viernes, febrero 23, 2024

El igualitarismo, enfermedad senil del izquierdismo

 




Lenin: "Cada cocinera debe ser capaz de gobernar el Estado

 5 de febrero de 2024  Héctor García. Técnico en Cuidados Auxiliares de Enfermería.


Silvio Rodríguez: «Que fácil es trascender con fama de original, pero se sabe que entre los ciegos el tuerto suele mandar./ Qué fácil de apuntalar sale la vieja moral, que se disfraza de barricada de los que nunca tuvieron nada./ Qué bien prepara su máscara el pequeño burgués.»


Soy auxiliar de enfermería. Aseo, cambio pañales, ayudo en la alimentación y acompaño a personas mayores y dependientes, entre otras tareas. Nunca se me ocurriría juzgar o hacer valoraciones morales sobre el trabajo de nadie, por ejemplo, de la labor de un intelectual de reconocido prestigio como es César Rendueles y Menéndez de Llano, sociólogo, filósofo, profesor de la Complutense e investigador del CSIC. Pero ya que él se considera capacitado para opinar sobre mi trabajo, yo voy a hacer lo propio con alguna de sus tesis. 


Lo hago en tanto y cuanto sus reflexiones tienen un calado en la izquierda. Rendueles ha sido uno de los coordinadores del programa de Sumar, concretamente del Área de Bienestar y Derechos Sociales y forma parte actualmente del grupo promotor de dicha organización. Anteriormente fue miembro de la candidatura del grupo trotskista “Anticapitalistas” a la Dirección de Podemos. Defiende una visión igualitarista que desarrolla en varios de sus trabajos, en especial su último libro Contra la igualdad de oportunidades.


En una entrevista al diario El Mundo defiende la idea de que, en compensación a lo que la ciudadanía recibiera de un Estado tendente al igualitarismo, por ejemplo una renta básica universal, todos deberíamos hacer ciertos trabajos sociales obligatorios: «aquellas tareas demasiado penosas y desagradables para pedirle a nadie que se encargue de ellas deberíamos asumirlas de forma compartida. A mí no me asusta nada la idea de que existan trabajos comunitarios obligatorios». El periodista le pide que ponga un ejemplo de esos trabajos que deberían ser comunitarios, a lo que el filósofo contesta: «por ejemplo, los trabajos relacionados con el cuidado de las personas dependientes. Son trabajos importantes para esas personas, pero creo que también hacen mejores a las sociedades que los comparten». 


No queda muy claro si los igualitaristas abogan por “socializar” el trabajo que realizamos los distintos Técnicos en cuidados porque les parece una tarea demasiado penosa y desagradable de la que nos quieren liberar. «¿Quién prefiere –se pregunta- levantarse a las tres de la mañana a darle el biberón a un niño? Nadie prefiere cuidar de su padre con alzhéimer… Es otra lógica, no la de la preferencia, la que domina esos vínculos. Y son aspectos que la mayoría de la gente consideramos muy importantes en nuestras vidas» o porque le va a convertir en mejor persona o por ambas cosas. 


Resulta chocante que él, insumiso militante a principios de los 90, quiera dotar al Estado de la capacidad para obligar a nadie a cuidar a una persona mayor o en situación de dependencia. En realidad, aparte del estigma al que somete, seguramente sin pretenderlo, a dichas personas (a las que por cierto no les ha preguntado) y la falta de consideración hacia las trabajadoras (tampoco nos ha preguntado) que las atendemos con vocación y profesionalidad, se aprecia un importante desconocimiento de la formación y la capacitación de quienes nos dedicamos a los cuidados formales. Quizá consecuencia de una sociedad que nos considera simplemente limpiaculos (con ser esta una tarea importante. De limpiar y secar bien un culo puede depender no desarrollar una úlcera).


Los dos pilares en que se asientan los cuidados son la técnica y la empatía. Y esas no se imponen. Cuidar a un ser humano no es igual que limpiar un camino, ejemplo que Cesar Rendueles pone de trabajo que se hacía de forma comunitaria en los pueblos. No está de más recordar que la mayor parte de los casos de maltrato a los mayores se dan en el ámbito doméstico y más de la mitad son infligidos por los hijos. «Nadie prefiere cuidar de su padre con alzheimer,»nos decía César. Lo ignoro, pero sí sé que antes que maltratar mejor no cuidar a nadie. Un sistema público que garantice, para todo el que lo necesite y lo demande, esos cuidados profesionales es imprescindible. Volvemos a recordar a nuestra colega y eurodiputada de La Francia Insumisa Anne-Sophie Pelletier cuando dice que la vejez solo puede vivirse dignamente si el Estado pone los recursos humanos. Por cierto, la desprivatización de las residencias de ancianos no ha encontrado hueco entre las propuestas de Sumar. Ni al mínimo común denominador de la vieja socialdemocracia se acercan. 


También se desprende un tufillo clasista. ¿Por qué no hacemos de la impartición de clases universitarias de filosofía un trabajo comunitario obligatorio? A mí me encanta leer a Marx, a Platón, a Nietzsche. ¡Si Rendueles quiere cambiar pañales, yo exijo sentar cátedra! 


Su propuesta nada tiene que ver con el voluntariado que, ese sí, nos hace mejores como personas y como sociedad y complementa la atención profesional. Tampoco con el trabajo voluntario de los países socialistas, sistemas a los que, en su libro, se encarga de denostar: «deficientes política y éticamente, fuente sistemática de autoritarismo, arbitrariedad y privilegios». ¡Normal que le entreviste El Mundo! De hecho, sus propuestas son funcionales al sistema. El propio P.P. plantea utilizar a los parados para cubrir la necesidad de cuidadores personales.

Autor: El Roto.


Lenin propugnaba en El Estado y la Revolución que las tareas administrativas y contables de la sociedad y las empresas debían realizarse rotatoriamente entre los trabajadores, como la presidencia de una comunidad de vecinos. Cuando todo el mundo es burócrata por turnos, nadie es un burócrata, decía. Podrá discutirse si esta pretensión es más o menos plausible, pero, a diferencia de la de Rendueles, es mucho más avanzada, emancipadora y demuestra plena confianza en la capacidad del conjunto de la clase obrera y de las trabajadoras en particular -cada cocinera puede y debe aprender a administrar el Estado, decía Lenin-. Por supuesto, nuestro filósofo no lo considera así. Tacha en su libro, a propósito de dicha propuesta, al revolucionario ruso de “ingenuo y fascinado peligrosamente por el autoritarismo”. Que los obreros controlen la economía es ingenuo y autoritario. Que se pongan a cambiar pañales o limpiar caminos, en cambio, nos hace mejor como sociedad. Y en lo que a autoritarismo se refiere, la toma de decisiones en el periodo menos democrático que pudiera haber habido en el PCUS, era mil veces más democrática que la que se da en Sumar, eso es seguro. Una obrera textil como Tereshkova llegó al espacio y el hijo de un zapatero y una sirvienta a presidente del Consejo de Ministros. En cambio, vaya usted a saber por qué, ningún trabajador manual, tampoco del sector de la dependencia, fue merecedor de figurar entre los 35 coordinadores del programa de Sumar. Misterios insondables del igualitarismo. Las élites, también las académicas e intelectuales, se reproducen y perpetúan. 


Huelga decir que, en ningún momento, el autor plantea la cuestión de la propiedad privada ni la economía de mercado. Se limita a criticar las dinámicas de un capitalismo despiadado producto de la ofensiva neoliberal, añorando aquel de posguerra que edificó los Estados de Bienestar en Europa occidental, reduciendo la brecha de la desigualdad a base de impuestos. Como si fueran dos tipos de salchichas que se pueden elegir a voluntad, y no consecuencia del devenir histórico y de procesos irreversibles de concentración de capital. Como si el Estado burgués pudiera ser otra cosa que el Consejo de administración que vela por los intereses de la clase poseedora. Es desalentador ver como Rendueles, que ha elaborado una antología de El Capital, se retrotrae a posiciones del socialismo utópico. Como si la desigual e injusta distribución de la riqueza fuera causa y no consecuencia.


Se conforma con señalar el malestar social que genera la desigualdad de rentas tanto entre los que más tienen como entre los menos afortunados. Y critica acertadamente, aunque a toro pasado, la meritocracia. Porque ese cuento del mérito pocos se lo creen ya. Y ataca con una propuesta epatante y rompedora, la igualdad salarial: «La mejor manera de que la hija de un fontanero llegue a ser ingeniero no es la igualdad de oportunidades, sino que fontaneros e ingenieros cobren lo mismo». Trata de vincular esta idea con la fase superior de la sociedad comunista, pero patina. Esa igualdad no se da ni en la sociedad socialista, donde cada cual recibe en función de su trabajo, ni se dará en la sociedad comunista, pues las necesidades de cada quien son distintas. 


En realidad, la mejor manera de que los hijos del fontanero, de la ingeniera, del filósofo y del que cambia pañales puedan ser lo que les dé la gana, es la socialización de los medios de producción. Yo gano el salario mínimo y el médico de mi Residencia gana sobre 2.000 euros. Si yo le digo al médico que debemos ganar lo mismo, se opondrá. Pero si le digo que la Residencia y su gestión deberían ser públicas para que, teniendo ambos un salario digno acorde a nuestra especialización, el beneficio generado revierta en una atención adecuada a nuestros mayores y no en el bolsillo de los inversores de la multinacional que la regenta, seguramente nos ponemos de acuerdo. En cambio, al patrón seguro que no le importa igualar salarios si su tasa de beneficios no sufre menoscabo. 


Sé que no será del gusto de nuestro filósofo, pero he de terminar citando al hijo de la sirvienta y el zapatero porque viene al caso: «el igualitarismo en lo que concierne a las necesidades y a la vida personal es un absurdo reaccionario pequeñoburgués, digno de cualquier secta primitiva de ascetas, pero no de una sociedad socialista. El marxismo entiende por igualdad, no la nivelación de las necesidades y del modo de vida de cada uno, sino la abolición de las clases.» Ni más ni menos.

No hay comentarios: