El PAIS
Este viernes y sábado, el trovador cubano se presentará en Montevideo con entradas agotadas.
La canción que le dedicó a Mujica, el aviso que se hace sobre su show y qué piensa hoy del socialismo.
Silvio Rodríguez en 2025.Foto: EFE |
"la cultura es el mejoramiento del ser humano" Email oficial de Silvio: ojala@cubarte.cult.cu Email de este Blog:tropandaluz@yahoo.es
Silvio Rodríguez en 2025.Foto: EFE |
Enfermo y con la voz al límite, eligió cantar, arriesgar, exponerse. Lo hizo con la humanidad al desnudo, sostenido por el amor de su gente.
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octubre 14, 2025
Foto: Kaloian.
¿Dónde empieza a contarse lo que vivimos en el segundo —y también en el primero— de los conciertos de Silvio Rodríguez en Buenos Aires? ¿Por dónde se digiere la epopeya (porque no fue otra cosa)? ¿Cómo catalogar la noche quizás más difícil y, a la vez, la más amorosa en más de medio siglo de escenarios del hijo de Argelia y Dagoberto?
Quizás lo mejor sea comenzar por el final. Por esa foto que no alcancé a tomar: la de Silvio, tras los últimos acordes de “Unicornio”, levantando su guitarra con ambas manos como si alzara un trofeo colectivo. La voz quebrada y acatarrada, los aplausos desbordados, un “¡gracias, Silvio!” multiplicado en las quince mil gargantas del Movistar Arena. Esa imagen —que se me escapó entre el asombro y las lágrimas— resume algo más grande que la música: el amor compartido.
O, tal vez, intentaría —para no olvidarlo— tatuarme en el alma el cierre con “Solo el amor”. Una canción fuera del repertorio ensayado durante semanas en La Habana, convertida en el gesto más simbólico de la noche y en un agradecimiento explícito a su público. Porque solo por amor puede explicarse lo sucedido de este lado del Río de la Plata. No hay otra manera.
Hubo, sin embargo, otro gesto —entre muchos— que lo dijo todo, o casi todo (que no es lo mismo, pero es igual). Esa foto sí la tomé. Sucedió al despedirse en ambos conciertos. Silvio llevó su mano al pecho, cerquita del corazón, sonrió con ternura y se quedó unos segundos contemplando al público, como si no fuera él mismo el causante de tanta emoción. Como si allí, en ese instante, se encontrara ante una presencia mayor que su propia figura.
Bajé la cámara y me uní al aplauso: enorme, profundo, unánime. No fui el único. A un costado del escenario, los músicos también aplaudían, algunos con lágrimas en los ojos. Más atrás, un grupo de obreros —hombres rudos con cascos que esperan el final del concierto para desmontar toda la escenografía— también aplaudían y lloraban. Esa escena, aunque sin luz artificial para tomar la foto, brillaba con toda la humanidad que se respiró esa noche.
Foto: Kaloian.
¿Qué había sucedido, más allá de las canciones? ¿Qué se había encendido en ese recinto repleto, donde el trovador cubano volvió a encontrarse con un público que lo sigue desde hace más de cuatro décadas?
Silvio salió al escenario engripado. Una virosis lo había asaltado días antes, dejándole dolores musculares, congestión y la voz afectada. En el primer concierto, con un timbre nasal evidente, pidió disculpas y enseguida bromeó: “Bueno, de todas formas, nunca he tenido una voz del otro mundo”.
Foto: Kaloian.
Las risas y los aplausos despejaron cualquier preocupación.
Aun con molestias, esa primera noche completó más de dos horas de concierto. A guitarra limpia, después de veinticuatro canciones, regaló “Rabo de nube” e “Historia de las sillas”.
Descansó todo el día siguiente, pero la gripe no dio tregua. Aun así, volvió al escenario. Apenas transcurridos los primeros minutos del segundo concierto, era evidente que la garganta no le respondía. Tras leer el fragmento de “Maestros ambulantes”, de José Martí, y cantar “Ala de colibrí”, dejó oír, con sinceridad y sin disimulo, su vulnerabilidad: “Como notarán, hoy estoy peor que ayer… así que los invito a que cantemos juntos”.
Foto: Kaloian.
Y el milagro ocurrió. Desde entonces, una ternura colectiva sobrevoló el estadio y ya no se fue hasta el final, cuando bajó el telón.
Con “Sueño con serpientes”, el segundo tema de la noche, comenzó a tejerse una complicidad inusitada entre el público, el trovador y la banda. La gente guardaba silencio, no pedía canciones, como suele ocurrir.
Y cuando los agudos le exigían más de la cuenta a Silvio, miles de voces afinadas, en un tono más bajo para no opacar, se alzaban para acompañarlo. Era un abrazo sonoro, una red de amor sosteniendo al hombre que tantas veces nos sostuvo con sus canciones.
Una perlita de la noche, entre tantas. En un momento dado, durante una pausa entre canción y canción, se escucharon al fondo del público unos cánticos de protesta contra Milei. Silvio, desde el escenario, percibía la algarabía pero no alcanzaba a descifrar de qué se trataba. Por el tono, intuyó que —como era probable— algunos podían pensar que las quejas tenían que ver con el estado de su voz. Entonces volvió a disculparse y, con su habitual sencillez, dijo: “Si alguien está disconforme, yo mismo me comprometo a devolverle el dinero de las entradas”. En ese instante, todo el Movistar Arena respondió con un rotundo y unánime “¡nooo!”, seguido de un aplauso largo, cálido y amoroso, que terminó por abrazarlo desde cada rincón del recinto.
Foto: Kaloian.
Así transcurrieron las más de dos horas de concierto: al borde del quiebre, pero sostenidas por la emoción. Silvio, amoroso, no se rindió.
Casi al terminar, cuando salió del escenario por primera vez y ya todos creíamos que no volvería, preguntó a la producción cuánto había durado el recital. “Dos horas”, le respondieron. Entonces volvió a salir. Solo. Guitarra en mano. Regaló un par de canciones más. Claro, en los otros conciertos había pasado de las dos horas, compartido cuatro o cinco bises, y esta noche ni la disfonía ni el maldito catarro harían que el público argentino se quedara con menos.
Más tarde conversaba con Emilio Vega —vibrafonista, compositor y productor cubano que acompaña a Silvio desde comienzos de los 90, cuando integraba el grupo Diákara—. No salía de su asombro. Me confesó que en toda su carrera jamás había presenciado algo igual: un artista que, con la voz casi rota, decide salir a escena y enfrentarse al público sin esconderse, sostenido únicamente por su obra —que ya es mucho— y por el respaldo contundente del cariño de la gente. “Lo que acabamos de vivir es único. Esto no lo hace cualquiera. Hay que tenerlos bien puestos. Anótalo: es histórico”, me decía.
El repertorio del concierto recorrió su obra clásica y contemporánea. “Eva”, “Quién fuera”, “El necio”, junto a temas de su disco más reciente, Quería saber, “Para no botar el sofá” y “Nuestro después”. Y, fiel a su costumbre, incluyó canciones fuera de programa, guiado por la inspiración del momento y la complicidad con el público.
Foto: Kaloian.
“Eso fue tremendo, un gran gesto de agradecimiento. Se levantó sobre la indisposición y la gente demostró que le importa poco lo que sea que le predisponga; los sentimientos son suficientes. Al final, acabó acompañando al público, necesitándolo”, me dijo un amigo al terminar el concierto.
Esa comunión, sin embargo, tiene raíces profundas. La relación entre Silvio y la Argentina cumple ya más de cuarenta años. En abril de 1984, junto a Pablo Milanés, protagonizó una gira histórica: veintiún conciertos en plena recuperación democrática, cuando sus canciones recién volvían a sonar tras haber sido prohibidas por la dictadura. En Mendoza, fue tal la multitud, que cientos quedaron afuera del teatro. Silvio detuvo el recital y pidió que abrieran las puertas para que todos pudieran escuchar.
Desde entonces ha regresado en numerosas ocasiones. La última, en 2018, fue ante 100 mil personas en un concierto gratuito en Avellaneda. El público argentino no olvida: ni su obra, ni su entrega, ni su coherencia, ni su generosidad.
Lo que vimos en el Movistar Arena fue algo más que un recital: fue un acto de reciprocidad. Silvio, enfermo y agotado, cantó hasta el límite. El público, consciente de ello, respondió con respeto, con silencio cuando era necesario y con canto cuando hacía falta. Hubo emoción, ternura, admiración. Al final, un coro lo despidió con gritos de “¡Gracias, Silvio!”, “¡Te queremos!”, “¡Olé, olé, Silvio, Silvio!”.
Foto: Kaloian.
La gripe quedará como anécdota. Lo que realmente perdura es el impacto de sus canciones, la fuerza de su entrega y el amor de un pueblo que lo siente suyo. La prensa también lo entendió así.
El diario Clarín publicó:
“A lo largo de más de dos horas Silvio repasó clásicos, presentó temas nuevos y lidió con una afección en la garganta que no opacó su talento ni su entrega. Y esto hay que decirlo: si incluso le quitáramos al show su peso simbólico y socio-político, si no interpretara ninguno de sus clásicos, si no se conectara con su público de la manera en que lo hace, este sería igualmente uno de los mejores conciertos escuchados en Buenos Aires en lo que va del año”.
La Nación señaló:
“Difícil describir lo vivido, y que quien no estuvo entienda la mezcla de emociones”.
Y Página/12 destacó:
“Cada canción resonó en clave de época, con una voz atemporal, invencible y eterna.”
Otros medios hablaron de “la magia cada vez más escasa de la música en estado puro” y de que “contra la fuerza de la poesía y las melodías perfectas no puede ninguna gripe: solo Silvio es capaz de, en esas condiciones, hacer vibrar un recinto repleto”.
Las redes se llenaron de testimonios. Algunos decían:
“Hay que abrazarlo hasta la eternidad. Con voz rasgada y amada por el tiempo, ya lo ha dado todo. Solo queda darle gratitud eterna”.
“Estoy afónica de tanto gritarle gracias y te quiero”.
“Mi hermano, que no es fan y me acompañó al concierto, lloraba. Decía que lo que vio era una lección de compromiso. Hasta ayer Silvio era mi ídolo. Hoy es mi héroe”.
“Después del show de anoche siento que es un ser sobrenatural. Amor eterno a nuestro Silvito amado”.
“Qué maravilla de recital. Qué lección de vida y de humildad”.
Foto: Kaloian.
El virtuosismo de los músicos que lo acompañan fue parte esencial de la velada: Trovarroco —Rachid López y Maikel Elizarde—, Niurka González en flauta y clarinete, Jorge Aragón al piano, Emilio Vega en vibráfono, Jorge Reyes en contrabajo, Oliver Valdés en batería y Malva Rodríguez en voces y piano. Ellos también resistieron la tensión de esas noches intensas, sosteniendo con oficio y cariño cada acorde, cada respiración.
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Al pie del escenario, cuando el trovador cerró con “Solo el amor”, todos se fundieron en un aplauso emocionado. Porque esa canción resume todo lo que pasó: perseverancia, ternura, gratitud.
Y vaya maravilla lo sucedido en esta parada argentina de la gira de Silvio por Latinoamérica. No importó la disfonía, ni el cansancio, ni el cuerpo enfermo. Importó la voluntad, la entrega, la humildad de un artista que sigue cantando como si cada concierto fuera el último.
Silvio pudo haber optado por suspender el espectáculo, por el silencio o por dejar que el público hiciera el trabajo. Pudo haberse victimizado. Pero entonces no hubiera sido Silvio, ni la pluma de todas esas canciones que nos arman en este mundo roto.
Por eso eligió cantar, arriesgar, exponerse. Lo hizo con la humanidad al desnudo, sostenido por el amor de su gente. Lo que ocurrió no fue simplemente un concierto: fue una curación mutua.
Foto: Kaloian.
No por azar comenzó citando a José Martí y terminó con una canción inspirada en él. Entre ambos extremos, todo fue coherente: la poesía, el compromiso, la vulnerabilidad, el amor. Solo el amor engendra la maravilla.
Aún queda un concierto pendiente en Argentina, el próximo 21 de octubre, después de las presentaciones en Uruguay los días 17 y 18, a donde el trovador debe llegar ya bastante recuperado tras unos días de descanso.
Cuarenta años después de aquella primera vez, Silvio volvió a abrazar al público argentino y viceversa, imponiéndose al dolor y a la voz rota con la misma convicción de siempre: la canción sigue siendo necesaria y sanadora.
Foto: Kaloian.
El trovador está padeciendo de una fuerte afección catarral que le debilitó la voz; aun así, no defraudó e interpretó 23 canciones
Cuatro décadas después de su primera presentación en Buenos Aires, el célebre cantautor cubano Silvio Rodríguez sigue cautivando a argentinos, entre estos una nueva generación de jóvenes que se identifica con su obra.
Tal parece que el embrujo del trovador pasa de generación a generación; la concurrencia en un abarrotado Movistar Arena de Buenos Aires lo reflejó; hubo público desde jóvenes hasta adultos y personas de la tercera edad.
Y entre los que se sumaron a disfrutar un espectáculo inolvidable estuvo el reconocido actor y cantautor Piero De Benedictis.
Una abuela, Cristina; la hija, Carolina, y la nieta, Anita, ilustraron esa secuencia generacional por la admiración al trovador cubano.
A la pregunta de Prensa Latina sobre por qué fueron a escuchar a Silvio, Cristina respondió: “Porque lo adoramos desde el principio. Y porque coincide con todo lo que pensamos de este mundo y de lo que queremos para la humanidad”.
“Porque concordamos con él en todos los sentidos. Bueno, porque todavía creemos en la utopía y queremos un mundo mejor”, opinó Carolina, en tanto su adolescente hija, Anita, afirmó: “Estoy acá porque ellas me inculcaron el gusto y el amor por las canciones de Silvio, porque estoy de acuerdo con los valores que expresan y por lo que propone en sus interpretaciones”.
Para Cristina, el cantautor “es de muchas generaciones, y va a ser así por los siglos”, avizoró la abuela.
Silvio está padeciendo de una fuerte afección catarral que le debilitó la voz; se disculpó con toda sinceridad cuando interactuó con el “respetable”, y en tono jocoso les dijo: “Bueno, de todas formas yo nunca he tenido una voz del otro mundo”, ocurrencia que suscitó aplausos.
Aun así, no defraudó e interpretó 23 canciones y declamó el poema “Halt”, del escritor, poeta y guionista cubano Luis Rogelio Nogueras.
Arrancó ante un auditorio atestado con “Ala de Colibrí” y siguió con “Sueño de serpientes”. Le siguieron dos composiciones de los últimos años: “Virgen de Occidente”, e hizo una pausa para explicar la razón de la pieza “Viene la cosa”, la cual dedicó a un barbero de la Habana Vieja.
Continuó con “La bondad y su reverso” y le siguieron “Pequeña serenata diurna”, “Nuestro después”, “Cassiopea”, “Tonada del albedrío” y “Eva” que fue cantada por todos.
Rindió tributo a tres grandes cantautores que fundaron con él el movimiento de la “Nueva Trova”, a Vicente Feliú con “Créme”; a Noel Nicola, con “Te perdono”, a Pablo Milanés, con “Yolanda”, y con “La era está pariendo un corazón”, hizo recordar a Omara Portuondo quien la hizo suya.
No faltaron “Canción del elegido”, “Quien fuera”, “Te amaré”, “Ángel para un final” y “El Necio” con la que cerraba el tremendo espectáculo y con ella se retiraron el intérprete y sus músicos, pero la ovación del público no cesaba y se escuchaban fuertes los gritos de “Silvio vuelve”, “Silvio vuelve”.
Y retornó al escenario el cantautor, solo él, y solamente con el acompañamiento de su guitarra entonó: “Canción de las sillas” y “Rabo de nube” que la agradecida audiencia cantó al unísono; realmente, el público fue el mejor de los coros.
Para el telón inicial del bien organizado espectáculo la trovadora argentina Paula Ferré aportó varias de sus composiciones. Ella fue el entrante ideal para el plato fuerte. En el ínterin, el poeta local Jorge Bocanera –viejo amigo de Silvio- declamó cinco de sus poemas que escribió en 1980 cuando estuvo exiliado en México, entre ellos “Exilio” y “¿Será posible el sur?».
Silvio y su grupo llegaron a Argentina en la segunda escala de su gira por cinco países sudamericanos que iniciaron en Chile e incluye también Uruguay, Perú y Colombia.
Este domingo ofrecerá su segundo recital en Buenos Aires. Habrá un tercero el 21 de octubre. Todas las entradas ya están vendidas desde marzo pasado.
Emotivo recital del legendario trovador cubano
Silvio Rodríguez cerrará su visita a la Argentina el 21 de octubre. . Imagen: Alejandro Leiva |
En el marco de su gira sudamericana, el autor de “Sueño con serpientes” presentó su nuevo disco, Quería saber, y repasó parte de su riquísima historia musical. Cada canción resonó en clave de época, con referencias a Pepe Mujica y al pueblo Palestino, entre otras. Al cubano se lo vio algo afectado de la voz –incluso pidió disculpas y acortó un poco la lista de temas-, pero eso no empañó la celebración.
13 de octubre de 2025 - 00:01
Silvio Rodríguez cerrará su visita a la Argentina el 21 de octubre.
Silvio Rodríguez cerrará su visita a la Argentina el 21 de octubre. . Imagen: Alejandro Leiva
“Hoy me propongo fundar un partido de sueños/ talleres donde reparar alas de colibríes”, canta Silvio Rodríguez en “Ala de colibrí”, la primera canción de la noche, y de ése modo esparce un conjuro mágico para exorcizar el Movistar Arena, sobre todo después del paso del coro desafinado y surrealista del lunes. Después de siete años sin visitar el país, el legendario trovador cubano –tal vez el cancionista vivo más relevante en habla hispana- regresó en el marco de una gira sudamericana –Chile, Perú, Uruguay y Colombia- para presentar su nuevo disco, Quería saber (2024), y repasar toda su historia musical. En verdad, hizo más lo segundo que lo primero. ¿Cómo sintetizar en un show de dos horas veinticinco discos y además poner el foco en su último trabajo?
El contexto social, político y cultural de Argentina era especialmente sensible para las canciones de Rodríguez, un experto en combinar con belleza la simpleza de lo cotidiano y los aconteceres sociopolíticos. Por eso, cada canción resonó en clave de época. Después de la apertura de la trovadora argentina Paula Ferré, la canción “Tonada del albedrío” se ganó el primer aplauso eufórico de la velada. “Dijo Guevara el hermoso/ viendo al África llorar/ En el imperio mañoso/ Nunca se debe confiar”, cantó con picardía y convicción. Con su habitual gorrita y sus palabras justas, el músico de 78 años siguió con “Sueño con serpientes”, “Virgen de Occidente” y “Viene la cosa”, que la grabó en formato acústico y despojada en Para la espera (2020), y con toda la banda en el nuevo, Quería saber.
“En Cuba hablar de la realidad cotidiana y política se le suele llamar ‘la cosa’. Entonces, un peluquero de La Habana Vieja, podrido de escuchar hablar de la situación política, puso un cartel en la puerta: ‘Prohibido hablar de la cosa’”, contó Rodríguez antes de “Viene la cosa”, que sonó en clave bailable gracias a la participación del pianista Jorge Aragón y el contrabajista Jorge Reyes. “Cuando ‘la cosa’ viene de todas formas, nos guste o no, solemos ponemos a pensar en asuntos como la bondad o incluso en su reverso. Son parte de las cosas que pasan. Ser bondadoso o no serlo", dijo luego y entregó “La bondad y su reverso", una canción que también sonó en el concierto gratuito que brindó el 19 de septiembre en las escalinatas de la Universidad de La Habana.
Acompañado por una banda impecable, que supo navegar muy bien entre la sutileza y el barroquismo, el cubano –que repetirá este domingo y el 21 de octubre en el Arena- logró conectar con la emoción a través de canciones que vencen el paso del tiempo y trascienden su figura, como “Pequeña serenata diurna”, “Quien fuera”, “Casiopea”, "Eva" o “Te amaré”. Al cubano se lo vio algo afectado de la voz –incluso pidió disculpas y acortó un poco la lista de temas-, pero eso no empañó la celebración ni impidió que el concierto transcurriera con naturalidad, melancolía, alegría y esperanza. Hay un trasfondo cultural y afectivo tan fuerte en su música que ningún imprevisto hizo que el público se moviera de las butacas. La historia siempre vence a la inmediatez.
En el recinto de Villa Crespo una imagen era recurrente: padres y madres con sus hijos compartiendo una misma canción. O incluso abuelos con sus nietos. Pero también se podían ver grupitos de pibes de veintipico o treinta y algo. Como sucede también con la música del Indio Solari, la obra del cubano trasciende generaciones. Porque las canciones hablan sobre asuntos universales y humanistas que no tienen fecha de vencimiento. Frente a la crueldad, la mercantilización de todo y el individualismo que signan esta época, Rodríguez ofrece una poética y un mensaje que dialoga con valores como la solidaridad, la esperanza, el sentido comunitario, la bondad y la ternura.
Por eso, en la noche del sábado, el músico rescató, por ejemplo, la figura de Pepe Mujica y le dedicó una canción, “Más porvenir”, que compuso a comienzos de año tras una invitación de León Gieco para el proyecto “Una canción para Pepe”. "Un hombre que a pesar de todo lo malo que sufrió y le hicieron no quiso seguir con el odio ni pagarle cuentas a nadie. Es admirable y todos deberíamos aprender", resaltó el cubano, fiel a su espíritu humanista y pacifista. En esta misma línea, se solidarizó con el pueblo de Palestina en Franja de Gaza frente al genocidio que sufre de parte del gobierno de Netanyahu, primer ministro de Israel. Entonces, recitó el poema “Halt!”, de Luis Rogelio Nogueras, y cantó “La era está pariendo un corazón”, mientras en la pantalla gigante se proyectaban los colores de la bandera de Palestina.
Una novedad en esta gira de Rodríguez es el mini set que le dedica a la trova cubana. En general, el músico se aboca a cantar canciones de su repertorio personal, que es vasto, rico y diverso. Pero en estos shows también homenajea a compañeros de su generación. Con su hija Malva Rodríguez González en la voz y el piano, y Niurka González en flauta, el cantautor ofreció un sublime instante de intimidad con una versión de “Te perdono”, de Noel Nicola (1946-2005). Un rato antes, interpretó en dupla con su hija “Créeme”, de Vicente Feliú (1947-2021), y dejó para el final una bellísima versión de “Yolanda”, de Pablo Milanés (1943-2022), un camarada de generación con el que tuvo varios desencuentros en el discurso público sobre el devenir de la Revolución Cubana.
De las más nuevas, el cubano y su banda tocaron “Nuestro después” y “Noche sin fin y mar”, dos que demuestran que su pluma sigue intacta. Después de cantar una versión más reposada de “Casiopea”, bien custodiado por el baterista Oliver Valdés y el percusionista Emilio Vega, y de prender fuego el estadio con “Tonada del albedrío” –el público ahí recordó a Fidel Castro-, el cubano invitó a “un viejo amigo para que nos diga algo”. Entonces, apareció en el escenario el poeta, periodista y ensayista Jorge Boccanera. No es habitual que en un concierto la música le ceda lugar a la poesía, a la palabra recitada.
Pero Boccanera consiguió generar un paréntesis –adentro de ese otro paréntesis que es la obra de Silvio- y apelar al silencio con los poemas escritos en los ochenta: “Exilio”, “Los milongueros”, “Cuchara” y “¿Será posible el sur?”, que dedicó a los trabajadores del Garrahan. “¿Será posible tanta bala perdida al corazón del pueblo”, se preguntó el poeta y agradeció por estar en "esta fiesta de la ilusión”. Futuro, esperanza e ilusión fueron algunas palabras que sobrevolaron durante toda la noche del sábado. La cercanía que construyen artistas populares como Silvio Rodríguez se percibía en la emoción y en el ánimo de los presentes. ¿Se puede tejer un vínculo entre personas que quizás no se conocen? La canción es un puente poderoso, sorprendente e inexplicable.
“Quiero pedirles excusas porque estoy un poco acatarrado. Nunca he tenido una voz del otro mundo, pero hoy estoy particularmente afectado”, dijo el trovador antes de presentar a su banda y de tocar las fibras más íntimas con “Te amaré”, bien acompañado por Niurka González y el piano de Jorge Aragón. Entonces, siguieron “Canción del elegido” y la bellísima “Quien fuera”, enriquecida por los virtuosos Maykel Elizarde (tres) y Rachid López (guitarra). La espesura de “Ángel para un final” y la potencia de “El necio” -una oda a los ideales y un canto para no claudicar- empezaban a escribir el final de la noche. Pero quedaban dos más: “Historia de las sillas” y “Rabo de nube”, que interpretó solo con su guitarra. “Gracias”, dijo apenas el trovador, con la garganta algo cansada, pero con una voz atemporal, invencible y eterna.
Pido disculpas por eso", dijo Silvio Rodríguez en relación a los siete años de ausencia. Tuvo al Movistar Arena rendido a sus pies. Foto Juano Tesone Eduardo Barone/clarin |
A lo largo de más de dos horas repasó clásicos, presentó temas nuevos y lidió contra una afección en la garganta que no opacó su talento. Ni su entrega.
12/10/2025 19:16
El cantautor cubano Silvio Rodríguez se presentó este sábado en el primero de sus shows en el Movistar Arena de Buenos Aires (continúa este domingo habrá un tercer show el 21 de este mes), convocando a un público ávido de canciones simbólicas y textos sociales que pintaron la realidad de América Latina durante las últimas cuatro décadas. Pero hubo mucho más que eso. Fue el encuentro de una gran familia que no se veía desde hacía siete años.
Acompañado por un grupo de eximios músicos, Silvio desgranó canciones nuevas junto a clásicos de su enorme repertorio (tiene compuestas y grabadas más de 600 canciones) ofreciendo un recital pleno de musicalidad y por supuesto, emociones a flor de piel.
Un poco de historia
En el frondoso árbol genealógico de la canción contemporánea americana la Nueva Trova ocupa sin dudas un lugar de mucha importancia. Esta corriente surgida en la isla de Cuba a fines de los '60, y de la mano de la revolución encabezada por Fidel Castro en 1959, proponía una música con sabores del trovadorismo, el bolero y los sones más tradicionales de ese país. Pero los textos desnudaban conflictos sociales y denunciaban injusticias sufridas por obreros y trabajadores dentro de los sistemas sociales de corte capitalista.
Influenciados notoriamente por artistas estadounidenses como Woody Guthrie, Joan Báez y Bob Dylan, los integrantes de la Nueva Trova encontraron un lenguaje propio teñido tanto de protesta como de una poética romántica de alto vuelo. Al mismo tiempo comenzaba a tejerse (y extenderse) una red artística de características similares en los cuatro puntos cardinales del continente, que encontró tal vez un impulso mayor a partir del nefasto Plan Cóndor, en 1975.
Silvio Rodrígurz se presentó este sábado, repetirá este domingo y el 21 de octubre. Foto Juano Tesone
Desde Chile llegaban los ecos de Violeta Parra y Víctor Jara. Perú hacía su aporte con Nicomedes Santa Cruz y Susana Baca poniendo el foco en el rescate de los valores afro-peruanos, México descollaba con Oscar Chávez y Amparo Ochoa. Brasil partía de su Movimiento Tropicalista para desarrollar un estilo de manifiesto más directo en la corriente MPB (Música Popular Brasilera) con obras monumentales como Construcción (Chico Buarque), Clube da Esquina (Milton Nascimento) o el primer álbum de Secos y Molhados, y desde Uruguay tronaban las denuncias de la mano de artistas como Daniel Viglietti, José “El Sabalero” Carbajal y Los Olimareños.
Por supuesto que Argentina no se quedaba atrás. En 1963 nacía el Movimiento del Nuevo Cancionero, encabezado por Oscar Matus, Armando Tejada Gómez y una jovencísima Mercedes Sosa, que se sumaba a voces más antiguas como las de Atahualpa Yupanqui, César Isella o Jorge Cafrune, entre muchos otros.
Dentro de este escenario de efervescencia ya a nivel mundial (recordemos el Mayo Francés de 1968 o el Movimiento Hippie como reacción a la guerra de Vietnam) dos prolíficos artistas cubanos salían a la palestra con sus valijas cargadas tanto de versos rebeldes como de historias de amores tiernos : Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Autores de bellísimas canciones emblemáticas que prácticamente dieron la vuelta al mundo y se convirtieron en clásicos, ellos fueron la cara visible de una época y un contexto fundamental y fundacional en la segunda mitad del Siglo XX.
Con poca voz pero mucho corazón
Una afección en las vías respiratorias le quitó caudal, pero no voz ni emoción. La molestia la padeció más en la segunda parte del show. Foto Juano Tesone
Por todo esto el regreso de Silvio a nuestro país después de siete años de ausencia (“pido disculpas por eso”, dijo en un momento) no era solamente un acontecimiento musical. El público argentino fue a encontrarse con una verdadera leyenda de otra época.
Una donde los corazones rebozaban de idealismo y resistencia. Y por eso, quizás más aún que la trovadora argentina Paula Ferré (referente y una de las fundadoras del Movimiento MUJERTROVA, que abrió el show de Silvio), quienes oficiaron de anfitriones fueron las quince mil almas que llenaron el recinto con una consigna íntima: revivir de alguna manera el recuerdo de aquellos años de fuego de la lucha social en argentina.
Así el público cantó junto al cubano todos y cada uno de sus clásicos, desde Sueño con serpientes hasta Te amaré, El necio o Canción del elegido. Rodeado por un octeto de músicos de primerísimo nivel, cuyo virtuosismo consistía básica y maravillosamente en no querer demostrar ningún virtuosismo, el combo que rodea a Rodríguez está integrado por dos de los músicos del Trío Trovarroco: Rachid López en guitarra y Máikel Elizarde en el tres cubano. Sumados a ellos el baterista Oliver Valdés, el contrabajista Jorge Reyes, el pianista Jorge Aragón y el vibrafonista Emilio Vega.
Pero claro, es imposible no destacar el trabajo impecable de las dos mujeres del grupo. La flautista y clarinetista Niurka González es dueña de un fraseo fluído y de un vocabulario musical inagotable (en sus manos la flauta traversera sugería el vuelo de una mariposa). Niurka es la esposa de Silvio desde 2006. Dato que sumado a la presencia en armonias vocales y por momentos piano de su hija Malva Rodríguez (como decía Serrat en Tio Alberto…”qué suerte tienes, cochino”) han hecho de esta gira una indudable y muy loable cuestión familiar.
El show dio comienzo con Ala de colibrí y se extendió por algo más de dos horas. Afectado por un catarro que le alteró las cuerdas vocales (algo evidenciado particularmente en la segunda parte de su recital, pero que no diluyó la emocionalidad de sus interpretaciones), Silvio ofreció varias de sus sus páginas más memorables. Aunque para sorpresa de muchos y quizás por su condición vocal no interpretó piezas muy esperadas como La maza o Unicornio.
En medio de una puesta colorida y cálida a la vez, hubo un momento conmovedor: el tributo a su compañero de ruta Pablo Milanés, que murió hace casi tres años. Foto Juano Tesone
En un clima de ritual tan respetuoso como emotivo, artista y público viajaron a través de todo el universo poético que este maravilloso y prolífico cantautor tejiera durante más de cuatro décadas de labor ininterrumpida.
Y esto hay que decirlo. Si incluso le quitáramos al show de Silvio su peso específico de simbolismo socio-político, si él no interpretase ni siquiera uno de todos sus clásicos, si no se conectara con su público de la manera en que lo hace, éste sería uno de los mejores shows de música escuchados en Buenos Aires en lo que va del año. Por la solidez, originalidad y (falsa) simpleza de los arreglos grupales, por las armonías vocales junto a Malva (una de las voces más originales y distintivas de su generación), por la exquisitez de cada uno de sus músicos y por la calidez que genera desde el escenario.
Música en estado puro
Durante varios pasajes del show la finísima labor de las guitarras de Silvio, Rachid y Máikel sonando en un entretejido de arpegios tan intrincados como celestiales le otorgaron una sonoridad única a las canciones ya conocidas, renovándolas desde la raíz. Mientras que el trabajo de base de percusión y contrabajo (no me mientan, estos tipos saben tocar jazz) ofrecía un paño aterciopelado sobre el que recostarse. Piano y xilofón complementándose perfectamente. Un verdadero placer para los oídos.
Un aparte para el trabajo técnico. Impecable en el sonido, con todos los volúmenes parejos y sin un sólo acople durante toda la noche y muy sobrio en la puesta en escena.Sin grandilocuencias ni aspamentos, sin fuegos de artificio ni estridencias, y alejado de cualquier golpe de efecto apuntando al marketing, lo que experimentamos anoche fue la magia cada vez más escasa de un ejercicio de música en estado puro.
A mitad del recital Silvio presentó al poeta, periodista y compositor argentino Jorge Boccanera (entre tantas otras cosas fundador del grupo literario El Ladrillo, junto a Vicente Muleiro), quien comenzó recitando como poema la letra de la canción ¿Será posible el Sur? y continuó con varias de sus poesías más resonantes . Porque durante toda la noche poesía fue el nombre del juego. Desde el texto que abrió su presentación (Maestros ambulantes, escrito por José Martí en 1884) hasta Halt! de Luis Rogelio Nogueras “El Wicky”, escritor y periodista cubano fallecido en 1985.
Tampoco (como era de esperar) faltó el sensible homenaje a su compañero de ruta Pablo Milanés (murió en Madrid el 22 de noviembre de 2022) a través de una preciosa rendición a dos voces de Yolanda, una de las páginas más conocidas y celebradas de éste ultimo. La segunda parte de la presentación transcurrió con un Silvio Rodríguez algo más herido en lo vocal, pero que supo pilotear (experiencia al hombre no le falta) la nave hasta un muy buen puerto.
Finalmente y más obligado por su dolencia que por el propio deseo, Silvio cerró su primera noche con dos bises, Historia de la silla y Rabo de nube. Artista y público quisieron que esto no fuera solamente un show. Y como dice aquella letra se pareció antes bien a una declaración de amor. Eternamente... Silvio Rodríguez.
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Nostalgia, cabezas que asentían, caricias, miradas cómplices, aplausos de pie y alguna que otra lágrima. La primera fecha de Silvio Rodríguez en el Movistar Arena de Buenos Aires estuvo más cerca de una reunión íntima entre amigos de años, de los que se conocen y se quieren, que de la estructura esperable en un recital. Será porque hacía tiempo que al cubano no se lo veía por acá (la última vez fue hace siete años), será porque el repertorio evitó estructuras y convenciones de lo que “hay que tocar” y lo que no; o quizás, porque el devenir de este presente, vuelve imprescindible la necesidad de una comunión entre pares. Que sin edad, ni religión, y con banderas, piensan, sienten, viven, y se entienden con una mirada.
El poderoso y renovado sortilegio entre el cubano y el público argentino comenzó bastante antes de que este llegara al escenario. A modo de prólogo, la exquisita Paula Ferré tiñó las plateas, todavía famélicas del Movistar Arena, de todo su arte. Silvio no pudo haber elegido un mejor preludio que la voz y arte de Ferré, que se adueñó del espacio y recibió las primeras ovaciones de pie de la noche.
A pesar de acusar un catarro rebelde, por el que pidió disculpas, Silvio mantuvo la performance de sus últimos años. Con una voz que acusa presencia y solidez, y que se acurruca en las melodías con comodidad a pesar de mínimos contratiempos vocales. El resto se apoya en arreglos hechos a la medida de una banda, que tuvo en la fecha del sábado, una de sus mejores noches.
El regreso de Silvio continuó con la estela de homenajes a poetas musicales con “Créeme”, de Vicente Feliú; “Te perdono”, de Noel Nicola; y “Yolanda”, de Pablo Milanés. Que fuera un set solo pensado para el artista, Niurka Gónzalez y Malva Rodríguez González, le aportó un plus de emoción. La imagen era la de una familia, que abría la puerta de la intimidad de su arte, a más de diez mil personas, que recibieron el regalo que se les brindaba, con igual dosis de emoción y respeto
En medio, Silvio aprovechó para recuperar el poema “Halt!”, de Luis Rogelio Nogueras, como crítico puente entre presente y pasado: “Pienso en ustedes, judíos de Jerusalén y Jericó. Pienso en ustedes, hombres de la tierra de Sión, que estupefactos, desnudos, ateridos, cantaron la hatikvah en las cámaras de gas. Pienso en ustedes y en vuestro largo y doloroso camino desde las colinas de Judea hasta los campos de concentración del Tercer Reich. Pienso en ustedes, y no acierto a comprender cómo olvidaron tan pronto el vaho del infierno”.
La noche cerró con un Silvio Rodríguez visiblemente cansado, dos bises que apuntaron directo a la memoria emotiva: “Historia de la silla” y “Rabo de nube”, y un artista agradeciendo los aplausos con una mano en el corazón.
Difícil describir lo vivido, y que aquel que no estuvo entienda la mezcla de emociones. Quizás pueda ejemplificarse con el consuelo de una hija, abrazada a una madre que no paraba de llorar. En tantos años de escucharlo, de cantarlo, de sentirlo dentro de ella, era la primera vez que lo había visto en vivo, abrazada a su hija adolescente, que estaba igualmente conmovida. La noche había terminado, y la magia se había producido. Y así seguirá, mientras floten susurros y canciones en el viento.