viernes, noviembre 21, 2025

Silvio, los progresistas y Cristian Castro.


Me da mucha emoción ver los videos del reciente concierto de Silvio Rodríguez en Lima, ver cómo al menos tres generaciones siguen cantando de memoria sus temas de ayer y hoy; ver cómo siendo 2025 todavía hay adolescentes que, entre Tiktok y memes, se sienten acompañados con Donde pongo lo hallado o Óleo de una mujer sombrero. Silvio, el viejo Silvio, congregando a miles en su concierto a poco de cumplir 79 años, me hace sentir que hay esperanza en la humanidad; no todo está perdido, me digo.

 Luego me acuerdo de que allí, sentados las zonas más cercanas al escenario, hay progresistas de esos que hace años no progresan, ya saben, esos tipos que cantarán El Necio a viva voz y al día siguiente saldrán a terruquear al prójimo. 

Es feo oír sus voces gastadas pero más feo es ver cómo desafinan sus almas. El propio Silvio sabe que, en Perú y toda Latinoamérica, esos señores y señoras existen, y que en gran parte esos sujetos paran la olla y hacen que las giras sean rentables. Hasta compuso una canción en honor de esa gente, una que dice “desde una mesa repleta cualquiera decide aplaudir / la caravana en harapos de todos los pobres”, pero no es de las más conocidas y los aludidos no se dan cuenta de la burla. Da igual. Allí están, sentados, sin que les afecte —o les pese— ser todo lo contrario a lo que Silvio representa.   

Me divierto detectando esa contradicción, que a veces llega a niveles de terror. Como soy silviófilo —todo un nerd de Silvio, en serio—, detecto rápidamente a esos granujas. ¿Se acuerdan del ministro Alberto Otárola? Sí, ese mismo, el carnicero, el que avaló todo lo que pasó en Perú desde que Dina Boluarte tomó el poder en diciembre de 2022. Pues resultó ser uno de esos “progresistas”. Cuando murió Nano Guerra García —otro progre tentado por el lado oscuro— lanzó el siguiente tuit: “lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida”. ¡Ampay! Canción del elegido, 1978, dedicada Abel Santamaría, el revolucionario del movimiento 26 de julio al que la policía de Batista le arrancó los ojos. 

O como cuando vi a aquel chico de la universidad que no solo cantaba temas de Silvio: había aprendido sus canciones en guitarra y tocaba entre clases. Pues en plena campaña presidencial del 2021 lo vi, luego de muchos años, en un video viral: se volvió profesor y le decía a sus alumnos que no voten por Verónika Mendoza, porque es una “roja asquerosa”. 

Todos nos hemos encontrado con señores así, y señoras. Esos progresistas que han cambiado totalmente pero aún quieren gozar de esa aura de ser “de avanzada”, personas con “sensibilidad rebelde”. Cuantos Otarolitas y Nanitos se sientan en esos auditorios a escuchar fascinados los acordes de Ojalá.

No me malintepreten: no hay nada de malo en ser realista, crecer y moderarse. Pasar de cantar Fusil contra fusil a ser un pequeño burgués que contrata los servicios de Prosegur es algo que puede ocurrir; pasar de cantar “la rabia imperio asesino de niños” a calentar el asiento en alguna dependencia de Usaid es parte de la vida (y de la derrota, porque no hay que olvidar quién perdió la Guerra Fría). ¿Pero ser amante de Silvio y llegar a los cuarenta a terruquear? ¿Hacerle ascos a líderes sociales por rojos? Lo peor, lo alucinante, es seguir yendo a sus conciertos después de la metamorfosis. ¿Por qué lo hacen? Claramente no es para que el trovador les recuerde quienes fueron. 

¿Será parte la magia de Silvio? Alguna vez le comenté a alguien que el cantautor cubano parecía haber compuesto sus canciones abiertas a interpretaciones adrede, para que la gente pudiera seguirlas escuchando sin mojarse ni comprometerse, porque la gente cambia. Ahí está por ejemplo Por quien merece amor (¿Te molesta mi amor?), que parece una canción romántica pero en realidad fue compuesta reivindicando el derecho de Cuba de ayudar a la guerrilla de El Salvador a inicios de los ochenta. Es el amor de los pueblos en pie de lucha, idiota. O el célebre Unicornio azul, que parece una alegoría comodín para cualquiera que alguna vez perdió “algo”. Pamplinas: fue escrita en alusión a un hombre cuyo hijo había sido desaparecido luchando en la guerrilla. Lo que en Perú varios de los asistentes al concierto de Silvio llamarían “el hijo terruco”. 

Sí, me es horrible ver el concierto y saber que también están esos tipos. Gente como Mirko Lauer. que no creo que haya ido a uno últimamente pero que en su juventud fue un revolucionario caserito de la Casa de las Américas en La Habana, en el mismo tiempo en que la institución impulsaba la carrera de Silvio y Pablo Milanés. Pues esta misma semana Mirko Lauer inventó una estúpida teoría de conspiración según la cual el embajador de Cuba —un funcionario cuya identidad es pública— era un espía que trataba de desestabilizar al Perú. Ya antes Lauer había comparado las protestas sociales del 2023 en Puno con el “Estado Islámico”. 

Pero bueno, una cosa me hizo olvidar a todos esos zánganos y alegrarme genuinamente. Fue saber que en el concierto de Silvio en Lima estuvo Cristan Castro. La gente se ríe de su presencia, piensan que es algo estrafalario, una roca. No lo es. La historia se remonta a inicios de los noventa, cuando Cristian Castro apenas empezaba su carrera. En pleno periodo especial y desaparecido el bloque soviético, Miami ejercía presión para tumbarse a Castro (el barbudo). Verónica Castro, la madre de Cristian y que entonces conducía La Movida, se declaró admiradora de Silvio; no solo viajó a Cuba sino que invitó al cantante a su show en México. Por hacerlo, fue hostilizada por el star-system de Miami (por esos años, Andy Montañez fue “cancelado” por abrazar al trovador cubano). En el set de televisión de Verónica Castro, Silvio cantó algunos de sus temas más célebres acompañado por primera vez con una orquesta de jazz afrocubano de lujo: Diákara. Fue hermoso.


Así comenzó esa conexión, por la valentía de una actriz que no tenía nada que ganar (de hecho, mostrar amistad con Cuba en esos años era igual a tener represalias de los poderosos Estefan) pero sí principios que defender, y que se comió el pleito. La noche del concierto en Lima, cuando finalmente llegó al camerino y pudo ver a Silvio, Cristian Castro lloró. 

Esa valentía original, de una estirpe pop aparentemente frívola, de telenovelas y videoclips, se me hace mucho más digna que la de esos progresistas peruanos, presuntos intelectuales, sentados en zona Platinium, que mencionan a Silvio en su educación sentimental y cantan de memoria pero no dicen ni dirán media palabra cuando acusan de terrorismo, sin pruebas, a compañeros políticos, solo por no ganarse líos, pensando que a ellos no les tocará.


(Por Juan Manuel Robles. Hildebramdt en sus trece # 757)







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