Créeme,
cuando te diga que me voy al viento
de una razón que no permite espera,
cuando te diga: no soy primavera
si no una tabla sobre un mar violento.
Hacia todas partes se ha expandido, hacia ese viento que nos inquieta y poetiza, como se infiere de su antológica pieza. Hace un año, el 17 de diciembre, Vicente Feliú Miranda, el Tinto, “cayó mortalmente herido” de la primera canción cubana en su guitarra; con el paso de los días el suceso, tan dolorosamente real, se va cubriendo con el manto de la leyenda.
No recuerdas, gentil bayamesa,
que tú fuiste mi sol refulgente…
Se va tornando menos creíble, que ese Trovador de trovadores, haya caído sobre la eterna guitarra cuando empezaba a interpretar esa canción genésica, como cerrando, con esa muerte idílica, un ciclo en la historia trovadoresca cubana.
Yo soy de todas partes
donde algún día un corazón se levantó.
Llevo en la frente una verdad como la luz
y en la mirada una barrena a más allá.
Y fue precisamente su corazón quien estalló, y hacia ese “más allá” viene viajando desde entonces. Hay algo en los grandes creadores que permite seguir el curso de sus esencias en la obra que deja; debe ser la coherencia, ese cantar lo que se es, lo que propicia el milagro de adelantarse a su tiempo, y sobrepasar incluso su paso por la tierra.
Una canción siempre es buena
para saber cómo andamos,
si es verdad que lo que canto
es en verdad lo que sentimos
Si lo admiré, desde la adolescencia en que escuchaba sus primeros discos de acetato, o mucho más en los momentos que compartimos, por ese espíritu dador, por esa hidalguía y naturalidad en él, que lo encumbraba desde ese tenerlo así siempre a mano, a tu lado, sin intermediarios, ni medias tintas… ahora todo lo que hizo, dijo y cantó tiene mucho más peso.
¿Quién no ha soñado su velorio,
con los amigos dando espaldas y algún busto de Vallejo?
¿Quién ha vencido a la tristeza,
quién no ha rodado entre sus piernas en las noches solitarias?
¿Quién va a morirse esta mañana?
¿Quién va a morirse esta mañana?
No es que la muerte, porque uno le llore, haga crecer automáticamente al ser humano, es que –en casos como el Tinto- su extrema sencillez impedía que lo calibrarán en su justa dimensión. Vivimos en tiempos –aunque hace siglos viene siendo así- en que la fama se vuelve la tabla de medición de los creadores. Vicente fue el anti glamour, el Compañero (manera de nombrar, estrechando de igual al prójimo, echada a menos desde que empezó a infiltrarse en la revolución el señorío, cual alerta de reminiscencias capitalistas minando los espiritus.) En el documental “Donde habita el corazón del realizador Carlos León, nos da las claves de su existencia.
“Soy un trovador conocido, hasta querido, y gracias a la vida no soy famoso. Esto me ha permitido moverme con soltura en Cuba y en el mundo sin tener que pagar el precio de la fama.”

Comprendió que, lejos de lo que impone la seudo cultura mediática global, o ese complejo de ideología aparentemente desideologizada de la llamada cultura de masas (para dominarlas, debería acotarse) la fama es enemiga de la creación, moldea las obras, les impone los límites de su propia resonancia. El arte deja de ser un proceso de hallazgos y se convierte en fórmula, en complacer a ese canon de sí mismo, y se va tornando una repetición barnizada de lo que “funcionó” o hicieron funcionar los monopolios que imponen el comportamiento social acorde a sus intereses económicos. El artista se va volviendo esclavo de sí mismo, en la medida en que crece esa fama; se va estrechando el círculo existencial, crecen las presiones para que ese creador no deje de ser la imagen que esos medios han tallado; el status acomoda, distancia del sentimiento popular, la vida pierda toda su sencillez y naturalidad. Se va tornando esa imagen en un juego de espejos, que termina por perder al ser, en medio de tanta distorsión.
Sé de la mano tendida al pasar,
de la mano que ofrezco sin mucho girar,
sé de caminos de vidrio y neón
tan veloces que al cabo han perdido el andar.
Sé que no hay sueño barato, ni gris,
ni riqueza que brote de un cuerno feliz.
Subrayo que fue anti glamour y compañero. Porque quiso, se lo propuso y lo fue -y es-, un ser de la revolución; la defendió de muchísimas maneras, pero muy especialmente con su manera de ser, de vivir.
A quien no entendió mi forma de estar
recomiendo mirar hacia el fondo de sí.
Mire bien, pues quizás hubo alguna que otra presencia
que no se advirtió por temor.
Que nadie se calle todo lo que fui,
lo hermoso y lo triste que engendra un perfil
centrado en los años mediados del cerdo
y del hombre que un día esperamos nacer.
Hurgando en su obra, esta vez más centrado en el enamorado deber de intentar describirlo, entiendo mucho mejor ese arte guevariano que lo llevó a tejer su propia vida. Hoy lo veo retrospectivamente y puedo llegar a entender a profundidad lo que antes pasaba ante mis ojos como un simple discurso filosófico. En la entrevista, muy pausadamente, como pesando cada palabra, Vicente declara:
“Che acabó de perfilar mi personalidad. Su altruismo, su internacionalismo, su afán de buscar constantemente, y pulir y hacer suyas, las virtudes más altas y útiles del hombre, sabiéndose un hombre común e imperfecto, lo convirtió en una revolución permanente. Mi Che es un ejemplo mayor de lo que puede construirse una persona de sí misma. Por eso está siempre conmigo desde el 9 de octubre de 1967 cuando nació como un símbolo para todo.”
Y aquí, a cada noche, se busca en tus libros
el justo propósito de toda acción,
y se abre tu memoria a todo el que renace,
pero nunca falta alguien que te alce en un altar.
Y haga leyenda tu imagen formadora,
y haga imposible el sueño de alcanzarte,
y aprenda algunas de tus frases de memoria,
para decir: “seré como él”, sin conocerte.
Y lo pregone sin pudor, sin sueños, sin amor, sin fe.
Y pierdan tus palabras sentido de respeto.
Así el hombre que nace cubierto de tu flor.
Algún poeta dijo, y sería lo más justo:
Desde hoy nuestro deber es defenderte de ser Dios.
Es una pasión renuncia, una razón que lo lleva a ahondar en el espíritu humano, y un intento descomunal de intentar a toda costa alcanzar a ser, más allá de sí mismo, lo que se debe ser, en función del prójimo, de la humanidad, de ese mundo más (o sencillamente) justo.
“Después de tanto mirarme para adentro, que no cuesta nada y cuesta tanto a la vez, solo me quedan dos grandes cosas: la vida y la muerte. A fin de cuentas la muerte no es más que una parte inevitable y recurrente del proceso de la vida. La vida es tan cara y tan hermosa, que hay que respetar mucho a quienes están dispuestos a ofrendarla por el bien de los demás. Y a estas alturas… ¿qué yo espero de la vida? Nada. Ella y yo tenemos que hacer cosas, yo hago las mías.”
A quien haya llegado hasta el fondo de mi hombre,
sencillamente olvídeme.
A mis amigos les pido vivir
toda la vida que quede ante mí,
toda la muerte que no haya podido matar
con mis manos, mi sueño y mi voz.
Que no haya canciones, ni duelo, ni adiós,
que nadie se pare a contar que me vio
arrastrando el alma hacia encima de dios,
mordiendo una flor y pidiéndole amor.
Defendió a la revolución de muchísimas maneras. Criticando con la manga al codo, en los espacios diversos con la agudeza de sus análisis, a camisa quitada, y con sus canciones “No es fácil”, la defendió cuando partió hacia África y, AKM y guitarra en mano, se fue al frente con las brigadas internacionalistas en Angola, cuando acompañó con todas sus fuerzas y su arte el regreso de los 5 hermanos prisioneros del imperio, o causas como las de Puerto Rico, o la libertad de Ana Belén, no hubo injusticia en el mundo que le fuera ajena. Su profunda visión martiana y fidelista fue consustancial a su manera de ser trovador.

Amor, qué único ese amor
y único este
que nace de las ruinas de nosotros(Qué polvorienta el alma se nos queda
después de haber amado
y amar aún, de otra manera).
Se hizo un entrañable Compañero, Trovador, alguien que no podía, ni quiso salir del centro del pueblo, voz de pueblo es el cantor.
“Definitivamente, alguien que anda con una guitarra cantando sus canciones, solamente, no es un trovador. Al trovador lo pare el entorno y la época en que le toca vivir. Vive en el mundo, y quiere cambiar el mundo. Sus armas son las canciones, y su varita mágica, la guitarra fiel y poderosa.”
Lo he llamado Trovador de trovadores algo que realmente encarna Gumersindo Garay, quien resumió y rezumó en sí mismo ese prototipo de bohemio, patriota, al centro de su pueblo, poetizando su tiempo. Su historia, que hay quien mira de reojo diciendo que hay mucho de fabulación en ella (y si así fuera “¿y qué?), viene a la par de nuestras luchas, desde la manigua, en que casi niño fue correo mambí, hasta compartir en un café con Julio Antonio Mella (quien le inspiró un par de canciones) hasta ufanarse de haber sido el único cubano que le dio la mano a Martí y a Fidel. Realmente serían dos, pues está Salustiano Leyva, aquel niño del primer bohío al que arribaron los seis expedicionarios encabezados por Gómez y Martí tras el cuasi naufragio por Playita de Cajobabo. Sindo con su vida nómada, viajando de pueblo en pueblo, desde la más extrema humildad, instauró esa imagen bohemia, poética, popular, del trovador. Vicente Feliú, encarna ese prototipo y lo re contextualiza como el Trovador de la revolución cubana y latinoamericana que empieza a triunfar (todavía estamos en ese proceso) el 1ro de enero de 1959.
Yo soy de todas partes
y hacia todas partes llevo mi canción
porque este canto que nació del batallar
ha sido un pacto de los que han echado a andar.
Vicente estudió a profundidad ese proceso de patria-canción (y viceversa) desde esa Bayamesa de Céspedes, Fornaris y Castillo, tres jóvenes bohemios en aquel 1851 en que ofrecieron la serenata ante la ventana de Luz Vázquez, y que ¡17 años después¡ de fundar la canción cubana (que se sepa hasta hoy) fundaron también la patria lanzando el grito de Libertad o muerte en La Demajagua. De ahí que la obra de Vicente Feliú, no sea solo sus canciones, es también esa llamada trova tradicional, que asume orgánicamente.
“Aquellos viejos trovadores siempre supieron que no podía haber canción cubana sin patria cubana. Por eso pelearon por la independencia en todas las guerras del XIX, machete en mano y guitarra al hombro. Gracias a ellos, nosotros hemos hecho lo mismo.”
Colectando la memoria de un país,
su propia historia,
sin miedo y sin preguntarlo,
sin una espera,
sin la mano que aliviara su destino,
ahí va el trovador,
como un camino.
Casi al inicio de esta misma reseña, escribí: Se va tornando menos creíble, que ese Trovador de trovadores, haya caído sobre la eterna guitarra cuando empezaba a interpretar esa canción genésica, como cerrando, con esa muerte idílica, un ciclo en la historia trovadoresca cubana. Y, sin mitificar, con ese instante del 17 de diciembre de 2021, la caída en combate poético de Vicente Feliú, traza un nuevo punto de giro en la trova cubana, y es que de Sindo a él se traza toda una historia de vida-obra que nos acerca al fin al concepto de ese misterio inapresable que es un trovador.
“La Nueva Trova nació porque tenía que nacer, nació porque sí, porque tenía que ser la banda sonora de un proceso popular único; y tenía que defenderlo a capa y espada de toda la mierda que nos estaban vendiendo como cultura. Tenía que ser la guardiana de las tradiciones trovadorescas, desde el siglo XIX.”
Como siempre he vivido, así morir
Yo quiero que me entierren en el aire
y alguna nube que ande por ahí
poseso de canciones sin desaires
como siempre he vivido, así morir.
Yo quiero que me entierren en un río
por el que para siempre pueda ir
devolviendo lo que nunca fue mío
como siempre he vivido, así morir.
Yo quiero que me entierren en un parque
sin mármoles ni losas, sólo así,
que por mi pecho crucen los amantes
como siempre he vivido, así morir.
Yo quiero que me entierren en un cerro
en pleno frío, acaso en porvenir
ser hierba donde pasten los becerros
como siempre he vivido, así morir.
Yo quiero que me entierren cuando bote
mi última energía, sin volver mis pasos
como eterno caminante
como siempre he vivido, así morir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario