Rogelio Ramos Domínguez![]() |
Eduardo Sosa. Foto: Tomada del perfil de Facebook del Festival de la Trova Pepe Sánchez. |
Una vez escuché decir a Joaquín Borges Triana que, si en Cuba hubiera un mercado importante para el jazz, muchos dúos y tríos que se movían en el entorno de la trova habrían sobrevivido. La canción cubana ha experimentado siempre una constante hibridación.
En los 90, los duetos y tríos alcanzaron gran importancia, con ejemplos como Gema y Pavel, Cachibache, Hoby, Trío Enserie y Postrova. Estos últimos grabaron dos discos con EMI Production; fueron de los primeros artistas cubanos en trabajar con esta multinacional. Su impronta llegó a promotores internacionales como Seju Monzón, quien creía en la posibilidad de impulsar lo que llamaba el “Joven Son”.
Después de trabajar con Emilio Vega como productor, Postrova —compuesto por Ernesto Rodríguez y Eduardo Sosa— se reunió con la productora Rosa León para lanzar un segundo disco. El primero incluía figuras como Emilito del Monte, Ruy López-Nussa, El Chino Verdecia, Alfredo Thomson, José Luis Cortés y César López. En el segundo, incorporaron a figuras como Pancho Amat o Antonio Serrano e hicieron dúo con Ana Belén, cantando nada más y nada menos que La Cleptómana.
Aquí me detengo. Eduardo Sosa, quien me contaba cada cosa (al fin y al cabo, escribimos juntos muchas canciones y vivimos dolores mutuos), me dijo que, cuando Ana Belén llegó a grabar, ellos solo iban a hacer voces de prueba, de apoyo; pero cuando la vieron en el estudio, vestida como el más común mortal, Sosa cantó, impresionado, y tan bien que ya no pudo hacerlo mejor. Y fue esa la voz que quedó.
Otro alto: son mil historias, la carrera de más de 20 años, “guitarra por medio”. En Madrid, a principios de siglo, los Postrova fueron a comer a algún restaurante que ya me recordaba a Salvador Palomino; al pasar unos minutos, se dieron cuenta de que estaba Fito Páez. Palomino fue a la mesa del argentino y le dijo:
—Tengo a la persona que hace la mejor versión de Un vestido y un amor en este mundo.
Fito se reclinó en su silla, miró con sus ojos rosarinos; al fin, no iba a dejar que le pusieran la bola en portería.
—Che, tenés que competir con grandes: La Negra, Caetano…
—Este la canta mejor.
—Vamos a ver.
Y Eduardo Sosa agarró toda la guitarra, atravesó la vida. Es que nos pasábamos madrugadas juntos escuchando a Fito, y cantó como solo puede Eduardo Sosa. Fito pidió, “por favor, otra vez”, y cerraron el restaurante cantando a guitarra, bebiendo ron cubano, admirados por la voz del santiaguero.
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Eduardo Sosa y Ernesto Rodríguez junto a Fito Paez y parte de su equipo de producción en Madrid. Foto: Cortesía del autor. |
Postrova era el requinto de Ernesto, la guitarra de Sosa, un empaste de voz cercano a la perfección y mucho verso, además de una búsqueda incesante, porque había jazz, blues, timba, bolero, reggae y mucho más. Sus temas iban desde la literatura hasta parodias de canciones populares
Para ser sinceros, su primer disco no les hizo justicia. Sucede mucho en la canción: lo que se logra en un escenario es complicado de plasmar en un fonograma. Lo saben los del Trío Enserie, cuyo disco destacaba mucho menos de lo que lograban en vivo.
Son asuntos distintos, pero una producción elocuente debe dejar plasmado lo mejor del artista, no la visión personal, absoluta, digamos, del productor.
El segundo disco de Postrova, por cierto, se hizo bajo la producción de Rosa León, que venía de hacer pop y, al parecer, Seju Monzón tenía la idea de que, con ella, moldearía las inquietudes de unos músicos que no temían entrar en ningún terreno. Grabaron entre Cuba y España y, como ya dije, estuvieron grandes figuras, pero el fonograma no vio la luz.
Era el 2001, hubo una caída estrepitosa en la industria, cayeron además las Torres Gemelas y fue imposible seguir. Ernesto se fue a vivir “fuera”, y Eduardo Sosa, como su compañero, continuó solo. Ambos han hecho sus obras hasta donde han podido. Ha habido siempre lugar para el diálogo, para cantar incluso juntos, como sucedió en el Pabellón Cuba hace unos años.
Eduardo Sosa ha tenido una producción discográfica importante en Cuba, ha presidido festivales, ha viajado a muchas partes del mundo y, sobre todo, ha hecho una defensa rotunda de la canción cubana.
Poca gente conoce tanto la canción como Sosa. Hizo giras durante mucho tiempo con Lino Betancourt: mientras el musicólogo relataba, Eduardo Sosa cantaba la canción con el manejo prolijo de su guitarra y su voz, que logra, en la trova, hacer segundas voces con la misma facilidad que las primas.
Nació Eduardo en abril de 1972, en El Jobo, Tumba Siete, Segundo Frente. Lo escuché por primera vez en la Casa del Estudiante, en el Instituto Superior Pedagógico Frank País, y fue entonces cuando intercambiamos Hemingway, Salinger, García Márquez, Proust o Cervantes y Fito, Spinetta, Charly y mucho Silvio.
Hablo de un amigo, y eso puede hacerme un parcial demasiado citable, pero no me equivoco al decir que tiene, además, algunas de las canciones más hermosas que puedan escribirse; que su disco —Como si fueran mías— rueda lindo como pocos, y que es uno de los seres humanos más fieles y valientes que conocí en mi vida. Sirva este texto para que, cuando despierte del coma inducido que vive, sepa que, en Lansdale, Pensilvania, como muchos cubanos, lo espero para seguir la canción.
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