dependen del Norte — no quisieran asistir; aunque es comprensible porque todos los que ahora visitamos las prisiones vimos las mentiras de las que viven.

¿Cuáles han sido las principales enseñanzas de esta Expedición?

Unas cuántas. La primera, es que nuestro sistema de enseñanza tiene que ser revisado en profundidad porque no tiene sentido que haya tantas personas menores de 40 años con tan poco nivel educacional, uno de los motivos por los cuales muchos se convierten en delincuentes. La segunda, es que tenemos que enderezar la economía de nuestro país para que no existan tantas diferencias sociales que conduzcan a que mucha gente no pueda ganarse la vida con su trabajo honrado, y de una manera o de otra se la busque como pueda (ya sabemos lo que implica). La tercera, ya la sabíamos, y se hizo pública justamente en la Asamblea Nacional por Raúl Castro cuando dijo que muchas prohibiciones ya obsoletas no conducen más que a la ilegalidad y a la corrupción. Esto nos lleva a repensar nuestra sociedad, una sociedad que la mayoría de los cubanos queremos que sea verdadera y definitivamente socialista.

En lo más íntimo, me llevó a reafianzar mi fe personal de que todo individuo tiene derecho a rectificar sus errores, y que una sociedad como la nuestra, justísima en su esencia, tiene el deber de promover estas rectificaciones, como lo pude comprobar durante la parte que compartí de esta Expedición.

¿Y el momento más emotivo?

Es la pregunta más difícil porque implica los sentimientos más hondos. Y escoger uno solo sería imposible. Sentí mucha emoción cuando los reclusos en su mayoría cantaban a la nación y a sus más altos valores, a sus héroes, a la salud de Fidel, a la solidaridad con Los Cinco, a su actitud de Patria o Muerte si Cuba fuera atacada. Un momento especial fue cuando Osmaro, un joven recluso de Boniato, en Santiago de Cuba, me regaló una guitarra hecha por él de un tarro de buey y me dijo que le hubiera gustado ser mi hijo.


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