viernes, noviembre 21, 2025

Imprescindible

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Por JAIME CÁRDENAS 
Hay citas a las que no se puede faltar, una de ellas: había que ir a Cali al encuentro con Silvio Rodríguez. Silvio Rodríguez ha llegado a ser como un viejo amigo, es un hermano, hermano de excelsas virtudes.

 Conocimos su canto, su poesía y su guitarra en un tiempo que se aleja, más ahora que los días pasan veloces, sin contemplación. Era el tiempo de la gran utopía en la universidad y sus canciones nos llegaron en los casetes que circulaban casi clandestinamente. 
 Fue como un relámpago, una luz cegadora, desde el primer momento comprendimos que ahí, en esa voz diferente, en esas letras y en esa guitarra venía un gigante que hablaba de cosas imposibles, afortunadamente porque de lo posible se sabía de demasiado, era que aun resonaban los ecos del mayo del 68 en Paris: Seamos realistas compañeros, exijamos lo imposible. 

 Después circularon sus discos, en el Ecuador los conseguíamos y los cuidábamos celosamente, pedíamos el casete para grabarlos. La nueva Trova fue un hecho que tuvimos la fortuna como generación de conocer cuando se abría camino en toda Latinoamérica, una travesía nada fácil contra el mal gusto, contra el bloqueo, para gloria de la poesía, para que la esperanza no muera, por los que luchan, por los que no claudican, por los que no se venden, por Latinoamérica. 

 Llegar a Cali es siempre un placer, más cuando dejamos el frío andino y viene el encuentro con la ciudad arborizada, y limpia, con su gente más amable, menos neurótica que en la gran ciudad. Las muchachas con sus trajes de verano me recordaron la canción de los Rolling. 

 Esta vez me pregunté si Silvio al descender del avión a su llegada a la ciudad evocó sin pensarlo a La Habana, es que encuentro un aire de familia entre las dos ciudades. Es curioso, pero por fuerza del misterio de la memoria se presiente el mar cuando se llega a Cali, y que, por nuestra pasión por su literatura, siempre esté presente en sus avenidas, en los cafés, en la noche, la imagen iconoclasta de Andrés Caicedo. 

 Llegamos al concierto horas antes con un buen sol, un sol pleno, y con la brisa que bajaba de los farallones. Empezó a oscurecer. Buen rock en español de fondo, Sui Generis, “hubo un tiempo que fui libre, pero libre de verdad…”, el flaco Spinetta… por el Sur se ha hecho buen rock.



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Oscureció y de repente fue como si se estuviera en una manifestación de la universidad. La plaza de toros, aún escenario de muerte, ahora de vida, con sus poderosas luces encendidas dejaba ver un sinnúmero de banderas de Palestina y unas cuantas de Cuba. Y vinieron las consignas, la plaza estaba ya colmada, diez y siete mil asistentes, en su mayoría jóvenes, -pensábamos que los veteranos iban a ser los más-, consignas a favor de Palestina, de Cepeda, contra Uribe. Uno, dos, tres, stop, Uribe H.P. (Se nos explicó: la salsa choke, legítimamente caleña tiene tres pasos, para y vuelve el ritmo). 


 Salió al escenario Silvio y la ovación fue grandiosa. No fue azar que aparecieran las estrellas, no podían faltar. Yo digo que las estrellas le dan gracias a la noche Porque encima de otro coche no pueden lucir tan bellas Y digo que es culpa de ella, de la noche, el universo Cual son culpables los versos de que haya noche y estrellas.” Silvio con su voz intacta, cerca del octavo piso, cantó dos horas sin receso con su equipo musical insuperable, cantó sus viejas canciones y las nuevas, con fuerza, con toda la belleza de su canto, mientras, oh, sorpresa, la juventud caleña, – muchos bogotanos, pastusos, hubo quien volvió al país para verlo-, lo seguía en todas las canciones, en todos los segundos, en todas las visiones, como si fueran un himno; de alguna manera los son: “Te amaré, te amaré como al mundo Te amaré hasta el fin de los tiempos Y después te amaré” Hace algunos años, cuando Silvio pasó por Miami en la oficina de inmigración dilataron los tramites más de lo acostumbrado. Y se dio cuenta que su guitarra la habían pisoteado. 

La gusanera escribió que debieron pisotearlo a él por su defensa de Cuba, de su Revolución. De allá viene El Necio, que cantó casi al final de su concierto, que hubiéramos querido no termine, porque quedó incluso, pero se precisaban varias noches para decir suficiente, adiós, hasta la próxima Silvio. “Me vienen a convidar a arrepentirme Me vienen a convidar a que no pierda Dirán que paso de moda la locura… Dicen que me arrastrarán por sobre rocas Cuando la Revolución se venga abajo Que machacarán mis manos y mi boca Que me arrancarán los ojos y el badajo Será que la necedad parió conmigo La necedad de lo que hoy resulta necio La necedad de asumir al enemigo Allá Dios, qué será divino Difícil saber si volveremos a ver a Silvio. 

Pero lo seguiremos encontrando en sus canciones, en su poesía, en su guitarra. Tanto él como Serrat son los más grandes poetas vivos en lengua española. Por los años que ya son leyenda escribí para el Che unos versos, dos de ellos lo hago extensivos a Silvio Rodríguez: Te veo siempre que los pinos jóvenes Levantan sus brazos al viento.

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