miércoles, diciembre 13, 2006

Carta Poetica







Carta a Silvio Rodríguez

Alexis Díaz - Pimienta • La Habana

La Jiribilla

Edición:2 al 8 de diciembre de 2006

Querido Silvio:

No sabes

–me ha dado pena decírtelo

y he optado por escribírtelo–

cuántas veces en tus naves

poéticas, con tus graves

canciones y tus poemas

dilucidé mis problemas.

Cuántas veces imité

tu canto y enamoré

utilizando tus temas.

No sabes en cuántas fiestas

fuiste mi héroe (aún lo eres).

No sabes cuántas mujeres

conquisté con tus protestas

sociales, con tus molestas

metáforas cotidianas.

Desde todas las ventanas

de la ciudad te imité.

Dos ídolos: tú y el Che.

Dos soles y dos mañanas.

Recuerdo que me ponía

la mano sobre la oreja

y la camisa más vieja

y un jean que se me caía.

Recuerdo que todavía

no me sabía afeitar.

Y sin guitarra. Juglar

mitad gaucho y mitad hippi.

Tiempos de Flipper y Skippi.

Tiempos de Onán y solar.

Imberbe y delgado andaba

cantando por los rincones

pedazos de tus canciones.

Dicen que desafinaba.

Eran tiempos de Plan Jaba.
Tiempos de acné juvenil.

Calculaba: en el 2000

yo tendría 33.

Qué lejana la adultez.
Qué largo era el mes de abril.

Y ahora aquí me ves, gastando

papeles en recordarte.

Recuperando una parte

de mi vida. Confesando
que todos –duros y blandos,

desafectos y afectivos–

somos hijos putativos

de aquella voz falseteada,

de una cabeza ladeada...

que todos fuimos cautivos

de tus cantos, trovador.

Con velas y fosforeras.

En avenidas y aceras,

entre un fusil y una flor.

Hasta tus cambios de humor

nos parecían poéticos.

Y tus silencios proféticos.

Y tu ojalá el Ojalá.

Mi generación está

–los gruesos y los famélicos,

los negros y los rubitos,

los hombres y las mujeres,

los finos y los aseres–

marcada por varios hitos.

Y uno eres tú. Monolitos

te hemos levantado dentro

de cada uno, en el centro
de nuestra propia existencia.

Monolitos de inocencia.

Efigies para el reencuentro

contigo en algún lugar

de la isla o la memoria.

Toda vida es transitoria,

pero tú –viejo juglar,

rapsoda espectacular–

te has repartido en canciones,

y éstas en palpitaciones,

y éstas en ratos felices,

y éstos en hondas raíces

dentro de otros corazones.

Por eso ahora he querido,

en este confesionario

con forma de epistolario,

escribírtelo al oído.
Gracias por haberme sido

útil en la adolescencia.

Gracias por la persistencia

(léase, testarudez).

Gracias por la sencillez.

Gracias por la coherencia.

Por último, te confieso

que cuando te di la mano

por vez primera –un lejano

domingo– me sentí preso

de tal emoción, fue un peso

tan grande lo que sentí,

que charlamos como si

fuera lo más natural,

pero la pasé muy mal.

Silvio estaba junto a mí,

vaso de ron en la diestra,

con su perfil vallejiano,

su silencio boddyliano,

su cara de Obra Maestra.

Desde entonces tu-mi-nuestra

amistad ganó el derecho

a crecer, y satisfecho

he vuelto a hablarte y a verte.

Sólo me faltaba hacerte

una carta, y ya la he hecho.

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