Quién sabe por cuál intuitiva inocencia, a merced del enigma del futuro, me dio por decirle a Eduardo Sosa, aquel día, en mitad de un diálogo cordial, que nosotros nos veíamos poco, pero casi siempre en momentos lindos.
¿Cómo podía adivinar que estábamos cruzando justo el último de esos hermosos días compartidos? Eran fines del mayo pasado, en el Teatro Martí, en algún instante de los ensayos para el memorable concierto dedicado a la obra de Silvio ligada a la infancia, en el 5to Encuentro CORAZÓN FELIZ.
Mis palabras no tuvieron ninguna carga premonitoria de despedida, ni tono de recuento trascendental alguno.
Ahora pueden sonar así, en medio de este tristísimo suceso,
pero no…aquella era simplemente una charla desenfadada, típica de colegas que se reencuentran como parte de una emoción colectiva irrepetible, y entre chistes, momentos de concentración musical, temas terrenales, se deslizan también gestos y expresiones de cariño.
Probablemente mis palabras nacieron en respuesta a alguna frase suya alegrándose por estar juntos una vez más en una aventura privilegiada.
Ese breve diálogo, del que recuerdo su tono cálido y su sonrisa, ocurrió en un lateral del escenario, entre telones replegados, y el ir y venir de cantantes, instrumentistas, técnicos, productores, en función del concierto, donde Sosa interpretó magistralmente
“El güije”, una de las versiones más estremecedoras de esa noche.
El día que se publique el audiovisual de “Concierto para repartir canciones” verán que no estoy agrandando su mérito, bajo el efecto de esta dolorosa circunstancia. Fue “objetivamente” genial.
Al guajiro cantor lo conocí en 1998, justo en la misma región de Cuba que el destino eligió para que partiera de esta vida.
Fue en un encuentro en Guantánamo, con trovadores de varias provincias , organizado por la AHS, donde escuché a Sosa cantar por primera vez, como integrante del dúo Postrova, junto a su compinche Ernesto Rodríguez, y tengo el recuerdo claro de esas dos voces santiagueras maravillosas empastando sus dos colores distintos, y el sonido volando en el aire de la noche sobre el parque concurrido, dándole un acento nuevo a los versos martianos que por alguna razón de contundencia poética, es de los que sobresalen en el inmenso legado del apóstol y suelen quedarse en la memoria solo por haberlos leído:
“…Verso, o nos condenan juntos o nos salvamos los dos” …
Y luego seguir escuchando a Postrova en la Habana, en múltiples descargas trovadorescas, entre las que recuerdo especialmente una en la terraza de la inolvidable gorda Sara González, quien gozaba con esos temas del dúo, de montaje tan elaborado como relajado: “Santiaguera, dime que sí” o en la versión asombrosa de “Son de la loma” o la jocosa canción de todas las Marías, cuyo título no es ese exactamente, un texto que recorre desde la Virgen María, hasta María Caracoles…
Momentos lindos, compartidos con el compay nacido en el Jobo y criado en Tumba Siete, hay para contar. Por ejemplo, “Un canto viajero” concierto dedicado a la música infantil latinoamericana, en Bellas Artes, en diciembre de 2002 organizado por el Centro Pablo, donde participó ya como solista, y me dijo con un brillo de inmensa ternura en los ojos, refiriéndose a la vivencia de cantar para el público infantil : “Es que esto es otra cosa... es que este público… ¡Qué público más lindo!”.
Me pareció un gesto muy especial para alguien tan recorrido y tan altamente ranqueado en escenarios. Me dio la impresión de que estaba descubriendo algo.
Poco después, en enero de 2003, en la misma sala de Bellas Artes, estuvo entre mis invitados en el concierto “Desde la edad de oro” cantando esos versos martianos que ya inevitablemente, muchos tenemos ligados en el imaginario a la voz de Sosa y a esa melodía.
En otro momento cercano a esas fechas fuimos juntos a trovar a Cárdenas y en el viaje de ida me recuerdo negociando el espacio con el corpulento compay para acomodarnos con otros acompañantes en el pequeño carrito de Omara Mirabal, y luego allá compartiendo juntos escenario con esa maravillosa tropa del proyecto “La suerte de los cangrejos” y el trovadicto público cardenense.
Justo en ese viaje a Cárdenas en alguna sobremesa, donde fluyen los cuentos y las vivencias, supe por su relato en primera persona del día que coincidió en España en un restaurante con Fito Páez, y se le acercó campechano a cantarle con todo su torrente de voz, uno de los temas del propio Fito.
¡Cuántos pequeños detalles gratos guarda la memoria y acuden como bálsamo para la tristeza!
Esta madrugada de febrero ha partido un auténtico trovador del pueblo, un creador de canciones bien bordadas, llenas de energía limpia, canciones transparentes como su "arroyito de piratas que en susurro me contaba de sus duelos con el mar, él que no pudo llegar, pero soñaba” (Imagen hermosísima de su canción “Mañanita de montaña”).
La obra de Eduardo Sosa abarca la alegría, la nostalgia, el amor, el humor, la patria en múltiples dimensiones.
Y fue paralelamente a su trabajo de creación, un artista que llevó en su voz canciones hermosas de todos los tiempos, y les renovó el vuelo.
Me alegra mucho haberle dicho, así casi de la nada, que aunque nos veíamos poco, era casi siempre compartiendo momentos lindos. Hay muchos modos de dar las gracias.
Buen viaje, compay. Te fuiste demasiado temprano. Dicen que los guajiros madrugan y a estas horas ya debes estar trovando en los cielos con los cantores que partieron antes.
Como decía uno de ellos, uno de los grandes, Vicente Feliú: “¡Ovación!”
¡Ovación para tu vida, llena de música, cubanía, amor, amistad y plenitud de vivir, Eduardo Sosa!
Abrazo cantor.
Mis condolencias a sus hijos, a su familia y allegados. A todos los que hoy lo despiden.
Tere Felipe
No hay comentarios:
Publicar un comentario