viernes, mayo 24, 2024

La historia de Frank contada por sus guitarras


El Caimán Barbudo


9 min read


Apr 10, 2024


La única certeza que tiene Frank Delgado es que el hippie que se instaló en él en los 70 se ha negado a marcharse…


Por Yuliet Pérez Calaña


Alguna vez soñé que estaba en un cuarto lleno de guitarras y estas me hablaban. Me levanté pensando lo volaísimo que sería poder entrevistar, además de a los músicos, a sus instrumentos. Por eso cuando tuve en frente a Frank Delgado, el cantautor que más ha marcado mi vida con su obra, teniendo tanto que decirle y preguntarle, solo me salió un: «Cuéntame de tus guitarras», lo que resultó un recorrido apasionante por la historia de sus casi 300 canciones y más de 2 000 conciertos.


La Salvadoreña


Así llama Frank a su primera guitarra profesional, una Ovation americana con cuerdas de nylon que llegó a su vida de la manera más inesperada.


Entre 1983 y 1985, en una de sus presentaciones, Frank conoció al trovador Gonzalo Rodríguez, un salvadoreño refugiado político en México, que quedó tan conmovido con la canción «Los amores guerrilleros» que terminó en su casa grabándola.


«Los amores guerrilleros nacieron en Morazán, en Chalate o en El Cerro y se fueron a las lomas con sus sueños de palomas de tener un lindo cielo», decía en una de sus estrofas este tema que compuso Frank a los 21 años y que ha cantado muy poco.


En 1987, el trovador recibió la guitarra junto con la noticia de que Gonzalo había muerto de neumonía, no sin antes encargarle a su esposa localizarlo y entregársela.


Cuando Frank tuvo su Ovation solo había, que él supiera, tres en Cuba. Dos de ellas se habían juntado el 18 de enero de 1986 en la Casa del Joven Creador con Santi, Gerardo, Varela y Frank en el Concierto por la ilusión. Una era de Noel Nicola (que la prestó para la ocasión) y la otra de Santiago Feliú (aunque las cuerdas de esta eran de acero) y la tercera la tenía Moncada.


Muy pronto la salvadoreña comenzó a ser codiciada y se volvió promiscua. Pasó por las manos de Polito, Vanito, Athanai, David Torrens y el propio Santiago, quien repitió varias veces.


A este último, Frank siempre se la entregaba con un stand para que no la dejara tirada porque Santi era tan talentoso como descuidado con la guitarra. De hecho, en un concierto en el Mella, la dejó encima de una banqueta y Frank, desde afuera, miraba asustado cómo se tambaleaba, hasta que no aguantó más e irrumpió en medio del escenario a rescatarla, ante un público que no entendió nada y alguien que le susurraba a sus espaldas: «ssssss no te la lleves…no te la lleves que la tiene que usar en la próxima canción».


La salvadoreña es una guitarra a la que Frank le tiene mucho cariño, aunque su sonido sea un tanto plástico y le resulte incómodo tocarla por «resbalosa». ¿Resbalosa? «Sí porque es cóncava…imagínate tú…barrigona ella y barrigón yo claro que íbamos a chocar».


La Japonesa



En 1993 Frank se fue con Silvio Rodríguez de gira por España. Él con la salvadoreña, que cada día estaba más pesada y le daba muchísimo dolor en el hombro y Silvio con dos japonesas de la marca Takamine, una oficial y otra de repuesto. A Frank le encantaron porque tenían un sonido muy cercano a la guitarra real.


De la gira volvió con dinero suficiente para comprarse un Nissan Sentra, carro muy de moda entonces. Isacc Delgado tenía el suyo y casi todos los músicos de Pablo Milanés también. Pero para eso necesitaba una carta de autorización que debía firmar Carlos Lage…bueno, en realidad necesitaba un epistolario completo: del CDR, del trabajo, del sindicato…en fin, cambió de planes y le entregó 1 100 dólares a Maikel Bárzaga — quien le compraba los instrumentos a Silvio — y este le trajo una Takamine de Estados Unidos en 1995.

La Japonesa es la guitarra de Frank con más heridas de guerra. La primera la sufrió un día antes de estrenarla en un concierto en Casa de las Américas. En el ensayo la tenía montada en su stand y un utilero comenzó a trabajar cerca, movió los instrumentos de percusión y estos le cayeron encima, abriéndole un agujero en el frente. Frank no lo podía creer, lleno de ira y hasta con una lagrimita asomada le cayó atrás al tipo, pero nadie más lo ha vuelto a ver.


Así mismo, al día siguiente, se grabó con la Takamine mi disco preferido y el de muchos: Trovatur. En él casi todas las canciones están en un tono más bajo; precisamente uno de los motivos por los que Frank prefiere a la Takamine: le permite afinar como si cantara en «Mi» cuando en realidad no es así.


La nueva guitarra se convirtió muy pronto en la más viajera de la colección. Inició periplo en los carnavales de Río de Janeiro, un lujo que quiso darse Frank con un dinero que había ganado en otra gira de 10 meses por España.


Luego lo acompañó a Argentina, donde se instalaron un largo tiempo con Gabriela (sí, la de la canción), un amor del trovador. Desde la terraza de su casa, con una vista hermosísima, en una hamaca paraguaya e inspirado por todo lo que había aprendido de música brasileña, Frank compuso la mayoría de las canciones del disco La Habana está de bala (1997) y El adivino (1999). Recuerda este como el mayor período creativo de su carrera.

Del 95 al 2006 la Takamine recorrió con Frank por Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, México, Paraguay y Estados Unidos.

Silvio resultó, sin dudas, la principal influencia para que Frank comprara su Takamine. En realidad ellos se han influenciado mutuamente. El 15 de abril de este año, Rodríguez — creyendo que era el cumple de Delgado — , le dedicó un post donde confesaba que un amigo le decía que imitaba a Frank y que eso le gustaba, porque siempre ha querido parecerse a lo bueno.

Claro, tampoco se le puede quitar el mérito de la llegada de la Takamine a ese espécimen que abunda mucho en este país: el burócrata procastinador de firmas, que lo hizo cambiar los planes de palo pa’ rumba; o mejor, de carro pa’ guitarra.

La Polaca



A mediados de los años 70, casi todos los sábados, Frank llegaba de los «Camilitos» directo para la casa de Cristina la holandesa, su vecina del reparto Flores. Tenía cuatro hijos contemporáneos con él, pero no eran ellos el motivo de la visita, sino su guitarra. Frank pasaba muchas horas tocándola y sus días más felices sobrevenían cuando lo dejaban llevársela a casa. Entonces inventaba todo tipo de excusas para no devolverla.

A Migdalia, su madre, ese apego a algo que no era de él le molestaba, pero se había percatado de la pasión que sentía por el instrumento. Así, le compró una guitarra polaca en una tienda nacional que le costó entre 30 y 40 pesos. Cuando Frank, que estaba en 12 grado, llegó de la escuela al campo, la encontró sobre la cama. Le pareció bella y perfecta aunque era de caja muy fina, madera muy dura y cuerdas de acero. Esto último le asentaba muy bien a las canciones en inglés, sus preferidas por entonces. Una era «No sugar tonight», de la banda canadiense The Guess Who y que él llamaba “«o me endulces el café»… muy fácil de tocar, pues solo debía mover el dedo en dos direcciones. Eso sí, para poner la cejilla se precisaba una fuerza descomunal.

La polaca le fortaleció a Frank los dedos como ninguna y se los destrozó también. Mientras los muchachones del barrio criaban callos en las manos en otros menesteres, Frank lo hacía sacándole acordes a aquel guitarrón, con el cual se podía matar de un golpe a cualquiera. Así nacieron sus primeras canciones…, todas de amor: «Canción a una muchacha», «Retrato», «Amor maduro», «Reproche», «Por nada», «Descarga Metropolitana», «Soy amante al recuerdo», «Parece», «Retorno»…

Con 15 años Frank escribió letras como esta de Recuerdo de una calle, que es mi preferida de los 70: «Y así fui consumiendo las horas y mis ansias/ y tal vez fui cediendo terreno en la distancia/ y fue apenas legible mi pensamiento entonces/ por el recuerdo terrible de tu busto de bronce».

La polaca era una guitarra muy comunista. Frank la vestía con calcomanías alegóricas al primer congreso del PCC, Girón, Che, Camilo, la amistad Cuba-Rusia y se la llevaba los domingos a pasear al Cubanaleco, actualmente el círculo social habanero Otto Parellada, y en aquellos años el templo de los hippies y los adoradores del rock.

Como él y sus amigos no pertenecían a ningún sindicato entraban por la playita de 110, saltaban el muro de Hijas de Galicia y el siguiente para unirse a aquel hervidero de guitarras, radios, melenas, ganas de cantar y fumarse el mundo.

Los asistentes se reunían por piquetes. Había uno que sobresalía por su swing: «Los chicos de la flor», y había otros elementos sueltos como Frank, que iban de grupo en grupo, guitarra en mano, esperando que alguien les pidiera acompañamiento musical, aunque eso sucedió muy pocas veces.

El Cubanaleco tenía sus personajes, por ejemplo, Frankestein, un hippie muy poco agraciado, a quien, sin embargo, todos respetaban porque tenía un pelo larguísimo y vigoroso que el Frank «camilito», casi rapado, miraba con envidia. Y también un trovador del que no recuerda el nombre, que cantaba los estribillos más locos que ha oído en su vida: «Yo a ti te conozco por el sarro de tus dientes». Fue a él a quien Frank vio tocar la guitarra al revés antes que a Santiago Feliú.

Uno de los más populares era Yimmy, un negro fortachón y simpático, muy solicitado por los piquetes para que cantara en inglés (o lo que creía y les hacía creer que era inglés). Fue de él de quien escuchó, por primera vez, que la canción «Copacabana», de Barry Manilow, no era de la famosa playa brasileña y sí del Copacabana Yatch Club de Miramar. En un inicio pensó que deliraba, después comprobó que era cierto. Yimmy cantaba un blues muy famoso en aquel lugar que decía: «Negraaa, yo me voy para Niuyork, a beber cóctel y a bailar el rock».

A finales de los 80, Frank le regaló la polaca a su amigo Boris para que enseñara a tocar a sus hijos. En el 2005, en una fiesta, se la reencontró ya muy deteriorada, incluso con algunas cuerdas de menos, pero con las calcomanías intactas. Fue muy emotivo porque, justo al lado de su primera guitarra, encontró dormido a su hijo Sebastián. Actualmente no sabe si ya está en desuso o sigue por ahí, destrozándole los dedos a algún joven con sueños de cantautor.

Hasta hace muy poco, Migdalia conservaba, repleta de hilos, botones y retazos de telas, la caja de cartón donde vino la polaca, como un recordatorio de lo bien que hizo en comprársela, pues ha visto a su hijo desenamorarse de todo lo que se ha enamorado alguna vez, menos del instrumento. Por eso cree que la guitarra es su pasión verdadera.

La única certeza que tiene Frank es que el hippie que se instaló en él en los 70 se ha negado a marcharse. Con 60 años y dueño de una obra imprescindible dentro de la música cubana, a quien la radio, la televisión y las instituciones culturales le deben promoción, premios, reconocimiento, diplomas y gladiolos, Frank se ha definido en días más recientes como «un hipibano, una canción clandestina, un corazón en la mano» y, a veces, solo quisiera «volver al Cubanaleco a encontrase con los chicos de la flor…,el pelo largo y cantar unas baladas suaves»…, aunque volver al Sauce, a discotembear con Luis Alberto García, no estaría nada mal.



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